Capítulo 2

A las once de la mañana Tertuliano Máximo Afonso ya había visto tres películas, aunque ninguna de principio a fin. Estaba levantado desde muy temprano, para desayunar se limitó a tomar dos galletas y una taza de café recalentado, y, sin perder tiempo en afeitarse, saltándose las abluciones que no eran estrictamente indispensables, con el pijama y la bata, como quien no espera visitas, se lanzó a la tarea del día. Las dos primeras cintas pasaron en balde, pero la tercera, una que llevaba por título El paralelo del terror, trajo a la escena del crimen a un jovial fotógrafo de la policía que mascaba chicle y repetía, con la voz de Tertuliano Máximo Afonso, que tanto en la muerte como en la vida todo es cuestión de ángulo. Al final la lista volvió a ser actualizada, fue tachado un nombre, nuevas cruces fueron marcadas. Cinco actores estaban señalados cinco veces, tantas como películas en las que el sosia del profesor de Historia había participado, y sus nombres, por imparcial orden alfabético, eran Adriano Mala, Carlos Martinho, Daniel Santa-Clara, Luis Augusto Ventura y Pedro Félix. Hasta este momento Tertuliano Máximo Afonso anduvo perdido en el maremágnum de los más de cinco millones de habitantes de la ciudad, a partir de ahora sólo tendrá que preocuparse de menos de media docena, y hasta de menos de media docena si uno o mas de esos nombres acaban siendo eliminados por faltar a la llamada, Gran obra, murmuró, pero en seguida le saltó ante los ojos la evidencia de que este otro trabajo de Hércules tampoco lo fue tanto, dado que por lo menos dos millones quinientas mil personas pertenecían al sexo femenino y estaban, por tanto, fuera del campo de pesquisa. No deberá sorprendernos el olvido de Tertuliano Máximo Afonso, porque en cálculos que afecten a grandes números, como es el caso presente, la tendencia a no contar con las mujeres es irresistible. A pesar de la reducción sufrida en la estadística, Tertuliano Máximo Afonso fue a la cocina a celebrar con otro café los prometedores resultados. El timbre de la puerta sonó al segundo trago, la taza quedó detenida en el aire, a medio camino de la mesa, Quién será, se preguntó Tertuliano Máximo Afonso, al mismo tiempo que iba depositando con suavidad la taza. Podría ser la servicial vecina del piso de arriba queriendo saber si había encontrado todo a su gusto, podría ser uno de esos jóvenes que llevan publicidad de enciclopedias en las que se explican las costumbres del rape, podría ser el colega de Matemáticas, no, éste no era, nunca habían sido de visitarse. Quién será, repitió. Acabó de tomarse el café rápidamente y fue a ver quién llamaba. Al atravesar la sala, lanzó una mirada inquieta a las cajas de películas diseminadas, a la fila impasible de las que, alineadas junto al estante, esperaban en el suelo su turno, la vecina de arriba, suponiendo que fuera ella, no apreciaría nada ver en este estado deplorable lo que ayer le costó tanto trabajo limpiar. No importa, no tiene por qué entrar, pensó, y abrió la puerta. No era a la vecina de arriba a quien tenía delante, no era una joven vendedora de enciclopedias comunicándole que estaba a su alcance, por fin, el enorme privilegio de conocer las costumbres del rape, quien allí se encontraba era una mujer que hasta ahora no había aparecido pero de quien ya sabíamos el nombre, se llama María Paz, empleada de un banco. Ah, eres tú, exclamó Tertuliano Máximo Alonso, y luego, intentando disimular la perturbación, el desconcierto, Hola, qué gran sorpresa. Debía decirle que entrara, Pasa, pasa, estaba tomando un café, o, Qué estupendo que hayas venido, siéntate mientras yo me afeito y tomo una ducha, pero le estaba costando apartarse a un lado para dejarle paso, ah, si le pudiera decir, Espera aquí un momento mientras escondo unos vídeos que no quiero que veas, ah, si le pudiera decir, Perdona, pero has venido en mal momento, ahora no puedo atenderte, vuelve mañana, ah, si todavía pudiera decirle algo, pero ya es demasiado tarde, haberlo pensado antes, la culpa la tenía él, el hombre prudente debe estar constantemente vigilante, alerta, deberá prevenir todas las eventualidades, sobre todo no olvidando que el proceder más correcto en general es el más simple, por ejemplo, no se abre ingenuamente la puerta si suena el timbre, la precipitación trae siempre complicaciones, es de libro. María Paz entró con la soltura de quien conoce los rincones de la casa, preguntó, Cómo estás, y a continuación, Oí tu mensaje y pienso como tú, necesitamos hablar, espero no haber venido en mal momento, No digas eso, respondió Tertuliano Máximo Alonso, te pido que me disculpes por recibirte de esta manera, despeinado, sin afeitar y con aire de recién salido de la cama, Otras veces te he visto así y nunca has considerado necesario disculparte, El caso, hoy, es distinto, Distinto, en qué, Sabes bien lo que quiero decir, nunca te he abierto la puerta de esta manera, en pijama y bata, Es una novedad, ahora que ya hay tan pocas entre nosotros. La entrada a la sala estaba a tres pasos, la estupefacción no tardaría en manifestarse, Qué diablos es esto, qué haces con estos vídeos, pero María Paz aún se entretuvo preguntando, No me das un beso, Claro, fue la infeliz y embarazada respuesta de Tertuliano Máximo Afonso, al mismo tiempo que adelantaba los labios para besarla en la mejilla. El masculino recato, si lo era, resultó inútil, la boca de María Paz había ido al encuentro de la suya, y ahora la aspiraba, la comprimía, la devoraba a la vez que su cuerpo se pegaba de arriba abajo al de él, como si no hubiera ropas separándolos. Fue María Paz quien por fin se separó para murmurar, jadeante, una frase que no llegó a concluir, Aunque me arrepienta de lo que acabo de hacer, aunque me avergüence de haberlo hecho, No digas tonterías, contemporizó Tertuliano Máximo Afonso intentando ganar tiempo, arrepentimiento, vergüenza, qué ideas son ésas, lo que nos faltaba, avergonzarse, arrepentirse una persona de expresar lo que siente, Sabes de sobra a qué me refiero, no te hagas el desentendido, Has entrado, nos hemos besado, todo de lo más normal, de lo más natural, No nos hemos besado, te he besado yo, Yo también te he besado a ti, Sí, no te ha quedado otro remedio, Estás exagerando como de costumbre, dramatizando, Tienes razón, exagero, dramatizo, he exagerado viniendo a tu casa, he dramatizado al abrazar a un hombre que ya no me quiere, debería irme en este instante, arrepentida, sí, avergonzada, sí, a pesar de la caridad de decirme que no es para tanto. La posibilidad de que se fuese, más que remota, proyectó un rayo de esperanzadora luz en los sinuosos desvanes de la mente de Tertuliano Máximo Afonso, pero las palabras que salieron de su boca, alguien diría que contra su voluntad, expresaron un sentimiento diferente, De verdad, no sé de dónde sacas una idea tan peregrina como ésta, decir que no te quiero, Me lo explicaste con bastante claridad la última vez que estuvimos juntos, Nunca te he dicho que no te quisiera, nunca te he dicho que no te quiero, En cuestiones de corazón, que tan poco conoces, hasta el más obtuso entendedor comprende la mitad que no llegó a decirse. Imaginar que se escaparon de la voluntad de Tertuliano Máximo Afonso las palabras ahora en análisis, sería olvidar que el ovillo del espíritu humano tiene muchas y variadas puntas, y que la función de algunas de sus hebras, bajo la apariencia de conducir al interlocutor al conocimiento de lo que está dentro, es esparcir orientaciones falsas, insinuar desvíos que terminarán en callejones sin salida, distraer de la materia fundamental, o, como en el caso que nos ocupa, suavizar, anticipándolo, el choque que se aproxima. Al afirmar que nunca había dicho que no quería a María Paz, dando por tanto a entender que sí señor la quería, lo que Tertuliano Máximo Afonso intentaba, con perdón de la vulgaridad de las imágenes, era envolverla en algodón en rama, rodearla de almohadas amortiguadoras, atarla a sí por la emoción amorosa cuando fuese imposible seguir reteniéndola del lado de fuera de la puerta que da a la sala. Que es lo que está sucediendo ahora. María Paz acaba de dar los tres pasos que faltaban, entra, no querría pensar en el dulce canto de ruiseñor que le rozó los oídos, pero no consigue pensar en otra cosa, estaría incluso dispuesta a reconocer, contrita, que su irónica alusión a buenos y malos entendedores había sido, además de impertinente, injusta, y ya con una sonrisa se vuelve hacia Tertuliano Máximo Afonso, pronta para caer en sus brazos y decidida a olvidar agravios y quejas. Quiso, sin embargo, el acaso, aunque más exacto sería decir que era inevitable, puesto que conceptos tan seductores como hado, fatalidad o destino no tendrían cabida en este discurso, que el arco del círculo descrito por la mirada de María Paz pasase, primero por el televisor encendido, luego por los vídeos que no habían sido devueltos a sus lugares en el suelo, finalmente por la propia fila de cajas, presencia inexplicable, insólita, para cualquier persona que, como ella, íntima de estos lugares, tuviera conocimiento de los gustos y hábitos del dueño de la casa. Qué es esto, qué hacen aquí tantos vídeos, preguntó, Es material para un trabajo en el que ando empeñado, respondió Tertuliano Máximo Afonso desviando la vista, Si no me equivoco, tu trabajo, desde que te conozco, consiste en enseñar Historia, dijo María Paz, y esta cosa, miraba con curiosidad la cinta titulada El paralelo del terror, no me parece que tenga mucho que ver con tu especialidad, No hay nada que me obligue a ocuparme sólo de la Historia durante toda la vida, Claro que no, pero es natural que me desconcierte viéndote rodeado de vídeos, como si de pronto te hubiera dado una pasión por el cine, cuando antes te interesaba tan poco, Ya te he dicho que estoy ocupado con un trabajo, un estudio sociológico, por decirlo así, No soy más que una vulgar empleada de banco, pero las pocas luces de mi entendimiento me dicen que no estás siendo sincero, Que no estoy siendo sincero, exclamó indignado Tertuliano Máximo Afonso, que no estoy siendo sincero, eso es lo que me faltaba por oír, No vale la pena que te irrites, he dicho lo que me parecía, Sé que no soy la perfección hecha hombre, pero la falta de sinceridad no es uno de mis defectos, tendrías que conocerme mejor, Disculpa, Muy bien, estás disculpada, no hablemos más del asunto. Eso dijo, pero hubiera preferido continuar con él para no tener que entrar en el otro que se temía. María Paz se sentó en el sillón que estaba frente al televisor y dijo, He venido para hablar contigo, tus vídeos no me interesan. El canto del ruiseñor se había perdido en las estratosféricas regiones del techo, era ya, como en los viejos tiempos se solía decir, una nostálgica remembranza, y Tertuliano Máximo Afonso, deplorable figura, embutido en una bata, en zapatillas y sin afeitar, luego en situación flagrante de inferioridad, tenía conciencia de que una conversación en tono acerbo, aunque la propia crispación de las palabras pudiese convenir a lo que sabemos que es su interés último, o sea, romper su relación con María Paz, sería difícil de conducir y ciertamente mucho más difícil de rematar. Se sentó pues en el sofá, acomodó los bordes de la bata sobre las piernas y comenzó, conciliador, Mi idea, De qué hablas, interrumpió María Paz, de nosotros o de los vídeos, Hablaremos de nosotros después, ahora quiero explicarte en qué especie de estudio estoy interesado, Si te empeñas, respondió María Paz dominando su impaciencia. Tertuliano Máximo Afonso alargó el silencio al máximo, sacó de la memoria las palabras con las que desorientó al empleado de la tienda de vídeos, al mismo tiempo que experimentaba una extraña y contradictoria impresión. Aunque sabe que va a mentir, piensa que esa mentira será una forma tergiversada de la verdad, es decir, aunque la explicación sea rotundamente falsa, el simple hecho de repetirla la convertirá, de alguna manera, en verosímil, y cada vez más verosímil si Tertuliano Máximo Afonso no se limita a esta primera prueba. En fin, sintiéndose ya señor de la materia, arrancó, Mi interés en ver unas cuantas películas de esta productora, elegida al azar, son todas de la misma empresa cinematográfica como podrás comprobar, nació de una idea que tenía desde hace tiempo, la de realizar un estudio sobre las tendencias, las inclinaciones, los propósitos, los mensajes, tanto los explícitos como los implícitos y subliminales, o, para ser más exacto, las señales ideológicas que un determinado fabricante de películas va diseminando, imagen a imagen, entre sus consumidores, Y de dónde vino ese repentino interés, o como tú dices, esa idea, qué tiene esto que ver con el trabajo de un profesor de Historia, preguntó María Paz, sin pasarle por la cabeza que acababa de ponerle en la palma de la mano a Tertuliano Máximo Afonso la respuesta que, en el momento de dificultad dialéctica en que se encontraba, tal vez no fuese capaz de encontrar por sí mismo, Es muy simple, respondió con una expresión de alivio que fácilmente podría confundirse con la virtuosa satisfacción de cualquier buen profesor al contemplarse a sí mismo en el acto de transmitir sus saberes a la clase, Es muy simple, repitió, así como la Historia que escribimos, estudiamos o enseñamos va haciendo penetrar en cada línea, en cada palabra y hasta en cada fecha lo que he llamado señales ideológicas, inherentes no sólo a la interpretación de los hechos sino también al lenguaje con que los expresamos, sin olvidar los diversos tipos y grados de intencionalidad en el uso que del mismo lenguaje hacemos, así también el cine, modo de contar historias que, por obra de su particular eficacia, actúa sobre los propios contenidos de la Historia, contaminándolos y deformándolos de alguna manera, así también el cine, insisto, participa, con mucha mayor rapidez y no menor intencionalidad, en la propagación generalizada de toda una red de esas señales ideológicas, por lo general orientadas interesadamente. Hizo una pausa y, con la media sonrisa indulgente de quien se disculpa por la aridez de una exposición que se había olvidado de tener en cuenta la insuficiente capacidad comprensiva del auditorio, añadió, Espero ser más claro cuando pase estas reflexiones al papel. A pesar de sus más que justas reservas, María Paz no pudo evitar mirarlo con cierta admiración, al fin y al cabo es un habilitado profesor de Historia, un profesional idóneo con pruebas dadas de competencia, es lógico que sepa de lo que habla incluso cuando aborda asuntos ajenos a su especialidad directa, mientras que ella es una simple empleada bancaria de nivel medio, sin preparación para captar de manera cabal cualesquiera señales ideológicas que no hayan comenzado al menos explicando cómo se llaman y qué pretenden. Sin embargo, a lo largo de toda la parrafada de Tertuliano Máximo Afonso, notó una especie de roce incómodo en su voz, una desarmonía que distorsionaba en ciertos momentos su elocución, algo así como la característica vibración de una vasija rajada cuando se golpea con los nudillos, que alguien ayude a María Paz, le informe de que justamente con ese sonido salen las palabras de la boca cuando la verdad que parece que estamos diciendo es la mentira que escondemos. Por lo visto, sí, por lo visto le avisaron, o con las medias palabras habituales se lo dieron a entender, no hay otra explicación para el hecho de que súbitamente se le haya apagado la admiración de los ojos y en su lugar surja una expresión dolorida, un aire de compasiva lástima, falta saber si de sí misma o del hombre que se encuentra sentado frente a ella. Tertuliano Máximo Afonso ha comprendido que su discurso ha sido ofensivo, aparte de inútil, que son muchas las maneras de faltar al respeto que se debe a la inteligencia y a la sensibilidad de los otros, y que ésta había sido una de las más groseras. María Paz no vino para que le diesen explicaciones acerca de procedimientos sin pies ni cabeza, sea cual sea la punta por donde se empiece, vino para saber cuánto tendrá que pagar para que le sea devuelta, si tal es aún posible, la pequeña felicidad en que creyó haber vivido en los últimos seis meses. Pero también es cierto que Tertuliano Máximo Afonso no le dirá, como la cosa más natural de este mundo, Mira que he descubierto un tipo que es mi exacto duplicado y que ese tipo aparece como actor en unas cuantas películas de éstas, en ningún caso lo diría, y todavía menos, si está permitido unir estas últimas palabras a las inmediatamente anteriores, cuando la frase podría ser interpretada por María Paz como una maniobra más de distracción, ella que vino para saber cuánto tendrá que pagar para que le sea restituida la pequeña felicidad en que creyó haber vivido en los últimos seis meses, que nos sea perdonada esta repetición en nombre del derecho que a cualquier persona asiste de decir una y otra vez dónde le duele. Se hizo un silencio difícil, María Paz debería tomar ahora la palabra, desafiarlo, Si ya has acabado tu estúpido discurso sobre esa patraña de las señales ideológicas, hablemos de nosotros, pero el miedo le hizo de repente un nudo en la garganta, el pavor de que la más simple palabra pudiese hacer estallar el cristal de su frágil esperanza, por eso se calla, por eso espera que Tertuliano Máximo Afonso comience, y Tertuliano Máximo Alonso está con los ojos bajos, parece absorto en la contemplación de sus zapatillas y de la pálida franja de piel que asoma donde terminan las perneras de los pantalones del pijama, la verdad es otra bien diferente, Tertuliano Máximo Afonso no se atreve a levantar los ojos por miedo a que se desvíen hacia los papeles que están sobre el escritorio, la lista de las películas y de los nombres de los actores, con sus crucecitas, sus tachaduras, sus interrogaciones, todo tan apartado del maldito discurso sobre las señales ideológicas, que en este momento le parece que ha sido obra de otra persona. Al contrario de lo que generalmente se piensa, las palabras auxiliares que abren