EL CAPITÁN TEACH, ALIAS «BARBANEGRA»

Edward Teach era natural de Bristol, pero había navegado algún tiempo por Jamaica, en barcos corsarios, durante la última guerra francesa; sin embargo, aunque se distinguió frecuentemente por su excepcional arrojo y personal valentía, jamás alcanzó ninguna clase de mando, hasta que se dedicó a la piratería, lo que sucedió, creo, a finales del año 1716, cuando el capitán Benjamín Hornigold le dio una balandra que había apresado, y con quien se mantuvo en buenos términos hasta poco antes de que Hornigold se entregara.

En la primavera del año 1717, Teach y Hornigold zarparon de Providence hacia los mares de América, y apresaron durante el viaje un billop [¿chalupa?] de la Habana, con 120 barriles de harina, y también una balandra de Bermudas, cuyo patrón se llamaba Thurbar, al que quitaron sólo unos galones de vino, y soltaron; y un barco que iba de Madeira a Carolina del Sur, al que quitaron un botín de considerable valor.

Después de limpiar en la costa de Virginia, regresaron a las Antillas, y en la latitud de 24 apresaron un gran buque de la Guinea francesa, en el que, con el consentimiento de Hornigold, embarcó Teach como capitán, y efectuó un crucero en él; Hornigold regresó con su balandra a Providence, donde, a la llegada del capitán Rogers, el gobernador se rindió a su merced, de conformidad con el edicto del Rey.

A bordo de este buque de Guinea, Teach montó 40 cañones, y lo llamó Queen Ann’s Revenge; y navegando cerca de la isla de St. Vincent, apresó un barco grande, llamado Great Allen, mandado por Christopher Taylor; los piratas lo despojaron de cuanto consideraron oportuno, desembarcaron a todos los hombres en la mencionada isla e incendiaron el barco.

Pocos días después, Teach se topó con el Scarborough, buque de guerra de 30 cañones, que le presentó batalla durante unas horas; pero viendo que el pirata iba bien tripulado, y habiendo comprobado su fuerza, renunció al combate y regresó a Barbados, lugar de su base, y Teach puso rumbo a la América española.

En su viaje se topó con una balandra pirata de diez cañones, mandada por un tal comandante Bonnet, poco antes caballero de buena reputación y fortuna, de la isla de Barbados, a quien se unió; pero pocos días después, Teach, viendo que Bonnet no sabía nada de la vida marinera, y con el consentimiento de sus propios hombres, puso a otro capitán, un tal Richards, al mando de la balandra de Bonnet, y llevó al comandante a bordo de su propio barco, diciéndole que como no estaba habituado a las fatigas y cuidados de semejante puesto, era mejor para él que renunciase, y viviese cómodamente, a su gusto, en un barco como el suyo, donde no estaría obligado a realizar los deberes necesarios de un viaje.

En Turniff, a diez leguas de distancia de la bahía de Honduras, los piratas cargaron agua dulce; y mientras estaban fondeados, vieron venir una balandra; Richards, en la balandra llamada Revenge, largó su cable, y salió a su encuentro; aquella, al ver izada la bandera negra, arrió su vela y se acercó bajo la popa del comodoro Teach. Se llamaba Adventure, de Jamaica, y era su patrón David Harriot. Este y sus hombres fueron trasladados a bordo del barco grande, y enviaron a otros tantos con Israel Hands, dueño del barco de Teach, a tripular la balandra para fines piratas.

El 9 de abril zarparon de Turniff, después de permanecer allí alrededor de una semana, y se dirigieron a la bahía, donde encontraron un barco y cuatro balandras, tres de ellas pertenecientes a Jonathan Bernard, de Jamaica, y la otra al capitán James; el barco era de Boston, se llamaba Protestant Caesar, y estaba mandado por el capitán Wyar. Teach izó su enseña negra, y disparó un cañón, a lo que el capitán Wyar, y todos sus hombres, abandonaron el barco, y se fueron a tierra en su bote. El cabo de mar de Teach, y ocho de su tripulación tomaron posesión del barco de Wyar, y Richards se apoderó de todas las balandras, una de las cuales quemaron con gran pesar de su dueño; al Protestant Caesar lo quemaron también, después de saquearlo, porque procedía de Boston, donde fueron ahorcados algunos hombres por piratería; y a las tres balandras pertenecientes a Bernard las dejaron en libertad.

