CAPÍTULO 25

—SÉ muy bien lo que se propone hacer, doctorcito. Trata de que Ashley crea que usted es su amigo.

—Soy tu amigo, Toni, y también el de ella.

—No, no lo es. Usted piensa que ella es maravillosa y que yo no valgo nada.

—Te equivocas. Las respeto a ti y a Alette tanto como a Ashley. Todas son igualmente importantes para mí.

—¿De veras?

—Sí. Toni, cuando te dije que tenías una voz preciosa, fue en serio. ¿Tocas algún instrumento?

—Piano.

—Si hago los arreglos necesarios para que utilices el piano del salón de recreación para que puedas tocarlo y cantar, ¿te gustaría?

—Podría ser. —Toni parecía entusiasmada.

El doctor Keller sonrió.

—Entonces lo haré con todo gusto. Estará allí para que tú lo uses.

—Gracias.

El doctor Keller dispuso que Toni tuviera acceso privado a la sala de recreación una hora todas las tardes. Al principio, las puertas permanecían cerradas, pero cuando otros pacientes oyeron la música del piano y el canto, abrieron la puerta para escuchar. Pronto, Toni entretenía a docenas de pacientes allí internados.

El doctor Keller repasaba sus notas con el doctor Lewison.

El doctor Lewison dijo:

—¿Y qué me dices de la otra… de Alette?

—Hice arreglos para que ella pintara en el jardín todas las tardes. La vigilarán, desde luego. Creo que será una buena terapia.

Pero Alette se rehusó. En una sesión con ella, el doctor Keller dijo:

—No estás usando las pinturas que te di, Alette. Es una pena que se pierdan. Tienes tanto talento.

¿Cómo lo sabes?

—¿No te gusta pintar?

—Sí.

—¿Entonces por qué no lo haces?

—Porque no sirvo. —Deja de fastidiarme.

¿Quién te dijo eso?

—Mi madre.

—No hemos hablado de tu madre. ¿No quieres contarme cómo era?

—No hay nada que contar.

—Ella murió en un accidente, ¿verdad?

Larga pausa.

—Sí. Murió en un accidente.

Al día siguiente, Alette comenzó a pintar. Disfrutaba de estar en el jardín con su tela y sus pinceles. Cuando pintaba olvidaba todo lo demás. Algunos de los pacientes la rodeaban para observarla pintar. Hablaban en voces multicolores.

—Tus cuadros deberían estar en una galería. —Negra.

—Pintas muy bien. —Amarilla.

—¿Dónde aprendiste a hacer eso? —Anaranjada.

—Ojalá yo supiera hacerlo. —Negra.

Siempre lamentaba el momento en que debía regresar al enorme edificio.

—Quiero que conozcas a una persona, Ashley. Esta es Lisa Garrett.

Era una mujer de algo más de cincuenta años, pequeña y de aspecto fantasmal.

—Lisa se vuelve hoy a su casa.

La mujer estaba feliz.

—¿No es maravilloso? Y se lo debo todo al doctor Keller.

Gilbert Keller miró a Ashley y dijo:

—La señora Garrett sufría de TPM y tenía treinta alter egos.

—Así es, querida. Y todas esas personalidades desaparecieron.

El doctor Keller dijo:

—Es la tercera paciente con TPM que damos de alta este año.

Y Ashley sintió una oleada de esperanzas.

Alette dijo:

—El doctor Keller es muy comprensivo. Realmente parece tenernos afecto.

—Eres una estúpida rematada —se burló Toni—. ¿No te das cuenta de lo que está sucediendo? Ya te lo advertí una vez. Simula tenernos simpatía para que hagamos lo que él quiere. ¿Y sabes qué es? Quiere reunirnos a las tres, querida, y después convencer a Ashley de que ella no nos necesita. ¿Y sabes qué ocurrirá después? Tú y yo moriremos. ¿Eso es lo que quieres? Yo no.

