All around the mulberry bush,
The monkey chased the weasel.
The monkey thought ‘twas all in fun.
Pop!, goes the weasel.
Toni Prescott sabía exactamente por qué le gustaba cantar esa canción tonta. Su madre la detestaba. Deja de cantar esa canción estúpida. ¿Me has oído? De todos modos, no tienes voz.
Sí, mamá.
Y entonces Toni la cantaba una y otra vez en voz muy baja. Eso había sido mucho tiempo antes, pero recordar el hecho de haber desafiado a su madre le seguía resultando muy satisfactorio.
Toni Prescott detestaba trabajar en Global Computer Graphics. Tenía 22 años, era traviesa, vivaracha y atrevida. Era mitad violencia contenida y mitad fuerza explosiva. Su rostro tenía forma de corazón, sus ojos eran de un marrón malévolo, su figura era seductora. Había nacido en Londres y hablaba con un delicioso acento británico. Era atlética y le encantaban los deportes, sobre todo los de invierno: en particular el esquí, las carreras en trineo y el patinaje sobre hielo.
Cuando asistía al college en Londres, Toni vestía de manera conservadora, pero por las noches usaba minifaldas y atuendos de disco y recorría los boliches bailables. Había pasado las tardes y noches en The Electric Ballroom de Camúen High Street, en Subterania y The Leopard Lounge, mezclándose con la gente del West End. Tenía una voz hermosa, voluptuosa y sensual, y en algunos de los clubes se acercaba al piano y tocaba y cantaba, y los asistentes la vitoreaban. Eran los momentos en que se sentía más viva.
En el interior de los clubes, la rutina siempre seguía el mismo patrón:
—¿Sabes que eres una cantante fantástica, Toni?
—Sí.
—¿Puedo convidarte una copa?
Ella sonreía.
—Me encantaría una Pimm’s Cup.
—Fantástico, entonces.
Y siempre terminaba de la misma manera. El que estaba con ella se le acercaba y le susurraba al oído:
—¿Por qué no subimos a mi departamento y nos divertimos un rato?
—Vete al diablo. —Y Toni se mandaba mudar de allí.
Y, después, en su cama, pensaba en lo estúpidos que son los hombres y en lo fácil que es controlarlos. Los pobres imbéciles no lo sabían, pero querían ser controlados. Necesitaban ser controlados.
Y entonces se produjo la mudanza de Londres a Cupertino. Al principio fue un desastre. Toni detestaba Cupertino y detestaba trabajar en Global Computer Graphics. La aburría soberanamente oír hablar sólo de Plug-ins, de dpi, de medios tonos y de grillas. Extrañaba con desesperación la excitante vida nocturna de Londres. En la zona de Cupertino había algunos boliches nocturnos que Toni frecuentaba: San José Live o P. J. Mulligans o Hollywood Junction. Usaba minifaldas ajustadas y musculosas y sandalias sin puntera ni talón o zapatos con plataforma y gruesas suelas de corcho. Usaba mucho maquillaje, delineador de ojos grueso y oscuro, pestañas postizas, sombra de colores y lápiz de labios de colores vivos. Era como si tratara de ocultar su belleza.
Algunos fines de semana, Toni conducía el auto a San Francisco, donde estaba la verdadera acción. Recorría los restaurantes y clubes que tenían un bar musical. Visitaba Harry Dentons y One Market Restaurante y el California Café, y por las noches, cuando los músicos se tomaban un descanso, Toni se acercaba al piano y tocaba y cantaba. A los parroquianos les encantaba. Cuando Toni trataba de pagar la cuenta de su cena, los dueños le decían:
—No, es una atención de la casa. Eres maravillosa. Por favor, vuelve a visitarnos.
¿Oíste, mamá? «Eres maravillosa. Por favor, vuelve a visitarnos».
Cierto sábado por la noche, Toni cenaba en el Salón Francés del Cliff Hotel. Los músicos terminaron su turno y abandonaron el estrado. El maitre miró a Toni y con un movimiento de la cabeza la invitó a subir.
Toni se puso de pie y cruzó la habitación hacia el piano. Se sentó y comenzó a tocar y a cantar una antigua canción de Cole Porter. Cuando terminó, se oyeron aplausos entusiastas. Entonó dos canciones más y volvió a su mesa.
Un hombre calvo y de mediana edad se le acercó.
—Perdón. ¿Puedo sentarme un momento aquí?
Toni empezaba a decir No cuando él agregó:
—Soy Norman Zimmerman. Estoy produciendo la obra El rey y yo para una compañía ambulante. Me gustaría conversar con usted sobre el tema.
Toni acababa de leer un artículo muy elogioso sobre él. Era un genio del teatro.
El individuo tomó asiento.