De aquí salieron a Turkill, y luego a Grand Caimanes, pequeña isla a unas treinta leguas al oeste de Jamaica, donde apresaron un pequeño tortuguero; y a la Habana, y de aquí a Bahama Wrecks, y de Bahama Wrecks pusieron rumbo a Carolina, apresaron en el viaje un bergantín y dos balandras, y anclaron luego frente a la entrada de Charles-Town durante cinco o seis días. Aquí apresaron un barco cuando salía con destino a Londres, mandado por Robert Clark, con algunos pasajeros a bordo que se dirigían a Inglaterra; al día siguiente aprehendieron otra nave que salía de Charles-Town, y también dos pesqueros que entraban a dicho puerto; asimismo, capturaron un bergantín con 14 negros a bordo; todo esto tuvo lugar frente a la ciudad, lo que provocó gran pánico en la provincia de Carolina, poco antes visitada por Vane, otro afamado pirata y, dado que no estaban en condiciones de resistir a su fuerza, se abandonaron a la desesperación. Había ocho velas en el puerto, prestas a salir a la mar, pero ninguna se atrevió, ya que era casi imposible escapar de sus garras. Las naves con destino a dicho puerto se hallaban en el mismo dramático dilema, de modo que el comercio con esta plaza quedó totalmente interrumpido. Lo que hizo que estas desdichas resultasen más penosas fue la larga y costosa guerra que la colonia había sostenido con los nativos, y que acababa de concluir cuando vinieron estos ladrones a infestarla.

Teach retuvo a todos los barcos y prisioneros, y estando necesitado de medicinas, resolvió pedir un cofre al gobierno de la provincia; así que envió a Richards, capitán de la balandra Revenge, y dos o tres piratas más, juntamente con Mr. Marks, uno de los prisioneros, al que habían capturado en el barco de Clark, quienes muy insolentemente presentaron sus demandas, amenazando, si no enviaban inmediatamente el cofre de medicinas y permitían regresar a los embajadores-piratas sin ejercer ninguna violencia sobre sus personas, con matar a todos los prisioneros, enviar sus cabezas al gobernador y pegar fuego a los barcos apresados.

Mientras Mr. Marks se dirigía al consejo, Richards y el resto de los piratas, anduvieron por las calles públicamente, a la vista de la gente, que estaba inflamada de la más grande indignación, y les tenía por ladrones y asesinos y particularmente causantes de sus daños y opresiones; pero nadie se atrevió ni a pensar siquiera en tomarse venganza, por temor a que esto les acarrease más calamidades; así que se vieron obligados a dejar que los villanos deambulasen con impunidad. No tardó el gobierno en meditar el mensaje, aunque era la mayor afrenta que podía habérsele impuesto; sin embargo, con el fin de salvar tantas vidas (entre ellas, la de Mr. Samuel Wragg, miembro del consejo), dieron satisfacción a esta necesidad, y entregaron un cofre, valorado entre tres y cuatro cientos de libras, y los piratas volvieron sin daño a sus barcos.

Barbanegra (pues así llamaban generalmente a Teach, como se verá más adelante), tan pronto como recibió las medicinas y a sus piratas hermanos, liberó los barcos y prisioneros, habiéndoles quitado previamente oro y plata por valor de 1500 libras esterlinas, además de provisiones y otros artículos.

De la entrada de Charles-Town se dirigieron a Carolina del Norte; el capitán Teach en el barco que ellos llamaban buque de guerra, el capitán Richards y el capitán Hands en las balandras, que ellos calificaban de corsarias, más otra balandra que les servía de escampavía. Teach empezó entonces a pensar en abandonar la compañía y quedarse el dinero y lo mejor de las rapiñas para él y unos cuantos compañeros, por los que sentía mayor amistad, y burlar al resto: así que, con el pretexto de entrar en la ensenada de Topsail a limpiar, encalló su embarcación y luego, como impensadamente y por accidente, ordenó a la balandra de Hands que viniese a ayudarle, y le sacase, lo que se apresuró a hacer; llevó la balandra hasta la playa, junto a la otra, y embarrancaron las dos. Hecho esto, Teach subió a la balandra escampavía, con unos cuarenta hombres, y dejó allí la Revenge; luego cogió a otros diecisiete y los abandonó en un islote arenoso, como a una legua de tierra firme, donde no había pájaros, animales ni yerbas para su subsistencia, y donde habrían perecido si el comandante Bonnet no les hubiese recogido dos días después.

Teach se entregó al gobernador de Carolina del Norte, con unos veinte de sus hombres, y se acogió al edicto de su majestad, cuyo certificado recibió de su excelencia; pero no parece que su sometimiento a este perdón se debiera a un deseo de reformar sus costumbres, sino que era sólo una maniobra, en espera de una ocasión más favorable para dedicarse de nuevo a las mismas actividades; esta se presentó poco más tarde, con mayor seguridad para él, y, muchas más perspectivas de éxito, ya que en este tiempo cultivó muy buen entendimiento con el citado gobernador, Charles Eden, Esq.

