CUANDO DAVID volvió al edificio de tribunales, fue a visitar a Ashley a su celda. Ella estaba sentada sobre el catre, la vista fija en el suelo.
—Ashley.
Ella levantó la vista, y sus ojos estaban llenos de desesperación.
David se sentó junto a ella.
—Tenemos que hablar.
Ella lo observó en silencio.
—Nada de las cosas terribles que dicen de usted son ciertas, pero los jurados no lo saben. Ellos no la conocen. Debemos dejar que vean cómo es usted realmente.
Ashley lo miró y dijo, con voz opaca:
—¿Cómo soy yo realmente?
—Usted es un ser humano decente que padece una enfermedad. Ellos se compadecerán de su situación.
—¿Qué quiere que yo haga?
—Quiero que suba a la barra de los testigos y declare.
Ella lo miró fijo, horrorizada.
—Yo… no puedo. No sé nada. No puedo decirles nada.
—Deje que yo lo maneje. Lo único que tiene que hacer es contestar mis preguntas.
Un guardia se acercó a la celda.
—Se está por iniciar la sesión.
David se puso de pie y apretó la mano de Ashley.
—Funcionará. Ya lo verá.
—Todos de pie. El tribunal está en sesión. La Honorable Jueza Williams preside la causa de El Pueblo del Estado de California contra Ashley Patterson.
La jueza Williams tomó asiento. David dijo:
—¿Puedo acercarme al estrado?
—Puede.
Mickey Brennan siguió a David al estrado.
—¿Qué ocurre, doctor Singer?
—Me gustaría llamar a un testigo que no figura en la lista de los elementos de la defensa.
Brennan dijo:
—Es demasiado tarde en el juicio para introducir nuevos testigos.
—Quisiera llamar a Ashley Patterson como mi siguiente testigo.
La jueza Williams dijo:
—Yo no…
Mickey Brennan se apresuró a decir:
—El Estado no tiene objeción, Su Señoría.
La jueza Williams miró a los dos abogados.
—Muy bien. Puede llamar a su testigo, doctor Singer.
—Gracias, Su Señoría. —Él se acercó a Ashley y le extendió una mano—. Ashley…
Ella permaneció sentada, muerta de pánico.
—Debe hacerlo.
Ella se puso de pie, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, y lentamente caminó hacia la barra de los testigos.
Mickey Brennan le susurró a Eleanor:
—Yo rogaba al Cielo que él la llamara a declarar.
Eleanor asintió.
—Ya todo terminó.
El secretario le tomó juramento a Ashley Patterson:
—¿Jura usted solemnemente decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, con la ayuda de Dios?
—Lo juro. —Su voz era un susurro.
Después, Ashley se sentó en la barra de los testigos.
David se le acercó. Dijo con suavidad.
—Sé que esto es muy difícil para usted. La han acusado de crímenes horribles que no cometió. Lo único que deseo es que el jurado conozca la verdad. ¿Tiene usted alguna conciencia de haber cometido alguno de esos asesinatos?
Ashley sacudió la cabeza.
—No.
David miró de reojo al jurado y luego continuó:
—¿Conocía usted a Dennis Tibble?
—Sí. Trabajábamos juntos en la Global Computer Graphics Corporation.
—¿Tenía usted algún motivo para matar a Dennis Tibble?
—No. —Le costaba mucho hablar—. Yo… bueno, fui a su departamento para darle un consejo que él me había pedido, y esa fue la última vez que lo vi.
—¿Conocía a Richard Melton?
—No…
—Era un pintor. Fue asesinado en San Francisco. La policía encontró allí sus huellas dactilares y pruebas de SU ADN.
Ashley sacudía la cabeza de un lado a otro.
—Yo… no sé qué decir. ¡Yo no lo conocía!
—¿Conocía al detective Sam Blake?
—Sí. Me estaba ayudando. ¡Yo no lo maté!
—¿Sabe que existen en usted otras dos personalidades o alter egos, Ashley?
—Sí —contestó con voz tensa.
—¿Cuándo lo supo?
—Antes del juicio. El doctor Salem me habló de ello. Yo no podía creerlo. Todavía no puedo creerlo. Es demasiado espantoso.
—¿No tenía ningún conocimiento previo de esos alter egos?
—No.
—¿Nunca había oído hablar de Toni Prescott o de Alette Peters?
—¡No!
—¿Y ahora cree que existen dentro de usted?
