CAPÍTULO 6

EL detective Sam Blake había alcanzado la posición que ocupaba en la oficina del sheriff de Cupertino por el camino más difícil: se casó con la hermana de su jefe, Serena Dowling, una virago con una lengua filosa capaz de talar todos los bosques de Oregon. Sam Blake era el único hombre que Serena conocía capaz de manejarla. Era bajo y una persona de modales suaves y bondadosos y la paciencia de un santo. Por atroz que fuera la conducta de Serena, él siempre esperaba a que se calmara y después hablaba con ella.

Sam Blake ingresó en la policía porque el sheriff Matt Dowling era su mejor amigo. Habían ido al colegio juntos y crecido juntos. A Blake le gustaba el trabajo policial y lo cumplía de manera excelente. Tenía una inteligencia aguda y curiosa y una tenacidad empecinada. Esa combinación lo convertía en el mejor detective de la fuerza.

Más temprano esa mañana, Sam Blake y el sheriff Dowling tomaban café juntos.

El sheriff dijo:

—Tengo entendido que mi hermana te hizo pasar una mala noche. Recibimos media docena de llamados de los vecinos para quejarse del barullo. Serena es toda una campeona cuando se trata de gritos.

Sam sonrió.

—Al final conseguí tranquilizarla, Matt.

—Gracias a Dios que ya no vive conmigo, Sam. No sé qué demonios le pasa. Sus pataletas…

Esa conversación fue interrumpida.

—Sheriff, acabamos de recibir un 911. Hubo un homicidio en la avenida Sunny Vale.

Matt Dowling miró a Sam Blake. Blake asintió.

—Yo me ocuparé.

Quince minutos después, el detective Blake entraba en el departamento de Dennis Tibble. En el living, un patrullero hablaba con el encargado del edificio.

—¿Dónde está el cuerpo? —preguntó Blake.

Con un movimiento de cabeza el patrullero le indicó el dormitorio.

—Allí, señor. —Parecía pálido.

Blake entró en el dormitorio y se frenó en seco, espantado. Sobre la cama estaba despatarrado el cuerpo desnudo de un hombre, y la primera impresión de Blake fue la de que toda la habitación estaba cubierta de sangre. Al acercarse más a la cama vio de dónde procedía la sangre. El borde afilado de una botella rota se había clavado una y otra vez en su espalda, y en el cuerpo había trozos de vidrio incrustados. A la víctima le habían cortado los testículos.

De sólo mirar ese espectáculo, Blake sintió un dolor en la entrepierna.

—¿Cómo demonios pudo un ser humano hacer una cosa así? —dijo en voz alta.

No había rastros del arma, pero él mandaría hacer una búsqueda concienzuda.

El detective Blake regresó al living para hablar con el encargado del edificio.

—¿Conocía usted al extinto?

—Sí, señor. Este es su departamento.

—¿Cómo se llamaba?

_Tibble. Dennis Tibble.

El detective Blake tomó nota.

—¿Cuánto hace que vivía aquí?

—Casi tres años.

—¿Qué puede decirme de él?

—No mucho, señor. Tibble no hablaba con nadie y siempre pagaba el alquiler en término. Cada tanto traía a una mujer. Creo que en su mayoría eran profesionales.

—¿Sabe dónde trabajaba?

—Sí. En la Global Computer Graphics Corporation. Era uno de esos fanáticos de la computación.

El detective Blake hizo otra anotación.

—¿Quién encontró el cuerpo?

—Una de las mucamas, María. Tenemos seis que limpian los departamentos cada…

—Quiero hablar con ella.

—Sí, señor. La buscaré.

María era una brasileña de más de cuarenta años y tez oscura, y parecía nerviosa y asustada.

—¿Usted descubrió el cuerpo, María?

—Yo no lo maté. Se lo juro. —Estaba al borde de la histeria—. ¿Necesito un abogado?

—No. No necesita un abogado. Sólo dígame lo que ocurrió.

—No ocurrió nada. Quiero decir… Yo entré aquí esta mañana para limpiar el departamento, como siempre hago. Creí que él ya se había ido. Siempre sale de aquí antes de las siete de la mañana. Ordené el living y… ¡Maldición!

—María, ¿recuerda qué aspecto tenía la habitación antes de que usted la ordenara?