El primer servicio que este amable gobernador prestó a Barbanegra fue darle un derecho sobre la nave que había apresado, cuando pirateaba en un barco llamado el Queen Ann’s Revenge; para cuyo fin se reunió el consejo del Vicealmirantazgo en Bath.

Town; y, aunque Teach jamás había recibido comisión alguna en su vida, y la balandra pertenecía a armadores ingleses y fue apresada en tiempo de paz, sin embargo, le fue adjudicada al tal Teach como presa tomada a los españoles. Estos amaños muestran que los gobernadores son sólo hombres.

Antes de salir en pos de aventuras, se casó con una joven criatura de unos dieciséis años, siendo el gobernador quien efectuó la ceremonia. Al igual que aquí es costumbre que los case un sacerdote, allá lo es que lo haga un magistrado; esta, según he sido informado, hacía la decimocuarta esposa de Teach, de las que puede que aún vivieran lo menos una docena. Su comportamiento en este estado fue algo extraordinario; pues mientras su balandra permaneció en la ensenada de Okerecock [Ocracoke], y él en tierra, en una plantación donde vivía su esposa, tomó la costumbre, después de haber pasado toda la noche con ella, de invitar a cinco o seis de sus brutales compañeros a bajar a tierra, y obligarla a ella a prostituirse con todos, uno tras otro, en presencia suya.

En junio de 1718, se hizo a la mar para efectuar otra expedición, y puso rumbo a las Bermudas; se encontró con dos o tres navíos ingleses en el trayecto, pero les robó sólo provisiones, pertrechos y cosas necesarias para su presente gasto; pero cerca de la citada isla, se topó con dos barcos franceses, uno de ellos cargado de azúcar y cacao, y el otro de vacío, ambos con destino a la Martinica; al barco que no llevaba carga lo dejó ir poniendo a su bordo a todos los hombres del barco cargado, y regresó con dicho barco y cargamento a Carolina del Norte, donde el gobernador y los piratas se repartieron el botín.

Cuando llegaron Teach y su presa, él y cuatro de su tripulación fueron a su excelencia y prestaron declaración jurada de que habían encontrado el barco francés en la mar, sin un alma a bordo; luego se celebró un juicio, y se adjudicó el barco: al gobernador le tocaron sesenta bocoyes de azúcar en el reparto, y a un tal Mr. Knight, que era secretario suyo y recaudador de la provincia, veinte, y el resto se dividió entre los demás piratas.

El asunto no había quedado zanjado aún, ya que el barco permanecía amarrado y era posible que entrase en el río alguien que lo conociese y descubriese la bribonada; pero a Teach se le ocurrió un plan para evitar esto, y con el pretexto de que hacía agua y podía hundirse y obstruir la bocana de la ensenada o abra, donde se hallaba fondeado, obtuvo una orden del gobernador para llevarlo al río y prenderle fuego, lo que efectivamente hizo; e incendiándolo cerca de la orilla, se hundió su casco, y con él sus temores de que fuese utilizado como prueba contra ellos.

El capitán Teach, alias Barbanegra, pasó tres o cuatro meses en el río, unas veces fondeado en ensenadas, otras navegando de una cala a otra, vendiendo a las balandras que encontraba el botín que había apresado, y a menudo ofreciéndoles presentes a cambio de los pertrechos y provisiones que les quitaba; esto cuando se encontraba de humor generoso; porque otras veces se conducía con descaro con ellos y les quitaba cuanto deseaba, sin decir «por vuestra libertad», sabiendo de sobra que no se atreverían a enviarle la factura. Frecuentemente bajaba a tierra a divertirse con los plantadores, donde se emborrachaba y regocijaba noche y día; y era bien recibido por ellos, aunque no puedo decir si por amor o por temor; él, a veces, les trataba cortésmente y les regalaba ron y azúcar, en compensación por lo que les arrebataba; en cuanto a las libertades (según se dice) que se tomaban él y sus compañeros con las esposas e hijas de los plantadores, no me corresponde a mí decir si las pagaba ad valorem o no. Otras veces, se portaba de modo altanero con ellos, y sometía a algunos a contribución; es más, a menudo llegaba a insultar al gobernador, aunque no he podido averiguar que hubiese entre ellos el menor motivo de pelea, sino más bien parecía hacerlo para demostrar que se atrevía.

