CINCO días después del regreso de Ashley de Quebec, su padre la llamó por teléfono.
—Acabo de volver.
—¿De volver? —Ashley tardó un momento en recordar—. Ah, sí. Tu paciente de la Argentina. ¿Cómo está?
—Vivirá.
—Me alegro.
—¿Puedes venir mañana a San Francisco para que cenemos juntos?
A ella le espantaba la sola idea de estar frente a él, pero no se le ocurrió ninguna excusa.
—Está bien.
—Te veré en el Restaurante Lulú. A las ocho.
Ashley lo esperaba en el restaurante cuando su padre entró. Una vez más, notó las miradas de admiración y reconocimiento que despertaba a su paso. Su padre era un hombre famoso. ¿Sería capaz de arriesgarlo todo sólo por…?
Llegó finalmente a la mesa.
—Qué bueno verte, querida. Lamento lo de la cena de Navidad.
Ella se obligó a decir:
—También yo.
Ella tenía la vista fija en el menú pero sin verlo, mientras trataba de ordenar sus pensamientos.
—¿Qué te gustaría comer?
—Bueno, en realidad no tengo apetito —contestó ella.
—Tienes que comer algo, Estás adelgazando demasiado.
—Comeré pollo.
Observó a su padre mientras ordenaba la comida y se preguntó si se animaría a plantearle lo de…
—¿Cómo estuvo Quebec?
—Muy interesante —dijo Ashley—. Es una ciudad hermosa.
—Alguna vez deberíamos viajar allá juntos.
Ella tomó una decisión y trató de que su voz sonara lo más casual posible.
—Sí. A propósito, en junio fui a la reunión de exalumnos de la secundaria en Bedford.
Él asintió.
—¿Lo pasaste bien?
—No. —Habló con lentitud y escogiendo las palabras con mucho cuidado—. Me enteré de que al día siguiente de nuestra partida a Londres, ellos… ellos encontraron el cadáver de Jim Cleary. Lo habían apuñalado… y castrado. —Ashley miró a su padre a la espera de su reacción.
El doctor Patterson frunció el entrecejo.
—¿Cleary? Ah, sí. El muchacho que se babeaba por ti… Bueno, te salvé de él, ¿no?
¿Qué había querido decir? ¿Era una confesión? ¿La había salvado de Jim, Cleary matándolo?
Ashley hizo una inspiración profunda y continuó:
—A Dennis Tibble lo mataron de la misma manera: apuñalado y castrado. —Vio que su padre tomaba un panecillo y con mucho cuidado lo untaba con manteca.
—No me sorprende, Ashley. Los malos generalmente terminan mal.
Y ese era un médico, un hombre dedicado a salvar vidas. Jamás entenderé a mi padre, pensó Ashley. Y no creo querer intentarlo.
Cuando la cena terminó, Ashley no estaba más cerca de la verdad.
Toni dijo:
—Realmente disfruté de mi estadía en Quebec, Alette. Me gustaría volver algún día. ¿Cómo lo pasaste tú?
Alette dijo, con timidez:
—Me gustaron los museos.
—¿Todavía no llamaste a tu novio de San Francisco? —preguntó Toni.
—No es mi novio.
—Pero apuesto a que te gustaría que lo fuera, ¿no?
—Forse. Quizá.
—¿Por qué no lo llamas?
—Me parece que no estaría bien que…
—Llámalo.
Convinieron en encontrarse en el Museo De Young.
—Te extrañé mucho —dijo Richard Melton—. ¿Cómo te fue en Quebec?
—Bene.
—Ojalá yo hubiera estado allí contigo.
Tal vez algún día, pensó Alette, esperanzada.
—¿Cómo van tus pinturas?
—Nada mal. Acabo de vender una de mis telas a un conocido coleccionista.
—¡Fantástico! —Estaba realmente encantada. Y no podía dejar de pensar: Todo es tan diferente cuando estoy con él. Si se hubiera tratado de otra persona, yo habría pensado: «¿Quién tiene tan mal gusto para gastar dinero en uno de tus cuadros?», o cientos de otros comentarios crueles. Pero no lo hago con Richard.
A Alette le daba una increíble sensación de libertad, como si hubiera despertado de una pesadilla.
Almorzaron en el museo.