—Tiene usted un talento notable, jovencita. Pierde su tiempo luciéndolo en lugares como este. Debería estar en Broadway.
Broadway. ¿Oíste, mamá?
—Me gustaría hacerle una prueba para…
—Lo siento. No puedo.
Él la miró, sorprendido.
—Esto podría abrirle muchas puertas. Lo digo en serio. Creo que no tiene idea de lo talentosa que es.
—Tengo un empleo.
—¿Haciendo qué, si puedo preguntar?
—Trabajo en una compañía de computación.
—Le diré qué haremos. Comenzaré por pagarle el doble de lo que gana ahora y…
Toni dijo:
—Se lo agradezco mucho, pero… no puedo.
Zimmerman se echó hacia atrás en su asiento.
—¿No le interesa el mundo del espectáculo?
—Sí, me interesa mucho.
—¿Cuál es el problema, entonces?
Toni vaciló un momento. Después dijo:
—Que probablemente tendría que irme en la mitad de la gira.
—¿Por su marido o…?
—No estoy casada.
—No lo entiendo. Dijo que el mundo del espectáculo le interesaba. Esta sería la mejor vidriera para que…
—Lo lamento. No puedo explicárselo.
Si se lo explicara, él no entendería, pensó Toni con tristeza. Nadie lo entendería. Es una maldición con la que tengo que vivir. Para siempre.
Algunos meses después de comenzar a trabajar en Global Computer Graphics, Toni se enteró de la existencia de Internet, la puerta abierta para conocer hombres.
Cenaba en The Duke of Edinburgh con Kathy Healy, una amiga que trabajaba para una compañía rival de computación. El restaurante era un auténtico pub inglés que había sido desarmado, metido en contenedores y enviado a California por barco. Toni solía ir allí para comer Cockney Fish and Chips, Prime Ribs con Yorkshire Pudding, Bangers y Mash and English Sherry Trifie. Solía decirse: Tengo que recordar mis raíces.
Toni miró a Kathy.
—Quiero que me hagas un favor.
—Dime.
—Quiero que me ayudes con Internet. Que me enseñes a usarlo.
—Toni, la única computadora a la que tengo acceso es en el trabajo, y es contrario a la política de la compañía…
—Al demonio con la política de la compañía. Sabes cómo usar Internet, ¿no?
—Sí.
Toni palmeó la mano de Kathy Healy y sonrió.
—Estupendo.
La tarde siguiente, Toni fue a la oficina de Kathy Healy y su amiga le presentó el mundo de Internet. Después de cliquear en el ícono de Internet, Kathy ingresó su contraseña y aguardó un momento para que se hiciera la conexión; después hizo doble clic en otro ícono y entró en un chat room. Toni observaba, maravillada, cómo tenían lugar conversaciones veloces tipiadas entre personas del mundo entero.
—¡Tengo que tener esto! —exclamó—. Compraré una computadora y me la llevaré a mi departamento. ¿Serías un ángel y me enseñarías todo lo relativo a Internet?
—Desde luego. Es fácil. Lo único que debes hacer es cliquear el mouse en el campo URL, el Universal Resource Locator, y…
—Como dice la canción: no me lo digas, muéstramelo.
La noche siguiente Toni ya estaba en Internet y, a partir de ese momento, su vida cambió. Ya no se sentía aburrida. Internet se convirtió en una alfombra mágica que la transportaba por todo el mundo. Cuando Toni llegaba a casa después del trabajo, enseguida encendía la computadora y se ponía on-line para explorar los distintos chat rooms disponibles.
Era tan sencillo. Entraba en Internet, oprimía una tecla y una ventana se abría en la pantalla, dividida en un sector superior y otro inferior. Toni tipiaba entonces, en la de arriba:
—Hola. ¿Hay alguien allí?
En el sector de abajo aparecía la palabra:
—Aquí Bob. Te estaba esperando.
Toni estaba lista para conocer el mundo.
Estaba, por ejemplo, Hans, en Holanda:
—Háblame de ti, Hans.
—Soy un disc jockey en un importante club de Amsterdam. Me especializo en hip hop, rave, world beat, lo que se te ocurra.
Toni escribió su respuesta:
—Parece fantástico. Me encanta bailar. Puedo hacerlo toda la noche. Vivo en una ciudad pequeña y horrible que no tiene nada que ofrecer salvo algunas disco nocturnas.
—Suena lamentable.
—Ya lo creo que lo es.
—¿Por qué no me permites que te levante el ánimo? ¿Existe alguna posibilidad de que nos conozcamos?
—Chau. —Y salió del chat room.
Estaba Paul, en Sudáfrica:
—Estaba esperando que volvieras a aparecer, Toni.
—Aquí estoy. Me muero por saber todo lo referente a ti, Paul.