Siendo tan frecuentemente saqueadas por Barbanegra las embarcaciones que comerciaban en el río, deliberaron los traficantes y algunos de los mejores plantadores sobre qué determinación tomar, viendo claramente que era inútil recurrir al gobernador de Carolina del Norte, a quien correspondía propiamente buscar algún remedio; así que si no atinaban a encontrar algún otro recurso, Barbanegra reinaría probablemente con toda impunidad; conque, con el mayor secreto posible, enviaron una delegación a Virginia, para exponer el caso al gobernador de esta colonia, y solicitar una fuerza armada de barcos de guerra, que apresase o destruyese al pirata.

Este gobernador consultó con los capitanes de dos buques de guerra, a saber, el Pearl y el Lime, que se hallaban fondeados en el río James desde hacía unos diez meses. Se acordó que el gobernador alquilase un par de pequeñas balandras, y las tripulasen los soldados; así lo hicieron, y se dio el mando a Mr. Robert Maynard, primer lugarteniente del Pearl, oficial experimentado y caballero de gran valentía y resolución, como se verá por su intrépido comportamiento en esta expedición. Las balandras fueron bien tripuladas y pertrechadas de munición y armas portátiles, aunque no montaron ningún cañón.

Por el mismo tiempo en que se hicieron a la mar, el gobernador convocó una asamblea, en la que se decidió publicar un edicto, ofreciendo determinadas recompensas a aquella persona o personas que, en el plazo de un año, apresase o destruyese a cualquier pirata: la original proclama, que ha venido a parar a nuestras manos es como sigue:

Por el Gobernador Lugarteniente de su Majestad y Comandante en Jefe de la colonia y dominio de Virginia.

EDICTO

Haciendo pública la recompensa por prender o matar piratas.

Por cuanto, en acta de asamblea celebrada en una sesión, iniciada en la capital de Williamsburg, el día once de noviembre, del quinto año del reinado de su Majestad, ha sido aprobada una disposición para alentar el apresamiento y destrucción de piratas: se decreta, entre otras cosas, que todas y cada una de las personas que, entre el día catorce de noviembre del año de nuestro Señor de mil setecientos dieciocho y la víspera del día catorce de noviembre, que será del año de nuestro Señor mil setecientos diecinueve, apresaren a cualquier pirata, o piratas, en la mar o en tierra, o en caso de resistencia mataren a tal pirata, o piratas, en los grados treinta y cuatro de latitud norte, y en un radio de cien leguas del continente de Virginia, o en las provincias de Virginia o Carolina del Norte, mediante convicción, o presentando la debida prueba de haberlos matado a todos, y cada uno de los tales, pirata o piratas, ante el Gobernador y el Consejo, tendrá derecho a percibir y poseer del erario público, en manos del Tesorero de esta colonia, las diversas recompensas siguientes: a saber, por Edward Teach, comúnmente llamado capitán Teach, o Barbanegra, cien libras; por cada uno de los demás comandantes de barcos, balandras o embarcaciones piratas, cuarenta libras; por cada lugarteniente, patrón o cabo de mar, contramaestre o carpintero, veinte libras; por cada marinero raso apresado a bordo de tal barco, balandra o embarcación, diez libras; y que por cada pirata apresado en cualquier barco, balandra o embarcación perteneciente a esta colonia, o Carolina del Norte, en el período antedicho, en cualquier lugar, las recompensas se pagarán de acuerdo con la calidad y condición de los tales piratas. Por tanto, para estímulo de todas las personas deseosas de servir a su Majestad, y a su país, en tan justa y honrosa empresa, como es la de suprimir a una clase de gente que puede en verdad calificarse de enemiga de la humanidad; juzgo conveniente, con el asesoramiento y aprobación del Consejo de su Majestad, publicar este edicto, por cuya publicación, las dichas recompensas serán puntualmente y justamente pagadas en moneda corriente de Virginia, según instrucciones de la dicha acta. Por lo que ordeno y decreto que este edicto sea hecho público por las autoridades, en sus respectivos edificios, y por todos los párrocos y predicadores, en las diversas iglesias y capillas, de toda esta colonia.

Dado en nuestra Cámara de Consejo de Williamsburg, el día 24 de noviembre de 1718, quinto año del reinado de su Majestad.