—¿Qué te gustaría comer? —preguntó Richard—. Aquí preparan un rosbif exquisito.
—Soy vegetariana. Sólo pediré ensalada, gracias.
—Muy bien.
Una camarera joven y atractiva se acercó a la mesa.
—Hola, Richard.
Inesperadamente, Alette sintió una oleada de celos. Esa reacción suya la sorprendió.
—Hola, Bernice.
—¿Están listos para hacer el pedido?
—Sí. La señorita Peters comerá ensalada y yo, un sandwich de rosbif.
La camarera observaba con atención a Alette. ¿Siente celos de mí?, se preguntó Alette.
Cuando la camarera se fue, Alette dijo:
—Es muy bonita. ¿La conoces bien? —Enseguida se ruborizó. Ojalá no lo hubiera preguntado.
Richard sonrió.
—Como aquí con frecuencia, La primera vez que vine, no tenía mucho dinero. Había pedido un sandwich, y Bernice me trajo un banquete. Es maravillosa.
—Parece muy agradable —dijo Alette.
Y pensó: Tiene muslos gordos.
Después de pedir la comida, hablaron sobre pintores.
—Algún día quiero ir a Giverny —dijo Alette—, donde pintaba Monet.
—¿Sabías que Monet empezó como caricaturista?
—No.
—Así es. Entonces conoció a Boudin, quien se convirtió en su maestro y lo persuadió de que comenzara a pintar al aire libre. Es una historia fantástica. A Monet le gustó tanto pintar al aire libre que cuando decidió pintar el retrato de una mujer en el jardín, con una tela de más de dos metros y medio de alto, hizo cavar una zanja en el jardín para poder levantar o bajar la tela por medio de poleas. El cuadro está colgado en el Museé d’Orsay, en París.
Hablaron de pintores y de arte, y el tiempo transcurrió veloz y alegremente.
Después del almuerzo, Alette y Richard recorrieron distintas muestras. La colección estaba compuesta por más de cuarenta mil obras, desde objetos del antiguo Egipto a pinturas contemporáneas.
Alette se sentía feliz por estar con Richard y por la total ausencia de pensamientos negativos. ¿Cosa significativa?
Un guardia uniformado se les acercó.
—Buenas tardes, Richard.
—Buenas tardes, Brian. Esta es mi amiga Alette Peters. Brian Hill.
Brian le dijo a Alette:
—¿Disfruta del museo?
—Sí, claro. Es maravilloso.
—Richard me está enseñando a pintar.
Alette miró a Richard.
—¿En serio?
Richard dijo con modestia:
—Bueno, sólo lo estoy guiando un poco.
—Hace mucho más que eso, señorita. Siempre quise ser pintor. Por eso tomé este empleo en el museo, porque amo el arte. Lo cierto es que Richard viene muy seguido y pinta. Cuando vi su trabajo, pensé: «Quiero ser como él». Así que le pregunté si me enseñaría a pintar, y ha sido un buen maestro para mí. ¿Ha visto alguna de sus telas?
—Sí —respondió Alette—. Son estupendas.
Cuando se alejaron del guardia, Alette dijo:
—Qué bueno de tu parte enseñarle, Richard.
—Me gusta hacer cosas por la gente —dijo él sin apartar la vista de Alette.
Cuando salían del museo, Richard dijo:
—Esta noche, mi compañero de cuarto va a una fiesta. ¿Por qué no pasamos por casa? —Sonrió—. Tengo algunas pinturas que me gustaría mostrarte.
Alette le apretó la mano.
—No todavía, Richard.
—Como prefieras. ¿Te veré el próximo fin de semana?
—Sí.
Richard no tenía idea de lo mucho que ella lo deseaba.
Él la acompañó a la playa de estacionamiento donde ella había dejado su automóvil. La saludó con la mano mientras Alette se alejaba.
Esa noche, cuando estaba por dormirse, Alette pensó: Es como un milagro. Richard me liberó. Se quedó dormida y soñó con él.
A las dos de la mañana, Gary, el compañero de cuarto de Richard Melton, volvió de una fiesta de cumpleaños. El departamento estaba a oscuras. Encendió las luces del living.
—¿Richard?