camino a los grandes y dramáticos diálogos son por lo general modestas, comunes, corrientes, nadie diría que preguntar, Quieres un café, pudiera servir de introducción a un amargo debate sobre sentimientos que se perdieron o sobre la dulzura de una reconciliación a la que no se sabe cómo llegar. María Paz debería haber respondido con la merecida sequedad, No he venido a tomar café, pero mirando a su interior, vio que no era así, vio que realmente había venido para tomar un café, que su propia felicidad, imagínese, dependía de ese café. Con una voz que sólo quería mostrar cansada resignación pero que el nerviosismo hacía estremecer, dijo, Pues sí, y añadió, yo misma lo preparo. Se levantó del sillón, y no es que se detuviera al pasar junto a Tertuliano Máximo Afonso, cómo conseguiremos explicar lo que pasó, juntamos palabras, palabras y palabras, esas de las que ya hablamos en otro lugar, un pronombre personal, un adverbio, un verbo, un adjetivo, y, por más que lo intentemos, por más que nos esforcemos, siempre acabamos encontrándonos en el lado de fuera de los sentimientos que ingenuamente queríamos describir, como si un sentimiento fuese un paisaje con montañas a lo lejos y árboles cercanos, pero es verdad verdadera que el espíritu de María Paz suspendió sutilmente el movimiento rectilíneo del cuerpo, a la espera quién sabe de qué, tal vez de que Tertuliano Máximo Afonso se levantase para abrazarla, o le tomara suavemente la mano abandonada, y eso es lo que sucedió, primero la mano que retuvo la mano, después el abrazo que no osó ir más allá de una proximidad discreta, ella no le ofreció la boca, él no la buscó, hay ocasiones en que es mil veces preferible hacer de menos que de más, se entrega el asunto al gobierno de la sensibilidad, ella, mejor que la inteligencia racional, sabrá proceder según lo que más convenga a la perfección plena de los instantes siguientes, si para tanto nacieron. Se desprendieron despacio, ella sonrió un poco, el sonrió un poco más, pero nosotros sabemos que Tertuliano Máximo Afonso tiene otra idea en la cabeza, que es retirar de la vista de María Paz, lo más deprisa posible, los papeles delatores, por eso no es de extrañar que casi la haya empujado a la cocina, Venga, haz el café, mientras yo intento arreglar este caos, y entonces sucedió lo inaudito, como si no le diese importancia a las palabras que salían de su boca o como si no las entendiese completamente, ella murmuró, El caos es un orden por descifrar, Qué, qué has dicho, preguntó Tertuliano Máximo Afonso, que ya tenía la lista de los nombres a salvo, Que el caos es un orden por descifrar, Dónde has leído eso, a quién se lo has oído, Se me acaba de ocurrir, no creo haberlo leído nunca, y oírselo a alguien, de eso estoy segura que no, Pero cómo te ha salido una frase así, Qué tiene de especial la frase, Tiene mucho, No sé, tal vez porque trabajo en el banco con algoritmos, y los algoritmos, cuando se presentan mezclados, confundidos, para quien no los conoce pueden parecer elementos caóticos, aunque en ellos existe, latente, un orden, verdaderamente creo que los algoritmos no tienen sentido fuera de cualquier orden que se les dé, el problema está en saber encontrarlo, Aquí no hay algoritmos, Pero hay un caos, tú mismo lo has dicho, Unos cuantos vídeos desordenados, nada más, Y también las imágenes que tienen dentro, pegadas unas a otras de manera que describan una historia, o sea, un orden, y los caos sucesivos que las imágenes formarían si las esparciéramos antes de volver a pegarlas para organizar historias diferentes, y los sucesivos órdenes que iríamos obteniendo, siempre dejando atrás un caos ordenado, siempre avanzando hacia el interior de un caos por ordenar, Las señales ideológicas, dijo Tertuliano Máximo Afonso, poco seguro de que la referencia viniese a propósito, Sí, las señales ideológicas, si así quieres llamarlo, Da la impresión de que no me crees, No importa si te creo o no te creo, tú sabrás lo que andas buscando, Lo que me cuesta entender es cómo se te ha ocurrido ese hallazgo, la idea de un orden contenido en el caos y que puede ser descifrado en su interior, Quieres decir que en todos estos meses, desde que nuestra relación se inició, nunca me has considerado suficientemente inteligente para tener ideas, Qué dices, no es eso, tú eres una persona bastante inteligente, aunque, Aunque, no necesitas terminar, menos inteligente que tú, y, claro está, me falta la buena preparacioncita básica, soy una pobre empleada de banco, Déjate de ironías, nunca he pensado que seas menos inteligente que yo, lo que quiero decir es que esa idea tuya es absolutamente sorprendente, Inesperada en mí, En cierto modo, sí, El historiador eres tú, pero creo saber que nuestros antepasados sólo después de haber tenido las ideas que los hicieron inteligentes comenzaron a ser lo suficientemente inteligentes para tener ideas, Ahora me sales paradójica, heme aquí de asombro en asombro, dijo Tertuliano Máximo Afonso, Antes de que acabes transformándote en estatua de sal, voy a hacer café, sonrió María Paz, y mientras iba por el pasillo que la conducía a la cocina, decía, Organiza el caos, Máximo, organiza el caos. La lista de nombres fue rápidamente guardada en un cajón cerrado con llave, las cintas sueltas volvieron a sus cajas respectivas, El paralelo del terror, que estaba en el aparato, siguió el mismo camino, nunca había sido tan fácil ordenar un caos desde que el mundo es mundo. Nos ha enseñado, sin embargo, la experiencia que siempre algunas puntas quedan por atar, siempre alguna leche se derrama por el camino, siempre algún alineamiento se tuerce hacia dentro o hacia fuera, lo que, aplicado a la situación en análisis, significa que Tertuliano Máximo Afonso es consciente de que ya tiene la guerra perdida antes de haberla comenzado. En el punto en que las cosas están, por culpa de la superior estupidez de su discurso sobre las señales ideológicas, y ahora con el golpe maestro que ha sido la frase sobre la existencia de un orden en el caos, un orden descifrable, es imposible decirle a la mujer que está haciendo el café ahí dentro, Nuestra relación ha terminado, podemos seguir siendo amigos en el futuro, si quieres, pero nada más que eso, o, Siento mucho tener que darte este disgusto, pero, sopesando mis sentimientos hacia ti, ya no encuentro el entusiasmo del principio, o aun, Fue bonito, lo fue, pero se acabó, bonita mía, a partir de hoy tú por un lado y yo por otro. Tertuliano Máximo Afonso le da vueltas a la conversación, intentando descubrir dónde ha fracasado su táctica, si es que tenía alguna, si es que no se dejó simplemente dirigir por los cambios de humor de María Paz, como si se tratase de súbitos focos de incendio que era necesario apagar a medida que surgían, sin darse cuenta entretanto de que el fuego continuaba labrando bajo sus pies. Ella siempre ha estado más segura que yo, pensó, y en ese momento vio claramente las causas de su derrota, esta figura caricata despeinada y sin afeitar, con las zapatillas en chancleta, las rayas del pantalón del pijama parecían listas mustias, los faldones de la bata cada uno a una altura, hay decisiones en la vida que para tomarlas es aconsejable estar vestido de calle, con la corbata puesta y los zapatos limpios, ésa es la manera noble, exclamar en tono ofendido, Si mi presencia le incomoda, señora, no es necesario que me lo diga, y acto seguido salir por la puerta, sin mirar atrás, mirar atrás es un riesgo tremendo, puede la persona transformarse en estatua de sal y quedarse allí a merced de la primera lluvia. Mas Tertuliano Máximo Afonso tiene ahora otro problema que resolver, y ése requiere mucho tacto, mucha diplomacia, una habilidad de maniobra que hasta ese momento le ha faltado, ya que, como hemos visto, la iniciativa siempre estuvo en manos de María Paz, desde que al llegar se lanzó a los brazos del amante como una mujer a punto de ahogarse. Fue precisamente eso lo que Tertuliano Máximo Afonso pensó, dividido entre la admiración, la contrariedad y una especie de peligrosa ternura, Parecía que estaba ahogándose y tenía los pies bien asentados en el suelo. Volviendo al problema, Tertuliano Máximo Afonso no podrá dejar a María Paz sola en la sala. Imaginemos que aparece con el café, por cierto no se entiende por qué está tardando tanto, un café se hace en un santiamén, ya estamos lejos del tiempo en que era necesario colarlo, imaginemos que, después de haberlo tomado en santa armonía, ella le dice con segundas intenciones, o incluso sin primeras, Arréglate, mientras pongo uno de estos vídeos a ver si descubro alguna de tus famosas señales ideológicas, imaginemos que por una suerte maldita apareciese en la figura de un portero de boite o de un cajero de banco el duplicado de Tertuliano Máximo Afonso, imaginemos el grito que daría María Paz, Máximo, Máximo, ven, corre, ven a ver a un actor igualito que tú, a un auxiliar de enfermería, realmente, podrá llamársele de todo, buen samaritano, providencia divina, hermano de la caridad, señal ideológica eso sí que no. Pero, nada de esto va a suceder, María Paz traerá el café, ya se oyen sus pasos por el corredor, la bandeja con las dos tazas y el azucarero, unas galletas para alegrar el estómago, y todo pasará como Tertuliano Máximo Afonso nunca habría osado soñar, tomarán el café en silencio, en un silencio que era de compañía, no hostil, el perfecto bienestar doméstico que para Tertuliano Máximo Afonso se convirtió en gloria bendita cuando la oyó decir, Mientras tú te arreglas, yo organizo el caos de la cocina, luego te dejo en paz con tu estudio, El estudio, el estudio, no hablemos más del estudio, dijo Tertuliano Máximo Afonso para retirar esta inoportuna piedra del medio del camino, pero consciente de que acababa de poner otra en su lugar, más difícil de remover, como no tardará en comprobarse. Fuese como fuese, Tertuliano Máximo Afonso no quería dejar nada entregado al acaso, se afeitó en un ay, se lavó como un rayo, se vistió en un suspiro, y tan rápidamente lo hizo todo que cuando entró en la cocina llegó a tiempo de secar la loza. Entonces se vivió en esta casa el cuadro tan enternecedoramente familiar que es un hombre secando los platos y la mujer colocándolos, podría haber sido al contrario, pero el destino o la casualidad, llámenle como quieran, decidió que fuera así para que tuviera que ocurrir lo que ocurrió en un momento en que María Paz levantaba altos los brazos para colocar la bandeja en una balda, ofreciendo sin darse cuenta, o sabiéndolo muy bien, la cintura delgada a las manos de un hombre que no fue capaz de resistir la tentación. Tertuliano Máximo Afonso dejó a un lado el paño de la loza y, mientras la taza, que se le escapó, se hacía añicos en el suelo, abrazó a María Paz, atrayéndola furiosamente hacia sí, el espectador más objetivo e imparcial no tendría dudas en reconocer que el llamado entusiasmo del principio nunca podría haber sido mayor que éste. La cuestión, la dolorosa y sempiterna cuestión, es saber cuánto tiempo durará esto, si será realmente el reencender de un afecto que algunas veces habrá sido confundido con amor, con pasión, incluso, o si nos encontramos sólo, y una vez más, ante el archiconocido fenómeno de la vela que al extinguirse levanta una luz más alta e insoportablemente brillante, insoportable por ser la última, no porque la rechacen nuestros ojos, que bien querrían seguir absortos en ella. Decíamos que mientras el palo va y viene, las espaldas huelgan, bueno, las espaldas, propiamente dichas, son las que menos están holgando en este momento, hasta podríamos decir, si aceptásemos ser groseros, que mucho más restará holgando él, pero lo cierto, aunque no se encuentren aquí grandes razones para lirismos exaltados, es que la alegría, el placer, el gozo de estos dos, tumbados sobre la cama, uno sobre otro, literalmente enganchados de piernas y brazos, nos haría quitarnos respetuosamente el sombrero y desearles que sea así siempre, a éstos o a cada uno de ellos con quienes la suerte los haga emparejar en el futuro, si la vela que ahora arde no dura más que el breve y último espasmo, ese que en el mismo instante en que nos derrite, nos endurece y aparta. Los cuerpos, los pensamientos. Tertuliano Máximo Afonso piensa en las contradicciones de la vida, en el hecho de que para ganar una batalla a veces es necesario perderla, véase este caso de ahora, ganar habría sido conducir la conversación hacia la ansiada, total y definitiva ruptura, esa batalla, por lo menos en los tiempos venideros, tiene que darla por perdida, pero ganar sería conseguir desviar de los vídeos y del imaginario estudio sobre las señales ideológicas la atención de María Paz, y esa batalla, por ahora, está ganada. Dice la sabiduría popular que nunca se puede tener todo, y no le falta razón, el balance de las vidas humanas juega constantemente sobre lo ganado y lo perdido, el problema está en la imposibilidad, igualmente humana, de que nos pongamos de acuerdo sobre los méritos relativos de lo que se debería perder y de lo que se debería ganar, por eso el mundo está en el estado en que está. María Paz también piensa, pero, siendo mujer, luego más próxima a las cosas elementales y esenciales, recuerda la angustia que traía en el alma cuando entró en esta casa, su certeza de que se iría de aquí vencida y humillada, y resulta que había ocurrido lo que en ningún momento le pasó por la fantasía, estar en la cama con el hombre al que ama, lo que muestra cuánto tiene todavía que aprender esta mujer si ignora que muchas dramáticas discusiones de pareja es justo ahí donde acaban y se resuelven, no porque los ejercicios del sexo sean la panacea de todos los males físicos y morales, aunque no falten quienes así piensan, sino porque, agotadas todas las fuerzas de los cuerpos, los espíritus aprovechan para levantar tímidamente el dedo y pedir autorización para entrar, preguntan si se les permite hacer oír sus razones, y si ellos, cuerpos, están preparados para prestarles atención. Es entonces cuando el hombre le dice a la mujer, o la mujer al hombre, Qué locos somos, qué estúpidos hemos sido, y uno de ellos, misericordioso, calla la respuesta justa que sería, Tú, tal vez, yo he estado esperándote, aunque parezca imposible, es este silencio lleno de palabras no dichas el que salva lo que se creía perdido, como una balsa que avanza desde la niebla pidiendo sus marinos, con sus remos y su brújula, su vela y su arca de pan. Propuso Tertuliano Máximo Afonso, Podemos almorzar juntos, no sé si estás disponible, Naturalmente que sí, siempre lo estoy, Está tu madre, quería decir, Le he dicho que me apetecía dar un paseo sola, que quizá no comiera en casa, Una disculpa para venir aquí, No exactamente, ya estaba fuera de casa cuando decidí venir a hablar contigo, Ya está hablado, Qué quieres decir, preguntó María Paz, que todo va a seguir entre nosotros como antes, Claro. Se esperaría un poco más de elocuencia de Tertuliano Máximo Afonso, pero él siempre podrá defenderse, No tuve tiempo, ella se me abrazó y se puso a besarme, y luego yo a ella, al poco ya estábamos otra vez enroscados, fue un que-dios-te-ayude, Y le ayudó, preguntó la voz desconocida que hace tanto tiempo no oíamos, No sé si fue él, pero que valió la pena, vaya que si valió, Y ahora, Ahora, vamos a almorzar, Y no hablan más del asunto, Qué asunto, El que tienen entre manos, Ya está hablado, No está, Está, Entonces se han alejado las nubes, Se han alejado, Quiere decir que ya no piensa en rupturas, Eso es otra cosa, dejemos para el día de mañana lo que al día de mañana pertenece, Es una buena filosofía, La mejor, Siempre que se sepa qué es lo que le pertenece al día de mañana, Mientras no lleguemos no se puede saber, Tiene respuestas para todo, También usted las tendría si se encontrara en la necesidad de mentir tanto cuanto yo he mentido en los últimos días, Entonces, vayan a almorzar, Sí, nos vamos, Buen provecho, y luego, Luego la llevo a casa y regreso, Para ver los vídeos, Sí, para ver los vídeos, Buen provecho, se despidió la voz desconocida. María Paz ya se había levantado, se oía correr el agua de la ducha, tiempos atrás siempre se duchaban juntos después de haber hecho el amor, pero esta vez ni a ella se le ocurrió ni él tuvo la ocurrencia, o ambos lo pensaron, pero prefirieron callar, hay momentos en que lo mejor es que una persona se contente con lo que ya tiene, no sea que lo vaya a perder todo.

Eran más de las cinco de la tarde cuando Tertuliano Máximo Afonso regresó a casa. Tanto tiempo perdido, pensaba, mientras abría el cajón donde guardaba la lista y dudaba entre De brazo dado con la suerte y Los ángeles también bailan. No llegará a ponerlos en el vídeo, por eso nunca llegará a saber que su duplicado, ese actor igualito que él, como podría haber dicho María Paz, hacía de croupier en la primera película y de profesor de danza en la segunda. De repente se irritó con la obligación que a sí mismo se había impuesto de seguir el orden cronológico de producción, desde el más antiguo hasta el más reciente, creyó que no sería mala idea variar, quebrar la rutina, Voy a ver La diosa del escenario, dijo. No habían pasado diez minutos cuando su sosia apareció interpretando el papel de un empresario teatral. Tertuliano Máximo Afonso sintió un golpe en la boca del estómago, mucho cambio hubo en la vida de este actor para representar ahora a un personaje que iba ganando cada vez más importancia después de haber sido, durante años, fugazmente, recepcionista, cajero de un banco, auxiliar de enfermería, portero de boite y fotógrafo de policía. Al cabo de media hora no aguantó más, avanzó la cinta a toda velocidad hasta el final, pero, al contrario de lo que esperaba, no encontró en el elenco de actores ninguno de los nombres que tenía en la lista. Volvió al principio, al genérico principal, al que, por la fuerza de la costumbre, no había prestado atención, y vio. El actor que representa el papel de empresario teatral en la película La diosa del escenario se llama Daniel Santa-Clara.