DIOS SALVE AL REY

A. SPOTSWOOD

El 17 de noviembre de 1718, el lugarteniente Maynard partió de Kickquetan [Hampton], en el río James de Virginia, y el 31 por la tarde llegó a la entrada de la ensenada de Okerecock, donde avistó al pirata. Esta expedición se realizó con todo el secreto imaginable, y el oficial usó de toda la prudencia necesaria para impedir a cualquier bote o embarcación con que se topaba en el río, que lo remontase, previniendo de este modo que llegara anticipadamente noticia alguna a Barbanegra, y recibiendo al mismo tiempo noticia de todos ellos, sobre el lugar donde el pirata estaba apostado; pero pese a esta precaución, Barbanegra recibió de su excelencia de la provincia información sobre el plan; y su secretario, Mr. Knight, le escribió una carta especialmente referida a ello, comunicándole que le había enviado a cuatro de sus hombres, que eran todos los que había podido encontrar, en o cerca de la ciudad, y así advertía que estuviese en guardia. Estos hombres pertenecían a Barbanegra, y fueron enviados de Bath-Town a la ensenada de Okerecock, donde se encontraba la balandra, que estaba a unas 20 leguas.

A Barbanegra le habían llegado varios rumores que después habían resultado falsos, así que no dio crédito a esta advertencia, y no se convenció hasta que vio las balandras: entonces fue el momento de poner su nave en posición de defensa; no tenía más que veinticinco hombres a bordo, aunque hacía creer a todas las embarcaciones que eran cuarenta. Cuando se hubo aprestado para la batalla, desembarcó y se pasó la noche bebiendo con el patrón de una balandra mercante que, según se creía, tenía más negocios con Teach de los que debiera.

El lugarteniente Maynard ancló, pues el lugar era poco profundo, y el canal intrincado, no habiendo posibilidad de entrar esa noche a donde Teach estaba fondeado; pero por la mañana levó anclas, y envió su bote delante de las balandras, para que fuese sondando; y al llegar a un tiro de cañón del pirata, recibió su fuego; a lo cual Maynard izó la enseña del rey, y enfiló directamente hacia él, con toda la potencia de que eran capaces sus velas y sus remos. Barbanegra cortó su cable, y trató de presentar batalla en retirada, sosteniendo con sus cañones un fuego continuo sobre el enemigo; no teniendo ninguno Mr. Maynard, mantuvo un fuego constante con sus armas pequeñas, mientras algunos de sus hombres se esforzaban en los remos. En poco tiempo, la balandra de Teach se ciñó a tierra, y siendo de más calado la de Mr. Maynard que la del pirata, no pudo acercarse a él; así que ancló a medio tiro del enemigo, y, a fin de aligerar su embarcación, y poder abordarle, el lugarteniente ordenó que arrojasen todo el lastre por la borda, se desfondasen todos los barriles de agua, se levase ancla luego, y siguiesen, a lo cual Barbanegra les gritó brutalmente:

—¡Malditos villanos!, ¿quiénes sois? ¿Y de dónde venís?

El lugarteniente le contestó:

—Podéis ver por nuestra enseña que no somos piratas.

Barbanegra le pidió que enviase el bote a su bordo, y así poder ver quién era; pero Mr. Maynard replicó de este modo:

—No puedo desprenderme de mi bote, pero yo subiré a vuestro bordo, en cuanto pueda, con toda mi balandra.

A lo que Barbanegra, tomando un vaso de licor, le saludó con estas palabras:

—Así se condene mi alma, si os doy cuartel, u os pido alguno.

En respuesta de lo cual, Mr. Maynard le dijo que no esperaba cuartel de su parte, ni él le daría tampoco ninguno.

A todo esto, la balandra de Barbanegra flotaba holgadamente, mientras que las de Maynard bogaban hacia ella, con apenas un pie de agua por debajo de sus quillas, con lo que se arriesgaban todos los hombres. Y al acercarse (hasta aquí habían realizado poca o ninguna acción, por parte de ambos bandos), el pirata descargó una andanada, con toda clase de armas pequeñas: ¡fue un golpe fatal para ellos! La balandra del lugarteniente estaba a su merced, y cayeron veinte hombres entre muertos y heridos, y nueve en la otra balandra: esto no pudo evitarse, pues como no había viento, se vieron obligados a seguir con los remos, ya que de otro modo el pirata habría logrado escapar, cosa que, al parecer, el lugarteniente estaba dispuesto a evitar.

