ASHLEY PATTERSON siguió a diario la marcha de la investigación del homicidio de Dennis Tibble en los periódicos y la televisión. Todo parecía indicar que la policía había llegado a un punto muerto.
Ya terminó todo, pensó Ashley. Esa noche, el detective Sam Blake se presentó en su departamento. Ashley lo miró y de pronto sintió la boca seca.
—Espero no molestarla —dijo el detective Blake—. Iba camino a casa y me preguntaba si podría pasar un minuto a verla.
Ashley tragó fuerte.
—Adelante, pase.
El detective Blake entró.
—Qué linda casa tiene.
—Gracias.
—Apuesto a que a Dennis Tibble no le gustaba esta clase de muebles.
El corazón de Ashley comenzó a latir deprisa.
—No lo sé. Él nunca estuvo en este departamento.
—Ah. Pensé que podía haber estado, ya sabe.
—No, no lo sé, detective. Ya le dije que nunca salí con él.
—Correcto. ¿Puedo sentarme?
—Por favor.
—Verá, tengo un gran problema con este caso, señorita Patterson. No encaja en ningún patrón. Como le dije, siempre existe un móvil. Hablé con algunas personas en Global Computer Graphics y nadie parece haber conocido bien a Tibble. Por lo visto no era un tipo muy sociable.
Ashley lo escuchaba esperando el golpe.
—De hecho, por lo que me dicen, usted era la única persona de allí que le interesaba.
¿Había él descubierto algo, o simplemente trataba de sonsacarle información?
Ashley dijo, con cautela:
—Bueno, sí, él estaba interesado en mí, detective, pero yo no en él. Y se lo aclaré bien.
Él asintió.
—Bueno, creo que fue muy bondadoso de su parte llevarle esos papeles a su departamento.
Ashley estuvo a punto de decir «¿Qué papeles?», pero de pronto recordó.
—No… no fue ninguna molestia. Me quedaba de paso.
—Correcto. Alguien debe de haber odiado mucho a Tibble para hacerle lo que le hizo.
Ashley permaneció allí sentada y tensa, sin decir nada.
—¿Sabe qué detesto? —preguntó el detective Blake—. Los homicidios no resueltos. Siempre me dejan frustrado. Porque cuando un asesinato no se resuelve, no creo que signifique que los criminales son astutos. Creo que significa más bien que los policías no son demasiado inteligentes. Bueno, hasta el momento he tenido suerte. Resolví todos los homicidios que investigué. —Se puso de pie—. Y no pienso darme por vencido en este. Si se le ocurre algo que pueda serme de ayuda, me llamará, ¿verdad que sí, señorita Patterson?
—Sí, por supuesto.
Ashley lo observó irse y pensó: ¿Habrá venido aquí como una advertencia? ¿Sabe más de lo que dice?
Toni estaba más enfrascada que nunca en Internet. Disfrutaba sobre todo de sus conversaciones con Jean Claude, pero ello no le impedía tener otros interlocutores en el chat room. Todas las noches, en su departamento, permanecía sentada frente a la computadora y en el monitor fluían mensajes tipiados por ella y por los que conversaban con ella.
—Toni, ¿dónde has estado? Estuve esperándote en el chat room.
—Vale la pena esperarme, amor. Háblame de ti. ¿A qué te dedicas?
—Trabajo en una farmacia. Puedo ser muy bueno contigo. ¿Consumes drogas?
—Vete a la mierda.
—¿Eres tú, Toni?
—Sí, la respuesta a todos tus sueños. ¿Eres Mark?
—Sí.
—Últimamente no has entrado en Internet.
—Estuve ocupado. Me gustaría conocerte, Toni.
—Cuéntame, Mark, ¿a qué te dedicas?
—Soy bibliotecario.
—¡Qué fascinante! Todos esos libros…
—¿Cuándo podemos encontrarnos?
—¿Por qué no se lo preguntas a Nostradamus?
—Hola, Toni. Me llamo Wendy.
—Hola, Wendy.
—Suenas divertida.
—Disfruto de la vida.
—Quizá yo pueda ayudarte a disfrutarla más.
—¿Qué tienes en mente?
—Bueno, espero que no seas una de esas personas de criterio estrecho que tienen miedo de experimentar y de probar cosas nuevas y excitantes. Me gustaría demostrarte cómo pasarlo bien.
—Gracias, Wendy. No tienes el equipamiento que necesito.
Y, entonces, volvió a aparecer Jean Claude Parent.
—Bonne nuit. Comment qa va? ¿Cómo estás?
—Muy bien. ¿Y tú?