—Bueno, no —respondió Alette con vacilación.

—Entonces escúchame. Le llevamos el apunte al doctor. Hacemos que crea que realmente tratamos de ayudarlo. Lo embaucamos. Nosotras no tenemos ningún apuro. Y te prometo que algún día conseguiré que salgamos de aquí.

—Lo que tú digas, Toni.

—Bien. Entonces dejaremos que el doctorcito crea que le va muy bien con nosotras.

Llegó una carta de David. En el sobre había una fotografía de un chiquillo de dos años. La carta decía:

Querida Ashley: Espero que estés bien y que la terapia esté logrando una mejoría en ti. Aquí todo va bien. Trabajo mucho y lo disfruto. Te adjunto una fotografía de Jeffrey, nuestro hijo de dos años. A juzgar por la velocidad con que crece, creo que dentro de pocos minutos ya estará por casarse. En realidad no tengo demasiadas noticias para darte. Sólo quería que supieras que pienso en ti.

Sandra te manda cariños, David.

Ashley estudió la fotografía. Es un muchachito precioso, pensó. Espero que tenga una vida feliz.

Ashley fue a almorzar. Cuando regresó, la fotografía estaba en el suelo de su habitación, destrozada.

Junio 15, 13:30: Paciente: Ashley Patterson. Sesión de terapia individual con amobarbital sódico. Alter ego Alette Peters.

—Háblame de Roma, Alette.

—Es la ciudad más hermosa del mundo. Está llena de enormes museos. Yo solía visitarlos a todos. —¿Qué puedes saber tú de museos?

—¿Y tú querías ser pintora?

—Sí. —¿Qué creía? ¿Que quería ser bombero?

—¿Estudiaste pintura?

—No, no lo hice. —¿Por qué no se va a molestar a otra parte?

—¿Por qué no? ¿Por lo que te dijo tu madre?

—Oh, no. Es que decidí que no servía para eso. —Toni, ¡aléjalo de mí!

—¿Tuviste algún trauma durante ese período? ¿Te ocurrieron cosas feas que puedas recordar?

—No. Fui muy feliz. —¡Toni!

Agosto 15, 09:00. Paciente: Ashley Patterson. Sesión de hipnoterapia con Toni Prescott, su alter ego.

—¿Quieres hablar de Londres, Toni?

—Sí. Lo pasé muy bien allá. Londres es una ciudad tan civilizada. Allí hay tanto que hacer.

—¿Tuviste algún problema?

—¿Problema? No. Fui muy feliz en Londres.

—¿Que recuerdes no ocurrió allí nada malo?

—Desde luego que no. —¿Qué vas a sacar en limpio de esto, doctorcito?

Cada sesión traía más recuerdos a la mente de Ashley. Cuando por las noches se acostaba, soñaba que estaba de vuelta en Global Computer Graphics. Shane Miller estaba allí, y la felicitaba por un trabajo que ella había realizado. No pudimos arreglarnos sin ti, Ashley. Te mantendremos aquí para siempre. Entonces la escena cambiaba a la celda de una prisión, y Shane Miller decía: Bueno, detesto hacer esto ahora, pero en las presentes circunstancias la compañía ha decidido prescindir de ti. Como es natural, no podemos darnos el lujo de estar relacionados con algo como esto. Lo entiendes, ¿verdad? No se trata de nada personal.

Por la mañana, cuando Ashley despertó, su almohada estaba empapada con lágrimas.

A Alette la entristecían las sesiones de terapia. Le recordaban lo mucho que extrañaba Roma y lo feliz que había sido con Richard Melton. Podríamos haber tenido una vida muy feliz juntos, pero ahora es demasiado tarde. Demasiado tarde.

Toni detestaba las sesiones de terapia porque también a ella le traían demasiados malos recuerdos. Todo lo que había hecho fue para proteger a Ashley y a Alette. Pero ¿acaso alguien se lo agradecía? No. La habían encerrado allí como si fuera una criminal. Pero saldré de aquí, se prometió. Saldré de aquí.