Después de este desventurado revés, la balandra de Barbanegra embarrancó en la orilla; la de Mr. Maynard, que se llamaba Ranger, cayó de popa, quedando de momento inutilizada. Viendo el lugarteniente que su propia balandra seguía libre, y que no tardaría en abordarle la de Teach, ordenó a todos sus hombres que se metiesen bajo la cubierta, por temor a otra descarga cerrada, que habría significado su destrucción. Mr. Maynard fue la única persona que permaneció en la cubierta, además del hombre que iba al timón, a quien ordenó que se tumbase y protegiese; y a los hombres de la bodega les ordenó que preparasen las pistolas y espadas para la lucha cuerpo a cuerpo, y subiesen cuando él ordenase; con este fin, se colocaron dos escalas en la escotilla para mayor diligencia. Cuando la balandra del lugarteniente abordó a la otra, los hombres del capitán Teach arrojaron varias granadas de una clase nueva, o sea botellas llenas de pólvora, y munición pequeña, pedazos de plomo o hierro, con una mecha rápida en la boca, la cual, encendida en su extremo exterior, entra velozmente en la botella hasta la pólvora, y como se arroja instantáneamente a bordo, suele producir gran mortandad, además de crear gran confusión entre toda la tripulación; pero providencialmente, no hicieron efecto aquí; ya que los hombres estaban en la bodega. Viendo Barbanegra pocos o ningún hombre a bordo, dijo a los suyos que les habían dado en la cresta a todos, salvo a tres o cuatro; por lo que exclamó:

—¡Saltemos y hagámoslos pedazos!

Así que, bajo el humo de una de las mencionadas botellas, Barbanegra saltó con catorce hombres a la balandra de Maynard por las amuras, y no fueron visos por él hasta que el aire aclaró; sin embargo, dio la señal en ese instante a sus hombres, quienes subieron al punto, y atacaron a los piratas con una valentía jamás demostrada en ocasión así. Barbanegra y el lugarteniente descargaron los primeros tiros el uno sobre el otro, por lo que el pirata recibió una herida, luego se enfrentaron con las espadas, hasta que se rompió la del lugarteniente, y [Maynard] retrocedió para amartillar una pistola. Barbanegra le descargó un golpe con su machete en el instante en que uno de los hombres de Maynard le dio un terrible golpe en el cuello y garganta, por lo que el lugarteniente salió con un pequeño corte en los dedos.

Ahora estaban estrecha y acaloradamente empeñados en la lucha, el lugarteniente y doce hombres contra Barbanegra y catorce, y la mar se teñía de sangre alrededor de la embarcación; Barbanegra recibió un tiro del lugarteniente Maynard en el cuerpo; sin embargo, siguió en pie, y luchó con tremenda furia, hasta que recibió veinticinco heridas, cinco de ellas de pistola. Finalmente, cuando amartillaba otra pistola, habiendo disparado varias antes, cayó muerto; a la sazón, habían caído ocho más de los catorce, el resto, con bastantes heridas, saltó por la borda y pidió cuartel, lo que se les concedió, aunque eso sólo prolongó sus vidas unos días. Apareció la balandra Ranger, y atacó a los hombres que quedaban en la de Barbanegra, con igual valentía, hasta que gritaron pidiendo cuartel a su vez.

Este fue el final del valeroso bruto, que pudo haber pasado por el mundo como un héroe, de haberse consagrado a la buena causa; su destrucción, de tanta importancia para las plantaciones, se debió enteramente al comportamiento e intrepidez del lugarteniente Maynard y sus hombres, que podían haberle destruido con muchas menos pérdidas de haber tenido una embarcación con cañones; pero se vieron obligados a utilizar naves pequeñas, debido a que los rincones y lugares en los que se apostaba, no admitían otros de mayor calado; y no fue pequeña la dificultad de estos caballeros para llegar hasta él, habiendo encallado su embarcación lo menos un centenar de veces, al remontar el río, además de otros contratiempos que bastarían para haber hecho renunciar a cualquier caballero sin deshonor, de haber sido menos firme y audaz que este lugarteniente. La andanada, que tanto daño hiciera antes del abordaje, salvó con toda probabilidad al resto de la destrucción; pues antes de eso Teach tenía pocas o ninguna esperanza de escapar, por lo que había apostado a un tipo decidido, un negro, al que había criado él, con una mecha encendida, en la santabárbara, con la orden de hacerla estallar cuando el lugarteniente y sus hombres hubiesen subido a su bordo, con lo que podía haber destruido a sus conquistadores, juntamente consigo mismo; y cuando el negro se enteró de lo que le había pasado a Barbanegra, fue disuadido con mucho trabajo de ejecutar tan bárbara actuación por dos prisioneros que entonces estaban en la bodega de la balandra.

Lo que resulta un tanto extraño es que algunos de estos hombres, que se comportaron tan bravamente contra Barbanegra, se hicieron piratas después, y uno de ellos fue apresado juntamente con Roberts; sin embargo, no encuentro que ninguno de ellos tuviese disposiciones, salvo uno que fue ahorcado; pero esto es una digresión.

El lugarteniente mandó cortarle la cabeza a Barbanegra, y colgarla en la punta del bauprés; luego se dirigieron a Bath-Town para que asistiesen a sus hombres heridos.

