CAPÍTULO 24

A la mañana siguiente, un enfermero llevaba a Ashley de vuelta a su cuarto. Le dijo:

—Usted parece diferente hoy.

—¿Te parece, Bill?

—Sí. Es como si fuera otra persona.

Toni dijo con voz tierna:

—Te lo debo a ti.

—¿Qué quiere decir?

—Que me haces sentir diferente. —Le tocó el brazo y lo miró a los Ojos—. Me haces sentir maravillosamente bien.

—Oh, vamos.

—De veras. Eres muy atractivo. ¿Lo sabías?

—No.

—Pues lo eres. ¿Estás casado, Bill?

—Lo estuve.

—Tu esposa estuvo loca al dejarte ir. ¿Cuánto tiempo hace que trabajas aquí, Bill?

—Cinco años.

—Eso es mucho tiempo. ¿Nunca tienes ganas de salir de aquí?

—Sí, a veces.

Toni bajó la voz.

—Sabes que a mí no me pasa nada realmente grave. Reconozco que tenía un pequeño problema cuando vine, pero ahora estoy curada. A mí también me gustaría salir de aquí. Apuesto a que podrías ayudarme. Los dos podríamos irnos juntos. Lo pasaríamos estupendamente bien.

Él la observó un momento.

—No sé qué decir.

—Sí que lo sabes. Piensa en lo sencillo que sería. Lo único que tienes que hacer es dejarme salir de aquí una noche, cuando todos duermen, e irnos los dos. —Lo miró y dijo con voz seductora—: Yo haré que te valga la pena.

Él asintió.

—Tengo que pensarlo.

—Hazlo —dijo Toni, muy contenta.

Cuando Toni regresó a la habitación, le dijo a Alette:

—Saldremos de aquí.

A la mañana siguiente, condujeron a Ashley al consultorio del doctor Keller.

—Buenos días, Ashley.

—Buenos días, Gilbert.

—Esta mañana probaremos con amobarbital sódico. ¿Alguna vez se lo administraron?

—No.

—La ayudará a relajarse.

Ashley asintió.

—De acuerdo. Estoy lista.

Cinco minutos después, el doctor Keller hablaba con Toni.

—Buenos días, Toni.

—Hola, doctorcito.

—¿Es feliz aquí, Toni?

—Qué curioso que me lo pregunte. Si quiere que le diga la verdad, este lugar empieza a gustarme. Me siento como en mi casa.

—¿Entonces por qué quiere huir?

La voz de Toni se endureció.

—¿Qué?

—Bill me dijo que usted le pidió ayuda para escapar de aquí.

—¡El muy hijo de puta! —En su voz había furia.

Se puso de pie de un salto, corrió al escritorio, tomó un pisapapeles y lo arrojó hacia la cabeza del doctor Keller.

Él se agachó y logró esquivarlo.

—¡Lo mataré y lo mataré a él!

El doctor Keller la sujetó.

—Toni…

Vio que la cara de Ashley se transformaba. Toni se había ido. Él descubrió que el corazón le latía con fuerza.

—¡Ashley!

Cuando Ashley despertó, abrió los ojos, miró en todas direcciones y preguntó:

—¿Está todo bien?

—Toni me atacó. Se puso furiosa porque descubrí que trataba de huir de aquí.

—Yo… lo siento. Tuve la sensación de que algo malo sucedía.

—Está bien. Lo que quiero es reunirlas a usted, Toni y Alette.

—¡No!

—¿Por qué no?

—Tengo miedo. Yo no quiero conocerlas. ¿No lo entiende? Ellas no son reales. Son fruto de mi imaginación.

—Tarde o temprano tendrá que conocerlas, Ashley. Las tres deben conocerse. Sólo así se curará.

Ashley se puso de pie.

—Quiero regresar a mi habitación.

