Apéndice

Añadiremos aquí algunos detalles (no mencionados anteriormente) sobre el famoso Barbanegra, en relación con su apresamiento de los barcos de Carolina del Sur y su insulto a dicha colonia. Esto fue en la época en que los piratas habían obtenido tal superioridad de fuerza que no se preocupaban lo más mínimo en protegerse de la justicia de las leyes, sino más bien de incrementar su poder y mantener su soberanía no sólo sobre los mares, sino extendiendo sus dominios a las mismas plantaciones y a los gobernadores de ellas, de manera que cuando los prisioneros subieron a bordo de los barcos de sus apresadores, los piratas libremente trabaron conversación con ellos, y nunca intentaron ocultar sus nombres, ni domicilios, como si fuesen habitantes de una nación legal y estuviesen decididos a tratar con todo el mundo a nivel de un libre estado; y todos los actos judiciales se efectuaron en nombre de Teach, con el título de comodoro.

Todos los prisioneros de Carolina fueron alojados en el barco del comodoro, después de ser rigurosamente interrogados con respecto a la carga de sus embarcaciones y el número y situación de otros mercantes que había en el puerto; cuándo creían que zarparían y con qué destino; y tan solemnemente llevaron el interrogatorio los piratas, que juraron dar muerte al que dijese mentira, o desviase o eludiese sus respuestas. Al mismo tiempo, estudiaron todos sus papeles con el mismo cuidado que si hubiesen estado en el despacho del ministro de Inglaterra. Una vez aclarada esta cuestión, se dio orden de devolver inmediatamente a todos los prisioneros a bordo de su propio barco, del que habían retirado todas las provisiones y pertrechos. Y lo hicieron con tanta prisa y precipitación que provocó gran terror entre los infortunados, quienes creyeron verdaderamente que les llevaban a matar; y lo que pareció confirmarles esta creencia fue que no se tuvo en cuenta la condición de los distintos prisioneros, sino que mercaderes, caballeros distinguidos, y hasta uno de los hijos de Mr. Wragg, fueron arrojados a bordo de manera confusa y tumultuosa, y encerrados bajo los cuarteles, donde ni siquiera un pirata se quedó con ellos.

En tan melancólica situación dejaron a estas gentes inocentes que lamentaron su estado durante varias horas, esperando a cada instante que un fósforo prendiese un reguero de pólvora que les hiciese saltar, o que incendiasen el barco, o lo hundiesen; nadie podía decir cómo, pero todos suponían que, de una manera o de otra, estaban destinados al sacrificio según sus brutales naturalezas.

Pero finalmente, brilló sobre ellos un rayo de luz, que reanimó a sus afligidas almas; abrieron los cuarteles, y se les ordenó que regresasen inmediatamente a bordo del barco del comodoro. Entonces empezaron a pensar que los piratas habían cambiado su salvaje resolución, y que Dios les había inspirado sentimientos menos ofensivos a la naturaleza y la humanidad; y fueron a bordo, por así decir, con una nueva vida. Los más importantes fueron conducidos ante Barbanegra, general de los piratas, quien les conocía, con ocasión de tan extraordinario procedimiento judicial, del que sólo fueron retirados mientras se celebraba un consejo general, en cuyo tiempo no se consintió que estuviese presente ningún prisionero. Este les dijo que la compañía necesitaba medicinas, y que debía proporcionárselas la provincia; que el primer cirujano había redactado una lista, la cual enviarían al gobernador y al Consejo, con dos de sus propios oficiales, hasta cuyo regreso sin daño, así como el del cofre mismo, habían llegado al acuerdo de retener a todos sus prisioneros como rehenes, quienes serían muertos si no se cumplían sus peticiones con puntualidad.

Mr. Wragg contestó que quizá podía no estar en su poder el cumplir con cada una de las partes, y que temía que alguna de las drogas de la lista del cirujano no se encontrase en la provincia; y, si resultaba ser así, esperaba que se conformase en suplir esa falta con otra cosa. Asimismo, propuso que fuese uno de ellos con los dos caballeros enviado en embajada, que pudiese verdaderamente hacer ver el peligro en que estaban, e inducirles más prontamente a someterse, a fin de salvar las vidas de tantos súbditos del rey; y más aún, para prevenir cualquier insulto del pueblo llano (de cuya conducta, en semejante ocasión, no podía responder) a las personas enviadas.