—Sí… no tengo más remedio que creerlo. Ellas deben de haber cometido esos crímenes horribles…
—¿De modo que no recuerda en absoluto haber conocido a Richard Melton y no tenía ningún motivo para matar a Dennis Tibble ni al detective Sam Blake, que estaba en su departamento para protegerla?
—Así es.
Paseó la vista por la sala atestada de gente y sintió un pánico intenso.
—Una última pregunta —dijo David—. ¿Alguna vez tuvo problemas con la ley?
—Jamás.
David apoyó una mano sobre la de ella.
—Es todo por ahora. —Giró la cabeza hacia Mickey Brennan—. Su testigo.
Brennan se puso de pie con una gran sonrisa en el rostro.
—Bueno, señorita Patterson, finalmente tenemos oportunidad de hablar con todas ustedes. ¿Alguna vez, en algún momento, tuvo relaciones sexuales con Dennis Tibble?
—No.
—¿Tuvo alguna vez relaciones sexuales con Richard Melton?
—No.
—¿Tuvo alguna vez relaciones sexuales con el detective Samuel Blake?
—No.
—Eso es muy interesante. —Brennan miró hacia el jurado—. Porque en los cuerpos de esos tres hombres se encontraron rastros de fluido vaginal Cuyo ADN coincidía con SU ADN.
—Yo… yo no sé nada de eso.
—A lo mejor quisieron incriminarla. Quizá algún degenerado se apoderó de ese fluido y…
—¡Objeción! Es argumentativo.
—No ha lugar.
—… y la puso sobre esos tres cuerpos mutilados. ¿Tiene algunos enemigos capaces de hacerle una cosa así?
—Yo… no lo sé.
—El laboratorio de huellas dactilares del FBI verificó las impresiones digitales que la policía encontró en las diferentes escenas del crimen. Y estoy seguro de que esto la sorprenderá…
—Objeción.
—Ha lugar. Tenga cuidado, doctor Brennan.
—Sí, Su Señoría.
Satisfecho, David volvió a tomar asiento.
—Las huellas dactilares halladas en la escena de cada uno de los tres homicidios eran suyas y solamente suyas.
Ashley permaneció sentada y en silencio. Brennan se acercó a la mesa de la acusación, tomó un cuchillo de carnicero envuelto en celofán y lo sostuvo en alto.
—¿Reconoce esto?
—Bueno, podría ser uno de mis…
—¿Uno de sus cuchillos? Lo es. Ya fue admitido como prueba. Las manchas que tiene coinciden con la sangre del detective Blake. Y sus huellas dactilares están en esta arma asesina.
Ashley no hacía más que sacudir la cabeza hacia uno y otro lado.
—Jamás vi un caso más claro de asesinato a sangre fría ni una defensa más floja. Esconderse detrás de personalidades inexistentes e imaginarias es la más…
David de nuevo estaba de pie.
—Objeción.
—Ha lugar. Ya se lo advertí, doctor Brennan.
—Lo siento, Su Señoría.
Brennan prosiguió.
—Estoy seguro de que al jurado le gustaría conocer los personajes a los que se refiere. Usted es Ashley patterson, ¿verdad?
—Sí…
—Espléndido. Me gustaría hablar con Toni Prescott.
—YO… bueno, yo no puedo hacerla salir.
Brennan la miró con expresión de sorpresa.
—¿No puede? ¿En serio? ¿Qué me dice entonces de Alette Peters?
Ashley sacudió la cabeza con desesperación.
—YO no las controlo.
—Señorita Patterson, estoy tratando de ayudarla —dijo Brennan—. Quiero mostrarle al jurado sus alter egos que mataron y mutilaron a tres hombres inocentes. ¡Hágalas salir!
—No puedo. —Ashley sollozaba.
—¡No puede porque no existen! Usted se oculta detrás de fantasmas. Es la única sentada en la barra de los testigos y es la única culpable. Ellas no existen pero usted sí, y le diré qué más existe: pruebas irrefutables e innegables de que usted asesinó a tres hombres y los castró a sangre fría. —Miró a la jueza Williams—. Su Señoría, la acusación da por terminada la producción de pruebas a su cargo.
David giró para quedar frente al jurado. Todos miraban fijo a Ashley, y había repulsión en sus rostros.
La jueza Williams le dijo a David:
—¿Doctor Singer?
David se puso de pie.