Cuando estaba de vuelta en su cuarto, Ashley observó irse a la asistente. La embargaba una sensación de desesperación. Pensó: Nunca saldré de aquí. Me están mintiendo. No pueden curarme. No podía enfrentar el hecho de que dentro de ella vivían otras personalidades… Por culpa de ellas, varias personas murieron y varias familias quedaron destruidas. ¿Por qué yo, Dios mío? Se echó a llorar. ¿Qué fue lo que te hice, Dios? Se sentó en la cama y pensó: No puedo seguir así. Hay una sola manera de terminar con esto. Y tengo que hacerlo ya.

Se levantó y caminó por la pequeña habitación en busca de algo filoso. No encontró nada. Los cuartos habían sido cuidadosamente diseñados para que en ellos no hubiera nada que permitiera que los pacientes se hicieran daño.

Mientras con sus ojos recorría la habitación, vio las pinturas, la tela y los pinceles, y se acercó a ellos. Los mangos de los pinceles eran de madera. Ashley quebró uno en dos, con lo cual la madera quedó con algunos bordes desparejos y filosos. Lentamente, tomó una mitad y se chá apoyó en una muñeca. Con un movimiento rápido y profundo, se lo clavó en las venas y la sangre comenzó a brotar. Ashley repitió el procedimiento en la otra muñeca. Permaneció allí de pie, la vista fija en la sangre que comenzaba a manchar la alfombra. Empezó a sentir frío. Se dejó caer al suelo y se acurrucó en posición fetal.

Y entonces el cuarto se sumió en la oscuridad.

Cuando el doctor Gilbert Keller se enteró de la noticia, se alarmó. Fue a visitar a Ashley a la enfermería. Al verla allí tendida, con las muñecas vendadas, el doctor Keller pensó: No puedo permitir que esto vuelva a suceder.

—Casi la perdimos —dijo él—. Me habría hecho quedar muy mal.

Ashley hizo una mueca.

—Lo siento. Pero ya ni siquiera tengo esperanzas.

—En eso se equivoca —le aseguró el doctor Keller. ¿Quiere que la ayudemos, Ashley?

—Sí.

—Entonces debe tener la misma confianza que yo. Tiene que trabajar conmigo. Yo no puedo hacerlo solo. ¿Qué me dice?

Se hizo un largo silencio.

—¿Qué quiere que haga?

—En primer lugar, quiero que me prometa que nunca volverá a tratar de hacerse daño.

—Está bien. Lo prometo.

—Ahora obtendré la misma promesa de Toni y de Alette. La pondré a dormir.

Algunos minutos más tarde, el doctor Keller hablaba con Toni.

—Esa perra egoísta trató de matarnos a todas. Solo piensa en ella. ¿Entiende lo que quiero decir?

—Toni…

—Pues bien, no lo toleraré. Yo…

—¿Puede callarse un momento y escucharme?

—Lo estoy escuchando.

—Quiero que me prometa que nunca dañará a Ashley.

—¿Por qué tengo que prometerlo?

—Le diré por qué. Porque usted es parte de ella. Nació de su dolor. Todavía no sé por qué cosas tuvo que pasar usted, Toni, pero sé que deben de haber sido terribles. Tiene que entender que ella pasó por lo mismo, y Alette nació por la misma razón que usted. Las tres tienen mucho en común. Deberían ayudarse mutuamente, no odiarse. ¿Me da su palabra?

Nada.

—¿Toni?

—Supongo que sí —dijo ella de mala gana.

—Gracias. ¿Ahora le gustaría hablar de Inglaterra?

—No.

—Alette, ¿está allí?

—Sí. —¿Dónde crees que estoy, imbécil?

—Quiero que me haga la misma promesa que Toni. Prométame no dañar nunca a Ashley.

Es la Única que te importa, ¿verdad? Ashley, Ashley, Ashley. ¿Y nosotras?

—¿Alette?

—Sí. Lo prometo.

