LA sesión de hipnoterapia había comenzado. Cuando Ashley estuvo perfectamente hipnotizada, el doctor Keller dijo:
—Ashley, háblame de Jim Cleary.
—Yo lo amaba. Íbamos a fugarnos y a casarnos.
—Continúa.
—En la fiesta de la graduación, Jim me propuso que fuera a su casa con él y yo… bueno, le dije que no. Cuando me acompañó de vuelta a casa, mi padre nos esperaba levantado. Estaba furioso. Le dijo a Jim que se fuera y se apartara de mi vida para siempre.
—¿Qué ocurrió entonces?
—Decidí ir a estar con Jim. Empaqué una valija y eché a andar hacia su casa. —Vaciló un momento—. A mitad de camino cambié de idea y regresé a la mía. Yo…
La expresión de Ashley comenzó a cambiar. Se aflojó en su silla, y de pronto fue Toni.
—No fue para nada así. Ella sí fue a la casa de Jim, doctorcito.
Cuando llegó a la casa de Jim Cleary estaba oscuro. «Mis padres estarán ausentes de la ciudad este fin de semana». Ashley tocó el timbre. Unos minutos después, Jim Cleary abrió la puerta. Estaba en piyama.
—Ashley. —Su cara se iluminó—. Decidiste venir. —La hizo pasar.
—Vine porque…
—No me importa la razón. Lo cierto es que estás aquí. —La rodeó con los brazos y la besó—. ¿Quieres beber algo?
—No. Tal vez un poco de agua. —De pronto se sintió aprensiva.
—Claro. Ven. —La tomó de la mano y la condujo a la cocina.
Le sirvió un vaso de agua y la observó beberla.
—Pareces nerviosa.
—Lo estoy.
—No tienes por qué estarlo. Es totalmente imposible que mis padres regresen. Subamos a mi cuarto.
—Jim, no creo que debamos hacerlo.
Él se le acercó por atrás y trató de acariciarle los pechos con las manos. Ella se dio media vuelta.
—Jim…
Él le cubrió la boca con los labios y la empujó contra la mesada de la cocina.
—Te voy a hacer feliz, mi amor. —Era su padre el que le decía: «Te voy a hacer feliz, mi amor».
Ashley quedó paralizada. Sintió que él le quitaba la ropa y la penetraba mientras ella permanecía allí, desnuda y gritando en silencio.
Y entonces la inundó una furia feroz. Vio el enorme cuchillo de carnicero cuyo mango sobresalía de un bloque de madera. Lo tomó y comenzó a apuñalar a Jim en el pecho y a gritar:
—Basta, papá… Basta… Basta… Basta… Cuando bajó la vista vio a Jim tendido en el piso, cubierto de sangre.
—¡Animal! —le gritó—. No volverás a hacerle esto a nadie. —Se agachó y le clavó el cuchillo en los testículos.
A las seis de la mañana, Ashley fue a la estación de ferrocarril a reunirse con Jim. No había señales de él.
Comenzó a sentir pánico. ¿Qué pudo haberle pasado? Oyó el silbato del tren a lo lejos. Miró su reloj: las 7:00. El tren entraba en la estación. Ashley se puso de pie y miró en todas direcciones. Algo terrible le tiene que haber sucedido. Algunos minutos más tarde, vio cómo el tren partía y con él se llevaba sus sueños.
Aguardó otra media hora y lentamente inició el regreso a su casa. Ese mediodía, Ashley y su padre se encontraban en un avión rumbo a Londres…
La sesión llegaba a su fin. El doctor Keller contaba:
—… Cuatro …cinco. Ahora despiertas.
Ashley abrió los ojos.
—¿Qué pasó?
—Toni me contó cómo mató a Jim Cleary. Él te estaba atacando.
Ashley palideció.
—Quiero ir a mi habitación.
El doctor Keller le presentó su informe a Otto Lewison.