Descubrimientos en fin de semana no son menos válidos y estimables que los que se producen o expresan en cualquier otro día, los denominados hábiles. En un caso como en otro, el autor del descubrimiento informará de lo sucedido a los ayudantes, si es que hacían horas extraordinarias, o a la familia, si la tenía cerca, a falta de champán se brindó con un vino espumoso que esperaba su día en el frigorífico, se dieron y recibieron felicitaciones, se anotaron los datos para la patente, y la vida, imperturbable, prosiguió, después de haber demostrado una vez más que la inspiración, el talento o la casualidad no eligen, para manifestarse, ni días ni lugares. Raros habrán sido los casos en que el descubridor, por vivir solo y trabajar sin auxiliares, no tuvo a su alcance por lo menos a una persona con quien compartir la alegría de haber regalado al mundo la luz de un nuevo conocimiento. Más extraordinaria todavía, más rara, si no única, es la situación en que se encuentra Tertuliano Máximo Afonso, que además de no tener a quién comunicar que ha descubierto el nombre del actor que es su vivo retrato, también tiene que cuidarse de ocultar el hallazgo. De hecho no es imaginable un Tertuliano Máximo Afonso corriendo a llamar a la madre, o a María Paz, o al colega de Matemáticas, diciendo, con palabras atropelladas por la excitación, Lo he descubierto, lo he descubierto, el tipo se llama Daniel Santa-Clara. Si hay algún secreto en la vida que quiera conservar bien guardado, que nadie pueda ni siquiera sospechar de su existencia, es precisamente éste. Por temor a las consecuencias, Tertuliano Máximo Afonso está obligado, tal vez para siempre, a guardar absoluto silencio sobre el resultado de sus investigaciones, ya sea las de la primera fase, que hoy han culminado, ya sea las que venga a realizar en el futuro. Y está también obligado, por lo menos hasta el lunes, a la inactividad más completa. Sabe que su hombre se llama Daniel Santa-Clara, pero ese saber le sirve tan poco como poder decir que Aldebarán es una estrella e ignorar todo sobre ella. La empresa productora estará cerrada hoy y mañana, no merece la pena intentar hablar por teléfono, en el mejor de los casos le atendería un vigilante de seguridad que se limitaría a decir, Llame el lunes, hoy no se trabaja, Creía que para una productora de cine no habría domingos ni festivos, que filmarían todos los días que Nuestro Señor manda al mundo, sobre todo en primavera y verano, para no perderse las horas de sol, alegaría Tertuliano Máximo Afonso queriendo mantener la conversación, Esos asuntos no son de mi área, no son de mi competencia, sólo soy un empleado de seguridad, Una seguridad bien entendida debería estar informada de todo, No me pagan para eso, Es una pena, Desea alguna cosa más, preguntaría impaciente el hombre, Dígame al menos si sabe quién da las informaciones sobre los actores, No sé, no sé nada, ya le he dicho que soy de seguridad, llame el lunes, repetiría el hombre exasperado, si es que no deja salir de su boca algunas de las palabras groseras que la impertinencia del interlocutor estaba mereciendo. Sentado en el sillón, el que está frente al televisor, rodeado de vídeos, Tertuliano Máximo Afonso reconocía para sí mismo, No hay otro remedio, tendré que esperar hasta el lunes para telefonear a la productora. Lo dijo y en ese instante sintió una punzada en la boca del estómago, como un súbito miedo. Fue rápido, pero el temblor subsiguiente todavía se prolongó durante algunos segundos, como la vibración inquietante de una cuerda de contrabajo. Para no pensar en lo que le había parecido una especie de amenaza, se preguntó qué podría hacer el resto del fin de semana, lo que todavía falta de hoy y el día de mañana, cómo ocupar tantas horas vacías, un recurso sería ver las películas que faltan, pero eso no le aportaría más información, sólo vería su cara en otros papeles, quién sabe si un profesor de baile, tal vez un bombero, tal vez un croupier, un carterista, un arquitecto, un profesor de primaria, un actor en busca de trabajo, su cara, su cuerpo, sus palabras, sus gestos, hasta la saturación. Podía telefonear a María Paz, pedirle que viniera a verlo, mañana si no puede ser hoy, pero eso significaría atarse con sus propias manos, un hombre que se respeta no pide ayuda a una mujer, incluso no sabiéndolo ella, para después mandarla a paseo. En ese momento, un pensamiento que ya había asomado algunas veces la cabeza por detrás de otros con más suerte, sin que Tertuliano Máximo Afonso le hubiese prestado atención, consiguió pasar de súbito a la primera fila, Si vas a la guía telefónica, dijo, podrás saber dónde vive, no necesitarás preguntar a la productora, y hasta, en caso de estar dispuesto, podrás ir a ver la calle, y la casa, claro está que deberás tener la prudencia elemental de disfrazarte, no me preguntes de qué, eso es cosa tuya. El estómago de Tertuliano Máximo Afonso dio otra vez señal, este hombre se niega a comprender que las emociones son sabias, que se preocupan de nosotros, mañana recordarán, Mira que te avisamos, pero en ese momento, según todas las probabilidades, ya será demasiado tarde. Tertuliano Máximo Afonso tiene la guía telefónica en las manos, trémulas buscan la letra S, hojean adelante y atrás, aquí está. Son tres los Santa-Clara y ninguno es Daniel. La decepción no fue grande. Una búsqueda tan trabajosa no podía terminar así, sin más ni más, sería ridículamente simplista. Es verdad que las guías telefónicas siempre han sido uno de los primeros instrumentos de investigación de cualquier detective particular o policía de barrio dotado de luces básicas, una especie de microscopio de papel capaz de sacar la bacteria sospechosa hasta la curva de percepción visual del pesquisador, pero también es verdad que este método de identificación tiene sus espinas y fracasos, son los nombres que se repiten, son los contestadores sin compasión, son los silencios desconfiados, es esa frecuente y desalentadora respuesta, Ese señor ya no vive aquí. El primero y, por lógico, acertado pensamiento de Tertuliano Máximo Afonso es que el tal Daniel Santa-Clara no haya querido que su nombre figurase en la guía. Algunas personas influyentes de más relevante evidencia social adoptan ese procedimiento, a eso se llama defensa del sagrado derecho a la privacidad, lo hacen, por ejemplo, los empresarios y los financieros, los politicastros de primera grandeza, las estrellas, los planetas, los cometas y los meteoritos del cine, los escritores geniales y meditabundos, los cracks del fútbol, los corredores de fórmula uno, los modelos de alta y media costura, también los de baja, y, por razones bastante más comprensibles, igualmente los delincuentes de las distintas especialidades del crimen prefieren el recato, la discreción y la modestia de un anonimato que hasta cierto punto los protege de curiosidades malsanas. En estos últimos casos, incluso si sus hazañas los convierten en famosos, podemos tener la certeza de que nunca los encontraremos en un anuario telefónico. Ahora bien, no siendo Daniel Santa-Clara, por lo que de él vamos conociendo, un delincuente, no siendo tampoco, y sobre ese punto no puede quedarnos ninguna duda, a pesar de pertenecer a la misma profesión, una estrella de cine, el motivo de la no presencia de su nombre en el reducido grupo de los apellidados Santa-Clara tendría que causar una viva perplejidad, de la que sólo será posible salir reflexionando. Fue ésa precisamente la ocupación a que se entregó Tertuliano Máximo Afonso mientras nosotros, con reprobable frivolidad, discurríamos sobre la variedad sociológica de las personas que, en el fondo, apreciarían estar presentes en un listín telefónico particular, confidencial, secreto, una especie de otro anuario de Gotha que registrase las nuevas formas de nobilitación en las sociedades modernas. La conclusión a que Tertuliano Máximo Afonso llegó, aunque pertenezca a la clase de las que saltan a la vista, no es por eso menos merecedora de aplauso, puesto que demuestra que la confusión mental que ha venido atormentando los últimos días al profesor de Historia todavía no se ha transformado en impedimento para un libre y recto pensar. Es cierto que el nombre de Daniel Santa-Clara no se encuentra en la guía telefónica, pero eso no significa que no pueda haber una relación, digámoslo así, de parentesco, entre una de las tres personas que figuran y el Santa-Clara actor de cine. Tampoco costará admitir la probabilidad de que todos pertenezcan a la misma familia, o incluso, si vamos por este camino, que Daniel Santa-Clara viva en una de esas casas y que el teléfono de que se sirve esté aún, por ejemplo, a nombre de su fallecido abuelo. Si, como antiguamente se contaba a los niños, para ilustración de las relaciones entre las pequeñas causas y los grandes efectos, una batalla se perdió porque se le soltó una de las herraduras a un caballo, la trayectoria de las deducciones e inducciones que llevaron a Tertuliano Máximo Afonso a la conclusión que acabamos de exponer, no se nos antoja más dudosa y problemática que aquel edificante episodio de la historia de las guerras cuyo primer agente y final responsable sería, en resumidas cuentas y sin margen para objeciones, la incompetencia profesional del herrero del ejército vencido. Qué paso dará ahora Tertuliano Máximo Afonso, ésa es la candente cuestión. Tal vez se contente con haber devanado el problema con vistas al ulterior estudio de las condiciones para la definición de una táctica de aproximación no frontal, de esas prudentes que proceden con pequeños avances y mantienen siempre un pie atrás. Quien lo vea, sentado en el sillón, en el que comenzó esta que es ya, a todos los títulos, una nueva fase de su vida, con el dorso curvado, los codos sobre las rodillas y la cabeza entre las manos, no imagina el duro trabajo que va por ese cerebro, pesando alternativas, midiendo opciones, estimando variantes, anticipando lances, como un jugador de ajedrez. Ha pasado media hora, y no se mueve. Y otra media hora tendrá que pasar hasta que de repente lo veamos levantarse, ir al escritorio y sentarse allí con la lista telefónica abierta por la página del enigma. Es manifiesto que ha tomado una viril decisión, admiremos el coraje de quien finalmente vuelve la espalda a la prudencia y decide atacar de frente. Marcó el número del primer Santa-Clara y esperó. Nadie respondió y no había contestador. Marcó el segundo y atendió una voz de mujer, Diga, Buenas tardes, señora, perdone que la moleste, pero me gustaría hablar con don Daniel Santa-Clara, me han dicho que vive en esa casa, Está equivocado, ese señor ni vive aquí ni ha vivido nunca, Pero el apellido, El apellido es una coincidencia, como tantas otras, Si al menos fueran de la misma familia quizá me pueda ayudar a encontrarlo, Ni siquiera lo conozco, A él, A él y a usted, Perdone, debería haberle dicho mi nombre, No me lo diga, no me interesa, Por lo visto, me informaron mal, Así es, por lo visto, Gracias por su atención, De nada, Buenas tardes, y perdone la molestia, Buenas tardes. Sería natural, después de este intercambio de palabras, inexplicablemente tenso, que Tertuliano Máximo Afonso hiciera una pausa para recuperar la serenidad y la normalidad del pulso, pero tal no sucedió. Hay situaciones en la vida en las que ya nos da lo mismo perder por diez que perder por cien, lo que queremos es conocer lo más rápidamente posible la última cifra del desastre, para luego no volver a pensar más en el asunto. El tercer número fue marcado sin vacilación, una voz de hombre preguntó, bruscamente, Quién es. Tertuliano Máximo Afonso se sintió como pillado en falta, balbuceó un nombre cualquiera, Qué desea, volvió a preguntar la voz, el tono seguía siendo desabrido, pero, curiosamente, no se percibía ninguna hostilidad, hay personas así, la voz les sale de tal manera que parece que están irritadas con todo el mundo, y, finalmente, se ve que tienen un corazón de oro. Esta vez, dada la brevedad del diálogo, no llegaremos a saber si el corazón de la persona está hecho realmente de aquel nobilísimo metal. Tertuliano Máximo Afonso manifestó su deseo de hablar con don Daniel Santa-Clara, el hombre de la voz irritada respondió que no vivía allí nadie con ese nombre, y la conversación no parecía que pudiera avanzar mucho más, no merecía la pena repisar la curiosa coincidencia de los apellidos ni la posible casualidad de una relación familiar que encaminase al interesado a su destino, en casos así las preguntas y las respuestas se repiten, son las mismas de siempre, Fulano está, Fulano no vive aquí, pero esta vez surgió una novedad, y fue que el hombre de las cuerdas vocales destempladas recordó que hacía más o menos una semana otra persona le había telefoneado con idéntica pregunta, Supongo que no sería usted, por lo menos su voz no se parece, tengo muy buen oído para distinguir voces, No, no fui yo, dijo Tertuliano Máximo Afonso, súbitamente perturbado, y esa persona quién era, un hombre o una mujer, Era un hombre, claro, Sí, era un hombre, qué cabeza la suya, es evidente que por mucha diferencia que pueda existir entre las voces de dos hombres, muchas más habría entre una voz femenina y una voz masculina, Aunque, añadió el interlocutor a la información, ahora que lo pienso, hubo un momento en que me pareció que se estaba esforzando por desfigurarla. Después de haber agradecido, como debía, la atención, Tertuliano Máximo Afonso posó el auricular en el aparato y se quedó mirando los tres nombres en la guía. Si el tal hombre llamó preguntando por Daniel Santa-Clara, la simple lógica de procedimiento lo obligaba a tener que, como él mismo estaba haciendo, llamar a los tres números. Tertuliano Máximo Afonso desconocía, obviamente, si de la primera casa le habría respondido alguien, y todo indicaba que la mal dispuesta mujer con quien habló, ésa sí, persona grosera pese al tono neutro de la voz, o no se acordaba o no consideró necesario mencionar el hecho, o, lo más lógico, que no fuera quien atendiera la llamada. Tal vez porque viva solo, se dijo Tertuliano Máximo Afonso, tengo tendencia a imaginar que los otros viven de la misma manera. De la fortísima perturbación que le causó la noticia de que un desconocido andaba también buscando a Daniel Santa-Clara le quedó una inquieta sensación de desconcierto, como si se encontrara ante una ecuación de segundo grado después de haber olvidado cómo se resuelven las de primero. Probablemente sería algún acreedor, pensó, es lo más seguro, un acreedor, suele ser así entre artistas y literatos, gente que casi siempre lleva una vida irregular, habrá dejado a deber dinero en esos sitios donde se juega y ahora quieren hacerle pagar. Tertuliano Máximo Afonso había leído tiempos atrás que las deudas de juego son las más sagradas de todas, hay hasta quien las llama deudas de honor, y aunque no comprendiera por qué el honor tendría más que ver en estos casos que en otros, aceptó el código y la prescripción como algo que no le incumbía, Allá ellos, pensó. Sin embargo, hoy hubiera preferido que de sagrado no tuviesen nada esas deudas, que fuesen de las comunes, de las que se perdonan y olvidan, como en el antiguo padrenuestro además de rogar también se prometía. Para amenizar el espíritu, fue a la cocina a prepararse un café y, mientras lo tomaba, hizo balance de la situación. Todavía me falta esa llamada, dos cosas pueden suceder cuando la haga, o me dicen que desconocen el nombre y la persona, y el asunto por ese lado queda cerrado, o me responden que sí, que vive allí, y entonces lo que haré será colgar, en este momento sólo me importa saber dónde vive.