Los meses fueron transcurriendo sin señales de progreso en el tratamiento. El doctor Keller estaba sentado frente a su escritorio: revisaba notas, repasaba sesiones, trataba de encontrar una pista. Tenía también a su cargo otra media docena de pacientes, pero Ashley era la que más lo preocupaba. Había un abismo tan increíble entre su vulnerabilidad inocente y las fuerzas oscuras que tomaban el comando de su vida. Cada vez que hablaba con Ashley lo embarcaba la necesidad abrumadora de protegerla. Ella es como una hija para mí, pensó. ¿A quién quiero engañar? Me estoy enamorando de ella.

El doctor Keller fue a ver a Otto Lewison.

—Tengo un problema, Otto.

—Creí que eso era privativo de nuestros pacientes.

—Esto tiene que ver con una de nuestras pacientes, Ashley Patterson.

—Caramba.

—Me doy cuenta de que, bueno, me siento muy atraído hacia ella.

—¿Una transferencia invertida?

—Sí.

—Eso podría ser muy peligroso para ustedes dos, Gilbert.

—Ya lo sé.

—Bueno, siempre y cuando tengas conciencia de ello… Pero ten cuidado.

—Eso haré.

NOVIEMBRE

Esta mañana le di a Ashley un diario.

—Quiero que tú, Toni y Alette escriban en él, Ashley. Puedes tenerlo en tu habitación. En cualquier momento en que alguna de ustedes tenga un pensamiento o una idea que prefiere escribir en lugar de contármela, háganlo.

—Está bien, Gilbert.

Un mes después, el doctor Keller escribió en su diario:

DICIEMBRE

El tratamiento está en punto muerto. Toni y Alette se niegan a hablar del pasado. Cada vez me resulta más difícil persuadir a Ashley de que se someta a hipnosis.

MARZO

Las páginas del diario siguen en blanco. No estoy seguro de si la que más se resiste es Ashley o Toni. Cuando hipnotizo a Ashley, Toni y Alette aparecen por pocos instantes. Son inflexibles en cuanto a no hablar del pasado.

JUNIO

Me reúno periódicamente con Ashley, pero no adelantamos nada. El diario sigue intacto. Le di a Alette un atril y un juego de pinturas. Confío en que si se pone a pintar podrán producirse grandes progresos en el tratamiento.

JULIO

Algo sucedió, pero no sé bien si es o no un progreso. Alette pintó un cuadro precioso de los terrenos del hospital. Cuando la felicité, pareció complacida. Pero esa noche, la tela apareció destrozada, hecha jirones.

El doctor Keller y Otto Lewison bebían café.

—Creo que intentaré con una terapia de grupo —dijo el doctor Keller—. Ninguna otra cosa parece tener éxito.

—¿Cuántos pacientes tienes en mente?

—No más de media docena. Quiero que Ashley comience a interactuar con otras personas. En este momento vive en un mundo propio, y quiero que salga de él.

—Buena idea. Vale la pena intentarlo.

El doctor Keller condujo a Ashley a una pequeña sala de reunión, donde había media docena de personas.

—Quiero que conozca a algunos amigos —dijo el doctor Keller.

Fue presentándole a esas personas una por una, pero Ashley se sentía demasiado cohibida para prestar atención a sus nombres. Uno se confundía con el siguiente. Estaban la Mujer Gorda, el Hombre Huesudo, la Mujer Calva, el Hombre Rengo, la Mujer China y el Hombre Bondadoso. Todos parecían muy agradables.

—Siéntate —dijo la Mujer Calva—. ¿Quieres un café?

Ashley tomó asiento.

—Hemos oído hablar de ti —dijo el Hombre Bondadoso—. Pasaste por momentos muy difíciles.

Ashley asintió. El Hombre Huesudo dijo:

—Supongo que a todos nos sucedió algo parecido, pero estamos recibiendo mucha ayuda. Este lugar es maravilloso.

—Tienen los mejores médicos del mundo —acotó la Mujer China.

Todos parecen tan normales, pensó Ashley. El doctor Keller se sentó a un lado y monitoreó la conversación. Cuarenta y cinco minutos después, se puso de pie.

—Creo que ya debes irte, Ashley.

Ella se puso de pie.