—Su Señoría, solicito permiso para que la acusada sea hipnotizada a fin de…
La jueza Williams respondió con severidad:
—Doctor Singer, le advertí antes que no permitiré que este juicio se convierta en un circo. No puede hacer que la hipnoticen en mi juzgado. La respuesta es no.
David dijo con vehemencia:
—Tiene que permitirme hacer esto. Usted no sabe lo importante que es…
—Suficiente, doctor Singer. —Su voz era helada—. Por tercera vez lo declaro en desacato. ¿Desea o no reexaminar a la testigo?
David sintió un gran desaliento.
—Sí, Su Señoría. —Se acercó a la barra de los jurados—. Ashley, ¿sabe que está bajo juramento?
—Sí. —Ella hacía inspiraciones profundas para tratar de controlarse.
—¿Y que todo lo que dijo hasta ahora es la verdad, tal como usted la conoce?
—Sí.
—¿Sabe que en su mente y en su cuerpo existen dos alter egos sobre los que usted no tiene ningún control?
—Sí.
—¿Toni y Alette?
—Sí.
—¿Usted no cometió ninguno de esos horribles asesinatos?
—No.
—Pero una de ellas sí lo hizo, y usted no es responsable.
Eleanor miró a Brennan, pero este sonrió y sacudió la cabeza.
—Deja que él mismo se ahorque —susurró.
—Helen… —David se interrumpió, pálido por su lapsus—. Quiero decir Ashley… quiero que haga que Toni salga a la superficie.
Ashley miró a David y sacudió la cabeza con impotencia.
—No puedo —susurró.
David dijo:
—Sí que puede. Toni nos está escuchando en este mismo momento. Se está divirtiendo y, ¿por qué no habría de hacerlo? Se salió con la suya en tres homicidios. —Levantó la voz—. Eres muy astuta, Toni. Sal y haz una reverencia. Nadie puede tocarte. Tampoco pueden castigarte porque Ashley es inocente y ellos tendrían que castigarla a ella para llegar a ti.
Todos en la sala observaban a David con mucha atención. La cara de Ashley tenía el color de la ceniza.
David se le acercó.
—¡Toni! Toni, ¿puedes oírme? Quiero que salgas. ¡Ahora!
—Aguardó un momento.
Nada sucedió. Entonces levantó más la voz.
—¡Toni! ¡Alette! ¡Salgan! Salgan de una buena vez. ¡Todos sabemos que están allí!
En la sala no se oía volar a una mosca. David perdió el control. Ahora gritaba:
—Salgan. Muestren la cara… ¡Malditas sean! ¡Ahora! ¡Vamos!
Ashley se deshizo en lágrimas. La jueza Williams dijo con furia:
—Aproxímese al estrado, doctor Singer. Lentamente, David lo hizo. —¿Ya terminó de atormentar a su cliente? Doctor Singer, enviaré un informe de su conducta a la Asociación de Abogados del Estado. Creo que usted es una vergüenza para la profesión, y recomendaré que lo excluyan del ejercicio de la abogacía.
David no tuvo respuesta.
—¿Tiene más testigos para llamar?
David sacudió la cabeza.
—No, Su Señoría. —Todo había terminado.
Había perdido. Ashley moriría.
—La defensa da por terminada la producción de pruebas a su cargo.
Joseph Kincaid se encontraba sentado en la última fila de la sala y observaba el desarrollo del juicio con expresión torva. Miró a Harvey Udell.
—Desháganse de él —dijo, se puso de pie y se fue.
Udell detuvo a David cuando abandonaba la sala.
—David…
—Hola, Harvey.
—Lamento la forma en que salió esto.
—No es…
—El señor Kincaid detesta hacer esto, pero, bueno, cree que sería mejor que no volvieras a la firma. —Se encogió de hombros—. Buena suerte.
Tan pronto David salió de la sala, lo rodearon cámaras de televisión y reporteros que le hacían preguntas a los gritos.
—¿Tiene alguna declaración, doctor Singer…?
—Oímos que la jueza Williams dijo que no le permitirán seguir ejerciendo la profesión…
—La jueza Williams dice que lo declarará en desacato. ¿Cree usted que…?
—Los expertos opinan que usted ha perdido este caso.
¿Piensa apelar…?
—Nuestros expertos en el campo legal dicen que a su cliente la sentenciarán a la pena de muerte…
—¿Tiene algún plan para el futuro…?
David subió al auto sin decir nada y se alejó.