—¿Qué quiere decir?

—¿Movió algo de lugar? ¿Sacó algo de aquí?

—Bueno, sí. En el piso había una botella de vino rota. Estaba toda pegajosa. Yo…

—¿Qué hizo con ella? —preguntó él, excitado.

—La puse en el compactador de basura y se pulverizó.

—¿Qué más hizo?

—Bueno, limpié el cenicero y…

—¿Había en él colillas de cigarrillos?

Ella calló para recordar.

—Sí, una. La puse en el tacho de basura de la cocina.

—Echémosle un vistazo. —Blake la siguió a la cocina y ella le señaló el recipiente. Adentro había una colilla con una marca de lápiz de labios. Con cuidado, Blake la extrajo y la deslizó en un pequeño sobre.

Blake volvió a conducir a la mujer al living.

—María, ¿sabe si en el departamento falta algo? ¿Le parece que algún objeto de valor ha desaparecido?

Ella paseó la vista por la habitación.

—No lo creo. Al señor Tibble le gustaba coleccionar esas estatuas pequeñas. Gastó mucho dinero en ellas. Me parece que están todas.

De modo que el móvil no fue el robo. ¿Drogas? ¿Venganza? ¿Una relación amorosa que terminó mal?

—¿Qué hizo usted después de ordenar esta habitación, María?

—Pasé la aspiradora, como siempre lo hago. Y después… —Se le quebró la voz—. Entré en el dormitorio y… y lo vi. —Miró a Blake—. Juro que yo no lo maté.

El forense y sus asistentes llegaron con una bolsa para cadáveres.

Tres horas más tarde, el detective Sam Blake estaba de vuelta en la oficina del sheriff.

—¿Qué tenemos, Sam?

—No mucho. —Blake se sentó frente a su jefe—. La víctima trabajaba en Global. Al parecer, Dennis Tibble era una suerte de genio de la computación.

—Pero no lo suficientemente genio como para evitar que lo mataran.

—Eso no fue sólo una muerte, Matt. Fue una carnicería. Deberías haber visto lo que alguien hizo con su cuerpo. Tiene que haber sido un loco.

—¿Ninguna pista en la que podamos basarnos?

—No estamos seguros de cuál fue el arma asesina; esperamos el informe de laboratorio, pero puede haber sido una botella de vino rota. La mucama la arrojó al compactador. Hablé con los vecinos, pero no obtuve nada. No vieron a nadie que entrara ni saliera de su departamento. Ningún ruido fuera de lo común. No era un tipo sociable que charla con sus vecinos. La mucama limpió todo antes de encontrar el cadáver, o sea que borró las huellas dactilares que podrían habernos resultado útiles. Una cosa: Tibble tuvo relaciones sexuales antes de morir. Tenemos restos de fluido vaginal, vello púbico y otras señales, y una colilla con marcas de lápiz de labios. Les haremos la prueba de ADN.

—La prensa se hará un festín con esto, Sam. Ya me parece ver los titulares: ENFERMO MENTAL ASESTA UN GOLPE EN SILICON VALLEY. —El sheriff Dowling suspiró—. Solucionemos esto lo antes posible.

—Ya mismo salgo para Global Computer Graphics.

A Ashley le había llevado una hora decidir si ir o no a la oficina. Estaba destrozada. Con sólo mirarme, todos sabrán que me pasa algo. Pero si no voy, querrán saber por qué. Lo más probable es que la policía esté allí haciendo preguntas. Si me interrogan tendré que decirles la verdad. Pero no me creerán y me culparán de haber matado a Dennis Tibble. Y si me creen y les digo que mi padre sabía lo que él me hizo, lo culparán a él.

Pensó en el asesinato de Jim Cleary. Le parecía oír la voz de Florence: Encontraron el cadáver de Jim Cleary en su casa. Lo habían matado a puñaladas y castrado. Ashley apretó fuerte los ojos. Mi Dios, ¿qué está pasando? ¿Qué está pasando?

El detective Sam Blake entró en la planta de trabajo donde grupos de sombríos empleados caminaban y hablaban en voz baja. Blake imaginaba cuál era el tema de conversación. Ashley lo miró con aprensión cuando él se dirigió a la oficina de Shane Miller.

Shane se puso de pie para saludarlo.