Se dirigió al dormitorio. Desde la puerta miró hacia adentro y casi se descompuso.
—Cálmate, hijo. —El detective Whittier miró la figura temblorosa sentada en la silla—. Repasemos todo de nuevo. ¿Tenía enemigos, alguien lo suficientemente furioso con él como para hacerle esto?
Gary tragó.
—No. Todos, absolutamente todos querían a Richard.
—Pues parece que alguien no. ¿Cuánto hace que tú y Richard viven juntos?
—Dos años.
—¿Eran amantes?
—Por el amor de Dios —saltó Gary, indignado—. No. Éramos amigos. Vivimos juntos por motivos económicos.
El detective Whittier paseó la vista por el pequeño departamento.
—Una cosa es segura: el motivo no fue el robo —dijo—. Aquí no hay nada que valga la pena robar. ¿Tu compañero estaba saliendo con alguna mujer?
—No… bueno, sí. Estaba interesado en una muchacha. Creo que realmente comenzaba a quererla.
—¿Sabes cómo se llama?
—Sí. Alette. Alette Peters. Trabaja en Cupertino.
El detective Whittier y el detective Reynolds se miraron.
—¿En Cupertino?
—Dios —dijo Reynolds.
Treinta minutos después, el detective Whittier hablaba por teléfono con el sheriff Dowling.
—Sheriff, creo que le interesará saber que tenemos aquí un homicidio con el mismo modus operandi que el que ustedes tuvieron en Cupertino: múltiples heridas de arma cortante y castración.
—¡Dios mío!
—Acabo de hablar con el FBI. Su computadora muestra que hubo tres homicidios con castración muy similares a este. El primero ocurrió en Bedford, Pennsylvania, hace alrededor de diez años; el siguiente fue de un hombre llamado Dennis Tibble —ese es el de ustedes—, y después se dio el mismo modus operandi en la ciudad de Quebec. Y ahora esto.
—No tiene sentido. Pennsylvania… Cupertino… Quebec… San Francisco… ¿Existe alguna relación?
—Estamos tratando de encontrarla. Quebec exige pasaportes. El FBI está haciendo una verificación cruzada para comprobar si alguien que estaba en Quebec en Navidad se hallaba también en las otras ciudades los días de los homicidios…
Cuando los medios de comunicación se enteraron de lo sucedido, sus historias llenaron las primeras planas en todo el mundo:
ASESINO SERIAL SUELTO… QUATRE HOMMES BRUTALEMENT TUÉS ET CASTRES… WIR SUCHEN EINEN MAN, DER CASTRIERT SEINEM OPIPER…
En las cadenas de televisión, una serie de pomposos psicólogos analizaban los asesinatos.
«… y todas las víctimas eran hombres. Por la forma en que fueron apuñalados y castrados, no cabe duda de que es obra de un homosexual que… de modo que si la policía logra encontrar una relación entre las víctimas, lo más probable es que descubra que fue obra de una amante que todos los hombres habían despreciado…» «… pero yo diría que fueron asesinatos al azar cometidos por una persona que tuvo una madre dominante…».
El sábado por la mañana, el detective Whittier llamó al detective Blake de San Francisco.
—Tengo novedades para usted.
—Adelante.
—Acabo de recibir un llamado del FBI. Cupertino figura como la residencia de una persona de nacionalidad norteamericana que estuvo en Quebec en la fecha del homicidio de Parent.
—Muy interesante. ¿Cómo se llama él?
—Es ella. Patterson. Ashley Patterson.
A las seis de la tarde de ese día, el detective Sam Blake tocó el timbre del departamento de Ashley Patterson. A través de la puerta cerrada oyó que ella preguntaba con cautela:
—¿Quién es?
—El detective Blake. Me gustaría hablar con usted, señorita Patterson.
Se hizo un prolongado silencio y después la puerta se abrió. Ashley se encontraba allí de pie, con aspecto precavido.
—¿Puedo pasar?
—Sí, por supuesto. —¿Será sobre mi padre? Debo tener cuidado. Ashley lo condujo a un sofá—. ¿Qué puedo hacer por usted, detective?
—¿Le importaría responder a algunas preguntas?
Ashley se movió con incomodidad en su asiento.
—Yo… no lo sé. ¿Estoy bajo sospecha o algo por el estilo?