—Te he extrañado. Desearía mucho conocerte personalmente.
—Yo también quiero conocerte. Gracias por enviarme tu fotografía. Eres muy apuesto.
—Y tú eres hermosa. Creo que es muy importante que lleguemos a conocernos bien. ¿Vendrá tu empresa a Quebec al congreso de computación?
—¿Qué? No que yo sepa. ¿Cuándo se realiza?
—Dentro de tres semanas. Muchas compañías importantes asistirán. Espero que tú también lo hagas.
—Yo también lo espero.
—¿Podemos encontrarnos en el chat room mañana a la misma hora?
—Por supuesto. Hasta mañana.
—Á demain.
A la mañana siguiente, Shane Miller se acercó a Ashley.
—Ashley, ¿estás enterada de que en la ciudad de Quebec se llevará muy pronto a cabo un importante congreso de computación?
Ella asintió.
—Sí. Parece interesante.
—Yo me preguntaba si deberíamos enviar o no un contingente a Quebec.
—Todas las compañías enviarán representantes —dijo Ashley—. Symantec, Microsoft, Apple. La ciudad de Quebec está montando un gran espectáculo para ellas. Un viaje así sería una suerte de regalo de Navidad.
Shane Miller sonrió frente al entusiasmo de Ashley.
—Lo verificaré.
A la mañana siguiente, Shane Miller llamó a Ashley a su oficina.
—¿Te gustaría pasar Navidad en Quebec?
—¿Iremos? Qué fantástico —dijo Ashley, entusiasmada.
Siempre había pasado las fiestas de Navidad con su padre, pero ese año la sola idea la llenaba de terror.
—Más vale que lleves mucha ropa de abrigo.
—No te preocupes, lo haré. Estoy realmente encantada ante la perspectiva de este viaje, Shane.
Toni estaba en el chat room de Internet.
—Jean Claude, ¡la compañía nos manda a un grupo de sus empleados a Quebec!
—¡Formidable! Me alegro tanto. ¿Cuándo llegarás?
—Dentro de dos semanas. Iremos quince.
—Merveilleux! Tengo la sensación de que algo muy importante sucederá.
—También yo. —Algo muy importante.
Ashley miraba religiosamente el informativo todas las noches, pero no parecía haber ninguna novedad en la investigación del homicidio de Dennis Tibble. Comenzó a distenderse. Si la policía no podía relacionarla con el caso, entonces tampoco podría relacionar a su padre. Media docena de veces decidió hablar con él sobre el tema, pero en cada oportunidad no tuvo el coraje suficiente. ¿Y si él era inocente? ¿La perdonaría alguna vez por haberlo acusado de ser un asesino? Y si es culpable, no quiero saberlo, pensó Ashley. No podría soportarlo. Y si hizo esas cosas horribles, seguro que las hizo pensando que así me protegería. Al menos no tendré que enfrentarlo esta Navidad.
Ashley llamó por teléfono a su padre a San Francisco. Sin preámbulos, le dijo:
—No podré pasar esta Navidad contigo, papá. Mi compañía me manda a una convención en Canadá.
Se hizo un prolongado silencio.
—Es una mala época, Ashley. Tú y yo siempre hemos pasado la Navidad juntos.
—Yo no puedo evitar…
—Eres lo único que tengo, ¿sabes?
—Sí, papá y… tú eres lo único que tengo yo.
—Eso es lo importante.
¿Suficientemente importante como para matar?
—¿Dónde se realizará esa convención?
—En Quebec. Es…
—Ah, una ciudad preciosa. Hace años que no voy. Te diré lo que haremos. Yo no tengo nada planeado en el hospital para esa época. Tomaré un vuelo a Quebec y cenaremos juntos en Navidad.
Ashley se apresuró a decir:
—No creo que…
—Resérvame una habitación en el hotel en que te alojas. No queremos romper una tradición, ¿verdad?
Ella vaciló un momento y luego dijo:
—No, papá.
¿Cómo haré para enfrentar a mi padre?
Alette estaba excitada. Le dijo a Toni:
—Nunca estuve en Quebec. ¿Tienen museos allí?
—Por supuesto que hay museos —le contestó Toni—. Hay de todo. Infinidad de deportes de invierno. Esquí, patinaje…
Alette se estremeció.
—Detesto el clima frío. Y no me gustan los deportes. Aunque use guantes, se me congelan los dedos. Me limitaré a los museos…
El 21 de diciembre, el grupo de Global Computer Graphics llegó al Aeropuerto Internacional Jean Lesage en Sainte Foy y fue transportado al legendario Cháteau Frontenac de la Ciudad de Quebec. Afuera la temperatura era inferior a cero grados y un manto de nieve cubría las calles.
