CAPÍTULO 29

DOS días después llamaron a Ashley a la oficina del doctor Lewison. El doctor Keller se encontraba allí. Ella estaba libre y podía regresar a su casa en Cupertino, donde recibiría terapia y sesiones de evaluación en forma periódica con un psiquiatra aprobado por el juzgado.

El doctor Lewison dijo:

—Bueno, hoy es el día. ¿Está contenta?

Ashley respondió:

—Estoy contenta, asustada… no lo sé. Me siento como un pájaro al que acaban de poner en libertad. Tengo la sensación de volar. —Su rostro estaba resplandeciente.

—Me alegra que te vayas, pero… bueno, te extrañaré —dijo el doctor Keller.

Ashley le tomó la mano y le dijo con afecto:

—Yo también lo extrañaré. Realmente, no sé cómo agradecerle lo que hizo por mí. —Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Me ha devuelto la vida.

Se dirigió al doctor Lewison.

—Cuando esté de vuelta en California, conseguiré empleo en una de las plantas de computación de allá. Le avisaré cómo sale todo y cómo me va con la terapia ambulatoria. Quiero estar segura de que lo que me ocurrió antes nunca vuelva a sucederme.

—No creo que tenga de qué preocuparse —le aseguró el doctor Lewison.

Cuando ella se fue, el doctor Lewison le dijo a Gilbert Keller:

—Esto te compensa por los casos en que no tuviste éxito, ¿no es verdad, Gilbert?

Era un día asoleado de junio y Ashley caminaba por la Avenida Madison de la ciudad de Nueva York. Su sonrisa radiante hacía que las personas giraran la cabeza para mirarla. Nunca se había sentido tan feliz. Pensó en la maravillosa vida que tenía por delante y en todo lo que deseaba hacer. Pensó que podría haber tenido un final espantoso, pero que ese era el final feliz por el que siempre había rezado.

Entró en la Estación Pennsylvania. Era la estación ferroviaria más activa de los Estados Unidos, un encantador laberinto de pasadizos y cuartos carentes de ventilación. La estación estaba repleta de gente. Y cada persona tiene una historia interesante para contar, pensó. Todas van a lugares diferentes, viven su propia existencia, y ahora yo viviré la mía.

Compró un boleto en una de las máquinas expendedoras. Buena suerte, pensó.

Abordó el tren y tomó asiento. Se sentía excitadísima por lo que estaba por suceder. El tren pegó una sacudida y después comenzó a cobrar velocidad. Por fin estoy en camino. Y mientras el tren enfilaba hacia los Hamptons, ella comenzó a cantar en voz baja:

All around the mulberry bush,

The monkey chased the weasel.

The monkey thoughttwas all in fun.

Pop!, goes the weasel…