Con el ánimo fortalecido por el impecable raciocinio lógico que acababa de producir y por la no menos impecable conclusión, regresó a la sala. La guía telefónica seguía abierta sobre el escritorio, los tres Santa-Clara no habían cambiado de sitio. Marcó el número del primero y esperó. Esperó y siguió a la espera después de saber que ya no lo atenderían. Hoy es sábado, pensó, probablemente están fuera. Colgó el teléfono, había hecho todo cuanto estaba a su alcance, de irresolución o timidez nadie lo podría acusar. Miró el reloj, era una buena hora para salir a cenar, pero el tétrico recuerdo de los manteles del restaurante, blancos como sudarios, los míseros búcaros con flores de plástico sobre las mesas, y, sobre todo, la permanente amenaza del rape, le hicieron cambiar de idea. En una ciudad de cinco millones de habitantes hay, evidentemente, restaurantes en proporción, por lo menos varios miles, y aunque excluya, por una razón, los lujosos, y por otra, los insufribles, todavía le restaría un amplísimo campo de elección, por ejemplo, ese lugar agradable donde almorzó hoy con María Paz, una casualidad al paso, pero a Tertuliano Máximo Afonso no le gustaba la perspectiva de que lo vieran ahora entrar solo cuando antes apareció tan bien acompañado. Decidió, por tanto, no salir, comería, según la expresión consagrada, cualquier cosa, y se iría a la cama temprano. Ni iba a necesitar abrirla, estaba todavía como la dejaron, las sábanas enrolladas a los pies, las almohadas sin mullir, el olor del amor frío. Pensó que sería conveniente telefonear a María Paz, decirle una palabra cordial, una sonrisa que ella sentiría al otro lado, es verdad que la relación de éstos acabará día antes día después, pero hay obligaciones tácticas de delicadeza que no pueden ni deben ser menospreciadas, sería dar muestras de una grave insensibilidad, por no decir de indisculpable grosería moral, comportarse como si, en esta casa, esta mañana, no hubiesen ocurrido algunas de esas acciones apacibles, beneficiosas y regocijantes que, aparte de dormir, suelen pasar en la cama. Ser hombre no debería significar nunca un impedimento para actuar como un caballero. No tenemos dudas de que Tertuliano Máximo Afonso actuaría como tal si, por singular que parezca a primera vista, precisamente el recuerdo de María Paz no le hubiera hecho volver a su obsesiva preocupación de los últimos días, es decir, cómo encontrar a Daniel Santa-Clara. El nulo resultado de las tentativas que había hecho por teléfono no le dejaba otro camino que escribir una carta a la empresa productora, puesto que está fuera de cuestión que se presente él mismo, en carne y hueso, arriesgándose a que la persona que le vaya a informar le pregunte, Cómo está, señor Santa-Clara. El recurso al disfraz, a los clásicos postizos de barba, bigote y peluca, aparte de superlativamente ridículo, sería de lo más estúpido, le haría sentirse como un mal intérprete de melodrama decimonónico, como un padre noble o un cínico de cuarto acto, y, como siempre había temido que la vida lo eligiera como blanco de jugadas de mal gusto en las que tanto se esmera, tenía la certeza de que el bigote y la barba se le caerían en el justo momento en que preguntase por Daniel Santa-Clara y que la persona interrogada se echaría a reír llamando a los colegas para la fiesta, Muy gracioso, muy gracioso, venid, venid a ver a Daniel Santa-Clara preguntando por él mismo. La carta era, por tanto, el único medio y a todas luces el más seguro para alcanzar sus conspirativos designios, con la condición sine qua non de no poner en ella ni su nombre ni su dirección. En este embrollo de táctica podemos jurar que venía reflexionando últimamente, aunque de tan difusa y confusa manera que a este trabajo mental no se le debería llamar con entera propiedad pensamiento, más se trata de un fluctuar, de un vagabundear de fragmentos vacilantes de ideas que sólo ahora logran ajustarse y organizarse con pertinencia suficiente, por lo que también sólo ahora se dejan aquí registradas. La decisión que Tertuliano Máximo Afonso acaba de tomar es realmente de una simplicidad desconcertante, de una meridiana y transparente claridad. No tiene la misma opinión el sentido común, que acaba de entrar por la puerta, preguntando, indignado, Cómo es posible que semejante idea haya nacido en tu cabeza, Es la única y es la mejor, respondió Tertuliano Máximo Afonso fríamente, Tal vez sea la única, tal vez sea la mejor, pero, si te interesa mi opinión, sería una vergüenza que escribas esa carta con el nombre de María Paz y dando su dirección para la respuesta, Vergüenza, por qué, Pobre de ti si necesitas que te lo expliquen, A ella no le importará, Y cómo sabes tú que no le importará, si todavía no se lo has preguntado, Tengo mis razones, Tus razones, querido amigo, son de sobra conocidas, se llaman presunción de macho, vanidad de seductor, jactancia de conquistador, Macho soy, la verdad, es ése mi sexo, pero al seductor que dices jamás lo he visto reflejado en el espejo, y en cuanto al conquistador, mejor ni hablar, si mi vida es un libro, ése es uno de los capítulos que le faltan, Gran sorpresa, Yo no conquisto, soy conquistado, Y qué explicación le vas a dar que justifique escribir una carta pidiendo informaciones sobre un actor, No le diré que estoy interesado en saber datos de un actor, Qué le dirás entonces, Que la carta está relacionada con el estudio del que le hablé, Qué estudio, No me obligues a repetirlo, Sea como sea, piensas que basta chasquear los dedos para que María Paz venga corriendo a satisfacer tus caprichos, Me limito a pedirle un favor, En el punto en que se encuentra vuestra relación has perdido el derecho de pedirle favores, Podría ser un inconveniente firmar la carta con mi propio nombre, Por qué, No se sabe qué consecuencias tendrá en el futuro, Y por qué no usas un nombre falso, El nombre sería falso, pero la dirección tendría que ser auténtica, Sigo pensando que tienes que acabar con esta maldita historia de sosias, gemelos y duplicados, Tal vez, pero no lo consigo, es más fuerte que yo, Me da la impresión de que has puesto en marcha una máquina trituradora que avanza hacia ti, avisó el sentido común, y, como el interlocutor no le respondió, se retiró moviendo la cabeza, triste con el resultado de la conversación. Tertuliano Máximo Afonso marcó el número de teléfono de María Paz, probablemente lo atendería la madre, y el breve diálogo sería una pequeña comedia más de fingimientos, grotesca y con un ligero toque patético, María Paz está, preguntaría, Quién la llama, Un amigo, Su nombre, Dígale que es un amigo, ella sabrá de quién se trata, Mi hija tiene otros amigos, Tampoco creo que sean tantos, Muchos o pocos, los que tiene tienen nombre, Está bien, dígale que soy Máximo. A lo largo de los seis meses de su relación con María Paz no han sido muchas las veces que Tertuliano Máximo ha necesitado llamarla a casa y menos las que ha sido atendido por la madre, pero siempre, por parte de ella, el tenor de las palabras y el tono de la voz fueron de suspicacia, y siempre, por parte de él, de una mal refrenada impaciencia, ella tal vez por no saber de la relación tanto cuanto le gustaría, él por la contrariedad de que supiera tanto. Los diálogos anteriores no habían diferido mucho del ejemplo que aquí se deja, sólo una muestra más de lo que podría haber sido y no fue, dado que atendió la llamada María Paz, aunque, todos, éstos y los otros, sin excepción, tendrían perfecta cabida en la referencia Incomprensión Mutua de un Breviario de Relaciones Humanas. Ya creía que no me ibas a llamar, dijo María Paz, Como ves, te has equivocado, estoy aquí, Tu silencio habría significado que el día de hoy no ha representado para ti lo mismo que para mí, Lo que haya representado, lo representa para los dos, Pero tal vez no de la misma manera ni por las mismas razones, Nos faltan los instrumentos para medir esas diferencias, si las hubiere, Sigues queriéndome, Sí, sigo queriéndote, No lo expresas con mucho entusiasmo, no has hecho nada más que repetir mis palabras, Explícame por qué no deberían servirme a mí, si a ti te sirven, Porque al ser repetidas pierden parte del poder de convencimiento que tendrían si se hubiesen dicho en primer lugar, Bravo, aplausos para el ingenio y la sutileza de la analista, Tú también sabrías esto si te dedicaras más a las lecturas de ficción, Cómo quieres que me ponga a leer ficción, novelas, cuentos, o lo que quiera que sea, si para la Historia, que es mi trabajo, me falta tiempo, ahora mismo estoy liado con un libro fundamental sobre las civilizaciones mesopotámicas, Me di cuenta, estaba sobre la mesilla de noche, Ya ves, En todo caso, no creo que andes tan apurado de tiempo, Si conocieras mi vida, no lo dirías, La conocería si tú me la dieras a conocer, No estamos hablando de eso, sino de mi vida profesional, Mucho más que una novela que leas en tus horas libres, supongo que te estará perjudicando ese famoso estudio en que andas metido, con tantas películas para ver. Tertuliano Máximo Afonso ya se había dado cuenta de que la conversación tomaba un rumbo que no le convenía, que se apartaba cada vez más de su objetivo, encajar en ella, con la mayor naturalidad posible, la cuestión de la carta, pero ahora, por segunda vez en el día, como si se tratase de un juego automático de acciones y reacciones, la propia María Paz acababa de ofrecerle la oportunidad, prácticamente, en la palma de la mano. Tendría sin embargo que ser cauteloso, no darle a entender que el motivo de la llamada era únicamente el interés, que no la llamó para hablarle de sentimientos, o de los buenos momentos que habían pasado juntos en la cama, si a pronunciar la palabra amor se le negaba la lengua. Es verdad que el asunto me interesa, dijo, conciliador, pero no hasta el punto que supones, Nadie lo diría viéndote como te vi, despeinado, en bata y zapatillas, sin afeitar, rodeado de vídeos por todas partes, no parecías el juicioso, el sensatísimo hombre que creía conocer, Estaba a mis anchas, solo en casa, entiéndelo, pero, ya que hablas de eso, se me ha ocurrido una idea que podría facilitar y acelerar el trabajo, Espero que no intentes ponerme a ver tus películas, no he hecho nada para merecer ese castigo, Tranquila, mis feroces instintos no llegan hasta ese extremo, la idea sería simplemente que escribas a la empresa productora pidiéndoles un conjunto de datos concretos, relacionados, en especial, con la red de distribución, la localización de las salas de exhibición y el número de espectadores por filme, creo que me sería muy útil y me ayudaría a sacar conclusiones, Y eso qué tiene que ver con las señales ideológicas que buscas, Puede ser que no tenga tanto cuanto imagino, en todo caso quiero intentarlo, Tú sabrás, Sí, pero hay un pequeño problema, Cuál, No querría ser yo quien escribiera esa carta, Y por qué no vas a hablar personalmente, hay asuntos que se resuelven mejor cara a cara, y apuesto a que se quedarían encantados, un profesor de Historia interesándose por las películas que producen, Es precisamente lo que no quiero, mezclar mi cualificación científica y profesional con un estudio que queda fuera de mi especialidad, Por qué, No lo sabría explicar, quizá por una cuestión de escrúpulos, Entonces no veo cómo vas a solucionar una dificultad que tú mismo te estás creando, Podrías escribir tú la carta, He ahí una idea absolutamente disparatada, explícame cómo voy a escribir una carta que trate un asunto que es para mí tan misterioso como el chino, Cuando digo que escribas la carta, lo que quiero decir realmente es que la escribiría yo dando tu nombre y tu dirección, de esa manera quedaría a cubierto de cualquier indiscreción, Que no sería tan grave, supongo que en ese caso tu honra no se pondría en causa ni en duda tu dignidad, No seas irónica, ya te he dicho que es sólo una cuestión de escrúpulos, Sí, ya me lo has dicho, Y no me crees, Te creo, sí, no te preocupes, María Paz, Sí, Sabes que te quiero, Creo saberlo cuando me lo dices, después me pregunto si será verdad, Es verdad, Y esta llamada se debe a que ansiabas decírmelo o era para que escribiese la carta, La idea de la carta ha nacido de nuestra conversación, Sí, pero no pretenderás convencerme de que la tuviste justo cuando conversábamos, Es cierto que ya había pensado en ello, pero de un modo vago, De un modo vago, Sí, de un modo vago, Máximo, Dime, querida, Puedes escribir la carta, Te agradezco que hayas aceptado, la verdad es que pensé que no te importaría, una cosa tan simple, La vida, querido Máximo, me ha enseñado que nada es simple, que a veces lo parece, y que cuanto más lo parece, más hay que dudar, Estás siendo escéptica, Nadie nace escéptico, que yo sepa, Entonces, ya que estás de acuerdo, escribiré la carta en tu nombre, Supongo que tendré que firmarla, No creo que valga la pena, yo mismo inventaré una rúbrica, Por lo menos que se parezca un poco a la mía, Nunca se me ha dado muy bien lo de imitar caligrafías, pero lo haré lo mejor que pueda, Ten cuidado, vigílate, cuando una persona comienza a falsear nunca se sabe dónde acaba, Falsear no es el término exacto, falsificar habrás querido decir, Gracias por la rectificación, querido Máximo, lo que yo pretendía era manifestar el deseo de que hubiese una palabra capaz de expresar, por sí sola, el sentido de las dos, Según mi ciencia, una palabra que en sí reúna y funda el falsear y el falsificar, no existe, Si el acto existe, también debiera existir la palabra, Las que tenemos se encuentran en los diccionarios, Todos los diccionarios juntos no contienen ni la mitad de los términos que necesitaríamos para entendernos unos a otros, Por ejemplo, Por ejemplo, no sé qué palabra podría expresar ahora la superposición y confusión de sentimientos que noto dentro de mí en este instante, Sentimientos, en relación a qué, No a qué, a quién, A mí, Sí, a ti, Espero que no sea nada malo, Hay de todo, como en botica, pero tranquilízate, no te lo conseguiría explicar, por más que lo intentase, Volveremos a este tema otro día, Quieres decir que nuestra conversación ha terminado, Ni ésas han sido mis palabras, ni ése su sentido, Realmente no, perdona, En todo caso, pensándolo bien, convendría que lo dejáramos ya, es notorio que hay demasiada tensión entre nosotros, saltan chispas a cada frase que nos sale de la boca, No era ésa mi intención, Ni la mía, Pero así está sucediendo, Sí, así está sucediendo, Por eso vamos a despedirnos como niños buenos, nos deseamos buenas noches y felices sueños, hasta pronto, Llámame cuando quieras, Así lo haré, María Paz, Sí, Te quiero, Ya me lo habías dicho.

Tertuliano Máximo Afonso se pasó el dorso de la mano por la frente mojada de sudor después de colgar el auricular. Había logrado su objetivo, luego no le faltaban razones para estar satisfecho, pero la dirección de ese largo y dificultoso diálogo le perteneció siempre a ella incluso cuando parecía que no estaba sucediendo así, sujetándolo a un continuo rebajarse que no se objetivaba explícitamente en las palabras por uno y otro pronunciadas, pero que una a una iban dejando un gusto cada vez más amargo en la boca, como es común decir del sabor de la derrota. Sabía que había ganado, pero también sabía que la victoria contenía una parte de ilusión, como si cada uno de sus avances no hubiese sido más que la consecuencia mecánica de un retroceso táctico del enemigo, puentes de plata hábilmente dispuestos para atraerlo, banderas desplegadas y sonido de trompetas y tambores, hasta un punto en que tal vez se descubriría cercado sin remedio. Para alcanzar sus objetivos, había rodeado a María Paz de una red de discursos capciosos, calculados, pero, al fin y al cabo, eran los nudos con los que suponía haberla atado a ella los que limitaban la libertad de sus propios movimientos. Durante los seis meses de relación, para no dejarse prender demasiado, mantuvo a María Paz al margen de su vida privada, y ahora que había decidido terminar la relación, y para tal sólo esperaba el momento oportuno, se veía obligado a pedirle ayuda y a hacerla partícipe de actos cuyos orígenes y causas, así como las intenciones finales, ella ignoraba totalmente. El sentido común le llamaría aprovechado sin escrúpulos, pero él argüiría que la situación que estaba viviendo era única en el mundo, que no existían antecedentes que marcasen pautas de actuación socialmente aceptadas, que ninguna ley preveía el inaudito caso de duplicación de persona, y que, por consiguiente, era él, Tertuliano Máximo Afonso, quien tenía que inventar, en cada ocasión, los procedimientos, regulares o irregulares, que lo condujeran a su objetivo. La carta era uno de ellos y si, para escribirla, tuvo que abusar de la confianza de una mujer que decía amarlo, el crimen no era para tanto, otros hicieron cosas peores y nadie los exponía a la condena pública. Tertuliano Máximo Afonso metió una hoja de papel en la máquina de escribir y se puso a pensar. La carta tendrá que parecer obra de una admiradora, tendrá que ser entusiasta, pero sin exageración, ya que el actor Daniel Santa-Clara no es precisamente una estrella de cine capaz de arrancar expresiones arrobadas, en principio deberá cumplir el ritual de petición de fotografía firmada, aunque a Tertuliano Máximo Afonso lo que más le importe sea conocer dónde vive y el nombre auténtico, si, como todo indica, Daniel Santa-Clara es seudónimo de un hombre que tal vez se llame, también él, quién sabe, Tertuliano. Enviada la carta, dos hipótesis subsiguientes serán posibles, o la empresa productora responde directamente dando las informaciones pedidas, o dice que no está autorizada a proporcionarlas, y en ese caso, según todas las probabilidades, remitirá la carta al verdadero destinatario. Será así, se preguntó Tertuliano Máximo Afonso. Una rápida reflexión le hizo ver que la última posibilidad es la menos probable porque demostraría poquísima profesionalidad y todavía menor consideración por parte de la empresa al sobrecargar a sus actores con la tarea y los gastos de responder a cartas y enviar fotografías. Ojalá sea así, murmuró, todo se vendría abajo si le enviase a María Paz una carta personal. Durante un instante le pareció ver cómo se derrumbaba fragorosamente el castillo de naipes que desde hace una semana está levantando con milimétricos cuidados, pero la lógica administrativa y también la conciencia de que no tiene otro camino le ayudaron, poco a poco, a restaurar el ánimo abatido. La redacción de la carta no fue fácil, lo que explica que la vecina del piso de arriba haya oído el ruido machacón de la máquina de escribir durante más de una hora. Hubo una vez que el teléfono sonó, sonó con insistencia, pero Tertuliano Máximo Afonso no atendió. Debía de ser María Paz.

Se despertó tarde. La noche fue de sobresaltos, atravesada por sueños fugaces e inquietantes, una reunión del consejo escolar a la que faltaban todos los profesores, un pasillo sin salida, una cinta de vídeo que se negaba a entrar en el aparato, una sala de cine con la pantalla negra y en la que se exhibía una película negra, una guía telefónica con el mismo nombre repetido en todas las líneas que él no conseguía leer, un paquete postal con un pescado dentro, un hombre que llevaba una piedra a la espalda y decía, Soy amorreo, una ecuación algebraica con rostros de personas donde deberían estar las letras. El único sueño que consiguió recordar con alguna precisión era el del paquete postal, pero no fue capaz de identificar el pescado, y ahora, apenas despierto, se tranquilizaba a sí mismo pensando que, por lo menos, rape no sería, porque el rape no cabría dentro de la caja. Se levantó con dificultad, como si un esfuerzo físico excesivo e inusual le hubiese agarrotado las articulaciones, y fue a la cocina a beber agua, un vaso lleno bebido con la avidez de quien hubiera cenado un menú salado. Tenía hambre, pero no le apetecía prepararse el desayuno. Volvió al dormitorio para enfundarse la bata y se dirigió a la sala. La carta a la productora estaba sobre el escritorio, la última y definitiva de las numerosas tentativas que llenaban hasta el borde el cesto de los papeles. La releyó y le pareció que estaba bien, no se limitaba a pedir el envío de una fotografía firmada del actor de quien también, como de paso, se solicitaba la dirección de su residencia. En una alusión final, que Tertuliano Máximo Afonso no tenía reparo en considerar un golpe imaginativo y estratégico de primer orden, insinuaba algo así como la urgente necesidad de un estudio sobre la importancia de los actores secundarios, tan esencial para el desarrollo de la acción fílmica, según la autora de la carta, como la de los pequeños cursos de agua afluentes en la formación de los grandes ríos. Acreditaba Tertuliano Máximo Afonso que este metafórico y sibilino remate de la misiva eliminaría completamente la posibilidad de que la empresa la reenviara a un actor que, aunque en los últimos tiempos haya visto su nombre en los títulos de crédito iniciales de las películas en que participaba, no por eso dejaba de pertenecer a la legión de los considerados inferiores, subalternos y accesorios, una especie de mal necesario, una inoportunidad irrecusable que, según opinión del productor, siempre pesa demasiado en los presupuestos. Si Daniel Santa-Clara llegase a recibir una carta redactada en estos términos, lo más natural sería que comenzase a pensar muy seriamente en reivindicaciones salariales y sociales equiparables a su contribución como afluente del Nilo y de las Amazonas cabezas de cartel. Y si esa primera acción individual, habiendo comenzado por defender el simple bienestar egoísta del reivindicante, acabara multiplicándose, ampliándose, expandiéndose en una copiosa y solidaria acción colectiva, entonces toda la estructura piramidal de la industria del cine se vendría abajo como otro castillo de naipes y nosotros gozaríamos de la suerte inaudita, o mejor aún, del privilegio histórico de testificar el nacimiento de una nueva y revolucionaria concepción del espectáculo y de la vida. No hay peligro de que tal cataclismo venga a suceder. La carta firmada con el nombre de una mujer llamada María Paz será desviada a la sección idónea, ahí un empleado llamará la atención del jefe para la ominosa sugestión contenida en el último párrafo, el jefe hará subir sin pérdida de tiempo el peligroso papel a la consideración de su inmediato superior, en ese mismo día, antes de que el virus, por inadvertencia, pueda salir al exterior, las pocas personas que del caso tuvieran conocimiento serán instantemente conminadas a guardar silencio absoluto, de antemano recompensado por adecuados ascensos y sustanciales mejoras de salario. Quedará por decidir qué hacer con la carta, si dar satisfacción a las peticiones de fotografía firmada y de información sobre la residencia del actor, de pura rutina lo primero, algo insólito lo segundo, o simplemente proceder como si nunca hubiera sido escrita o se hubiese extraviado en la confusión de correos. El debate del consejo de administración sobre el asunto ocupará todo el día siguiente, no porque fuera difícil conseguir una unanimidad de principio, sino por el hecho de que todas las consecuencias previsibles fueran objeto de demorada ponderación, y no sólo ellas, también lo fueron algunas otras que más parecían haber sido generadas por imaginaciones enfermas. La deliberación final será, al mismo tiempo, radical y hábil. Radical porque la carta será consumida por el fuego al final de la reunión, con todo el consejo de administración mirando y respirando de alivio, hábil porque satisfará las dos peticiones de manera que garantice una doble gratitud de la peticionaria, la primera, de rutina como quedó dicho, sin ninguna reserva, la segunda, En atención a la consideración particular que su carta nos ha merecido, fueron éstos los términos, pero resaltando el carácter excepcional de la información prestada. No quedaba excluida la posibilidad de que esta María Paz, conociendo un día a Daniel Santa-Clara, ahora que va a tener su dirección, le hable de su tesis sobre los ríos afluentes aplicada a la distribución de papeles en las artes dramáticas, pero, tal como la experiencia de comunicación ha demostrado abundantemente, el poder de movilización de la palabra oral, no siendo, en lo inmediato, inferior al de la palabra escrita, e incluso, en un primer momento, quizá más apta para arrebatar voluntades y multitudes, está dotada de un alcance histórico bastante más limitado debido a que, con las repeticiones del discurso, se le fatiga rápidamente el fuelle y se le desvían los propósitos. No se ve otra razón para que las leyes que nos rigen estén todas escritas. Lo más seguro, por tanto, es que Daniel Santa-Clara, si un encuentro tal llega a producirse y si una cuestión tal fuese suscitada, no prestase a las tesis afluenciales de María Paz nada más que una atención distraída y sugiriera transferir la conversación hacia temas menos áridos, séanos disculpada una tan flagrante contradicción, considerando que era de agua de lo que hablábamos y de los ríos que la llevan.