Las páginas del calendario fueron siendo arrancadas una a una por el tiempo, y otro año vino y se fue. El doctor Keller se sentía cada vez más desalentado.

—Leí tu último informe —le dijo el doctor Lewison a Gilbert Keller—. ¿De veras crees que están jugando contigo?

—Estoy convencido, Otto. Es como si supieran lo que yo trato de hacer y no me lo permitieran. Creo que Ashley desea auténticamente colaborar, pero las otras no la dejan. Por lo general, a través de la hipnosis es posible llegar a ellas, pero Toni es muy fuerte. Asume el control total de la situación y es peligrosa.

—¿Peligrosa?

—Sí. Imagino cuánto odio debe de tener acumulado para asesinar y castrar a cinco hombres.

El resto del año no fue mejor. El doctor Keller tenía éxito con sus otros pacientes, en cambio Ashley, la que más lo preocupaba, no mostraba ninguna mejoría. El doctor Keller intuyó que a Toni le gustaba jugar con él. Estaba decidida a no dejarlo ganar la partida. Pero de pronto, inesperadamente, algo cambió.

Comenzó con otra carta del doctor Patterson.

Junio 5

Querida Ashley: Tengo que viajar a Nueva York para ocuparme de algunos asuntos y me gustaría mucho pasar a verte. Me pondré en contacto con el doctor Lewison y, si no hay objeción, llegaré alrededor del 25.

Un abrazo, Papá.

Tres semanas más tarde, el doctor Patterson llegó con una atractiva mujer de pelo oscuro y poco más de cuarenta años y su hija Katrina, de tres.

Los condujeron a la oficina del doctor Lewison. Él se puso de pie al verlos entrar.

—Doctor Patterson, estoy encantado de conocerlo.

—Gracias. Estas son la señorita Victoria Aniston y su hija Katrina.

—¿Cómo le va, señorita Aniston? ¿Katrina?

—Las traje para que conocieran a Ashley.

—Maravilloso. En este momento ella está con el doctor Keller, pero deberían terminar pronto.

El doctor Patterson dijo:

—¿Cómo está Ashley?

Otto Lewison vaciló.

—¿Podría hablar algunos minutos con usted a solas?

—Por cierto.

El doctor Patterson se dirigió a Victoria y a Katrina.

—Creo que afuera hay un jardín precioso. ¿Por qué no me esperan allá? Después llevaré a Ashley a reunirse con ustedes.

Victoria Aniston sonrió.

—Muy bien. —Miró a Otto Lewison—. Fue un placer conocerlo, doctor.

—Gracias, señorita Aniston.

El doctor Patterson las observó irse. Después le preguntó a Otto Lewison:

—¿Hay algún problema?

—Seré franco con usted, doctor Patterson. No estamos logrando los progresos que esperábamos. Ashley dice que quiere que la ayuden, pero no coopera con nosotros. De hecho, lucha contra el tratamiento.

El doctor Patterson lo observaba, sorprendido:

—¿Por qué?

—No es algo fuera de lo común. En algún momento, los pacientes con TPM tienen miedo de conocer a sus alter egos. Los aterroriza. La sola idea de que otras personalidades puedan vivir en su mente y en su cuerpo y controlarlos cuando lo deseen… bueno, ya se imagina lo devastador que puede ser.

El doctor Patterson asintió:

—Por supuesto.

—Hay algo que nos intriga con respecto a Ashley. Casi siempre, los problemas se inician con una experiencia de abuso sexual cuando la paciente era muy joven. No tenemos registros de nada semejante en el caso de Ashley, así que ignoramos cuándo o por qué se produjo ese trauma.

El doctor Patterson permaneció un momento en silencio. Cuando habló, lo dijo con voz cargada:

—Yo puedo ayudarlos. —Hizo una inspiración profunda—. Me culpo a mí mismo.

