ASHLEY PATTERSON estaba en el cadalso a punto de ser ahorcada, cuando un policía apareció corriendo y dijo: «Esperen un minuto. Se supone que debe ser electrocutada».
La escena cambió y Ashley estaba sentada en la silla eléctrica. Un guardia puso la mano en el interruptor y en ese momento la jueza Williams entró gritando: «No. La mataremos con una inyección letal».
David despertó y se incorporó en la cama con el corazón latiéndole a toda velocidad. Tenía el piyama empapado de sudor. Cuando trató de levantarse se mareó. Tenía un terrible dolor de cabeza y se sentía afiebrado. Se tocó la frente. Estaba hirviendo.
Cuando se levantó de la cama tuvo un mareo terrible.
—Oh, no —gruñó—. No hoy. No ahora.
Ese era el día que tanto había esperado, el día en que la defensa comenzaría a presentar sus testigos. David se tambaleó hacia el baño y se mojó la cara con agua fría. Se miró en el espejo.
—¡Qué cara tienes! —se dijo.
Cuando llegó a la sala de audiencias, la jueza Williams ya estaba en el estrado. Todos lo estaban esperando.
—Me disculpo por llegar tarde —dijo David. Su voz parecía un graznido.
—¿Puedo acercarme al estrado?
—Sí.
David lo hizo, seguido de cerca por Mickey Brennan.
—Su Señoría —dijo—. Me gustaría pedir una suspensión de un día.
—¿Con qué fundamento?
—Yo… bueno no me siento bien, Su Señoría. Estoy seguro de que un médico me recetará algo y que mañana estaré bien.
La jueza Williams dijo:
—¿Por qué no se hace cargo de la defensa su asociado?
David la miró con sorpresa.
—Yo no tengo ningún asociado.
—¿Por qué no lo tiene, doctor Singer?
—Porque…
La jueza Williams se echó hacia adelante.
—Nunca vi un juicio penal llevado de esta manera. Lo que usted se propone es hacer un espectáculo unipersonal en busca de la gloria, ¿no? Pues bien, no se le permitirá en este juzgado. Le diré otra cosa. Seguramente usted piensa que yo debería excusarme de presidir este juicio porque no creo en su defensa de «el demonio me hizo hacerlo», pero no lo haré. Dejaremos que el jurado decida si cree que su cliente es inocente o culpable. ¿Alguna otra cosa, doctor Singer?
David se quedó allí mirándola, y le pareció que la sala comenzaba a girar. Habría querido decirle que se fuera a la mierda. Habría querido ponerse de rodillas y suplicarle que fuera justa. Habría querido volver a casa y meterse en la cama. Dijo con voz ronca:
—No. Gracias, Su Señoría.
La jueza Williams asintió.
—Doctor Singer, es su turno. No haga que este tribunal pierda más tiempo.
David se acercó a la tribuna de los jurados y trató de olvidar su dolor de cabeza y su fiebre. Habló con lentitud.
—Damas y caballeros del jurado, ya oyeron cómo la acusación ridiculizó los hechos relativos al trastorno de personalidad múltiple. Estoy seguro de que el doctor Brennan no tuvo mala intención. Sus afirmaciones se basan en la ignorancia. Lo cierto es que es evidente que él no sabe nada sobre el trastorno de personalidad múltiple, y lo mismo se aplica a algunos de los testigos que hizo declarar. Pero yo haré que les hablen personas que sí tienen conocimientos al respecto. Son médicos intachables, expertos en este problema. Cuando hayan escuchado su testimonio, estoy seguro de que verán bajo una luz completamente diferente lo que dijo el doctor Brennan. «El fiscal habló de la culpa de mi cliente en la comisión de esos espantosos asesinatos. Ese es un punto muy importante. La culpa. Para que se demuestre un asesinato en primer grado, no sólo debe existir un acto culpable sino la intención de cometerlo. Les demostraré que no hubo intención delictiva, porque Ashley Patterson no estaba en control de sus actos en el momento en que tuvieron lugar los homicidios. No tenía la menor conciencia de que se estuvieran produciendo. Algunos médicos eminentes testificarán que Ashley Patterson tiene dos personalidades adicionales, o alter egos, una de las cuales controla a las demás».
