La idea de esta novela (o relato) esta extraída de un pasaje de uno de mis sermones, el cual (como supongo que lo han leído muy pocos) me tomo la libertad de citar. El pasaje es éste:
«¿Hay en este momento alguno entre los presentes —aunque nos hayamos desviado del Señor, hayamos desobedecido su voluntad y desoído su palabra—, hay alguno de nosotros que acepte, en este momento, todo cuanto el hombre pueda otorgar o la tierra producir, a cambio de renunciar a la esperanza de su salvación? No; no hay nadie…; ¡no existe un loco semejante en toda la tierra, por mucho que el enemigo del hombre la recorra con este ofrecimiento!».
Este pasaje me sugirió la idea de Melmoth el Errabundo. El lector encontrara dicha idea desarrollada en las paginas que siguen; a él le corresponde juzgar con que fuerza o éxito.
El «Relato del Español» ha sido criticado por un amigo a quien se lo he leído, el cual afirma que hay en él demasiado empeño en revivir los horrores de la novela gótica a lo Radcliffe, así como las persecuciones de conventos y los terrores de la Inquisición.
Yo me defendí, tratando de explicar a mi amigo que la miseria de la vida conventual estriba menos en las espantosas aventuras que uno encuentra en las novelas, que en la irritante serie de tormentos insignificantes que constituyen el suplicio de la vida en general, y que en medio del inmóvil estancamiento de la existencia monástica, la soledad proporciona a sus huéspedes ocio para inventar, y poder mezclado de malignidad, que facilita la plena disposición para llevarlos a la practica. Confío en que esta justificación convenza mas al lector de lo que convencí a mi amigo.
En cuanto al resto de la novela, hay algunas partes que he tomado de la vida misma.
La historia de John Sandal y Elinor Mortimer esta basada en hechos.
El original, del que la esposa de Walberg es un bosquejo imperfecto, es una mujer viva, y aún puede que siga viviendo mucho tiempo.
No puedo aparecer nuevamente ante el público bajo la tan inapropiada imagen de escritor de novelas sin lamentar la necesidad que me impulsa a ello. De proporcionarme mi profesión los medios de subsistencia, me consideraría culpable, efectivamente, de valerme de otros medios; ¿pero acaso puedo elegir?
Dublín, 31 de agosto, 1820