Otto Lewison lo escuchaba con suma atención.

—Sucedió cuando Ashley tenía seis años. Yo tuve que viajar a Inglaterra. Mi esposa no podía acompañarme, así que me llevé a Ashley. Mi esposa tenía allá a un primo mayor llamado John. En ese momento no me percaté de ello, pero John tenía… bueno, problemas emocionales. Un día tuve que ir a dar una conferencia y John se ofreció a cuidar a mi hija. Cuando esa tarde regresé, él ya no estaba y Ashley se encontraba en un estado de total histeria. Me llevó mucho tiempo calmarla. Después de eso, ella no dejaba que nadie se le acercara, y se volvió tímida y retraída. Una semana después, John fue arrestado acusado de abusos sexuales contra niños. —En el rostro del doctor Patterson había una expresión de profunda pena—. Jamás me perdoné. Y nunca volví a dejar a Ashley a solas con nadie después de ese episodio.

Otto Lewison dijo:

—Lo lamento muchísimo. Pero creo que acaba de darnos la respuesta que buscábamos, doctor Patterson. Ahora el doctor Keller tendrá algo concreto en qué trabajar.

—Para mí siempre fue algo muy penoso, incluso para hablarlo.

—Lo entiendo. —Otto Lewison consultó su reloj—, tardará todavía un buen rato. ¿Por qué no se reúne con la señorita Aniston en el jardín? Yo les enviaré a Ashley cuando ella venga.

El doctor Patterson se puso de pie.

—Gracias. Lo haré.

Otto Lewison lo vio alejarse. Estaba impaciente por contarle al doctor Keller lo que acababa de saber.

Victoria Aniston y Katrina lo aguardaban.

—¿Viste a Ashley? —le preguntó Victoria.

—La enviarán aquí dentro de algunos minutos —respondió él. Paseó la vista por ese amplio parque—. Esto es muy hermoso, ¿no lo crees?

Katrina corrió hacia él y dijo:

—Quiero subir al cielo de nuevo.

Él sonrió.

—Está bien.

La alzó, la arrojó al aire y la atrapó cuando caía.

—¡Más alto!

—Agárrate bien de mí. Aquí vamos.

Volvió a arrojarla al aire y a atraparla después, y la pequeña gritaba de gozo.

—¡Otra vez!

El doctor Patterson le daba la espalda al edificio principal del hospital, así que no vio que Ashley y el doctor Gilbert Keller salían al jardín.

—¡Más alto! —gritó Katrina.

Ashley se frenó en seco, petrificada. Vio a su padre jugando con la pequeña y el tiempo pareció fragmentarse. Después de eso, todo pareció transcurrir en cámara lenta.

Hubo flashes de una pequeña arrojada al aire.

«¡Más alto, papá!». «Agárrate bien de mí. Aquí vamos». Y entonces la pequeña era arrojada a una cama…

Una voz decía: «Te gustará esto…». La imagen de un hombre que se acostaba junto a ella. La pequeña gritaba. «Basta. No. Por favor, no».

El hombre estaba en sombras. La sostenía fuerte y le acariciaba el cuerpo. «¿No te gusta esto?».

Y de pronto la sombra se levantó y Ashley pudo ver la cara del hombre. Era su padre.

Al verlo ahora, en el jardín, jugando con esa chiquita, Ashley abrió la boca, comenzó a gritar y no pudo detenerse.

El doctor Patterson, Victoria Aniston y Katrina se volvieron, atónitos.

El doctor Keller dijo enseguida.

—Lo lamento muchísimo. Este es un mal día. ¿Podrían regresar en otro momento? —Y se llevó a Ashley adentro.

La tenían en una de las salas de emergencia.

