Un libro nunca es fruto sólo del esfuerzo de su autor. Muchos otros, con su apoyo y sus opiniones (no sólo las literarias), hacen posible que el libro termine por abandonar el limbo de la imaginación del autor: hacen posible que ese libro exista. Así pues, muchas gracias a Jean-Claude Izzo que propició el paseo nocturno por la playa de Saint-Malo, después de una agotadora maratón de salsa, durante el cual nació la Carta delfín del mundo. A Luis Sepúlveda por su ayuda inestimable. A Endika Gerediaga, doctor en Bermeo, por su labor de mensajero de noticias bermeanas. A Gemma Barturen por su apoyo incondicional durante todos estos años. A Mari Carmen Muga, por su amabilidad al tenerme de inquilino literario en Cervera. A Julio Llamazares, por haber afinado el título y por la coma antes del pero. A Antonio Muñoz Molina, por sus consejos y su recomendación poética. A Pere Gimferrer por su sugerencia de acotar el universo verbal del libro. A Francisco Torres Oliver, por su ayuda en la captura de palabras. A Pacho Fernández Larrondo, por sus documentadas informaciones. A Charly, Marga, Raquel, Conchita, Antón, Mar, Elisa, Aranzazu, César, Charo, Joseba y Bernardo Atxaga, porque me han ayudado a sentir el País Vasco como mi casa. A Pablo, Cholo, Richie, Beatriz, Roberto y Jaime, por la reunión en torno a una hoguera, en plena noche cerverana. A Begoña y Ana, porque muchas de estas páginas han nacido en el clima acogedor de su bar. A Víctor, por la visita a la hospedería de San Zoilo.
Y, sobre todo, a Carmen Fernández de Blas, por ponerle cuerpo y alma a Nagala (y a Juan Luis Guerra, aún sin conocerle, porque con su canción Mayanimacanáme ha dado las palabras necesarias para hacer latir su corazón).