—¿Detective Blake?

—Sí. —Los dos hombres se estrecharon las manos.

—Tome asiento, por favor.

Sam Blake lo hizo.

—Tengo entendido que Dennis Tibble estaba empleado aquí.

—Así es. Era uno de los mejores. Es una tragedia terrible.

—¿Trabajó aquí alrededor de tres años?

—Sí. Era nuestro genio. No había nada que él no pudiera hacer con una computadora.

—¿Qué me puede decir de su vida social?

Shane Miller sacudió la cabeza.

—Me temo que no mucho. Tibble era un lobo solitario.

—¿Tiene idea si consumía drogas?

—¿Dennis? Diablos, no. Era un fanático de la salud.

—¿Jugaba? ¿Podría haberle debido a alguien una cuantiosa suma de dinero?

—No. Ganaba un excelente sueldo, pero creo que era muy ahorrativo.

—¿Qué me dice de mujeres? ¿Tenía novia?

—Las mujeres no se sentían muy atraídas hacia Tibble. —Pensó un momento—. Sin embargo, últimamente comenzó a decirles a todos que había alguien con quien pensaba casarse.

—¿Por casualidad mencionó su nombre?

Miller sacudió la cabeza.

—No. Al menos a mí no me lo dijo.

—¿Le importaría que hablara con algunos de sus empleados?

—En absoluto. Adelante, hágalo. Pero le advierto que todos están bastante impresionados.

Lo estarían todavía más si hubieran visto el cuerpo de Tibble, pensó Blake.

Los dos hombres salieron a la planta de trabajo. Shane Miller levantó la voz:

—Les pido su atención, por favor. Este es el detective Blake. Quiere hacerles algunas preguntas.

Los empleados habían interrumpido sus tareas y lo escuchaban.

Blake dijo:

—Estoy seguro de que todos están enterados de lo que le sucedió al señor Tibble. Necesitamos que nos ayuden a descubrir quién lo mató. ¿Alguno sabe si tenía enemigos? ¿Si alguien lo odiaba lo suficiente para querer asesinarlo? —Silencio. Blake continuó—: Había una mujer con la que él quería casarse. ¿Le habló de ella a alguno de ustedes?

Ashley comenzó a tener dificultad para respirar. Ese era el momento de hablar. Era el momento de decirle al policía lo que Tibble le había hecho. Pero Ashley recordó la expresión de su padre cuando se lo contó. Lo culparían a él del homicidio.

Su padre no era capaz de matar a nadie. Era médico. Era cirujano. Dennis Tibble había sido castrado. El detective Blake decía en ese momento:

—¿… y ninguno de ustedes lo vio después de que salió de aquí el viernes?

Toni Prescott pensó: Adelante. Díselo, Señorita Mojigata. Dile que fuiste a su departamento. ¿Por qué no hablas?

El detective Blake permaneció allí de pie un momento, tratando de ocultar su decepción.

—Bueno, si alguno recuerda algo que pueda sernos de utilidad, le agradeceré que me llame por teléfono. El señor Miller tiene mi número. Gracias.

Lo vieron dirigirse a la salida. Ashley sintió un inmenso alivio. El detective Blake giró hacia Shane.

—¿Había alguien aquí con quien Tibble mantenía una relación particularmente estrecha?

—En realidad, no —respondió Shane—. Creo que Dennis no se relacionaba con nadie. Se sentía muy atraído hacia una de nuestras operadoras de computadoras, pero nunca consiguió nada con ella.

El detective Blake se detuvo.

—¿Está aquí ahora?

—Sí, pero…

—Me gustaría hablar con ella.

—Está bien. Puede usar mi oficina. —Regresaron al cuarto y Ashley los vio hacerlo.

Después enfilaron hacia su compartimento. Ella sintió que se ponía colorada.

—Ashley, el detective Blake quiere hablar contigo.

¡De modo que él sabía! Le iba a preguntar sobre su visita al departamento de Tibble. Tengo que tener cuidado, pensó Ashley.

El detective la miraba.

—¿Tiene algún inconveniente, señorita Patterson?

Ella logró encontrar su voz.

—No, en absoluto. —Lo siguió a la oficina de Shane Miller.

—Siéntese. —Los dos tomaron asiento—. Tengo entendido que Dennis Tibble sentía aprecio por usted.