Hay que decir que al registrar la balandra del pirata, se encontraron varias cartas y papeles escritos que descubrían la correspondencia del gobernador Eden, del secretario y recaudador, y también de algunos mercaderes de Nueva York, con Barbanegra. Es probable que tuviera el suficiente respeto por sus amigos como para haber destruido estos papeles antes de la acción, a fin de impedir que cayesen en otras manos, en las que el descubrimiento no sería de ninguna utilidad para los intereses o para la resolución de hacerlo estallar todo, cuando vio que no había posibilidad de escapar.

Cuando el lugarteniente llegó a Bath-Town, tuvo la audacia de confiscar del almacén del gobernador los sesenta bocoyes de azúcar, y los veinte del honrado Mr. Knight; lo que parece que eran las partes del botín apresado del barco francés; el último no sobrevivió mucho tiempo a este vergonzoso descubrimiento, pues temiendo que se le instase a dar cuenta de estas bagatelas, cayó enfermo, se dice que del susto, y murió a los pocos días.

Cuando los heridos se encontraron bastante recuperados, el lugarteniente regresó a los barcos de guerra del río James, Virginia, con la cabeza de Barbanegra colgando aún de la punta del bauprés, y quince prisioneros, trece de los cuales fueron ahorcados; pareciendo, por el juicio, que uno de ellos, o sea Samuel Odell, había sido apresado de una balandra mercante, la misma víspera del combate. Este pobre individuo fue poco afortunado al ingresar en este nuevo negocio, no apreciándosele menos de 70 heridas después de la acción, a pesar de las cuales vivió, y se curó de todas. La otra persona que escapó del cadalso fue un tal Israel Hands, dueño de la balandra de Barbanegra, y capitán de la misma antes de que se perdiese el Queen Ann’s Revenge en la ensenada de Topsail.

El tal Hands resultó no haber tomado parte en la lucha, sino que fue apresado después en tierra, en Bath-Town, habiendo sido algún tiempo antes lisiado por Barbanegra, en uno de sus arrebatos de humor salvaje, de la siguiente manera: bebiendo una noche en su camarote con Hands, el piloto y otro hombre, Barbanegra, sin que mediase provocación alguna, sacó secretamente un par de pistolas, y las amartilló debajo de la mesa; habiéndolo notado el hombre, se retiró a cubierta, dejando solos a Hands, el piloto y al capitán. Cuando las pistolas estuvieron preparadas, apagó la vela, y cruzándose las manos, las descargó sobre su compañía; Hands, el dueño, recibió un tiro en la rodilla, del que quedó cojo para siempre; la otra pistola no hizo blanco. Al preguntarle el significado de esto, Barbanegra se limitó a contestar, maldiciéndoles, que si no mataba de cuando en cuando a alguno de ellos, se olvidarían de quién era él.

Al ser apresado Hands, fue juzgado y condenado, pero cuando iba a ser ejecutado, llegó un barco de Virginia con un edicto en el que se prolongaba el plazo del perdón de su majestad a aquellos piratas que se entregasen durante el breve período que se especificaba en él; a pesar de la sentencia, Hands apeló al perdón, y se accedió a que se acogiese a él, y hace algún tiempo aún vivía en Londres, pidiendo limosna.

Ahora que hemos dado alguna información de la vida y acciones de Teach, no estará de más que hablemos de su barba, ya que contribuyó no poco a que su nombre se hiciera tan terrible en esos lugares.

Plutarco y otros serios historiadores han dado noticia de que diversos grandes hombres entre los romanos, tomaban sus sobrenombres de ciertas características singulares de sus semblantes; como Cicerón, de una señal o haba en la nariz; del mismo modo, nuestro héroe, el capitán Teach, adoptó el sobrenombre de Barbanegra por la gran cantidad de pelo que, como espantoso meteoro, cubría toda su cara y amedrentaba a toda América, más que cualquier cometa que hubiese aparecido allí en mucho tiempo.

Tenía la barba negra, y se la dejó crecer hasta una longitud exorbitante; en cuanto a su anchura, le llegaba hasta los ojos; y acostumbraba a retorcerla con cintas, en pequeñas colas, a la manera de nuestras pelucas ramillies,[4] y curvadas hacia las orejas. En tiempos de acción, llevaba una eslinga sobre los hombros con tres pares de pistolas, colgando en fundas como cartucheras; y llevaba colgando mechas encendidas que se cosía bajo el sombrero, y pendían a uno y otro lado de la cara; y como sus ojos parecían naturalmente feroces y salvajes, el conjunto le daba un aspecto tal que la imaginación no podría concebir más espantoso el de una furia del infierno.