Su excelencia Barbanegra consideró razonable esta sugerencia y convocó otro consejo, que aprobó igualmente la enmienda; así que propusieron a Mr. Wragg, que era el primero en autoridad, y conocido como persona de inteligencia entre los carolinianos, y el propio caballero se ofreció a dejar a un hijo en manos de los piratas, hasta que regresase, lo que prometió hacer, aunque el gobierno rechazase las condiciones para la liberación: pero Barbanegra se negó absolutamente a esta petición, diciendo que sabía demasiado bien la importancia que tenía para la provincia, y que igualmente la tenía para ellos, por lo que sería el último hombre del que se desprenderían.

Tras alguna discusión, fue designado Mr. Marks para acompañar a los embajadores; conque abandonaron la escuadra en una canoa y se acordó dar un plazo de dos días para el regreso; entretanto, el barco del comodoro permaneció a cinco o seis leguas de distancia de tierra; pero al expirar dicho plazo y no haber salido nadie del puerto, fue llamado Mr. Wragg a la presencia de Teach, quien, con terrible semblante, le dijo que no debían burlarse, que él imaginaba que les habían hecho alguna traición y que aquello no podría acarrear nada sino la muerte inmediata. Mr. Wragg suplicó que aplazase un día más la ejecución, pues estaba seguro de que la provincia estimaba mucho sus vidas, y se mostraría solícita hasta el último grado, con tal de redimirles; que, quizá, podía haberle acaecido alguna desgracia a la canoa al entrar, o puede que sus propios hombres hubieran ocasionado tal demora, en cualquiera de cuyos casos sería injusto sufrir por ellos.

Teach se apaciguó de momento y concedió un día más para su regreso; pero al final de este tiempo, ¡cómo se enfureció, al verse chasqueado, llamándoles villanos mil veces, y jurando que no vivirían dos horas! Mr. Wragg le aplacó todo lo que pudo, y pidió que se mantuviese un vigía. Las cosas parecían haber llegado ahora al extremo, y ninguno creyó que su vida valía un ardite; las inocentes personas se sumieron en una inmensa agonía espiritual, pensando ya que nada sino un milagro podría preservarles de ser aplastados por el peso del enemigo, cuando avisaron desde el castillo de proa que había surgido a la vista un pequeño bote. Esto elevó sus espíritus abatidos, y renacieron sus esperanzas; Barbanegra salió personalmente con su catalejo y declaró que podía distinguir su propia capa escarlata, que le había prestado a Mr. Marks para ir a tierra; tomaron esto como una demora segura, hasta que llegó el bote a bordo. Entonces les volvieron los temores, al ver que no venía ninguno de los piratas, ni Mr. Marks, ni el cofre de las medicinas.

Este bote, al parecer, fue enviado muy atinadamente por Mr. Marks y los hombres del comodoro, no fuese que se malinterpretase la demora que había ocasionado un desafortunado accidente, a saber, que el bote enviado a tierra había naufragado, al volcarlo un súbito golpe de viento, y que los hombres habían llegado con gran trabajo a la playa de la deshabitada isla de [en blanco en el texto], a tres o cuatro leguas de tierra firme; y habiendo permanecido allí algún tiempo, hasta verse reducidos al extremo, no encontrando provisiones de ningún género, y temiendo el desastre que podía sobrevivir a los prisioneros de a bordo, los pertenecientes a la compañía pusieron a Mr. Marks sobre un cuartel, lo hicieron flotar en el agua, y después se desnudaron y zambulleron, y nadando tras él, y empujando el flotante cuartel, se esforzaron por todos los medios en llegar a la ciudad. Este resultó ser un voiture [transporte] muy penoso, y con toda probabilidad habrían perecido de no haber salido esa mañana un pesquero, que al ver algo en el agua, se acercó y los recogió cuando estaban ya casi extenuados de cansancio.

