Hacía un día maravilloso y soplaba una suave brisa cuando Ellen llegó al patio cabalgando sin escolta. Había insistido en despedirse de sus protectores normandos unas millas antes de llegar para poder disfrutar con total tranquilidad del paseo solitario y de ver aparecer la casa y el taller. Barbagrís fue el primero en verla. Levantó sus huesos cansados y se le acercó gimiendo de alegría.
Ellen se dejó caer del caballo con cierta dificultad. Llevaba más de un mes viajando y la redondez de su vientre había crecido en consonancia.
«Cuánto ha envejecido Barbagrís desde que lo encontramos entre los matorrales», pensó, emocionada, y acarició al perro tras las orejas para saludarlo. Después miró en derredor con atención e inspiró hondo. ¡Al fin! ¡Al fin estaba en casa!
Decidió ir primero a ver a Isaac a la herrería, y se disponía ya a cruzar el patio cuando Rose y Marie salieron de la casa. Le sorprendió ver lo mucho que había cambiado la hija mayor de Mildred, que en los cinco meses de su ausencia se había convertido en toda una mujercita. ¡Pronto tendrían que ocuparse de buscarle un buen marido! Marie iba hablándole a Rose sin parar, y no calló hasta que esta le dio un codazo.
—¡Ellenweore! —Se le iluminó el rostro de alegría—. ¡Isaac, William, Jean! ¡Ellenweore ha vuelto! —exclamó a voz en grito en dirección a la casa, y corrió hacia su amiga.
Ellen se preguntó por un momento por qué no estaban los hombres en el taller; todavía era de día y la hora de comer había pasado ya. Después sonrió. ¡Debía de ser domingo! El largo viaje le había hecho perder la noción del tiempo.
Rose corrió a sus brazos y la estrechó con cariño.
—¿Cómo es que vienes sola? ¿Nadie te ha acompañado? —Miró por todas partes con preocupación.
—Los he despedido en el viejo tilo. No quería tenerlos a mi lado al llegar a casa. ¡Ay, Rose, han acontecido tantísimas cosas!
—¿Thibault? —preguntó ella con temor.
Ellen asintió.
—Pero ya ha terminado, al fin.
—Entonces, ¿ya no debemos temerlo más? —La miró con duda.
Ellen negó con la cabeza para tranquilizarla.
—No, ha recibido su justo castigo: el joven rey lo envió al infierno con Runedur usando una sola mano.
Rose abrió los ojos con espanto, pero no dijo más. Entretanto, también Isaac había salido de la casa. Se acercó a ella despacio, casi a la expectativa, como si temiera que Ellen le guardara aún rencor.
William lo adelantó, corrió hacia su madre y llegó a ella antes que Isaac.
—¡Válgame Dios, lo que has crecido! —constató Ellen con asombro.
Después de haberlo abrazado con fuerza, lo agarró de los hombros y lo alejó un poco para poder mirarlo bien.
William la contempló con alegría y asintió.
—Todo esto desde la Natividad. —Entre el pulgar y el índice que le mostró había una distancia considerable.
Isaac lo ponía de vez en cuando con la espalda contra la puerta del establo y hacía una muesca con su cuchillo, marcando su altura en la madera. La marca era un poco más alta cada vez, y William casi estallaba de orgullo.
Por fin también Isaac se acercó a Ellen, y William desapareció sin que nadie le dijera nada.
En la interrogante mirada de su marido, Ellen vio lo preocupado que estaba por ella.
—¡Me encuentro muy bien! —dijo en voz baja, y le echó los brazos alrededor del cuello—. Me alegro de estar otra vez contigo.
Su familiar olor y sus susurradas palabras: «Te he añorado mucho», hicieron que se le saltaran las lágrimas.
Isaac la estrechó con fuerza, aunque con cuidado.
Durante un buen rato permanecieron allí en el patio, absortos en su abrazo.
Fue Jean quien habló entonces:
—¡Bueno, bueno, ahora me toca a mí! —Sonrió y tiró de Ellen hacia sí—. Deja que te vea. ¡Qué barriguita más hermosa nos traes! —dijo, guiñándole un ojo—. Parece que ya no le queda mucho. ¡Por lo visto has conseguido llegar a casa justo a tiempo!
Ellen asintió y rio con alegría. No hacía más que mirar a Isaac. ¿Cómo había podido dudar de él un solo momento y creer que sentía envidia, y no celos, como había insinuado Jean, y que por eso estaba enfadado cuando Baudouin se la llevó? ¡En los ojos de su marido vio orgullo y amor, así como calidez e inquietud por ella! «Es del todo diferente a Guillaume», pensó con ternura. Por primera vez en su vida se sintió completamente a salvo. Había conseguido todas sus metas y estaba feliz de encontrarse junto a Isaac.