Tertuliano Máximo Afonso, después de colocar ante él una de las cartas que María Paz le había escrito tiempo atrás, y luego de unas cuantas experiencias para soltar y adiestrar la mano, floreó lo mejor que pudo la sobria aunque elegante firma que la cerraba. Lo hizo respetando el infantil y algo melancólico deseo que ella expresó, y no porque creyera que una mayor perfección en la falsificación aportara credibilidad a un documento que, como ya fue debidamente anticipado, dentro de pocos días habrá desaparecido de este mundo, reducido a cenizas. Dan ganas de decir, Tanto trabajo para nada. La carta ya está dentro del sobre, el sello en su sitio, sólo falta bajar a la calle y echarla en el buzón de la esquina. Siendo domingo este día, la furgoneta de correos no pasará a recoger la correspondencia, pero Tertuliano Máximo Afonso ansía verse libre de la carta lo más rápidamente posible. Mientras esté aquí, ésta es su vivísima impresión, el tiempo se mantendrá parado como en un escenario desierto. Y la misma impaciencia nerviosa le está provocando la fila de vídeos del suelo. Quiere limpiar el terreno, no dejar restos, el primer acto se ha acabado, es hora de retirar el atrezo de escena. Se acabaron las películas de Daniel Santa-Clara, se acabó la ansiedad, Intervendrá en ésta, No intervendrá, Aparecerá con bigote, Llevará el pelo partido con raya, se acabaron las crucecitas ante los nombres, se acabó el rompecabezas. En ese momento le saltó a la memoria la llamada que hizo al primer Santa-Clara de la guía telefónica, aquella de la casa donde nadie respondía. Hago una nueva tentativa, se preguntó. Si la hiciera, si alguien le respondiera, si le dijeran que Daniel Santa-Clara vivía allí, la carta que tanta elaboración mental le había exigido pasaba a ser innecesaria, dispensable, podía romperla y echarla a la papelera, tan inútil como los borradores que le prepararon el camino a la redacción final. Entendió que estaba necesitando una pausa, un intervalo de descanso, aunque fuese una semana o dos, el tiempo de que llegue una respuesta de la productora, un periodo en el que hiciera como que no había visto Quien no se amaña no se apaña ni al recepcionista de hotel, sabiendo sin embargo que ese falso sosiego, esa apariencia de tranquilidad tenían un límite, un plazo a la vista, y que el telón, llegando su hora, inexorablemente, se levantaría para el segundo acto. Pero también comprendió que si no hiciese un nuevo intento permanecería de ahí en adelante atado a la obsesión de haberse portado cobardemente en una contienda a la que nadie le había desafiado y en la que, tras provocarla, entró por su única y exclusiva voluntad. Andar buscando a un hombre llamado Daniel Santa-Clara que no podía imaginar que estaba siendo buscado, he aquí la absurda situación que Tertuliano Máximo Afonso había creado, mucho más adecuada para los enredos de una ficción policial sin criminal conocido que justificable en la vida hasta aquí sin sobresaltos de un profesor de Historia. Puesto entre la espada y la pared, llegó a un acuerdo consigo mismo, Llamo una vez, si me atienden y dicen que vive allí, tiro la carta y me aguanto, ya veremos si hablo o no, pero, si no me responden, la carta sigue su curso y no volveré a llamar, suceda lo que suceda. La sensación de hambre que sentía hasta ahí fue sustituida por una especie de palpitación nerviosa en la boca del estómago, pero la decisión estaba tomada, no daría marcha atrás. El número fue marcado, el sonido se escuchaba a lo lejos, el sudor comenzó a bajarle lentamente por la cara, el tono sonaba y sonaba, era ya evidente que no había nadie en casa, pero Tertuliano Máximo Afonso desafiaba a la suerte, le ofrecía al adversario una última oportunidad no colgando, hasta que los toques se convirtieran en estridente señal de victoria y el teléfono marcado se callara por sí mismo. Bien, dijo en voz alta, que no se diga de mí que no hice lo que debía. De repente se sintió tranquilo, hacía tiempo que no estaba así. Su periodo de descanso comenzaba, podía entrar en el cuarto de baño con la cabeza erguida, afeitarse, asearse sin prisas, vestirse con esmero, de manera general los domingos son días tristones, aburridos, pero hay algunos que son una suerte que hayan venido al mundo. Era demasiado tarde para desayunar, todavía temprano para almorzar, tenía que entretener el tiempo de alguna manera, podía bajar a comprar el periódico y volver, podía echar un vistazo a la lección que tendrá que dar mañana, podía sentarse a leer unas cuantas páginas más de la Historia de las Civilizaciones Mesopotámicas, podía, en ese momento una luz se le encendió en un recodo de la memoria, el recuerdo de uno de los sueños de la noche, ese en que el hombre iba transportando una piedra sobre la espalda y diciendo Soy amorreo, tendría gracia que la piedra fuese el famoso Código de Hammurabi y no un peñasco cualquiera levantado del suelo, lo lógico, realmente, es que los sueños históricos los sueñen los historiadores, que para eso estudiaron. Que la Historia de las Civilizaciones Mesopotámicas lo llevaran a la legislación del rey Hammurabi no debe sorprendernos, es un tránsito tan natural como abrir la puerta que da a otro cuarto, pero que la piedra que el amorreo acarreaba sobre la espalda le hubiera recordado, que no telefoneaba a la madre desde hacía casi una semana, ni el más pintado lector de sueños sería capaz de explicarlo, excluida sin dolor ni piedad, por abusiva y mal intencionada, la fácil interpretación de que Tertuliano Máximo Afonso, a la callada, sin atreverse a confesarlo, considera a la progenitora como una pesada carga. Pobre mujer, tan lejos, sin noticias, y tan discreta y respetuosa con la vida del hijo, figúrese, un profesor de instituto, a quien sólo en casos extremos osaría telefonear, interrumpiendo una labor que ciertamente se encuentra más allá de su comprensión, y no es que ella no tenga sus letras, no es que ella misma no haya estudiado Historia en sus tiempos de niña, aunque siempre le perturba la idea de que la Historia pueda ser enseñada. Cuando se sentaba en los bancos de la escuela y oía a la profesora hablar de los sucesos del pasado, sentía que todo aquello no pasaba de imaginaciones, y que, si la maestra las tenía, también ella podía tenerlas, como a veces se descubría imaginando su propia vida. Que tales acontecimientos le apareciesen después ordenados en el libro de Historia no modificaba su idea, lo que el compendio hacía no era nada más que recoger las libres fantasías de quien lo había escrito, luego no deberían existir tantas diferencias entre esas fantasías y las que se leían en cualquier novela. La madre de Tertuliano Máximo Afonso, cuyo nombre, Carolina, de apellido Máximo, aquí por fin aparece, es una asidua y fervorosa lectora de novelas. Como tal, sabe todo de teléfonos que suenan a veces sin ser esperados y de otros que a veces suenan cuando desesperadamente se esperaba que sonasen. No era así el caso de ahora, la madre de Tertuliano Máximo Afonso simplemente se ha preguntado, Cuándo me llamará mi hijo, y he aquí que de repente tiene su voz juntito al oído, Buenos días, madre, qué tal estás, Bien, bien, como de costumbre, y tú, Yo también, como siempre, Has tenido mucho trabajo en el instituto, Lo normal, los ejercicios, los exámenes, alguna que otra reunión de profesores, Y esas clases, cuándo acaban este año, Dentro de dos semanas, después tendré una semana de exámenes, Quiere eso decir que antes de un mes estarás aquí conmigo, Iré a verte, claro, pero no podré quedarme nada más que tres o cuatro días, Por qué, Es que tengo algunas cosas que arreglar por aquí, hacer unas gestiones, Qué cosas son ésas, qué gestiones, la escuela cierra por vacaciones, y las vacaciones, que yo sepa, se hacen para el descanso de las personas, Tranquila, madre, que descansaré, pero tengo que resolver unos asuntos primero, Y son serios, esos asuntos tuyos, Creo que sí, No entiendo, si son serios, son serios, no es cuestión de andar creyendo que sí o que no, Es una manera de hablar, Tienen que ver con tu amiga, con María Paz, Hasta cierto punto, Pareces un personaje de un libro que acabo de leer, una mujer que cuando le preguntan responde siempre con otra pregunta, Mira que las preguntas las haces tú, la única que yo he hecho es para saber cómo estás, Es porque no hablas claro y derecho, dices creo que sí, hasta cierto punto, no estoy habituada a que te andes con tantos misterios, No te enfades, No me enfado, pero tienes que comprender que me parezca raro que al empezar las vacaciones no vengas en seguida, no recuerdo que eso haya sucedido ninguna vez, Ya te lo contaré todo, Vas a hacer algún viaje, Otra pregunta, Vas o no vas, Si fuese ya te lo habría dicho, Pero no entiendo por qué dices que María Paz tiene que ver con esos asuntos que te obligan a quedarte, No es así exactamente, debo de haber exagerado, Estás pensando en casarte otra vez, Venga ya, madre, Pues quizá deberías, La gente ahora se casa poco, seguro que ya lo has visto en las novelas que lees, No soy una estúpida y sé muy bien en qué mundo vivo, pero pienso que no tienes derecho a entretener a una chica, Nunca le he pedido que nos casemos ni que vivamos juntos, Para ella, una relación que dura seis meses es como una promesa, no conoces a las mujeres, No conozco a las de tu tiempo, Y conoces poco a las del tuyo, Es posible, realmente mi experiencia de mujeres no es grande, me casé una vez y me divorcié, el resto cuenta poco, Está María Paz, Tampoco cuenta mucho, No te das cuenta de que estás siendo cruel, Cruel, qué solemne palabra, Ya sé que suena a novela barata, pero las formas de crueldad son muchísimas, algunas hasta se disfrazan de indiferencia o de indolencia, si quieres te doy un ejemplo, no decidir a tiempo puede llegar a ser un arma de agresión mental contra los otros, Sabía que tenías dotes de psicóloga, pero no que llegaran a tanto, De psicología no sé nada, nunca he estudiado ni una línea, pero de personas creo saber algo, Hablaremos cuando vaya, No me hagas esperar mucho, a partir de ahora no tendré un instante de sosiego, Tranquilízate, por favor, de una manera u otra todo se acaba resolviendo en este mundo, A veces de la peor manera, No será el caso, Ojalá, Un beso, madre, Otro, hijo mío, ten cuidado, Lo tendré. La inquietud de la madre hizo desaparecer la impresión de bienestar que había proporcionado una vivacidad nueva al espíritu de Tertuliano Máximo Afonso tras la llamada al Santa-Clara que no estaba en casa. Hablar de asuntos serios que tenía que resolver cuando terminara el curso fue un error imperdonable. Es cierto que la conversación derivó en seguida hacia María Paz, incluso, hasta cierto punto, parecía que se iba a quedar por ahí, pero esa frase de la madre, A veces de la peor manera, cuando, para tranquilizarla, le dijo que todo en este mundo acaba solucionándose, le sonaba ahora como un vaticinio de desastres, el anuncio de fatalidades, como si, en lugar de la señora de edad que se llama Carolina Afonso y es su madre, hubiera tenido al otro lado del hilo a una sibila o una casandra diciéndole, con otras palabras, Todavía estás a tiempo de parar. Durante un momento pensó en tomar el coche, hacer el largo viaje de cinco horas que lo llevaría a la pequeña ciudad donde vivía la madre, contárselo todo y después regresar con el alma limpia de miasmas enfermizas a su trabajo de profesor de Historia poco amante del cine, decidido a pasar esta confusa página de su vida y hasta, quién sabe, dispuesto a considerar muy seriamente la posibilidad de casarse con María Paz. Les jeux sont faits, rien ne va plus, dijo en voz alta Tertuliano Máximo Afonso, que en toda su vida ha entrado en un casino, pero tiene en su activo de lector algunas novelas famosas de la belle époque. Se guardó la carta para la productora en uno de los bolsillos de la chaqueta y salió. Se olvidará de depositarla en el buzón de correos, almorzará por ahí, luego regresará a casa para beber hasta el fin las heces de esta tarde de domingo.

La primera tarea de Tertuliano Máximo Afonso al día siguiente fue hacer dos paquetes con las películas que tenía que devolver a la tienda. Luego juntó las restantes, las ató con una guita y las guardó en un armario del dormitorio que se cerraba con llave. Metódicamente, fue rompiendo los papeles en los que había apuntado los nombres de los actores, lo mismo hizo con los borradores de la carta olvidada en el bolsillo de la chaqueta que aún tendrá que esperar unos minutos antes de dar su primer paso en el camino que la conducirá hasta su destinatario, y luego, como si tuviese algún motivo fuerte para borrar sus impresiones digitales, limpió con un paño húmedo todos los muebles de la sala que había tocado estos días. Borró también las que María Paz dejó, pero en eso no pensaba ahora. Las huellas que quería que desaparecieran no eran las suyas ni las de ella, eran, sí, las de la presencia que lo arrancó violentamente del sueño la primera noche. No merece la pena que le observemos que semejante presencia sólo existió en su cerebro, que seguramente la fabricó una angustia generada en su espíritu por un sueño del que se había olvidado, no merece la pena sugerirle que pudo haber sido, tal vez, y nada más, la consecuencia sobrenatural de una mala digestión de la carne guisada, no merece la pena demostrarle, finalmente, con las razones de la razón, que, incluso estando dispuestos a aceptar la posibilidad de una cierta capacidad de materialización de los productos de la mente en el mundo exterior, lo que bajo ningún concepto podemos admitir es que la inaprehensible e invisible presencia de la imagen cinematográfica del recepcionista de hotel hubiese dejado, esparcidos por toda la casa, vestigios del sudor de los dedos. Por lo que hasta ahora se sabe, el ectoplasma no transpira. Terminado el trabajo, Tertuliano Máximo Afonso se vistió, tomó su cartera de profesor y los dos paquetes, y salió. En la escalera se encontró con la vecina del piso de arriba que le preguntó si necesitaba ayuda, y él dijo que no señora, muchas gracias, luego, educado, se interesó por su fin de semana, y ella respondió que así así, como siempre, y que lo había oído escribiendo a máquina, y él dijo que más pronto que tarde tendrá que decidirse a comprar un ordenador de ésos, que, al menos, son silenciosos, y ella dijo que el ruido de la máquina no le molestaba nada, al contrario, que hasta le hacía compañía. Como hoy es día de limpieza, ella le preguntó si volvería a casa antes del almuerzo y él respondió que no, que comería en el instituto y que regresaría por la tarde. Se despidieron hasta luego, y Tertuliano Máximo Afonso, consciente de que la vecina observaba misericordiosa su falta de habilidad para cargar con dos bultos y la cartera, bajó las escaleras mirando bien dónde ponía los pies para no dar un tropezón y morirse de vergüenza. El coche estaba pasando el buzón de correos. Guardó los paquetes en el portaequipajes y volvió atrás, al mismo tiempo que sacaba la carta del bolsillo. Un joven que pasaba corriendo chocó con él sin querer y la carta se le soltó de los dedos y cayó sobre la acera. El muchacho paró unos pasos adelante y le pidió disculpas, pero, por temor a una reprimenda o a un castigo, no volvió para entregársela, como era su obligación. Tertuliano Máximo Afonso hizo un gesto complaciente con la mano, el gesto de quien acepta las disculpas y perdona el resto, y se agachó para recoger la carta. Pensó que podía hacer una apuesta consigo mismo, dejarla donde estaba y entregar al destino la suerte de ambos, de la carta y de él. Pudiera suceder que la próxima persona que pasara por allí, viendo la carta perdida y con el sello puesto, como buen ciudadano, la echara al buzón, pudiera suceder que la abriese para ver lo que contenía y la tirase después de haberla leído, pudiera suceder que no reparara en ella e indiferente la pisase, que durante el resto del día anduvieran sobre ella muchas personas, cada vez más sucia y arrugada, hasta que alguien decidiese empujarla de una vez con la punta del zapato fuera de la acera, de donde se la llevaría la escoba de un barrendero. La apuesta no se llevó a cabo, la carta fue levantada y depositada en el buzón, la rueda del destino se puso finalmente en movimiento. Ahora Tertuliano Máximo Afonso irá a la tienda de los vídeos, conferirá con el empleado las películas que trae en los paquetes y, por exclusión de partes, las que se quedaron en casa, pagará lo que debe y posiblemente dirá para sus adentros que nunca más entrará allí. Al final, para su alivio, el empleado adulador no estaba, quien le atendió fue la chica nueva e inexperta, por eso las operaciones fueron tan lentas, aunque la facilidad de cálculo mental del cliente de nuevo ayudó cuando hubo que hacer las cuentas. La empleada le preguntó si quería alquilar o comprar algunos vídeos más, él respondió que no, que había acabado su trabajo, y esto lo dijo sin acordarse de que la chica todavía no estaba en la tienda cuando hizo su famoso discurso acerca de las señales ideológicas presentes en todos y cada uno de los relatos fílmicos, también, naturalmente, en las grandes obras del séptimo arte, pero sobre todo en las producciones de consumo corriente, series B o C, esas de las que en general se hace nulo caso, pero que son las más eficaces porque pillan descuidado al espectador. Le pareció que la tienda era más pequeña que cuando entró por primera vez, aún no hace una semana, realmente era increíble cómo había cambiado su vida en tan poco tiempo, en este momento se sentía flotando en una especie de limbo, en un pasillo entre el cielo y el infierno que le llevó a preguntarse, con cierto sentimiento de asombro, de dónde venía y adónde iba ahora, porque, a juzgar por las ideas que sobre el asunto corren, no puede ser lo mismo que un alma vaya del infierno al cielo que sea empujada del cielo al infierno. Ya iba conduciendo el automóvil hacia el instituto cuando estas reflexiones escatológicas fueron desplazadas por una analogía de otro tipo, sacada ésta de la historia natural, sección de entomología, que le hizo verse a sí mismo como una crisálida en estado de reposo profundo y en secreto proceso de transformación. Pese al humor sombrío que le acompañaba desde que se levantó de la cama, sonrió con la comparación al pensar que, en este caso, habiendo entrado en el capullo como gusano, saldría de él como mariposa. Yo, mariposa, murmuró, lo que me faltaba por ver. Estacionó el coche no muy lejos del instituto, consultó el reloj, todavía tendría