Ya providencialmente a salvo, Mr. Marks fue a [en blanco en el texto], y alquiló allí un bote que le llevó a Charles-Town; entretanto, había enviado al pesquero a informales del accidente. Mr. Teach se apaciguó con esta relación, y consintió en esperar dos días más, ya que no parecía haber culpa por parte de ellos en la causa de esta demora. Al final de los dos días, perdieron los piratas toda paciencia, y el comodoro no pudo persuadirles para que les diesen más tiempo de vida que hasta la mañana siguiente, si el bote no regresaba entonces. Esperando otra vez, y otra vez decepcionados, los caballeros no supieron qué decir, ni cómo excusar a sus amigos de tierra; algunos dijeron a los piratas que ellos tenían los mismos motivos para culparles de su conducta; que no dudaban, por lo que ya había sucedido, de que Mr. Marks cumplía muy fielmente con su deber, y que habían recibido noticia de que el bote se dirigía sin novedad a Charles-Town, aunque no podían imaginar qué era lo que retrasaba el cumplimiento de la misión, a no ser que diesen más valor al cofre de las medicinas que a las vidas de ochenta hombres que ahora estaban al borde de la muerte. Teach, por su parte, creía que habían encarcelado a sus hombres y que rechazaban las condiciones para la liberación de los prisioneros, y juró mil veces que no sólo morirían ellos, sino también cada hombre de Carolina que en adelante cayese en sus manos. Los prisioneros, finalmente, suplicaron que se les concediese este único favor, a saber, que la escuadra levase anclas y se situase frente al puerto, y si entonces no veían salir el bote, que los prisioneros los pilotarían ante el pueblo y que, si les daba por cañonearles, permanecerían junto a ellos hasta el último hombre.

Esta proposición de tomar venganza por la supuesta traición (como el comodoro se complacía en llamarla) agradó mucho al salvaje genio del general y de sus brutos, y accedió al punto. El proyecto fue aprobado igualmente por los mirmidones, así que levaron anclas los ocho barcos de vela en total, que eran las presas que tenían bajo custodia, y se desplegaron frente a la ciudad; los habitantes entonces tuvieron su parte de miedo esperando nada menos que un ataque general; los hombres fueron todos puestos en armas, aunque no tan regularmente como se podía haber hecho, si la sorpresa hubiese sido menor; pero las mujeres y los niños corrieron por la calle como dementes. Sin embargo, antes de que las cosas llegaran al último extremo, vieron salir el bote que llevaba la redención a los pobres cautivos y la paz a todos.

Subieron el cofre a bordo, fue aceptado, y después averiguaron que Mr. Marks había cumplido con su deber, y la culpa de la demora recayó merecidamente sobre los dos piratas enviados en embajada; pues mientras los caballeros ayudaban al gobernador y al Consejo en el asunto, estos dos señoritos andaban de visiteos, bebiendo con sus quondam amigos y conocidos y yendo de casa en casa, de manera que no les encontraban, cuando las medicinas estuvieron preparadas para ser llevadas a bordo; y Mr. Marks sabía que supondría la muerte de todos, si iban sin ellos, pues si no hubieran regresado, el comodoro no habría creído fácilmente que no habían obrado engañosamente con ellos. Pero ahora no se veían a bordo más que rostros sonrientes; la tormenta que tan pesadamente había amenazado a los prisioneros se había disipado, y le había sucedido un día radiante de sol; en resumen, Barbanegra les soltó como había prometido, les envió a sus barcos después de haberlos saqueado, y se alejó de la costa, como se ha referido.

Lo que sigue contiene las reflexiones sobre un caballero, ya fallecido, que fue gobernador de Carolina del Norte, esto es, de Charles Eden, Esq. Lo que sabíamos de él, por informes recibidos después, carecía de los debidos fundamentos, por tanto será necesario decir algo en este lugar para borrar la calumnia arrojada sobre él por personas que juzgaron mal su conducta, dado el cariz con que las cosas se presentaron entonces.