—Fue muy lindo conocerlos.

El Hombre Rengo se le acercó y le susurró:

—No bebas el agua de aquí. Está envenenada. Ellos quieren matarnos y seguir cobrando el dinero del Estado.

Ashley tragó con fuerza.

—Gracias… lo recordaré.

Cuando Ashley y el doctor Keller caminaban por el pasillo, ella le preguntó:

_¿Qué problema tienen esas personas?

—Paranoia, esquizofrenia, TPM, compulsiones. Pero, Ashley, han mejorado notablemente desde que llegaron aquí. ¿Le gustaría conversar con ellos en forma periódica?

—No.

El doctor Keller entró en la oficina de Otto Lewison.

—No estoy adelantando nada —confesó—. La terapia de grupo no funcionó y lo mismo sucede con las sesiones de hipnotismo. Quiero intentar algo diferente.

—¿Qué?

—Necesito su permiso para llevar a Ashley a cenar fuera del hospital.

—No me parece una buena idea, Gilbert. Podría ser peligroso. Ella ya…

—Ya lo sé. Pero en este momento yo soy el enemigo. Quiero convertirme en su amigo.

—Toni, su alter ego, trató de matarte una vez. ¿Y si vuelve a intentarlo?

—Yo lo manejaré.

El doctor Lewison lo pensó.

—Está bien. ¿Quieres que alguien los acompañe?

—No. Estaré bien, Otto.

—¿Cuándo deseas comenzar con esto?

—Esta misma noche.

—¿Usted quiere invitarme a cenar afuera?

—Sí. Creo que le haría bien salir un poco de este lugar, Ashley. ¿Qué me contesta?

—Que sí.

A la misma Ashley la sorprendió el entusiasmo que sentía ante la perspectiva de salir a cenar con Gilbert Keller. Será divertido salir de aquí una noche, pensó. Pero sabía que era más que eso. La sola idea de salir con Gilbert Keller, los dos solos, la llenaba de alegría.

Cenaban en un restaurante japonés llamado Otani Gardens, ubicado a casi diez kilómetros del hospital. El doctor Keller sabía que se estaba arriesgando. En cualquier momento Toni o Alette podían tomar el control de la situación. Se lo habían advertido. Pero es más importante todavía que Ashley aprenda a confiar en mí para que yo pueda ayudarla.

—Es curioso, Gilbert —dijo Ashley mientras paseaba la vista por el atestado restaurante.

—¿A qué se refiere?

—Estas personas no parecen diferentes de las que están en el hospital.

—En realidad no son diferentes, Ashley. Estoy seguro de que todos tienen problemas. La única diferencia es que las personas internadas en el hospital no se sienten capaces de enfrentar tan bien esos problemas, así que las ayudamos a hacerlo.

—Yo no sabía que tenía problemas hasta que… bueno, ya sabe.

—¿Sabe por qué, Ashley? Porque los sepultó. No pudo hacer frente a lo que le sucedía, así que creó compartimientos estancos en su mente para encerrar allí lo que no podía ver. En una u otra medida, muchas personas lo hacen. —Deliberadamente cambió de tema—. ¿Cómo está su bife?

—Delicioso, gracias.

A partir de ese momento, Ashley y el doctor Keller comían afuera del hospital una vez por semana. Almorzaban en un excelente restaurante italiano llamado Banducci’s y cenaban en The Palm, Eveleene’s y The Gumbo Pot. Ni Toni ni Alette salieron a relucir.

Cierta noche, el doctor Keller llevó a Ashley a bailar a un pequeño club nocturno donde tocaba una banda maravillosa.

—¿Lo está pasando bien? —preguntó.

—Sí, muy bien. Gracias. —Ella lo miró y dijo—: Usted no es como los otros médicos.

—¿Ellos no bailan?

—Ya sabe lo que quiero decir.

Él la sostenía muy cerca de su cuerpo, y ambos sintieron la urgencia del momento.

Eso podría ser muy peligroso para los dos, Gilbert…