LOS meses que siguieron fueron una tortura para Ashley. En su mente se proyectaba todo el tiempo la imagen del cuerpo mutilado y ensangrentado de Jim Cleary. Pensó en volver a ver al doctor Speakman, pero sabía que no se atrevería a hablar de ese tema con nadie. Se sentía culpable hasta de pensar que su padre podía haber hecho una cosa tan terrible como esa. Apartó el pensamiento de su mente y trató de concentrarse en su trabajo. Era imposible. Bajó la vista y observó, consternada, un logo que acababa de arruinar.
Shane Miller la miraba, preocupado.
—¿Te sientes bien, Ashley?
Ella forzó una sonrisa.
—Estoy muy bien.
—De veras lamento mucho lo de tu amigo. —Ella le había contado lo de Jim.
—Ya se me pasará.
—¿Qué tal si cenamos juntos esta noche?
—Gracias, Shane, pero todavía no me siento en condiciones de salir. En todo caso la semana próxima.
—Está bien. Si hay algo que yo pueda hacer…
Toni le dijo a Alette:
—Parece que la Señorita Mojigata tiene un problema. Por mí, que se joda.
—Mi dispiace. Lo lamento por ella. Está preocupada.
—Al carajo con ella. Todos tenemos problemas, ¿no te parece, mi amor?
Esa tarde, cuando Ashley estaba por irse de la oficina, Dennis Tibble la detuvo.
—Hola, preciosa. Necesito que me hagas un favor.
—Lo siento, Dennis, yo…
—Vamos. ¡Ánimo! —Tomó a Ashley del brazo—. Necesito un consejo desde el punto de vista femenino.
—Dennis, no estoy de…
—Me enamoré de alguien y quiero casarme con ella, pero hay problemas. ¿No quieres ayudarme?
Ashley dudó. No le gustaba Dennis Tibble, pero no creyó que hubiera problema en tratar de ayudarlo.
—¿Esto no podría esperar hasta que…?
—Necesito hablar contigo ahora mismo. Es realmente urgente.
Ashley respiró hondo.
—Está bien.
—¿Podemos ir a tu departamento?
Ella negó con la cabeza.
—No. —Nunca conseguiría que él se fuera.
—¿Pasarás por el mío?
Ashley vaciló.
—Muy bien. —Así podré irme cuando yo quiera. Si lo ayudo a conseguir a la mujer de la que está enamorado, tal vez me dejará en paz.
Toni le dijo a Alette:
—¡Dios! La Señorita Mojigata irá al departamento de ese tipo. ¿Puedes creer que sea tan estúpida? ¿Dónde tiene la cabeza?
—Ella sólo trata de ayudarlo. No tiene nada de malo que…
—Oh vamos, Alette. ¿Cuándo crecerás? Ese tipo se la quiere coger.
—Non va. Quello non si fa.
—Yo misma no lo habría dicho mejor.
El departamento de Dennis Tibble estaba amueblado en un estilo neopesadilla. De las paredes colgaban posters de viejas películas de horror, junto a fotografías provocativas de modelos desnudas y de animales salvajes que comían a sus presas. Sobre las mesas había diminutas tallas eróticas en madera.
Es el departamento de un loco, pensó Ashley. No veía la hora de salir de allí.
—Me alegro de que hayas podido venir, preciosa. Realmente te lo agradezco. Si…
—No puedo quedarme mucho tiempo, Dennis —le advirtió Ashley—. Cuéntame lo de esa mujer de la que estás enamorado.
—Es alguien muy especial. —Le ofreció un cigarrillo—. ¿Quieres uno?
—No fumo —dijo ella y lo vio encender uno.
—¿Qué tal una copa?
—No bebo.
Él sonrió.
—No fumas, no bebes. Eso nos deja una actividad bien interesante, ¿no?
Ella le dijo con severidad:
—Dennis, si tú no…
—Sólo era una broma. —Se acercó al bar y sirvió vino—. Bebe un poco de vino. No puede hacerte mal. —Y le entregó una copa.
Ella bebió un sorbo.
—Háblame de tu enamorada.
Dennis Tibble se sentó junto a Ashley en el sofá.
—Nunca conocí a nadie igual. Es atractiva y sensual como tú y…
—Basta o me iré.
—Epa, lo dije como un cumplido. Sea como fuere, está loca por mí, pero su madre y su padre están en buena posición y me odian.
Ashley no hizo ningún comentario.
—Así que la cuestión es que, si la presiono, se casará conmigo, pero significará alejarse de su familia. El problema es que tiene una relación muy afectuosa con ellos, y que seguro que si me caso con ella la desheredarán. Y entonces es probable que me eche la culpa. ¿Entiendes cuál es el problema?
Ashley bebió otro sorbo de vino.