Jean Claude le había dado a Toni su número de teléfono. Ella lo llamó no bien entró en su habitación.
—Espero que no sea muy tarde para llamarte.
—Mais non! No puedo creer que estés aquí. ¿Cuándo te veré?
—Bueno, mañana por la mañana todos iremos al Centro de Convenciones, pero creo que podré escaparme y almorzar contigo.
—Bon! Hay un restaurante, Le Paris Brest, sobre la Grande Allée Est. ¿Puedes reunirte allí conmigo a la una?
—Allí estaré.
El Centro de Congresos de Quebec, sobre el Boulevard René Lévesque, es un edificio de cuatro plantas de vidrio y acero, un modernísimo lugar de reuniones con capacidad para miles de asistentes a una convención. A las nueve de la mañana, los vastos salones estaban repletos de expertos en computación de todos los rincones del mundo, que intercambiaban información sobre las últimas novedades en su campo. Llenaban salas de multimedia, salones de exhibición y centros de videoconferencias. Se realizaban media docena de seminarios en forma simultánea. Toni estaba aburrida. Puro bla bla y nada de acción, pensó. A la una menos cuarto se fue de la sala de convenciones y tomó un taxi al restaurante.
Jean Claude la aguardaba. Le tomó la mano y le dijo con afecto:
—Toni, no sabes cuánto me alegra que hayas venido.
—También yo me alegro.
—Trataré de que tu estadía aquí sea muy agradable —le dijo Jean Claude—. Esta es una ciudad hermosa que vale la pena explorar.
Toni lo miró y le sonrió.
—Sé que lo disfrutaré. —Me gustaría pasar el mayor tiempo posible contigo.
—¿Puedes tomarte un tiempo libre? ¿Qué pasará con tu joyería?
Jean Claude sonrió.
—Tendrán que arreglarse sin mí.
El maitre trajo los menús. Jean Claude le dijo a Toni:
—¿Te animas a probar algunos de nuestros platos francocanadienses?
—Sí, claro.
—Entonces permíteme que yo elija por ti. —Le dijo al maitre: Nous voudrions le Brome Lake Canard—. Le explicó a Toni: —Es una especialidad local: pato cocinado en calvados y con relleno de manzanas.
—Suena delicioso.
Y lo era.
Durante el almuerzo, cada uno se interiorizó del pasado del otro.
—¿De modo que nunca te casaste? —preguntó Toni.
—No. ¿Y tú?
—Tampoco.
—No encontraste el hombre adecuado. Dios, ¿no sería maravilloso que fuera así de simple?
—No.
Hablaron de la ciudad de Quebec y de lo que se podía hacer en ella.
—¿Sabes esquiar?
Toni asintió.
—Me encanta.
—Ah, bon, mol aussi. Y también es posible andar en motos para nieve, patinar sobre hielo, hacer compras maravillosas…
En el entusiasmo de Jean Claude había algo adolescente. Toni nunca se había sentido tan cómoda con nadie.
Shane Miller organizó las cosas de manera que su grupo asistiera al congreso por las mañanas y tuviera la tarde libre.
—No sé qué hacer aquí —se quejó Alette a Toni—. Hace un frío terrible. ¿Qué harás tú?
—Todo —contestó Toni con una sonrisa.
—A piú tardi.
Toni y Jean Claude almorzaban juntos todos los días y por las tardes él la llevaba a recorrer la ciudad. Ella nunca había conocido un lugar como la ciudad de Quebec. Era como encontrar una pintoresca aldea francesa de fin de siglo en Norteamérica. Las calles antiguas tenían nombres coloridos como Break Neck Stairs y Below de Fort y Sailor’s Leap. Era una ciudad de Currier e Ives, enmarcada por la nieve.
Visitaron la Citadelle, con sus muros que protegían el Viejo Quebec, Y contemplaron el tradicional cambio de guardia dentro del fuerte. Exploraron las calles comerciales, Saint Jean, Cartier, Cóte de la Fabrique, y deambularon por el Quartier Petit Champlain.
—Este es el distrito comercial más antiguo de Norteamérica —le explicó Jean Claude.
—Es fabuloso.
En todas partes había luminosos árboles de Navidad, escenas navideñas y música para alegría de los transeúntes.
Jean Claude llevó a Toni a andar en motos para nieve en la campiña. Cuando descendían por una ladera empinada, él le tomó la mano.
—¿Lo estás pasando bien? —preguntó.