La sonrisa de él la tranquilizó.
—De ninguna manera, señorita Patterson. Son sólo preguntas de rutina. Estamos investigando algunos homicidios.
—Yo no sé nada de homicidios —se apresuró a decir ella. ¿Demasiado rápido?
—Usted estuvo recientemente en Quebec, ¿verdad?
—Sí.
—¿Conoce a Jean Claude Parent?
—¿Jean Claude Parent? —Pensó un momento—. No. Jamás oí hablar de él. ¿Quién es?
—Es el dueño de una joyería en la ciudad de Quebec.
Ashley sacudió la cabeza.
—En Quebec no fui a ninguna joyería.
—Pero usted sí trabajó con Dennis Tibble.
Ashley sintió que el miedo comenzaba a embargarla. O sea que era sobre su padre. Dijo, con mucha precaución:
—Yo no trabajaba con él. Él trabajaba en la misma compañía que yo.
—Desde luego. Y cada tanto va usted a San Francisco, ¿no es así, señorita Patterson?
Ashley se preguntó adónde conduciría el interrogatorio. Ten cuidado.
—Sí, en forma esporádica.
—¿Alguna vez conoció allí a un pintor llamado Richard Melton?
—No. No conozco a nadie de ese nombre.
El detective Blake permaneció allí, frustrado, observando a Ashley con atención.
—Señorita Patterson, ¿le importaría acompañarme a la central de policía para que la sometamos a una prueba con el detector de mentiras? Si lo desea, puede llamar a su abogado y…
—No necesito un abogado. Me someteré a esa prueba con todo gusto.
El experto en la máquina detectora de mentiras era un individuo llamado Keith Rosson, y era uno de los mejores. Tuvo que cancelar una invitación a cenar, pero lo hizo con todo gusto para satisfacer un pedido de Sam Blake.
Ashley estaba sentada en una silla, conectada a la máquina. Rosson ya había conversado con ella durante cuarenta y cinco minutos para obtener información adicional sobre su pasado y evaluar su estado emocional. Ahora estaba listo para empezar.
—¿Se siente usted cómoda?
—Sí.
—Bien. Comencemos, entonces. —Oprimió un botón de la máquina—. ¿Cuál es su nombre?
—Ashley Patterson.
Rosson todo el tiempo miraba a Ashley y a continuación al impreso de la máquina detectora de mentiras.
—¿Qué edad tiene usted, señorita Patterson?
—28 años.
—¿Dónde vive?
—En el 10964 de Via Camino Court, en Cupertino.
—¿Está empleada? —Sí—. ¿Le gusta la música clásica?
—Sí.
—¿Conoce a Richard Melton?
—No.
En el gráfico no hubo ningún cambio.
—¿Dónde trabaja?
—En la Global Computer Graphics Corporation.
—¿Le gusta su trabajo?
—Sí.
_¿Trabaja allí cinco días por semana?
—Sí.
—¿Alguna vez conoció a Jean Claude Parent?
—No.
Todavía ningún cambio en el gráfico.
—¿Desayunó usted esta mañana?
—Sí.
—¿Mató a Dennis Tibble?
—No.
Las preguntas continuaron durante otros treinta minutos y se repitieron tres veces en distinto orden.
Cuando la sesión terminó, Keith Rosson entró en la oficina de Blake y le entregó el impreso de la prueba.
—Limpia como una patena. Existe menos de un uno por ciento de posibilidades de que esté mintiendo. Me temo que tiene a la persona equivocada.
Ashley abandonó la central de policía atontada de alivio. Gracias a Dios que terminó. La había aterrado la Posibilidad de que le hicieran preguntas que involucraran a su padre, pero eso no había ocurrido. Ahora nadie puede relacionar a mi padre con todo esto, pensó Ashley. Ya Puedo dejar de preocuparme.
Estacionó el auto en el garaje y tomó el ascensor al piso de su departamento. Abrió la puerta con su llave, entró y volvió a cerrarla con cuidado. Se sentía agotada y, al mismo tiempo, feliz. Ahora, un baño de inmersión bien caliente, pensó. Entró en el cuarto de baño y palideció. Sobre el espejo, alguien había garabateado MORIRÁS con lápiz de labios rojo.