Tras un repaso a esta parte de la historia de Barbanegra, no parece por ninguno de los hechos cándidamente considerados que el citado gobernador mantuviese secreta o criminal correspondencia con este pirata; y yo he sido informado después, de muy buena mano, que Mr. Eden siempre se comportó, hasta donde alcanzaba su poder, de manera acorde con su cargo, y mostró el carácter de buen gobernador y hombre honrado.

Pero su desgracia fue la debilidad de la colonia que él mandaba, carente de fuerza para castigar los desórdenes de Teach, que señoreaba a su placer, no sólo en la plantación, sino en la propia morada del gobernador, amenazando con destruir el pueblo a sangre y fuego si se hacía alguna ofensa a él o a sus compañeros, de manera que a veces situaba su nave frente a la ciudad en posición de combate; y en una de ellas, en que sospechaba que habían fraguado un plan para cogerle, bajó a tierra y fue al gobernador bien armado, dejando órdenes a sus hombres a bordo de que si no regresaba en el plazo de una hora (como pensaba hacer, si estaba en libertad), arrasasen la casa sin más, aunque él estuviese dentro. Tales eran las ultrajantes insolencias de este villano, que fue tan grande en fechorías y quería vengarse de sus enemigos como fuese, aun a riesgo de su vida, con tal de conseguir sus malvados fines.

Debe observarse, sin embargo, que Barbanegra, en cuanto a piratería, había obedecido el edicto, y satisfecho con ello a la ley; y que poseyendo un certificado de la mano de su excelencia, no podía ser juzgado por ninguno de los crímenes cometidos hasta entonces, ya que habían sido borradas por dicho edicto de perdón: y en cuanto a la condena del barco de la Martinica francesa, que Barbanegra llevó a Carolina del Norte después, el gobernador procedió judicialmente. Convocó un tribunal del Vicealmirantazgo, en virtud de su comisión, en el que cuatro de la tripulación declararon bajo juramento que habían encontrado el barco en la mar, sin personas a bordo, de modo que este tribunal lo confiscó como habría hecho cualquier otro tribunal, y se repartió el cargamento de acuerdo con la ley.

En cuanto a la expedición secreta desde Virginia, emprendida por el gobernador de allá, tenía también sus razones secretas: los barcos de guerra habían estado amarrados estos diez meses mientras los piratas infestaban la costa y hacían gran daño, por lo que es probable que se les pidiesen cuentas; pero el éxito de la empresa contra Teach, alias Barbanegra, evitó quizá tal investigación, aunque no estoy seguro en cuanto a qué actos de piratería había cometido, después de acogerse al edicto; el barco francés fue confiscado legalmente como se ha dicho antes, y si había cometido depredaciones entre los plantadores, como ellos parecieron quejarse, no estaban en alta mar, sino en el río, o en la ribera, y no entraban en la jurisdicción del almirantazgo, ni bajo las leyes de la piratería. El gobernador de Virginia encontró interés en el asunto; pues envió, al mismo tiempo, una fuerza por tierra, y apresó gran cantidad de efectos de Barbanegra en la provincia de Eden; ciertamente, era una novedad que un gobernador, cuyo mandato estaba limitado a su jurisdicción, ejerciese la autoridad en otro gobierno, y sobre el propio gobernador del lugar. De este modo, el pobre Mr. Eden fue insultado y despreciado en todas partes, sin posibilidad de exigir justicia, ni aducir sus derechos legales.

En resumen, para hacer justicia a la persona del gobernador Eden, que murió después, no parece por ninguno de los escritos o cartas encontradas en la balandra de Barbanegra, ni por ninguna otra evidencia cualquiera, que dicho gobernador tuviese que ver en absoluto con ninguna práctica malvada; sino al contrario, que durante su permanencia en ese puesto fue honrado y querido por la colonia, debido a su integridad, honradez y prudente conducta en su administración; qué asuntos mantuvo privadamente el entonces secretario suyo, no lo sé; murió pocos días después de la destrucción de Barbanegra, y no se hizo ninguna investigación. Quizá no hubo ocasión para ello.