—Sí. Yo…
Después de eso, el tiempo pareció desdibujarse en una suerte de bruma.
Despertó con lentitud, sabiendo que algo estaba terriblemente mal. Tuvo la sensación de que la habían drogado. Abrir los ojos le representó un enorme esfuerzo. Ashley paseó la vista por la habitación y comenzó a sentir pánico. Estaba tendida en la cama, desnuda, en el cuarto de un hotel de mala muerte. Logró incorporarse y sintió un dolor punzante en la cabeza. No tenía idea de dónde estaba ni de cómo había llegado allí. Sobre la mesa de luz había un menú del servicio de habitación. Extendió el brazo y lo tomó. El Chicago Loop Hotel. Volvió a leerlo, atontada. ¿Qué estoy haciendo en Chicago? ¿Cuánto hace que estoy aquí? La visita al departamento de Dennis Tibble fue el viernes. ¿Hoy qué día es? Con creciente alarma, levantó el tubo del teléfono.
—¿Qué puedo hacer por usted?
A Ashley le costaba hablar.
—¿Qué día es hoy?
—Hoy es el 17 de…
—No. Quiero decir ¿qué día de la semana es?
—Ah. Hoy es lunes. ¿Puedo…?
Ashley colgó el tubo, aturdida. Lunes. Había perdido dos días y dos noches. Se sentó en el borde de la cama y trató de recordar. Había ido al departamento de Dennis Tibble… Bebió una copa de vino… Después de eso, todo era un blanco.
Él le había puesto en el vino algo que la hizo perder transitoriamente la memoria. Había leído sobre incidentes en los que se había empleado una droga así. Eso fue lo que él le dio. Todo el asunto de que necesitaba su consejo había sido una trampa. Y, como una tonta, ella había caído. No tenía la menor conciencia de haber ido al aeropuerto, de haber volado a Chicago ni de haberse registrado en ese hotel de mala muerte con Tibble. Y, peor todavía, ningún recuerdo de lo sucedido en ese cuarto.
Tengo que salir de aquí, pensó con desesperación. Se sintió sucia, como si le hubieran violado cada milímetro del cuerpo. ¿Qué le había hecho ese tipo? Trató de no pensarlo. Se levantó de la cama, entró en el diminuto cuarto de baño y se paró debajo de la ducha. Dejó que el chorro de agua caliente le golpeara el cuerpo y le lavara las cosas terribles y sucias que le habían ocurrido. ¿Y si hubiera quedado embarazada? La sola idea de tener un hijo de ese hombre le provocó náuseas. Ashley salió de debajo de la ducha, se secó y se acercó al ropero. Su ropa no estaba. Lo único que había era una minifalda de cuero negro, una musculosa de aspecto cursi y un par de zapatos con tacos aguja altos. Ponerse esa ropa la asqueaba, pero no le quedaba más remedio que usarla. Se vistió deprisa y se miró en el espejo. Parecía una prostituta.
Ashley examinó su cartera. Sólo quedaban allí cuarenta dólares. Y también su libreta de cheques y su tarjeta de crédito. ¡Gracias a Dios!
Salió al pasillo. Estaba desierto. Tomó el ascensor hacia la planta baja y se acercó al escritorio de recepción. Al viejo que la atendió le entregó su tarjeta de crédito.
—¿Ya nos deja? —preguntó él—. Bueno, ¿lo pasó bien, no?
Ashley lo miró fijo y se preguntó qué le habría querido decir. Tuvo miedo de averiguarlo. Estuvo tentada de preguntarle cuándo se había ido Dennis Tibble, pero decidió que era mejor no tocar ese tema.
El hombre pasaba en ese momento su tarjeta de crédito por una máquina. Frunció el entrecejo y volvió a hacer un intento. Finalmente, dijo:
—Lo lamento, pero esta tarjeta no pasa. Ha excedido el límite.
Ashley quedó boquiabierta.
—¡Imposible! ¡Tiene que haber un error!
El empleado se encogió de hombros.
—¿Tiene otra tarjeta de crédito?
—No. ¿Me aceptará un cheque personal?
Él le observó el atuendo con expresión censora.
—Supongo que sí, si tiene un documento que la identifique.
—Necesito hacer un llamado telefónico.
—En la esquina hay un teléfono público.
—San Francisco Memorial Hospital…
—Quiero hablar con el doctor Steven Patterson.
—Un momento, por favor…
—Consultorio del doctor Patterson.
—¿Sarah? Soy Ashley. Necesito hablar con mi padre.
—Lo siento, señorita Patterson. Está en el quirófano y…
Ashley apretó con más fuerza el tubo.
—¿Sabe cuánto tardará en salir?
—Es difícil saberlo. Sé que después tiene prevista otra operación…
Ashley luchó por controlar su histeria.