Toni tuvo la sensación de que no era una pregunta ociosa. Asintió y dijo en voz baja:
—Lo estoy pasando maravillosamente bien.
Alette pasaba su tiempo en los museos. Visitó la Basílica de Notre Dame y el Museo del Buen Pastor y el Museo de los Agustinos, pero nada del resto de lo que la ciudad de Quebec ofrecía le interesaba. Había docenas de restaurantes gourmet, pero cuando ella no cenaba en el hotel, comía en Le Commensal, una cafetería vegetariana.
Cada tanto Alette pensaba en su amigo pintor, Richard Melton, que estaba en San Francisco, y se preguntaba qué estaría haciendo y si la recordaría.
Ashley temía la llegada de la Navidad. Estaba tentada de llamar por teléfono a su padre y pedirle que no viniera. Pero ¿qué excusa puedo darle? ¿Eres un asesino, no quiero verte?
Y con cada día que pasaba la Navidad se acercaba más.
—Me gustaría mostrarte mi joyería —le dijo Jean Claude a Toni—. ¿Quieres verla?
Toni asintió.
—Me encantaría.
Parent Joyeros estaba ubicada en el corazón de la ciudad de Quebec, sobre la calle Notre Dame. Cuando transpusieron la puerta, Toni quedó atónita. Por Internet él le había dicho Tengo una pequeña joyería. Pero era una tienda inmensa y de muy buen gusto. Media docena de empleados atendían a clientes.
Toni paseó la vista por el lugar y dijo:
—Es espectacular.
Él sonrió.
—Merci. Me gustaría darte un cadeau, un regalo de Navidad.
—No. No es necesario. Yo…
—Por favor, no me prives de ese placer. —Jean Claude condujo a Toni a una vitrina llena de anillos—. Dime cuál te gusta.
Toni sacudió la cabeza.
—Esos son demasiado caros. Yo no podría…
—Por favor.
Toni lo observó un momento y después asintió.
—Está bien. —Volvió a examinar la vitrina.
En el centro había un anillo con una gran esmeralda engarzada con diamantes.
Jean Claude notó que lo miraba.
—¿Te gusta el de la esmeralda?
—Es precioso, pero es demasiado…
—Es tuyo. —Jean Claude sacó una pequeña llave, abrió la vitrina y extrajo el anillo.
—No, Jean Claude…
—Pour moi. —Deslizó el anillo en un dedo de la mano de Toni. Le cabía a la perfección. «Voilá!». Es una señal.
Toni le oprimió la mano.
—Yo… yo no sé qué decir.
—No tienes idea de cuánto placer me proporciona esto. Hay un restaurante maravilloso aquí llamado Pavillon. ¿Quieres que cenemos allí esta noche?
—Adonde digas.
—Te pasaré a buscar a las ocho.
A las seis de esa tarde, llamó por teléfono el padre de Ashley.
—Me temo que me veré obligado a decepcionarte, Ashley. No podré estar allí para Navidad. Un paciente mío importante de Sudamérica acaba de tener un ataque cerebral. Esta noche tomo un vuelo a la Argentina.
—Lo siento mucho, papá —dijo Ashley, tratando de sonar convincente.
—Ya nos resarciremos de esto, ¿verdad que sí, querida?
—Sí, papá. Que tengas un buen vuelo.
Toni estaba encantada ante la perspectiva de cenar con Jean Claude. Sería una velada maravillosa. Mientras se vestía canturreaba en voz baja:
Up and down the city road,
In and out of the Eagle,
That’s the way the money goes,
Pop!, goes the weasel.
Creo que Jean Claude está enamorado de mí, mamá.
El Pavillon estaba situado en la cavernosa Gare du Palais, la vieja estación de ferrocarril de la ciudad de Quebec. Era un enorme restaurante con un importante bar en la entrada e hileras de mesas que se extendían hasta la parte posterior. A las once de cada noche se movían a un costado una docena de mesas para crear una pista de baile, y entonces un disc jockey se hacía cargo y pasaba una variedad de grabaciones que iban del reggue al jazz y al blues.
Toni y Jean Claude llegaron a las nueve de la noche y recibieron una cálida bienvenida en la puerta por parte del dueño.
—Monsieur Parent. Qué agradable verlo.
—Gracias André. Esta es la señorita Toni Prescott. El señor Nicholas.
—Un placer, señorita Prescott. La mesa de ustedes está lista.
—La comida es excelente aquí —le aseguró Jean Claude a Toni cuando estuvieron sentados—. Comencemos con champagne.