Si hubiese tenido el aspecto de una furia, su talante y sus pasiones habrían encajado con él; relataremos dos o tres de sus extravagancias, que hemos omitido en su historia, por las que se verá a qué abismo de maldad puede llegar la naturaleza humana, si no se reprimen sus pasiones.

En la república de los piratas, el que alcanza el mayor grado de perversidad es tenido en una especie de envidia por los demás, como persona de más extraordinario valor, y por tanto tiene derecho a ser distinguido con alguna dignidad, y si tal sujeto tiene osadía, ciertamente será tenido por un gran hombre. El héroe de quien hablamos era cabalmente perfecto en este sentido, y algunos de sus rasgos de maldad llegaban a tal exceso que parecía pretender hacer creer a sus hombres que era el demonio encamado; pues estando un día en la mar y algo cargado de bebida, dijo: «Vamos, hagamos un infierno para nosotros mismos, y veamos lo que podemos aguantar»; conque él, y otros dos o tres, bajaron a la bodega, y cerrando todas las escotillas, llenaron varias ollas con azufre, y otra sustancia combustible, y las prendieron fuego, y allí se estuvieron hasta que se sintieron casi sofocados, y uno de los hombres gritó pidiendo aire; finalmente, abrió él las escotillas, no poco complacido de ser el que más había resistido.

La noche antes de que le mataran, estuvo bebiendo hasta la madrugada con algunos de sus hombres y el patrón de un barco mercante, y teniendo noticia de que las dos balandras venían a atacarle, como se ha dicho antes, uno de sus hombres le preguntó, en caso de que le sucediese algo en el combate con dichas balandras, si su esposa sabía dónde había enterrado su dinero. Él contestó que nadie más que él y el demonio sabían dónde estaba, y que el que más viviese de los dos, lo cogería todo.

Aquellos de la tripulación que fueron apresados vivos, contaron una historia que puede parecer un poco increíble; sin embargo, pensamos que no estaría bien omitirla, ya que la hemos obtenido de sus propias bocas. Que una vez en un viaje, descubrieron que iba a bordo un hombre de más en la tripulación; le vieron entre ellos varios días, unas veces abajo, y otras en cubierta, aunque nadie en el barco podía dar cuenta de quién era, ni de dónde había salido; pero desapareció poco antes de que el barco grande naufragara. Ellos creían firmemente que era el diablo.

Uno podría pensar que estas cosas deberían inducirles a reformar sus vidas, pero tantos réprobos juntos se alentaban y animaban unos a otros en sus maldades, a las que no contribuían poco las continuas borracheras; pues en el diario que se encontró de Barbanegra, había varias anotaciones de la siguiente naturaleza, escritas de su puño y letra: «Tal día se acabó el ron; nuestra compañía algo sobria. ¡Gran confusión entre nosotros! Conspiración entre piratas; no hablaban más que de separarse. Así que me apresuré a buscar una presa; ese día cogimos una, con gran cantidad de licor a bordo, de suerte que la compañía la cogió bien, condenadamente bien, y las cosas volvieron a marchar otra vez».

Así pasaban estos desdichados sus vidas, con muy poco placer y satisfacción, en posesión de lo que violentamente habían arrebatado a otros, y con la certeza de pagarlo al final con una muerte ignominiosa.

Los nombres de los piratas muertos en combate, son los siguientes:

Edward Teach, comandante.

Philip Morton, artillero.

Garrat Gibbens, contramaestre.

Owen Roberts, carpintero.

Thomas Miller, cabo de mar.

John Husk.

Joseph Curtice.

Joseph Brooks, l.

Nath Jackson.

El resto, salvo los dos últimos, fueron heridos y después ahorcados en Virginia.

John Carnes.

Joseph Brooks, II.

James Blake.

John Gills.

Thomas Gates.

James White.

Richard Siltes.

Caesar.

Joseph Philips.

James Robbins.

John Martín.

Edward Salter.

Stephen Daniel.

Richard Greensail.

Israel Hands, perdonado.

Samuel Odell, absuelto.

Había en las balandras piratas y en tierra, en una tienda de lona, cerca de donde las balandras se hallaban fondeadas, con 11 tercerolas y 145 sacos de cacao, un barril de índigo y una bala de algodón, todo lo cual, con lo que fue apresado el gobernador de Virginia, de conformidad con su edicto, fue repartido entre la compañía de los dos barcos, el Lime y el Pearl, que se encontraban en el río James; los valerosos individuos que los apresaron no tocaron más que a una parte como los demás, y no la cobraron hasta cuatro años después.