—Tengo treinta y dos años, soy médico en un hospital de Johannesburgo. Yo…
Con furia, Toni salió del chat room. ¡Un médico! Por su mente desfilaron recuerdos horribles. Cerró un momento los ojos mientras el corazón le latía con fuerza. Hizo varias inspiraciones profundas. Basta por esta noche, pensó, temblorosa. Y se acostó.
La noche siguiente, Toni estaba de vuelta en Internet. On-line estaba Sean, de Dublin.
—Toni… qué nombre más bonito.
—Gracias, Sean.
—¿Alguna vez estuviste en Irlanda?
—No.
—Te encantaría. Es el país de los gnomos. Cuéntame cómo eres. Apuesto a que muy hermosa.
—Tienes razón. Soy hermosa, soy excitante y soy soltera. ¿A qué te dedicas tú, Sean?
—Soy barman. Yo…
Toni dio por terminada la sesión de chat.
Todas las noches era diferente. Había un jugador de polo de la Argentina, un vendedor de autos de Japón, un empleado de una tienda departamental de Chicago, un técnico de televisión de Nueva York. Internet era un juego fascinante y Toni lo disfrutaba al máximo. Podía llegar tan lejos como deseara y, al mismo tiempo, sentirse segura porque era anónima.
Hasta que una noche, en un chat room, conoció a Jean Claude Parent.
—Soir. Me alegro de conocerte, Toni.
—Yo me alegro de conocerte a ti, Jean Claude. ¿Dónde estás?
—En la ciudad de Quebec.
—No conozco Quebec. ¿Me gustaría? —Toni esperó que en la pantalla apareciera la palabra «sí».
En cambio, Jean Claude escribió:
—No lo sé. Depende de la clase de persona que eres.
A Toni esa respuesta le resultó curiosa.
—¿Ah, sí? ¿Qué clase de persona debería ser yo para disfrutar de Quebec?
—Quebec es como la antigua frontera norteamericana. Es muy francesa. Los habitantes de Quebec somos independientes. No nos gusta recibir órdenes.
Toni escribió:
—Tampoco a mí me gusta.
—Es una ciudad hermosa, rodeada de montañas y de lagos hermosos. Es un paraíso para la caza y la pesca.
A medida que Toni veía aparecer las palabras en la pantalla, casi sentía el entusiasmo de Jean Claude.
—Parece bárbara. Háblame de ti.
—Moi? No hay mucho que decir. Tengo treinta y ocho años y soy soltero. Acabo de terminar una relación y me gustaría encontrar a la mujer adecuada y formalizar con ella. Et toi? ¿Estás casada?
Toni tipió:
—No. Yo también busco a alguien. ¿A qué te dedicas?
—Tengo una pequeña joyería. Me gustaría que algún día vinieras a visitarme.
—¿Es una invitación?
—Mais oui. Sí.
Toni escribió:
—Suena interesante. —Y de veras lo pensaba.
Tal vez encuentre la manera de viajar allá, pensó Toni. Quizá él es la persona que puede salvarme.
Toni se comunicaba con Jean Claude Parent casi todas las noches. Él había escaneado una fotografía de sí mismo y a Toni le pareció un hombre muy atractivo e inteligente.
Cuando Jean Claude vio la fotografía de Toni escaneada por ella, escribió:
—Eres preciosa, ma chérie. Estaba seguro de que lo serías. Por favor, ven a visitarme.
—Lo haré. Pronto. Sí.
A la mañana siguiente, en el piso de trabajo, Toni oyó que Shane Miller hablaba con Ashley Patterson y pensó: ¿Qué demonios ve en ella? Es una imbécil rematada. Para Toni, Ashley era la «Señorita Mojigata». No tiene idea de lo que es divertirse, pensó. Toni desaprobaba todo lo referente a ella. Ashley era una chapada a la antigua a la que le gustaba quedarse en casa por las noches para leer un libro o mirar el Canal de Historia o el CNN. No le interesaban los deportes. ¡Un plomo! Jamás había entrado en un chat room. Comunicarse con desconocidos por intermedio de una computadora era algo que Ashley jamás haría: era un pescado frío. No sabe lo que se pierde, pensó Toni. Si no fuera por el chat room on-line, nunca habría conocido a Jean Claude.
Toni pensó en lo mucho que su madre habría detestado Internet. Pero, bueno, su madre odiaba todo. Sólo tenía dos maneras de comunicarse: gritar o lloriquear. Toni jamás lograba complacerla. ¿Nunca puedes hacer nada bien, chiquilla estúpida? Pues bien, su madre le había gritado por última vez. Toni pensó en el terrible accidente en que su madre murió. Todavía le parecía oír sus gritos pidiendo ayuda. Ese recuerdo la hizo sonreír.
A penny for a spool of thread, A penny for a needle. That’s the way the money goes. Pop!, goes the weasel.