—Necesito hablar con él. Es urgente. ¿Puede hacerle llegar este mensaje? Tan pronto como sea posible, pídale que me llame. —Miró el número del teléfono público de la cabina y se lo dio a la recepcionista de su padre—. Esperaré aquí hasta que llame.
—Así se lo diré.
Ashley estuvo sentada en el lobby durante casi una hora, esperando que sonara el teléfono. La gente que pasaba por allí la miraba fijo o se la comía con los ojos, y ella se sentía desnuda con el atuendo que usaba. Cuando por fin sonó el teléfono, se sobresaltó.
Corrió hacia la cabina telefónica.
—Hola…
—¿Ashley? —Era la voz de su padre.
—Oh, papá, yo…
—¿Qué ocurre?
—Estoy en Chicago y…
—¿Qué haces en Chicago?
—Ahora no puedo hablar de eso. Necesito un pasaje de avión a San José. En este momento no tengo dinero encima. ¿Puedes arreglarlo?
—Desde luego. Aguarda un momento. —Diez minutos después, su padre apareció de nuevo en la línea—. Hay un avión de American Airlines, sale de O’Hare a las 10:40. El número del vuelo es 407. Habrá un pasaje para ti en el mostrador de recepción. Yo te recogeré en el aeropuerto de San José y…
—¡No! —No podía permitir que él la viera así vestida—. Quiero pasar por mi departamento para cambiarme.
—Está bien. Me encontraré contigo para cenar. Entonces me lo contarás todo.
—Gracias, papá. Gracias.
Una vez en el avión, de regreso a casa, Ashley pensó en la cosa imperdonable que Dennis Tibble le había hecho. Tendré que ir a la policía, decidió. No puedo permitir que él se salga con la suya. ¿A cuántas otras mujeres les habrá hecho lo mismo?
Cuando Ashley entró en su departamento tuvo la sensación de haber regresado a un santuario. No podía esperar a sacarse esa ropa espantosa. Se la quitó lo más rápido que pudo. Sintió que necesitaba ducharse de nuevo antes de encontrarse con su padre. Empezó a acercarse al placard y se frenó en seco. Frente a ella, sobre la cómoda, había una colilla de cigarrillo.
Estaban sentados frente a una mesa ubicada en un rincón del restaurante The Oaks. El padre de Ashley la observaba, preocupado.
—¿Qué hacías en Chicago?
—Yo… bueno, no lo sé.
Él la miró, confundido.
—¿No lo sabes?
Ashley vaciló y trató de decidir si le contaría o no lo sucedido. Quizá su padre le daría algún consejo.
Le dijo, con cautela:
—Dennis Tibble me pidió que subiera a su departamento para ayudarlo con un problema…
—¿Dennis Tibble? ¿Esa víbora? —Mucho tiempo antes, Ashley le había presentado a su padre a las personas con las que trabajaba—. ¿Cómo pudiste tener algo que ver con él?
Ashley se dio cuenta enseguida de que había cometido un error. Su padre siempre reaccionaba en forma desmesurada frente a cualquier problema que ella tuviera. Sobre todo cuando estaban relacionados con un hombre.
«Si llego a verte de nuevo por aquí, Cleary, te romperé todos los huesos».
—No es importante —dijo Ashley.
—Quiero que me lo cuentes.
Ashley permaneció un momento inmóvil, presa de un horrible presentimiento.
—Bueno, bebí una copa en el departamento de Dennis y…
Mientras hablaba, vio cómo en la cara de su padre aparecía una expresión inflexible. Y su mirada le dio miedo. Trató de interrumpir el relato.
—No —insistió su padre—. Quiero oírlo todo…
Esa noche, Ashley estaba tendida en su cama, demasiado agotada para dormir, su mente convertida en un caos total. Si lo que Dennis me hizo se hace público, será humillante para mí. En el trabajo todos sabrán lo que sucedió. Pero no puedo permitir que le haga esto a otra persona. Tengo que informar a la policía.
Los demás habían tratado de advertirle que Dennis estaba obsesionado con ella, pero Ashley no les había prestado atención. Ahora, al repasar todo retrospectivamente, percibió todas las señales: Dennis detestaba ver que otra persona hablara con ella, constantemente le rogaba que aceptara salir con él, siempre la espiaba…
Al menos ahora sé quién es mi perseguidor, pensó.
A las ocho y media de la mañana, cuando se preparaba para salir al trabajo, sonó la campanilla del teléfono. Ashley contestó:
—Ashley… soy Shane. ¿Te enteraste de la noticia?
—¿Qué noticia?
—Está en la televisión. Acaban de encontrar el cadáver de Dennis Tibble.
Por un instante, la tierra pareció girar.
—¡Dios mío! ¿Qué pasó?
—Según el informe de la policía, alguien lo mató a puñaladas y después lo castró.