—Estamos haciendo muchos progresos, Otto. Hasta ahora nos encontrábamos completamente estancados: cada una de ellas tenía miedo de dar el primer paso. Pero ahora las noto más flojas, más sueltas. Vamos en la dirección correcta, pero a Ashley todavía la asusta enfrentar la realidad.
El doctor Lewison dijo:
—¿Ella no sabe cómo ocurrieron esos asesinatos?
—No tiene la menor idea. Tiene un blanco total. Fue Toni la que tomó el control de la situación.
Dos días después:
—¿Te sientes cómoda, Ashley?
—Sí. —Su voz sonaba lejana.
—Quiero que hablemos de Dennis Tibble. ¿Él era amigo tuyo?
—Dennis y yo trabajábamos en la misma compañía, pero no éramos realmente amigos.
—El informe policial dice que tus huellas dactilares estaban en su departamento.
—Es verdad. Fui allí porque él quería que le diera mi opinión sobre algo.
—¿Y qué ocurrió?
—Hablamos durante unos minutos y él me dio una copa de vino en la que había puesto una droga.
—¿Qué es lo siguiente que recuerdas?
—Yo… desperté en Chicago.
La expresión de Ashley comenzó a cambiar. En un instante, fue Toni la que hablaba con él:
—¿Quiere saber lo que realmente sucedió…?
—Cuéntamelo, Toni.
Dennis Tibble tomó la botella de vino y dijo:
—Pongámonos cómodos. —Y comenzó a llevar a Ashley al dormitorio.
—Dennis, yo no quiero…
Y de pronto estaban en el dormitorio, y él le quitaba la ropa.
—Yo sé lo que tú quieres, chiquita. Quieres que te coja. Por eso viniste.
Ella luchaba por liberarse.
—¡Detente, Dennis!
—No hasta que te dé lo que viniste a buscar. Te encantará, chiquita.
La arrojó a la cama y la sujetó con fuerza mientras acercaba las manos a su entrepierna. Era la voz de su padre. «Te encantará, chiquita». Y entonces la penetró, una y otra vez, y ella gritaba en silencio:
«¡No, papá! ¡Basta!». Y entonces se apoderó de ella una furia feroz. Vio la botella de vino. Estiró el brazo, la tomó, la rompió contra el borde de la mesa y clavó las puntas filosas en la espalda de Dennis. Él gritó y trató de incorporarse, pero ella lo sujetó con fuerza y siguió atacándolo con la botella rota. Lo vio caer al suelo.
—No sigas —gimió él.
—¿Prometes no hacer eso nunca más? Bueno, me aseguraré de que así sea.
Tomó un trozo de vidrio roto y llevó la mano hacia la entrepierna de Dennis.
El doctor Keller permaneció un momento en silencio.
—¿Qué hiciste después de eso, Toni?
—Decidí que era mejor que me fuera de allí antes de que llegara la policía. Tengo que confesar que estaba bastante excitada. Quería alejarme por un momento de la vida aburrida de Ashley y, como tenía un amigo en Chicago, decidí ir allá. Resultó que él no estaba en casa, así que hice algunas compras, fui a algunos bares y me divertí en grande.
—¿Qué pasó después?
—Me registré en un hotel y me quedé dormida. —Se encogió de hombros—. A partir de ese momento fue la fiesta de Ashley.
Ella despertó con lentitud sabiendo que algo estaba mal, terriblemente mal. Tuvo la sensación de que la habían drogado. Ashley observó la habitación y empezó a sentir pánico. Estaba acostada en la cama, desnuda, en la habitación de un hotel de mala muerte. No tenía idea de dónde estaba ni de cómo había llegado allí. Logró incorporarse y sintió un dolor punzante en la cabeza.