tiempo para tomarse un café y echar un vistazo a los periódicos, si alguno estaba libre. Sabía que había descuidado la preparación de la clase, pero la experiencia de los años resolvería la falta, otras veces improvisó y nadie notó la diferencia. Lo que no haría nunca sería entrar en el aula y disparar a bocajarro contra los inocentes infantes, Hoy examen oral. Sería un acto desleal, la prepotencia de quien, porque tiene el cuchillo en la mano, hace de él el uso que le apetece y varía el grosor de las lonchas de queso según los caprichos de la ocasión y las preferencias establecidas. Cuando entró en la sala de los profesores vio que todavía quedaban periódicos disponibles en el estante, pero para llegar hasta ellos se interponía una mesa donde, ante tazas de café y vasos de agua, tres colegas charlaban. Le pareció mal pasar de largo, sobre todo teniendo en cuenta que uno era el profesor de Matemáticas, a quien, en comprensión y paciencia, tanto está debiéndole. Los otros son una profesora de Literatura ya mayor y un joven profesor de Ciencias Naturales con quien nunca ha establecido relaciones de proximidad afectiva. Dio los buenos días, preguntó si podía acompañarlos y, sin esperar respuesta, empujó una silla y se sentó. Quizá una persona no informada de los usos del lugar consideraría incorrecto un procedimiento que lindaba con la mala educación, pero los protocolos de relación en la sala de profesores estaban organizados así, de manera natural por llamarlo de alguna forma, sin estar escritos se asentaban en sólidos cimientos de consenso, puesto que, como no entraba en la cabeza de nadie responder negativamente a la pregunta, lo mejor era saltarse el coro de concordancias, unas sinceras, otras no tanto, y dar la cosa por hecha. El único punto delicado, ése, sí, capaz de generar tensión entre quien estaba y quien acaba de llegar, reside en la posibilidad de que el asunto en debate sea de naturaleza confidencial, pero eso se soluciona con el recurso táctico a otra pregunta, retórica esta por excelencia, Interrumpo, para la cual sólo hay una respuesta socialmente admisible, De ningún modo, únase a nosotros. Decirle al recién llegado, por ejemplo, aunque sea con las mejores maneras, Sí señor, interrumpe, siéntese en otro sitio, causaría tal conmoción que la red de relaciones de grupo se tambalearía gravemente y quedaría en entredicho. Tertuliano Máximo Afonso regresó con el café que había ido a buscar, se instaló y preguntó, Qué novedades hay, Te refieres a las de fuera o a las de dentro, preguntó a su vez el profesor de Matemáticas, Es temprano para saber las de dentro, me refería a las de fuera, todavía no he leído los periódicos, Las guerras que había ayer siguen hoy, dijo la profesora de Literatura, Sin olvidar la altísima probabilidad o incluso certeza de que otra está a punto de comenzar, añadió el profesor de Ciencias Naturales como si estuvieran de acuerdo, Y tú, qué tal te ha ido en el fin de semana, quiso saber el profesor de Matemáticas, Tranquilo, en paz, me he pasado casi todo el tiempo leyendo un libro del que creo haberte hablado, un libro sobre las civilizaciones mesopotámicas, el capítulo que trata de los amorreos es interesantísimo, Pues yo fui al cine con mi mujer, Ah, exclamó Tertuliano Máximo Afonso, desviando los ojos, Aquí el colega es poco cinéfilo, bromeó el de Matemáticas dirigiéndose a los otros, Nunca he afirmado redondamente que no me guste el cine, lo que digo y repito es que no forma parte de mis afectos culturales, prefiero los libros, No te sulfures, amigo, el asunto no tiene importancia, sabes bien que tenía la mejor de las intenciones cuando te recomendé aquella película, Qué significa exactamente sulfurarse, preguntó la profesora de Literatura, tanto por curiosidad como para echar agua al fuego, Sulfurarse, respondió el de Matemáticas, significa irritarse, encolerizarse o, más exactamente, enfurruñarse, Y por qué enfurruñarse es, según su opinión, más exacto que irritarse o encolerizarse, preguntó el profesor de Ciencias Naturales, No es más que una interpretación personal que tiene que ver con recuerdos de la infancia, cuando mi madre me reprendía o castigaba por cualquier tropelía, yo volvía la cara y me negaba a hablar, mantenía un silencio absoluto que podía durar muchas horas, entonces ella decía que estaba enfurruñado, O sulfurado, Exactamente, En mi casa, cuando yo tenía esa edad, dijo la profesora de Literatura, la metáfora para las rabietas infantiles era diferente, Diferente, en qué, Digamos que era asnina, Explique eso, Amarrar el burro, era lo que se decía, y no se molesten buscando la expresión en los diccionarios porque no la encontrarán, supongo que era exclusiva de la familia. Todos rieron, salvo Tertuliano Máximo Afonso que dejó aparecer una sonrisa medio contrariada para corregir, Exclusiva no creo que fuera, porque en mi casa también se usaba. Hubo nuevas risas, la paz estaba hecha. La profesora de Literatura y el profesor de Ciencias Naturales se levantaron, dijeron luego nos vemos como despedida, probablemente sus clases estarían más lejos, quizá en el piso de arriba, estos que se quedaron sentados disponen todavía de algunos minutos para lo que falta decir, De una persona que declara que ha pasado dos días entregado a la serenidad de una lectura histórica, observó el colega de Matemáticas, esperaría todo menos esa cara atormentada, Eso es impresión tuya, no tengo nada que me atormente, lo que debo de tener es cara de haber dormido poco, Podrás darme las razones que quieras, pero la verdad es que desde que viste aquella película no pareces el mismo, Qué quieres decir con eso de que no parezco el mismo, preguntó Tertuliano Máximo Afonso con un tono inesperado de alarma, Nada salvo lo que he dicho, que te noto cambiado, Soy la misma persona, No lo dudo, Es cierto que estoy algo aprensivo por culpa de unos asuntos sentimentales que últimamente se han complicado, son cosas que le pueden suceder a cualquiera, pero eso no significa que me haya convertido en otra persona, Ni yo lo he dicho, no tengo la mínima duda de que sigues llamándote Tertuliano Máximo Afonso y eres profesor de Historia en este instituto, Entonces no comprendo por qué insistes en decir que no parezco el mismo, Desde que viste la película, No hablemos de la película, ya sabes mi opinión sobre ella, De acuerdo, Soy la misma persona, Claro que sí, Deberías tener en cuenta que he estado con una depresión, O marasmo, que era el otro nombre que le dabas, Exactamente, y eso merece respeto, Respeto lo tienes todo, bien lo sabes, pero no hablábamos de respeto, Soy la misma persona, Ahora eres tú quien insiste, Es verdad, hace poco he dicho que estoy pasando un periodo de fuerte tensión psicológica, de modo que es natural que se refleje en la cara y se note en mis modos, Claro, Pero eso no quiere decir que haya mudado moral y físicamente hasta el punto de parecerme a otra persona, Me he limitado a decir que no parecías el mismo, no que te parecieras a otra persona, La diferencia no es grande, Nuestra colega de Literatura diría que es, muy al contrario, enorme, y ella de esas cosas entiende, creo que en sutilezas y matices la Literatura es casi como la Matemática, Y yo, pobre de mí, pertenezco al área de Historia, donde los matices y las sutilezas no existen, Existirían si la Historia pudiera ser, digámoslo así, el retrato de la vida, Te estoy notando raro, no es propio de ti ser tan convencionalmente retórico, Tienes toda la razón, en tal caso la Historia no sería la vida, sino uno de sus posibles retratos, parecidos, sí, pero nunca iguales. Tertuliano Máximo Afonso desvió nuevamente los ojos, luego, con un difícil esfuerzo de voluntad, volvió a fijarlos en el colega, como para averiguar lo que pudiera haber escondido tras la serenidad aparente de su rostro. El de Matemáticas le mantuvo la mirada sin que pareciera poner especial atención, después, con una sonrisa en la que había tanto de ironía amable como de franca benevolencia, dijo, Quizá un día vea otra vez la tal comedia, puede que consiga descubrir lo que te trae trastornado, supongo que ahí es donde se encuentra el origen del mal. Tertuliano Máximo Afonso se estremeció de pies a cabeza, pero, en medio de la confusión, en medio del pánico, logró dar una respuesta plausible, No te esfuerces, lo que me trae trastornado, por usar tu palabra, es una relación de la que no sé cómo salir, si alguna vez, en tu vida, te encontraste en situación semejante, sabrás lo que se siente, y ahora me voy a clase, que ya estoy retrasado, Si no te importa, y aunque en la historia del lugar haya por lo menos un antecedente peligroso te acompaño hasta la esquina del pasillo, dijo el de Matemáticas, quedando ya solemnemente prometido que no repetiré el imprudente gesto de ponerte la mano en el hombro, Así son las cosas, hoy hasta puede suceder que no me importe, Soy yo quien no quiero correr riesgos, tienes todo el aspecto de estar con las pilas cargadas al máximo. Ambos rieron, sin ninguna reserva el profesor de Matemáticas, esforzadamente Tertuliano Máximo Afonso, en cuyos oídos todavía resonaban las palabras que le hicieron entrar en pánico, la peor de las amenazas que en estos momentos alguien le puede hacer. Se separaron en la esquina del pasillo y cada uno fue a su destino. La aparición del profesor en el aula de Historia hizo perder a los alumnos una agradable ilusión que el retraso había propiciado, la de que hoy no hubiese clase. Incluso antes de sentarse Tertuliano Máximo Afonso anunció que en tres días, luego el próximo jueves, habría un nuevo y último trabajo escrito, Quedan informados de que se trata de un ejercicio decisivo para la definición final de las notas, dijo, ya que no pretendo hacer exámenes orales durante las dos semanas que faltan para acabar el año lectivo, además, el tiempo de esta clase y de las dos siguientes se dedicará exclusivamente a repasar las materias dadas, de modo que puedan presentarse con las ideas frescas el día del ejercicio. El exordio fue bien acogido por la parte imparcial de la clase, era patente, gracias a Dios, que Tertuliano no pretendía hacer más sangre que la que no se pudiera evitar. De ahí en adelante toda la atención de los alumnos estará puesta en el énfasis con que el profesor vaya tratando cada una de las materias del curso, porque, si la lógica de los pesos y medidas es realmente cosa humana y la suerte a favor uno de sus factores variables, tales mudanzas de intensidad comunicativa podrían estar preanunciando, sin que él se diera cuenta de la inconsciente revelación, la elección de los temas de que constará el ejercicio. Si es bastante conocido que ningún ser humano, incluyendo los que han alcanzado las edades que llamamos de senectud, puede subsistir sin ilusiones, esa extraña enfermedad psíquica indispensable para una vida normal, qué no diríamos entonces de estas muchachitas y de estos muchachos que después de haber perdido la ilusión de que hoy no hubiera clase ahora se empeñan en alimentar otra ilusión mucho más problemática, la de que el ejercicio del jueves pueda ser para cada uno, y por tanto para todos, el puente dorado por donde triunfalmente transitarán al año siguiente. La clase estaba a punto de terminar cuando un bedel llamó a la puerta y entró para decirle al profesor Tertuliano Máximo Afonso que el director le rogaba que tuviera la gentileza de pasar por su despacho en cuanto terminase. La exposición que estaba realizando, sobre un tratado cualquiera, fue despachada en dos minutos, y tan por las ramas que Tertuliano Máximo Afonso consideró que debía decir, No se preocupen mucho de esto porque no va a salir en el examen. Los alumnos intercambiaron miradas de entendimiento cómplice, de las cuales fácilmente se desprendía que sus ideas sobre las valoraciones del énfasis se habían visto confirmadas en un caso en que, más que el significado de las palabras, contó el tono displicente con que fueron pronunciadas. Poquísimas veces una clase llegó al final con tal ambiente de concordia. Tertuliano Máximo Afonso guardó los papeles en la cartera y salió. Los pasillos se llenaban rápidamente de estudiantes que aparecían de todas las puertas charlando ya de asuntos que nada tenían que ver con lo que les fue enseñado un minuto antes, aquí y allí un profesor trataba de pasar desapercibido en el encrespado mar de cabezas que por todos lados le rodeaba y, esquivando los escollos que le iban surgiendo, se escabullía hacia su puerto de abrigo natural, la sala. Tertuliano Máximo Afonso atajó camino a la parte del edificio donde se encontraba el despacho del director, se detuvo para prestar atención a la profesora de Literatura que le cortaba el paso, Nos hace falta un buen diccionario de expresiones coloquiales, decía sujetándolo por la manga de la chaqueta, Más o menos, todos los diccionarios generales suelen recogerlas, recordó él, Sí, pero no de manera sistemática y analítica ni con ambición de agotar un tema, registrar eso de amarrar el burro, por ejemplo, y decir lo que significa, no bastaría, sería necesario ir más allá, identificar en los diversos componentes de la expresión las analogías, directas e indirectas, con el estado de espíritu que se quiera representar, Tiene toda la razón, respondió el profesor de Historia, más para ser agradable que porque realmente le interesara el tema, y ahora le pido que me disculpe, tengo que irme, el director me ha llamado, Vaya, vaya, hacer esperar a Dios es el peor de los pecados. Tres minutos después Tertuliano Máximo Afonso llamaba a la puerta del despacho, entró cuando la luz verde se encendió, dio los buenos días y recibió otros, se sentó a la señal del director y esperó. No sentía ninguna presencia intrusa, astral o de otro tipo. El director apartó los papeles que tenía sobre la mesa y dijo, sonriente, He pensado mucho en nuestra última conversación, aquella sobre la enseñanza de la Historia, y he llegado a una conclusión, Cuál, director, Pedirle que nos haga un trabajo en las vacaciones, Qué trabajo, Evidentemente podrá responderme que las vacaciones son para descansar y que es todo menos razonable pedirle a un profesor, acabadas las clases, que siga ocupándose de los asuntos del instituto, Sabe perfectamente, director, que no lo diría con esas palabras, Me lo diría con otras que significarían lo mismo, Sí, aunque, hasta este momento, no he pronunciado ninguna, ni unas ni otras, de modo que debo rogarle que acabe de exponer su idea, Pienso que podríamos intentar convencer al ministerio, no dar la vuelta de campana al programa, que eso sería demasiado, el ministro no es persona de revoluciones, pero estudiar, organizar y poner en práctica una pequeña experiencia, una experiencia piloto, limitada, para comenzar, a una escuela y a un número reducido de estudiantes, preferentemente voluntarios, donde las materias históricas fuesen estudiadas desde el presente hacia el pasado en vez de ser del pasado al presente, en fin, la tesis que viene defendiendo desde hace tanto tiempo y de cuya bondad tuve el gusto de ser convencido por usted, Y ese trabajo que me quiere encargar, en qué consistiría, preguntó Tertuliano Máximo Afonso, En que elabore una propuesta fundamentada para enviar al ministerio, Yo, director, No es por lisonjearlo pero, la verdad, no encuentro en nuestro instituto persona más habilitada para hacerlo, ha demostrado que viene reflexionando mucho sobre el asunto, que tiene ideas claras, realmente me daría una gran satisfacción si aceptase la tarea, se lo digo con total sinceridad, y excuso decirle que será un trabajo remunerado, sin duda encontraremos en nuestro presupuesto un capítulo para dotar esta partida, Dudo de que mis ideas, ya sea en calidad, ya sea en cantidad, la cantidad también cuenta, como sabe, puedan convencer al ministerio, usted los conoce mejor que yo, Ay de mí, demasiado, Entonces, Entonces, permítame que insista, creo que ésta es la mejor ocasión para adoptar una posición ante ellos como centro capaz de producir ideas innovadoras, Aunque nos manden a paseo, Quizá lo hagan, quizá archiven la propuesta sin más consideraciones, pero ahí quedará, alguien, algún día, la retomará, Y nosotros esperaremos a que ese día llegue, En un segundo tiempo, podremos invitar a otros institutos a que participen en el proyecto, organizar debates, conferencias, involucrar a los medios de comunicación, Hasta que el director general le escriba una carta mandándonos callar, Lamento observar que mi petición no le entusiasma, Confieso que hay pocas cosas en este mundo que me entusiasmen, pero el problema no es tanto ése como no saber lo que las próximas vacaciones me reservan, No le entiendo, Voy a tener que afrontar algunas cuestiones importantes que han surgido recientemente en mi vida y temo que no me sobre el tiempo ni me ayude la disposición de espíritu para entregarme a un trabajo que reclamaría de mi parte una entrega total, Si así es, daremos este asunto por cerrado, Déjeme pensar un poco más, concédame unos días, me comprometo a darle una respuesta antes del fin de semana, Puedo esperar que sea positiva, Tal vez, director, pero no se lo aseguro, Lo veo realmente preocupado, ojalá consiga resolver de la mejor manera sus problemas, Ojalá, Qué tal la clase, Sobre ruedas, los alumnos trabajan, Estupendo, El jueves tienen examen, Y el viernes me da la respuesta, Sí, Piénselo bien, Voy a pensarlo, Supongo que no es necesario que le diga en quién pienso para conducir la experiencia piloto, Gracias, director. Tertuliano Máximo Afonso bajó a la sala de profesores, pretendía leer los periódicos mientras hacía tiempo para el almuerzo. Sin embargo, a medida que se iba aproximando la hora, comenzó a sentir que no soportaría estar con gente, que no sostendría otra conversación como la de la mañana, aunque no lo implicase directamente, aunque transcurriese, desde principio a fin, sobre inocentes expresiones coloquiales, como amarrar el burro, andar moqueando o que el gato se haya comido la lengua. Antes de que sonase el timbre, salió y se fue a almorzar a un restaurante. Volvió al instituto para dar su segunda clase, no habló con nadie y cuando la tarde caía estaba ya en casa. Se tumbó en el sofá, cerró los ojos, intentó dejar vacío de pensamientos el cerebro, dormir si lo consiguiera, ser como una piedra que se queda donde cae, pero ni el enorme esfuerzo mental que hizo para concentrarse en la petición del director logró borrar la sombra con que tendría que vivir hasta que llegara respuesta a la carta que había escrito con el nombre de María Paz.