—Yo… bueno, supongo… —Cuidado.

—Sí.

—¿Salió usted con él?

Ir a su departamento no era lo mismo que salir con él.

—No.

—¿Le habló él de la mujer con la que quería casarse?

Ashley se iba hundiendo cada vez más. ¿Ese hombre estaría grabando la conversación? A lo mejor ya sabía que ella había estado en el departamento de Tibble. Podían haber encontrado sus huellas dactilares. Ahora era el momento de decirle al detective lo que Tibble le había hecho. Pero si lo hago, pensó con desesperación, eso conducirá a mi padre, y ellos lo relacionarán con el homicidio de Jim Cleary. ¿Sabrían también eso? Pero el departamento de policía de Bedford no tenía motivos para notificar al departamento de policía de Cupertino. ¿O sí?

El detective Blake la observaba, a la espera de una contestación.

—¿Señorita Patterson?

—¿Qué? Oh, lo lamento. Esto me tiene tan afligida…

—Lo entiendo. ¿Tibble le mencionó alguna vez a la mujer con la que quería casarse?

—Sí, pero nunca me dio su nombre. —Al menos eso era cierto.

—¿Alguna vez estuvo en el departamento de Tibble?

Ashley respiró hondo. Si decía que no, lo más probable era que el interrogatorio terminaría. Pero si habían encontrado sus impresiones digitales…

—Sí.

—¿Estuvo en su departamento?

—Sí.

Ahora él la miraba con más atención.

—Usted dijo que nunca había salido con él.

Ashley pensaba a toda velocidad.

—Es verdad. No en una cita, no. Fui a llevarle unos papeles que había olvidado.

—¿Cuándo fue eso?

Se sintió atrapada.

—Fue… creo que hace alrededor de una semana.

—¿Y esa fue la única vez que estuvo allá?

—Así es.

Ahora, si tenían sus huellas dactilares, igual ella estaría a salvo.

Él permaneció allí sentado, observándola, y Ashley se sintió culpable. Quería decirle la verdad. Tal vez un ladrón había logrado entrar y lo mató. El mismo ladrón que mató a Jim Cleary diez años antes y a cerca de cinco mil kilómetros de distancia. Bueno, siempre y cuando uno creyera en las coincidencias. Si uno creía en Papá Noel.

Maldito seas, papá. El detective Blake dijo:

—Este es un asesinato terrible. No parece existir un motivo. Pero ¿sabe?, en todos los años que hace que estoy en la fuerza policial, jamás vi un homicidio sin un móvil. —No hubo respuesta—. ¿Sabe usted si Dennis Tibble consumía drogas?

—Estoy segura de que no.

—¿Qué tenemos, entonces? No fueron las drogas. No hubo robo. Él no le debía dinero a nadie. Eso nos deja sólo una situación de tipo romántico, ¿verdad? Alguien que sentía celos de él.

O un padre que quería proteger a su hija.

—Estoy tan desconcertada como usted, detective.

Él la miró fijo un momento y sus ojos parecían decir: «Yo no le creo, señorita». El detective Blake se puso de pie. Sacó una tarjeta y se la dio a Ashley.

—Si se le llega a ocurrir algo, le agradeceré que me llame.

—Lo haré con todo gusto.

—Buenos días.

Ella lo observó irse. Se terminó, pensó. Papá está a salvo.

Cuando Ashley volvió esa tarde a su departamento, había un mensaje en su contestador automático:

Anoche sí que me dejaste caliente, preciosa. Bien caliente. Pero, como me prometiste, esta noche no sucederá lo mismo. El mismo lugar, a la misma hora.

Ashley quedó petrificada, sin poder creer lo que oía. Me estoy volviendo loca, pensó. Esto no tiene nada que ver con mi padre. Alguna otra persona debe de estar detrás de esto. Pero ¿quién? Y, ¿por qué?

Tres días después, Ashley recibió el estado de cuenta de la compañía de su tarjeta de crédito. Tres artículos le llamaron la atención:

Una cuenta de la tienda Mod Dress por 450 dólares. Una cuenta del Circus Club por 300 dólares. Una cuenta del Restaurante Louie’s por 250 dólares.

Ella jamás había oído hablar de esa tienda de ropa, de ese club ni de ese restaurante.