Se levantó de la cama, entró en el diminuto cuarto de baño y se paró debajo de la ducha. Dejó que el chorro de agua caliente le golpeara contra el cuerpo para tratar de alejar de sí las cosas terribles y sucias que sin duda le habían ocurrido. ¿Y si él la había embarazado? La sola idea de tener un hijo de ese hombre la descompuso. Ashley salió de debajo de la ducha, se secó y se dirigió al ropero. Su ropa no estaba. Lo único que había allí era una minifalda de cuero negro, una musculosa de aspecto cursi y un par de zapatos con tacos aguja altos. Ponerse esa ropa la asqueaba, pero no le quedaba más remedio que usarla. Se vistió deprisa y se miró en el espejo. Parecía una prostituta.
—Papá, yo…
—¿Qué sucede?
—Estoy en Chicago y…
—¿Qué haces en Chicago?
—Ahora no puedo hablar de eso. Necesito un pasaje de avión a San José y no tengo dinero encima. ¿Puedes arreglarlo?
—Desde luego. Aguarda un momento. Hay un avión de American Airlines que sale de O’Hare a las 10:40. Es el vuelo 407. Habrá un pasaje para ti en el mostrador de recepción.
—Alette, ¿puedes escucharme? Alette.
—Aquí estoy, doctor Keller.
—Quiero que hablemos de Richard Melton. Era amigo tuyo, ¿no?
—Sí. Era muy simpático. Yo estaba enamorada de él.
—¿Y él estaba enamorado de ti?
—Creo que sí. Era pintor. Solíamos ir juntos a los museos y observar todas esas telas maravillosas. Cuando estaba con Richard yo me sentía… viva. Creo que si alguien no lo hubiera matado, algún día nos habríamos casado.
—Háblame de la última vez que estuvieron juntos.
—Cuando salíamos del museo, Richard me dijo: «Mi compañero de vivienda tiene una fiesta esta noche. ¿Por qué no pasamos por mi departamento? Tengo algunas pinturas que me gustaría mostrarte. “No todavía, Richard”. “Como quieras. ¿Te veré el próximo fin de semana?”».
—Sí. Y me fui en el auto —dijo Alette—. Y esa fue la última vez que yo…
El doctor Keller vio que en su rostro comenzaba a aparecer la expresión típica de Toni.
—Eso es lo que ella quiere creer —dijo Toni—. Pero no es lo que sucedió.
—¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó el doctor Keller.
Ella fue al departamento de Richard en la calle Fell. Era pequeño, pero las pinturas de Richard lo hacían parecer muy lindo.
—Hacen que el cuarto cobre vida, Richard.
—Gracias, Alette. —La abrazó—. «Quiero hacerte el amor. Eres hermosa. Eres hermosa», había dicho su padre. Y Alette quedó como paralizada. Porque sabía que esa cosa espantosa estaba por suceder. Estaba tendida en la cama, desnuda, y sentía el dolor conocido de cuando él la penetraba y la destrozaba.
Y entonces ella se puso a gritar: «¡No! ¡Basta, papá! ¡No sigas!». Y entonces se apoderó de ella una furia maníaco-depresiva. No tenía idea de dónde había sacado el cuchillo, pero lo cierto era que lo apuñalaba una y otra vez mientras le gritaba: «¡Te dije que te detuvieras! ¡Basta!».
Ashley se retorcía en su silla y gritaba.
—Está bien, está bien, Ashley —le dijo el doctor Keller. Estás a salvo. Ahora despertarás cuando yo cuente cinco.
Ashley despertó temblando.
—¿Está todo bien?
—Toni me habló de Richard Melton. Me dijo que él hizo el amor contigo y que tú creíste que era tu padre, así que…
Ella se tapó los oídos con las manos.
—¡No quiero seguir escuchándolo!
El doctor Keller fue a ver a Otto Lewison.
—Creo que por fin estamos por lograrlo. Es algo muy traumático para Ashley, pero nos acercamos al final del tratamiento. Aún nos falta que salgan a la luz dos homicidios.
—¿Y entonces?
—Entonces reuniré a Ashley, Toni y Alette.