Esperó casi dos semanas. Mientras tanto, dio clases, llamó dos veces a la madre, preparó el examen del jueves y esbozó el que tenía que realizar a los alumnos de otra clase, el viernes informó al director de que aceptaba su amable invitación, el fin de semana no salió de casa, habló por teléfono con María Paz para saber cómo estaba y si ya había recibido respuesta, atendió una llamada del colega de Matemáticas que quería saber si tenía problemas, terminó la lectura del capítulo sobre los amorreos y pasó a los asirios, vio un documental sobre las glaciaciones en Europa y otro sobre los antepasados remotos del hombre, pensó que este momento de su vida podría dar para una novela, pensó que serían trabajos vanos porque nadie creería semejante historia, volvió a telefonear a María Paz, pero con una voz tan desmayada que ella se preocupó y le preguntó si le podía ayudar en algo, le dijo que viniese y ella vino, y se acostaron, y luego salieron a cenar, y al día siguiente fue ella quien le telefoneó para decirle que la respuesta de la productora había llegado, Te estoy llamando desde el banco, si quieres pasa por aquí, o yo te la llevo luego, cuando salga. Temblando por dentro, sacudido por la emoción, Tertuliano Máximo Afonso consiguió reprimir en el último instante la interrogación que en ningún caso le convendría hacer, La has abierto, y esto le hizo demorar dos segundos la respuesta terminante con que disiparía cualquier duda que existiera sobre si estaba o no dispuesto a compartir con ella el conocimiento del contenido de la carta, Voy yo. Si María Paz había imaginado una enternecedora escena doméstica en la que se viese a sí misma escuchando la lectura mientras bebía a pequeños sorbos el té que ella misma hubiera preparado en la cocina del hombre amado, ya podía quitarse esa idea. La vemos ahora, sentada ante su pequeña mesa de empleada bancaria, con la mano aún sobre el teléfono que acaba de colgar, el sobre de formato oblongo ante sí y dentro la carta que su honestidad no le permite leer porque no le pertenece, aunque a su nombre haya sido dirigida. Todavía no ha pasado una hora cuando Tertuliano Máximo Afonso entra a toda prisa en el banco y pide hablar con María Paz. Allí nadie le conoce, nadie sospecharía que tuviese negocios de corazón y secretos oscuros con la joven que se acerca al mostrador. Lo había visto ella desde el fondo de la gran sala donde tiene su puesto de trabajadora de los números, por eso ya trae la carta en la mano, Aquí la tienes, dice, no se saludaron, no se desearon el uno al otro buenas tardes, no dijeron hola cómo estás, nada de eso, había una carta para entregar y ya está entregada, él dice, Hasta luego, después te llamo, y ella, cumplida la parte que le cupo en las operaciones de distribución postal urbana, regresa a su lugar, indiferente a la atención interesada de un colega de más edad que hace tiempo estuvo rondándola sin resultado y que a partir de ahí, por despecho, la tiene siempre controlada. En la calle, Tertuliano Máximo Afonso camina rápidamente, casi corre, dejó el coche en un aparcamiento subterráneo a tres manzanas de distancia, no lleva la carta en la cartera sino en un bolsillo interior de la chaqueta por miedo de que se la pueda arrebatar algún pequeño díscolo desencaminado, como tiempos atrás se llamaba a los mozalbetes criados en el libertinaje de la calle, luego ángeles de cara sucia, después rebeldes sin causa, hoy delincuentes que no se benefician de eufemismos ni de metáforas. Se va diciendo a sí mismo que no abrirá la carta hasta que llegue a casa, que ya tiene edad para no comportarse como un adolescente ansioso, pero, al mismo tiempo, sabe que estos sus adultos propósitos se van a evaporar cuando esté dentro del coche, en la media penumbra del aparcamiento, con la puerta cerrada defendiéndolo de las mórbidas curiosidades del mundo. Tardó en encontrar el sitio donde dejó el automóvil, lo que agravó el estado de angustia nerviosa que ya traía, parecía el pobre hombre, mal comparado, un perro abandonado en medio del desierto, mirando perdido a un lado y a otro, sin ningún olor conocido que lo guíe a casa, El nivel es éste, de eso estoy seguro, pero verdaderamente no lo estaba. Por fin encontró el coche, tres veces había estado a media docena de pasos sin verlo. Entró rápidamente como si estuviera siendo perseguido, cerró la puerta y bajó el seguro, encendió la luz interior. Tiene el sobre en las manos, finalmente, es el momento de conocer lo que trae dentro, así como el comandante de navío, alcanzado el punto en que las coordenadas se cruzan, abre la carta sellada para saber qué rumbo tendrá que seguir de ahí en adelante. Del sobre salen una fotografía y una cuartilla. La fotografía es de Tertuliano Máximo Afonso, pero tiene la firma de Daniel Santa-Clara bajo las palabras Muy cordialmente. En cuanto al papel, además de informar de que Daniel Santa-Clara es el nombre artístico del actor Antonio Claro añade, adicionalmente y a título excepcional, la dirección de su residencia particular, En atención a la consideración especial que su carta nos ha merecido, así está escrito. Tertuliano Máximo Afonso recuerda los términos en que la redactó y se felicita por la brillante idea de sugerir a la productora la realización de un estudio acerca de la importancia de los actores secundarios, Lancé el barro a la pared y se quedó pegado, murmuró, al mismo tiempo que se daba cuenta, sin sorpresa, de que su espíritu recuperaba la calma antigua, de que su cuerpo está distendido, ningún vestigio de nerviosismo, ninguna señal de angustia, el afluente desembocó simplemente en el río, el caudal de éste aumentó, Tertuliano Máximo Afonso sabe ahora qué rumbo debe tomar. Sacó de la guantera un plano de la ciudad y buscó la calle donde Daniel Santa-Clara vive. Está en un barrio que no conoce, por lo menos no se acuerda de haber pasado nunca, y para colmo está lejos del centro, como acaba de comprobar en el mapa desdoblado sobre el volante. No importa, tiene tiempo, tiene todo el tiempo del mundo. Salió para pagar el aparcamiento, volvió al coche, apagó la luz del techo y arrancó. Su objetivo, como fácilmente se adivina, es la calle donde vive el actor. Quiere ver el edificio, mirar desde abajo su piso, las ventanas, qué tipo de gente habita el barrio, qué ambiente, qué estilo, qué modos. El tráfico es denso, los automóviles se mueven con exasperante lentitud, pero Tertuliano Máximo Afonso no se impacienta, no hay peligro de que la calle adonde se dirige mude de lugar, es prisionera de la red viaria de la ciudad que por todas partes la cerca, como muy bien se puede confirmar en este mapa. Durante la espera ante un semáforo rojo, mientras Tertuliano Máximo Afonso acompañaba con toques rítmicos de los dedos en el aro del volante una canción sin palabras, el sentido común entró en el coche. Buenas tardes, dijo, No te he llamado, respondió el conductor, Realmente no recuerdo que ninguna vez me hayas pedido que viniera, Lo haría si no conociese de antemano tus discursos, Como hoy, Sí, vas a decirme que lo piense bien, que no me meta en esto, que es una imprudencia de marca mayor, que nada me garantiza que el diablo no esté detrás de la puerta, la cháchara de siempre, Pues esta vez te equivocas, lo que vas a hacer no es una imprudencia, es una estupidez, Una estupidez, Sí señor, una estupidez, y de las gordas, No veo por qué, Es lógico, una de las formas secundarias de la ceguera de espíritu es precisamente la estupidez, Explícate, No es necesario que me digas que vas a la calle donde vive tu Daniel Santa-Clara, es curioso, el gato tenía el rabo fuera y no te has dado cuenta, Qué gato, qué rabo, déjate de adivinanzas y ve derecho al grano, Es muy simple, del apellido Claro se sacó el seudónimo Santa-Clara, No es un seudónimo, es un nombre artístico, Ya, el otro tampoco quiso la vulgaridad plebeya del seudónimo, le puso heterónimo, Y de qué me serviría haber visto el rabo del gato, Reconozco que no de mucho, de la misma manera tendrías que buscar, pero, yendo a los Claro de la lista telefónica acabarías acertando, Ya tengo lo que me interesa, Y ahora vas a la calle donde vive, vas a ver el edificio, el piso donde vive, las ventanas, qué tipo de gente habita el barrio, qué ambiente, qué estilo, qué modos, fueron éstas, si no me equivoco, tus palabras, Sí, Imagínate ahora que cuando estés mirando las ventanas aparece en una de ellas la mujer del tal actor, en fin, hablemos con respeto, la esposa de ese Antonio Claro, y te pregunta por qué no subes, o entonces, peor aún, aprovecha para pedirte que vayas a la farmacia y le compres una caja de aspirinas o un jarabe para la tos, Qué disparate, Si te parece disparate, imagina ahora que alguien pase y te salude, no como este Tertuliano Máximo Afonso que eres, sino como el Antonio Claro que nunca serás, Otro disparate, Pues, si también esta posibilidad es disparatada, imagina que cuando estás en la acera mirando a las ventanas o estudiando el estilo de los habitantes te topas de frente, en carne y hueso, con Daniel Santa-Clara, y los dos quedáis mirándoos igual que dos perros de porcelana, cada uno como reflejo del otro, pero un reflejo diferente, pues éste, al contrario de lo que hace el espejo, mostraría el izquierdo donde está el izquierdo y el derecho donde está el derecho, tú cómo reaccionarías si eso sucediese. Tertuliano Máximo Afonso no respondió en seguida, permaneció en silencio dos o tres minutos, después dijo, La solución será no salir del coche, Incluso así, si yo estuviese en tu lugar no me fiaría, objetó el sentido común, puedes tener que parar en un semáforo, puede haber un embotellamiento, un camión descargando, una ambulancia cargando, y tú allí en exposición, como un pez en un acuario, a merced de que la adolescente cinéfila y curiosa que vive en el primer piso de tu mismo edificio te pregunte cuál va a ser tu próxima película, Qué hago entonces, Eso no lo sé, no es de mi competencia, el papel del sentido común en la historia de vuestra especie nunca fue más allá de aconsejar cautela y caldos de gallina, principalmente en los casos en que la estupidez ya ha tomado la palabra y amenaza con tomar las riendas de la acción, El remedio sería que me disfrazara, De qué, No lo sé, tendré que pensarlo, Por lo visto, para ser quien eres, la única posibilidad que te queda es que te parezcas a otro, Tengo que pensar, Sí, ya es hora, Siendo así, lo mejor es que vuelva a casa, Si no te importa, llévame hasta la puerta, luego ya me las arreglaré, No quieres subir, Nunca me habías invitado, Estoy invitándote ahora, Gracias pero no debo aceptar, Por qué, Porque tampoco es saludable para el espíritu compartir intimidad con el sentido común, comer en la misma mesa, dormir en la misma cama, llevarlo al trabajo, pedirle su aprobación o consentimiento antes de dar un paso, algo tendréis que arriesgar por cuenta propia, A quién te refieres, A todos vosotros, al género humano, Me he arriesgado consiguiendo esta carta y en su momento tú me lo reprochaste, No hay nada de lo que puedas enorgullecerte en el modo como la conseguiste, apostar en la honestidad de una persona como tú lo hiciste, es una forma de chantaje bastante repugnante, Me hablas de María Paz, Sí, te hablo de María Paz, si yo hubiera estado en su lugar abriría la carta, la leería y te daría con ella en la cara hasta que implorases perdón de rodillas, Así procede el sentido común, Así debería proceder, Adiós, hasta otro día, voy a pensar en mi disfraz, Cuanto más te disfraces más te parecerás a ti mismo. Tertuliano Máximo Afonso encontró un sitio libre casi en la puerta del edificio donde vivía, aparcó el coche, recogió el mapa y el callejero, y salió. En la acera del otro lado de la calle, había un hombre con la cabeza levantada, mirando los pisos altos de enfrente. No tenía ninguna semejanza de cara o figura, su presencia allí no pasaba de una casualidad, pero Tertuliano Máximo Afonso sintió un escalofrío en la espina dorsal al pasársele por la cabeza, no lo pudo evitar, la enfermiza imaginación tuvo más fuerza que él, la posibilidad de que Daniel Santa-Clara anduviese en su busca, yo a ti, tú a mí. Luego empujó la incómoda fantasía, Estoy viendo fantasmas, el tipo ni siquiera sabe que existo, la verdad, no obstante, es que le temblaban las rodillas cuando entró en casa y se dejó caer exhausto en el sofá. Durante unos minutos estuvo inmerso en una especie de sopor, ausente de sí mismo, como un corredor de maratón cuya fuerza se agota de súbito al pisar la línea de llegada. De la energía tranquila que lo animaba al salir del aparcamiento y, luego, cuando conducía el automóvil hacia un destino que acabó viéndose frustrado, no le quedaba nada más que un recuerdo difuso, como algo no realmente vivido, o que lo fue por esa parte de sí que ahora estaba ausente. Se levantó con dificultad, las piernas le parecían extrañas, como si perteneciesen a otra persona, y fue a la cocina a hacerse un café. Lo bebió a sorbos vagarosos, consciente del calor reconfortante que le bajaba por la garganta hasta el estómago, después lavó la taza y el plato, y volvió a la sala. Todos sus gestos eran meditados, lentos, como si estuviese ocupado en manipular sustancias peligrosas en un laboratorio de química, aunque no tenía nada más que hacer que abrir la guía telefónica en la letra C y confirmar las informaciones que constaban en la carta. Y después, qué hago, se preguntó, mientras iba pasando las páginas hasta encontrar. Había muchos Claro, pero los Antonio no eran más allá de media docena, aquí estaba, finalmente, lo que tanto trabajo le había costado, tan fácil que lo podía haber hecho cualquier persona, un nombre, un domicilio, un número de teléfono. Copió los datos en un papel y repitió la pregunta, Y ahora, qué hago. En un acto reflejo, posó la mano derecha en el auricular, allí la dejó mientras releía una vez y otra lo que había apuntado, después la retiró, se levantó y dio una vuelta por la casa, discutiendo consigo mismo que lo más sensato sería dejar el asunto hasta después de acabados los exámenes, de esa manera tendría que habérselas con una preocupación menos, infelizmente se había comprometido con el director del instituto para redactar el proyecto de propuesta sobre la enseñanza de la Historia, no podía escapar a esa obligación, Día antes o día después no tendré más remedio que ponerme a trabajar en algo a lo que nadie va a hacer caso, fue una rematada estupidez aceptar el encargo, sin embargo, no merecía la pena fingir que estaba engañándose a sí mismo, pareciendo que admitía la posibilidad de posponer para después del trabajo del instituto el primer paso en el camino que lo conducirá a Antonio Claro, ya que Daniel Santa-Clara, en rigor no existe, es una sombra, un títere, un bulto variable que se agita y habla dentro de una cinta de vídeo y que regresa al silencio y a la inmovilidad cuando se acaba el papel que le enseñaron, mientras que el otro, ese Antonio Claro, es real, concreto, tan consistente como Tertuliano Máximo Afonso, el profesor de Historia que vive en esta casa y cuyo nombre puede ser encontrado en la letra A de la guía telefónica, por mucho que algunos afirmen que Afonso no es apellido, sino nombre propio. Tertuliano Máximo Afonso está otra vez sentado frente a su escritorio, tiene el papel con las notas tomadas delante, tiene la mano derecha de nuevo sobre el auricular, da idea de que se ha decidido finalmente a telefonear, pero cuánto tarda en resolver este hombre, qué vacilante, qué irresoluto nos ha salido, nadie diría que es la misma persona que no hace muchas horas casi arranca la carta de las manos de María Paz. En un repente, sin pensar, como única manera de vencer la cobardía paralizante, el número fue marcado. Tertuliano Máximo Afonso escucha el tono, una vez, dos veces, tres, muchas, y en el momento en que va a colgar, pensando, con mitad de alivio y mitad de decepción, que no hay nadie para atender, una mujer, jadeante como si hubiese venido corriendo desde el otro extremo de la casa, dijo simplemente, Diga. Una súbita contracción muscular constriñó la garganta de Tertuliano Máximo Afonso, la respuesta tardó, dio tiempo a que la mujer repitiese, impaciente, Diga, quién es, por fin el profesor de Historia consiguió pronunciar tres palabras, Buenas tardes, señora, pero la mujer, en lugar de responder con el tono reservado que se utiliza con un desconocido del que para colmo no se puede ver la cara, dijo con una sonrisa que se palpaba en cada palabra, Si quieres disimular, no te esfuerces, Disculpe, balbuceó Tertuliano Máximo Afonso, sólo quería pedirle una información, Qué información puede querer una persona que sabe todo de la casa donde ha llamado, Lo que quería saber es si vive ahí el actor Daniel Santa-Clara, Querido señor, yo me encargaré de comunicar al actor Daniel Santa-Clara, cuando llegue, que Antonio Claro ha llamado preguntando si los dos viven aquí, No comprendo, comenzó a decir Tertuliano Máximo Afonso para ganar tiempo, pero la mujer se adelantó abruptamente, No te reconozco, no sueles bromear así, di de una vez lo que quieres, el rodaje se ha retrasado, es eso, Disculpe, señora, aquí hay una equivocación, yo no me llamo Antonio Claro, No es mi marido, preguntó ella, Sólo soy una persona que deseaba saber si el actor Daniel Santa-Clara vive en esa casa, Por la respuesta que le he dado ya sabe que sí vive, Sí, pero el modo como lo ha dicho me ha dejado confuso, desconcertado, No fue mi intención, creí que era una broma de mi marido, Puede tener la certeza de que no soy su marido, Me cuesta trabajo creerlo, Que yo no sea su marido, Me refiero a la voz, su voz es exactamente igual que la de él, Es una coincidencia, No hay coincidencias de éstas, dos voces, como dos personas, pueden ser más o menos semejantes, pero iguales hasta ese punto, no, Quizá no pase de una impresión suya, Cada palabra está llegándome como si saliese de su boca, Realmente cuesta creerlo, Me dice su nombre para darle el recado cuando llegue, Déjelo, no merece la pena, además su marido no me conoce, Es un admirador, No precisamente, Incluso así, él querrá saberlo, Llamaré otro día, Pero, oiga. La comunicación fue cortada, lentamente Tertuliano Máximo Afonso había colgado el teléfono.