Pidieron paillarde de veau y torpille y ensalada, y una botella de Valpolicella.
Toni no hacía más que examinar el anillo de esmeralda que Jean Claude le había regalado.
—Es tan hermoso —exclamó.
Jean Claude se inclinó sobre la mesa.
—Toi aussi. No puedo decirte lo feliz que me siento de que finalmente nos hayamos conocido.
—Yo también —dijo Toni con ternura.
Comenzó la música. Jean Claude miró a Toni.
—¿Quieres bailar?
—Me encantaría.
Bailar era una de las pasiones de Toni, y cuando salió a la pista, olvidó todo lo demás. Era una nenita que bailaba con su padre, y su madre decía: «Esa chica es torpe».
Jean Claude la apretaba con fuerza.
—Eres una estupenda bailarina.
—¿Oíste eso, mamá? Toni pensó: Ojalá esto durara para siempre.
Camino de regreso al hotel, Jean Claude dijo:
—Chérie, ¿quieres pasar por casa a tomar una última copa?
Toni vaciló.
—No esta noche, Jean Claude.
—¿Mañana, peut étre?
Ella le apretó la mano.
—Mañana.
A las tres de la madrugada, el oficial de policía René Picard estaba en un patrullero que avanzaba por la Grande Allée del Quartier Montcalm, cuando advirtió que la puerta de calle de una casa de ladrillo rojo de dos plantas estaba abierta de par en par. Detuvo el vehículo junto al cordón de la vereda y bajó a investigar. Entró en el edificio y gritó:
—Bonsoir Il y a personne?
No hubo respuesta. Entró en el foyer y avanzó hacia la amplia sala.
—C’est la police. Personne?
Ninguna respuesta. La casa estaba extrañamente silenciosa. El oficial Picard desabrochó la funda de su pistola y comenzó a recorrer la habitación de la planta baja y a preguntar en voz alta si había alguien mientras pasaba de un cuarto al otro. La única respuesta era un silencio ominoso. Regresó al foyer. Una armoniosa escalinata conducía al piso superior.
—Alló!
Nada. El oficial Picard comenzó a subir por la escalera. Cuando llegó a la parte superior, tenía el arma en la mano. Volvió a preguntar en voz alta si había alguien y después avanzó por el largo pasillo. Frente a él, una puerta estaba entreabierta. Se acercó, la abrió del todo y palideció.
—Mon Dieu!
A las cinco de esa mañana, en el edificio de piedra gris y ladrillos amarillos del Boulevard Story donde está la Central de Policía, el inspector Paul Cayer preguntaba:
—¿Qué tenemos?
El oficial Guy Fontaine respondió:
—El nombre de la víctima es Jean Claude Parent. Fue apuñalado por lo menos una docena de veces y, después, castrado. El forense dice que el homicidio se cometió hace por lo menos tres o cuatro horas. Encontramos un recibo de restaurante Pavillon en un bolsillo del saco de Parent. Cenó allí más temprano por la noche. Sacamos de la cama al dueño del restaurante.
—¿Sí?
—Monsieur Parent estuvo en el Pavillon con una mujer llamada Toni Prescott, trigueña, muy atractiva, con acento inglés. El gerente de la joyería de Monsieur Parent dijo que más temprano ese día había llevado a la joyería a una mujer que respondía a esa descripción y que presentó como Toni Prescott. Le regaló un costoso anillo de esmeralda. También creemos que Monsieur Parent tuvo relaciones sexuales con alguien antes de morir, y que el arma homicida era un abrecartas de acero. Había huellas dactilares en él. Enviamos todo a nuestro laboratorio y al FBI. Estamos esperando sus informes.
—¿Detuvieron a Toni Prescott?
—Non.
—¿Por qué no?
—No podemos encontrarla. Verificamos en todos los hoteles locales. También revisamos nuestros registros y los del FBI. Ella no tiene certificado de nacimiento, número de seguridad social ni licencia de conducir.
—¡Imposible! ¿Crees que puede haber abandonado la ciudad?
El detective Fontaine sacudió la cabeza.
—No lo creo, inspector. El aeropuerto cerró a medianoche. El último tren salió de Quebec anoche a las 05:35. El primer tren de la mañana saldrá a las 06:39. Hemos enviado la descripción de la mujer a la estación de ómnibus, a las dos compañías de taxis y la de limusinas.
—Por el amor de Dios. Tenemos su nombre, su descripción y sus huellas dactilares. No puede haberse esfumado así.
Una hora más tarde llegó el informe del FBI. No habían podido identificar las huellas dactilares. No existía ningún registro de Toni Prescott.