—Tiene el pulso anormalmente rápido —dijo el doctor Keller. Se encuentra en estado de fuga—. Se acercó a Ashley y le dijo: —No tienes por qué tener miedo. Aquí estás a salvo. Nadie te lastimará. Sólo tienes que escuchar mi voz y distenderte… soltarte… relajarte…

Le llevó media hora.

—Ashley, cuéntame qué te pasó. ¿Qué fue lo que te trastornó?

—Papá y esa chiquita…

—¿Qué pasa con ellos?

La que respondió fue Toni.

—Ella no puede enfrentarlo. Tiene miedo de que él le haga a esa chiquita lo que le hizo a ella.

El doctor Keller la miró fijo un momento.

—¿Qué fue lo que le hizo a ella?

Fue en Londres. Ella estaba en la cama. Él se sentó en el borde y dijo: «Te haré muy feliz, querida» y comenzó a hacerle cosquillas y ella reía. Y entonces… él le sacó el piyama y empezó a acariciarla. «¿No te gusta lo que te hago con las manos?». Ashley se puso a gritar: «Basta. No hagas eso». Pero él no se detuvo. Siguió y siguió…

El doctor Keller preguntó:

—¿Esa fue la primera vez que sucedió?

—Sí.

—¿Qué edad tenía Ashley?

—Seis años.

—¿Y en ese momento naciste tú?

—Sí. Ashley se sentía demasiado aterrada para enfrentarlo.

—¿Qué ocurrió después de eso?

—Papá se le acercaba todas las noches y se metía en la cama con ella. —Ahora las palabras salían a borbotones—. Ella no podía detenerlo. Cuando regresaron a casa, Ashley le contó a mamá lo sucedido y mamá le dijo que era una perra mentirosa.

»Ashley tenía miedo de dormirse por las noches porque sabía que papá se aparecería en su cuarto. Solía obligarla a que lo tocara y él después se masturbaba. Y entonces él le dijo: “No le cuentes esto a nadie o ya no te querré más”. Ella no podía decírselo a nadie. Mamá y papá no hacían más que gritarse el uno al otro y Ashley creyó que era por su culpa. Sabía que había hecho algo malo, pero no sabía qué. Mamá la odiaba.

—¿Durante cuánto tiempo continuó esto? —preguntó el doctor Keller.

—Cuando yo tenía ocho años… —Toni calló.

—Continúa, Toni.

La cara de Ashley cambió, y ahora era Alette la que estaba sentada en la silla. Dijo:

—Nos mudamos a Roma, donde él empezó a hacer investigaciones en el Policlínico Umberto Primo.

—¿Y allí naciste tú?

—Sí. Ashley no pudo tolerar lo que sucedió una noche, así que yo aparecí para protegerla.

—¿Qué fue lo que pasó, Alette?

—Papá entró en su dormitorio cuando ella dormía, y él estaba desnudo. Se metió en la cama y esta vez la penetró por la fuerza. Ella trató de detenerlo, pero no pudo. Le suplicó que no volviera a hacerlo nunca más, pero él lo hizo todas las noches. Y cada vez le decía: «Es así como un hombre le demuestra a una mujer que la ama, y tú eres mi mujer y yo te amo. Nunca debes contarle esto a nadie». Y Ashley nunca pudo hablar del tema.

Ashley sollozaba y las lágrimas le rodaban por las mejillas.

Gilbert Keller tuvo ganas de abrazarla, de apretarla fuerte y decirle que él la amaba y que todo estaría bien. Pero, desde luego, no podía hacerlo. Yo soy su médico.

Cuando el doctor Keller regresó a la oficina del doctor Lewison, el doctor Patterson, Victoria Aniston y Katrina se habían ido.

—Bueno, esto es lo que hemos estado esperando —le dijo el doctor Keller a Otto Lewison—. Finalmente logramos algo. Sé cuándo nacieron Toni y Alette y por qué. A partir de ahora podemos esperar que se produzca un gran cambio.

El doctor Keller estaba en lo cierto. Las cosas empezaron a cambiar.