Los días fueron pasando y Tertuliano Máximo Afonso no telefoneó. Estaba satisfecho de la manera de conducir la conversación con la mujer de Antonio Claro, se sentía por tanto con confianza suficiente para volver a la carga, pero, pensándolo bien, decidió optar por el silencio. Por dos razones. La primera porque se percató de que le agradaba la idea de alargar y aumentar la atmósfera de misterio que su llamada debió de haber creado, se divertía imaginando el diálogo entre el marido y la mujer, las dudas de él sobre la supuesta igualdad absoluta de dos voces, la insistencia de ella en que nunca las habría confundido si esa igualdad no existiese, Ojalá estés en casa cuando llame, lo apreciarás por ti mismo, diría ella, y él, Si es que telefonea, lo que pretendía saber ya se lo dijiste, que vivo aquí, Sin olvidar que preguntó por Daniel Santa-Clara, y no por Antonio Claro, Eso sí que es extraño. La segunda y más fuerte razón fue haber considerado definitivamente justificada su anterior idea sobre las ventajas de despejar el terreno antes de dar el segundo paso, es decir, esperar que acaben las clases y los exámenes para, con la cabeza tranquila, trazar nuevas estrategias de aproximación y cerco. Es cierto que le espera la aborrecible tarea que el director le ha encargado, pero, en los casi tres meses de vacaciones que tiene por delante, ha de encontrar un hueco de tiempo y la indispensable disposición de espíritu para los estudios áridos. Cumpliendo la promesa realizada, es hasta probable que decida pasar unos días, pocos, con la madre, con la condición, por supuesto, de descubrir la forma segura de confirmar su casi certeza de que el actor y la mujer no se irán de vacaciones tan pronto, basta recordar la pregunta que hizo ella cuando creía que hablaba con el marido, Se ha retrasado el rodaje, es eso, para concluir, a + b, que Daniel Santa-Clara está participando en una nueva película, y que, si su carrera está en fase ascendente, como La diosa del escenario demostraba, su tiempo de ocupación profesional excederá en mucho, por razones de necesidad, al que le exigía el de poco más que figurante que era en sus principios. Las razones de Tertuliano Máximo Afonso para retrasar la llamada son, por tanto, como acaba de verse, convincentes y sustantivas. Pero no lo obligan, ni condenan, a la inactividad. Su idea de ver la calle donde vive Daniel Santa-Clara, pese al revés de aquel cubo de agua fría que le arrojó el sentido común, no había sido descartada. Consideraba Tertuliano Máximo Afonso que esa observación, digamos que prospectiva, sería indispensable para el éxito de las operaciones siguientes porque se constituiría en un tomar el pulso, algo parecido, en las guerras clásicas o pasadas de moda, al envío de una patrulla de reconocimiento con la misión de evaluar las fuerzas del enemigo. Felizmente para su seguridad, no se le fueron de la memoria los providenciales sarcasmos del sentido común acerca de los más que probables efectos de una comparecencia a cara descubierta. Es cierto que se podría dejar crecer el bigote y la barba, cabalgar sobre la nariz unas gafas oscuras, colocar una gorra en la cabeza, pero, excluyendo la gorra y las gafas, que son cosas de poner y quitar, tenía la certeza de que los ornamentos pilosos, la barba y el bigote, ya sea por caprichosa decisión de la productora, ya sea por modificación de última hora en el guión, comenzarían, en ese mismo instante, a crecer en la cara de Daniel Santa-Clara. Por consiguiente, el disfraz, indudablemente forzoso, tendría que recurrir a los postizos de todos los enmascaramientos antiguos y modernos, no sirviendo contra esta incontestable necesidad los temores que experimentó el otro día, cuando se puso a imaginar las catástrofes que podrían sucederle si, así disimulado, hubiese ido a la empresa a pedir información sobre el actor Santa-Clara. Como todo el mundo, sabía de la existencia de establecimientos especializados en la venta y alquiler de trajes, aderezos y toda la restante parafernalia indispensable tanto para las artes del fingimiento escénico como para los proteiformes avatares del oficio de espía. La posibilidad de ser confundido con Daniel Santa-Clara en el momento de la compra sólo sería tomada seriamente en consideración si fuesen los propios actores los que anduvieran por ahí comprando postizos de barba, bigote y cejas, pelucas y peluquines, parches para ojos falsamente ciegos, verrugas y lunares, rellenos internos para dilatar las mejillas, almohadillas de todo tipo y para ambos sexos, por no hablar de las cosméticas capaces de fabricar variaciones cromáticas a voluntad del consumidor. No faltaría más. Una productora de cine que se precie deberá tener en sus almacenes todo cuanto necesite, si algo le falta lo comprará, y, en caso de dificultades presupuestarias, o simplemente porque no valga la pena, entonces se alquilará, que no por eso se le caerán los anillos. Honestas amas de casa han empeñado las mantas y los abrigos cuando llegaban los primeros calores de la primavera y no por eso su vida merece menos respeto de la sociedad, que tiene obligación de saber lo que es necesidad. Hay dudas de que lo que acaba de ser escrito, desde la palabra Honestas hasta la palabra necesidad, haya sido obra efectiva del pensamiento de Tertuliano Máximo Afonso, pero representando éstas, y las que entre una y otra se pueden leer, la más santa y pura de las verdades, malo sería dejar pasar la ocasión. Lo que finalmente nos debe tranquilizar, aclarados ya los pasos que se darán, es la certeza de que Tertuliano Máximo Afonso puede acercarse sin ningún recelo a la tienda de disfraces y aderezos, elegir y comprar el modelo de barba que mejor le vaya a su cara, observando, eso sí, la cláusula incondicional de que una sotabarba de esas que van de un lado a otro de la cara, pasando por debajo de la barbilla, aunque lo transformase en un árbitro de la elegancia, tendría que ser finalmente rechazada, sin regateos ni cesión a las tentaciones de una reducción de precio, pues el diseño de oreja a oreja y la relativa cortedad del pelo, sin hablar de la desnudez del labio superior, dejarían poco menos que a la luz cruda del día las facciones que justamente se pretenden llevar ocultas. Por orden inversa de razones, o sea, porque llamaría demasiado la atención de los curiosos, también deberá excluirse cualquier especie de barba larga, incluso las que no pertenecen al tipo apostólico. Lo conveniente será, por tanto, una barba cerrada, abundante, aunque tirando más a corta que a larga. Tertuliano Máximo Afonso pasará horas haciendo experimentos ante el espejo del cuarto de baño, pegando y despegando la finísima película en que los pelos se encuentran implantados, ajustándola con precisión a las patillas naturales y a los contornos de los maxilares, de las orejas y de los labios, aquí en especial, porque tendrán que moverse para hablar y hasta, quién sabe, para comer, o, por qué no, para besar. Cuando miró por primera vez su nueva fisonomía sintió un fortísimo impacto interior, esa íntima e insistente palpitación nerviosa del plexo solar que tan bien conoce, pero el choque no es el resultado, simplemente, de verse distinto del que era antes, mas sí, y esto es mucho más interesante teniendo en cuenta la peculiar situación en que ha vivido durante los últimos tiempos, una conciencia también distinta de sí mismo, como si, finalmente, hubiese acabado de encontrarse con su propia y auténtica identidad. Era como si, por aparecer diferente, se hubiera vuelto más él mismo. Tan intensa fue la impresión del choque, tan extrema la sensación de fuerza que se apoderó de el, tan exaltada la incomprensible alegría que lo invadió, que una necesidad angustiosa de conservar la imagen le hizo salir de casa, usando de todas las cautelas para no ser visto, y dirigirse a un establecimiento fotográfico lejos del barrio donde vive, para que le saquen una foto. No quería sujetarse a la mal estudiada iluminación y a los maquinismos ciegos de un fotomatón, quería un retrato cuidado, que le gustase guardar y contemplar, una imagen de la que pudiera decirse a sí mismo, Éste soy yo. Pagó una tasa de urgencia y se sentó a esperar. Al empleado que le sugirió que se diese una vuelta, para entretener el tiempo, Todavía tardará un poco, le respondió que no, que prefería esperar allí, e innecesariamente añadió, Es para regalar. De vez en cuando se llevaba las manos a la barba, como si se la atusara, certificaba por el tacto que todo parecía estar en su lugar y regresaba a las revistas de fotografía que estaban expuestas en una mesa. Cuando salió llevaba con él media docena de retratos de tamaño medio, que ya había decidido destruir para no tenerse que ver multiplicado, y la respectiva ampliación. Entró en un centro comercial próximo, pasó a un servicio, y allí, fuera de miradas indiscretas, se retiró el postizo. Si alguien vio entrar en el lavabo a un hombre barbado, difícilmente será capaz de jurar que sea éste, de cara rapada que acaba de salir cinco minutos después. En general, de un hombre con barba no se repara en lo que lleva encima, y aquel sobre eventualmente delator que antes portaba en la mano, ahora está escondido entre la chaqueta y la camisa. Tertuliano Máximo Afonso, hasta estos días pacífico profesor de Historia de enseñanza secundaria, demuestra estar dotado de suficiente talento para el ejercicio de cualquiera de estas dos actividades profesionales, o la de disfrazado delincuente, o la del policía que lo investiga. Demos tiempo al tiempo, y sabremos cuál de las dos vocaciones prevalecerá. Cuando llegó a casa comenzó por quemar en el fregadero los seis duplicados pequeños de la fotografía ampliada, hizo correr agua que arrastró las cenizas por el desagüe, y, después de contemplar complaciente su nueva y clandestina imagen, la restituyó al sobre, que escondió en una balda de la estantería, tras una Historia de la Revolución Industrial que nunca había leído.

Algunos días más transcurrieron, el año lectivo llegó a su fin con el último examen y las notas en la última pauta de clasificaciones, el colega de Matemáticas se despidió, Me voy de vacaciones, pero después, si necesitas algo, llámame, y ten cuidado, mucho cuidado, el director le recordó, No se olvide de lo que concertamos, cuando regrese de las vacaciones le llamo para saber cómo va el trabajo, si decide salir de la ciudad, también tiene derecho a descansar, déjeme su número en el contestador. Uno de esos días Tertuliano Máximo Afonso invitó a María Paz a cenar, le pesaba por fin en la conciencia la incorrección con que se estaba comportando, sin ni siquiera la delicadeza formal de un agradecimiento, sin una explicación acerca de los resultados de la carta, aunque fueran inventados. Se encontraron en el restaurante, ella llegó con un poco de retraso, se sentó en seguida y se disculpó con la excusa de la madre, nadie diría, mirándolos, que son amantes, o tal vez se note que lo fueron hasta hace poco tiempo y que todavía no se han habituado a su nuevo estado de indiferentes el uno para con el otro, o a parecer que lo son. Pronunciaron algunas frases de circunstancias, Cómo estás, Qué tal lo has pasado, Mucho trabajo, Yo también, y cuando Tertuliano Máximo Afonso una vez más dudaba en el rumbo que le convendría dar a la conversación, ella se anticipó y saltó con los dos pies sobre el asunto, Satisfizo la carta tus deseos, preguntó, te dio todas las informaciones que necesitabas, Sí, dijo él, demasiado consciente de que su respuesta era, al mismo tiempo, falsa y verdadera, A mí, en aquel momento no me dio esa impresión, Por qué, Sería de esperar que fuera más voluminosa, No entiendo, Si no recuerdo mal, los datos que requerías eran tantos y tan minuciosos que no podrían caber en una sola hoja de papel, y dentro del sobre no había más que eso, Y tú cómo lo sabes, lo abriste, preguntó Tertuliano Máximo Afonso con súbita aspereza y sabiendo anticipadamente qué respuesta iba a recibir a la gratuita provocación. María Paz lo miró fijamente a los ojos y le dijo serena, No, y tú tienes obligación de saberlo, Te pido por favor que me disculpes, me salió de la boca sin pensar, dijo él, Puedo disculparte, si para ti eso significa algo, pero me temo que no pueda ir más lejos, Más lejos, dónde, Por ejemplo, olvidar que me has considerado capaz de abrir una carta que no me viene dirigida, En el fondo de ti misma, sabes que no es eso lo que pienso, En el fondo de mí misma, sé que no sabes nada de mí, Si tuviera dudas sobre tu carácter, no te habría pedido que la carta fuese enviada con tu nombre, Ahí, mi nombre no ha sido nada más que una máscara, la máscara de tu nombre, la máscara de ti, Te expliqué las razones por las que consideraba más oportuno el procedimiento que seguimos, Me las explicaste, Y estuviste de acuerdo, Sí, estuve de acuerdo, Entonces, Entonces, a partir de ahora, estaré esperando que me muestres las informaciones que dices que recibiste, y no porque tenga interés en ellas, es simplemente porque creo que es tu deber mostrármelas, Ahora eres tú quien desconfía de mí, Sí, pero dejaré de desconfiar si me dices cómo es posible que quepan en una simple hoja de papel todos los datos que pediste, No me los dieron todos, Ah, no te los dieron todos, Es lo que te acabo de decir, Pues muéstrame los que tengas. La comida se enfriaba en los platos, la salsa de la carne se adensaba, el vino dormía olvidado en las copas y había lágrimas en los ojos de María Paz. Durante un instante Tertuliano Máximo Afonso pensó que le causaría un alivio infinito contarle toda la historia desde el comienzo, este extrañísimo, singular, asombroso y nunca antes visto caso del hombre duplicado, lo inimaginable convertido en realidad, lo absurdo conciliado con la razón, la demostración acabada de que a Dios nada le es imposible y que la ciencia de este siglo es realmente, como dice el otro, tonta. De haberlo hecho, de haber tenido esa franqueza, sus desconcertantes acciones anteriores se encontrarían explicadas por sí mismas, incluyendo las que para María Paz habían sido agresivas, groseras o desleales, o que, simplemente, ofendían al más elemental sentido común, es decir, casi todas. Así la concordia regresaría, sus errores y faltas serían perdonados sin condiciones ni reservas, María Paz le pediría No sigas con esa locura, que puede traer malos resultados, y él respondería Te pareces a mi madre, y ella preguntaría Ya se lo has contado, y él diría Sólo le he dado a entender que tenía ciertos problemas, y ella concluiría Ahora que te has desahogado conmigo, vamos a resolverlo juntos. Son pocas las mesas que están ocupadas, les asignaron una mesa en una esquina y nadie les presta particular atención, situaciones como ésta, de parejas que vienen a dirimir sus conflictos sentimentales o domésticos entre el pescado y la carne o, peor todavía, porque necesitan de más tiempo, entre el aperitivo y el pagar la cuenta, forman parte integrante del cotidiano histórico de la hostelería, modalidad restaurante o casa de comidas. El bien intencionado pensamiento de Tertuliano Máximo Afonso, tal como apareció, se fue, el camarero se acercó a preguntar si habían terminado y retiró los platos, los ojos de María Paz están casi secos, mil veces se ha dicho que es inútil llorar por la leche derramada, lo malo de este caso es el cántaro que la llevaba, hecho pedazos en el suelo. El camarero trajo el café y la cuenta que Tertuliano Máximo Afonso pidió, pocos minutos después estaban en el coche. Te llevo a casa, había dicho él, Pues sí, si haces el favor, fue su respuesta. No hablaron hasta entrar en la calle donde vivía María Paz. Antes de llegar a la puerta donde ella iba a bajar, Tertuliano Máximo Afonso estacionó el coche junto a la acera y apagó el motor. Sorprendida por el inopinado gesto, le miró de reojo, pero siguió callada. Sin volver la cara, sin mirarla, con voz decidida pero tensa, él dijo, Todo cuanto en las últimas semanas has oído de mi boca, incluyendo la conversación que acabamos de mantener en el restaurante, es mentira pero no pierdas el tiempo preguntando cuál es la verdad porque no puedo responderte, Luego lo que querías de la productora no eran aclaraciones estadísticas, Exactamente, Presumo que será inútil por mi parte esperar que me digas el verdadero motivo de tu interés, Así es, Tendrá que ver con los vídeos, Conténtate con lo que te he dicho y déjate de preguntas y suposiciones, Preguntas, te puedo prometer que no haré, pero soy libre para suponer lo que quiera, aunque puedan parecerte disparates, Es curioso que no te hayas quedado sorprendida, Sorprendida, por qué, Sabes a qué me refiero, no me obligues a repetirlo, Más pronto o más tarde tendrías que decírmelo, pero no esperaba que fuera hoy, Y por qué tendría yo que decírtelo, Porque eres más honesto de lo que crees, En todo caso, no lo suficiente para contarte la verdad, No creo que la razón sea la falta de honestidad, lo que te cierra la boca es otra cosa, El qué, Una duda, una angustia, un temor, Qué te hace pensar así, Haberlo leído en tu cara, haberlo percibido en tus palabras, Ya te he dicho que mentían, Ellas, sí, pero no cómo sonaban, Hemos llegado al momento de usar las frases de los políticos, ni confirmo ni desmiento, Ése es un truco de baja retórica que no engaña a nadie, Por qué, Porque cualquier persona ve en seguida que la frase se inclina más hacia la confirmación que hacia el desmentido, Nunca me había dado cuenta, Yo tampoco, se me ha ocurrido ahora mismo, gracias a ti, No he confirmado ni el temor, ni la angustia, ni la duda, Pero tampoco los has desmentido, El momento no es para entretenerse en juegos de palabras, Mejor eso que tener lágrimas en los ojos ante la mesa de un restaurante, Perdona, Esta vez no tengo nada que perdonarte, ya sé la mitad de lo que tenía que saber, no me puedo quejar, Sólo he confesado que era mentira lo que te venía diciendo, Es la mitad que sé, a partir de ahora espero dormir mejor, Tal vez perdieses el sueño si conocieras la otra mitad, No me asustes, por favor, Ni hay razón para eso, tranquilízate, aquí no hay hombre muerto, No me asustes, Sosiégate, como mi madre suele decir, todo acabará resolviéndose, Prométeme que tendrás cuidado, Está prometido, Mucho cuidado, Sí, Y que si en todos esos secretos que no soy capaz de imaginar encuentras algo que me puedas decir, me lo dirías aunque a ti te pareciera insignificante, Te lo prometo pero, en este caso, lo que no sea todo es nada, Aun así, esperaré. María Paz se inclinó, dio un beso rápido en la cara de Tertuliano Máximo Afonso e hizo un movimiento para salir. Él la sujetó por el brazo y la retuvo, Quédate, vamos a mi casa, ella se desprendió suavemente y dijo, Hoy no, no podrías darme más de lo que ya me has dado, Salvo si te cuento lo que falta, Ni siquiera eso, imagínate. Abrió la puerta, todavía volvió la cabeza para despedirse con una sonrisa y salió. Tertuliano Máximo Afonso puso en marcha el motor, esperó a que ella entrase en el portal y después, con gesto cansado, arrancó y se fue a casa, donde, paciente y segura de su poder, lo estaba esperando la soledad.