David miró a los jurados. Sus rostros parecían mecerse frente a él. Por un instante cerró bien fuerte los ojos.
—La Asociación Psiquiátrica Norteamericana reconoce el trastorno de personalidad múltiple. También destacados médicos de todo el mundo han tratado a pacientes con este problema. Una de las personalidades de Ashley Patterson cometió los homicidios, pero fue una personalidad, un alter ego sobre el que ella no tiene ningún control. —Su voz se hacía más fuerte—. Para ver el problema con claridad, deben entender que la ley no castiga a una persona inocente. De modo que aquí tenemos una paradoja. Imaginen que un mellizo siamés es procesado por asesinato. La ley dice que no se puede castigar al culpable porque entonces habría que castigar también al inocente. —El jurado lo escuchaba con atención.
David asintió hacia Ashley.
—En este caso, no nos enfrentamos a dos sino a tres personalidades.
Giró hacia la jueza Williams.
—Quisiera llamar a mi primer testigo, el doctor Joel Ashanti.
—Doctor Ashanti, ¿dónde practica medicina?
—En el Hospital Madison de Nueva York.
—¿Y vino aquí a pedido mío?
—No. Leí en los periódicos todo lo referente a este juicio y quise venir a prestar testimonio. Yo he trabajado con pacientes con trastorno de personalidad múltiple y mi intención es ayudar, si me es posible. El TPM es algo mucho más común de lo que la gente cree, y quiero tratar de aclarar cualquier malentendido que exista al respecto.
—Se lo agradezco mucho, doctor. En casos como este, ¿es habitual encontrar un paciente con dos personalidades o alter egos?
—En mi experiencia las personas con TPM por lo general tienen muchos más alter egos, a veces hasta cien.
Eleanor giró para susurrarle algo a Mickey Brennan, quien entonces sonrió.
—¿Cuánto hace que trabaja con pacientes con trastorno de personalidad múltiple, doctor Ashanti?
—Desde hace quince años.
—En un paciente con TPM, ¿es habitual que un alter ego domine a los demás?
—Sí.
Algunos de los jurados tomaban notas.
—¿Y el huésped —la persona que tiene esas personalidades en su interior— tiene conciencia de los otros alter egos?
—Depende. A veces uno de los alter ego está enterado de la existencia de los demás; en otras ocasiones sólo conoce algunos. Pero por lo general el huésped no tiene conciencia de ellos, no hasta que se somete a un tratamiento psiquiátrico.
—Eso es muy interesante. ¿El TPM es curable?
—Con frecuencia, sí. Requiere un tratamiento psiquiátrico durante largos períodos. A veces hasta seis o siete años.
—¿Alguna vez logró curar a pacientes con TPM?
—Sí.
—Gracias, doctor.
David giró para estudiar un momento a los jurados. Están interesados, pero no convencidos, pensó.
Miró a Mickey Brennan.
—Su testigo.
Brennan se puso de pie y caminó hacia la barra de los testigos.
—Doctor Ashanti, usted dijo que vino aquí de Nueva York porque quería resultar útil en el juicio.
—Correcto.
—¿Su venida aquí no podría tener que ver con el hecho de que este es un caso muy publicitado y que esa publicidad le resultaría beneficiosa?
David saltó enseguida:
—Objeción. Es argumentativo.
—No ha lugar.
El doctor Ashanti contestó con serenidad:
—Ya dije por qué vine aquí.
—De acuerdo. Puesto que usted ha estado practicando la medicina, doctor, ¿cuántos pacientes diría que ha tratado por desórdenes mentales?
—Bueno, alrededor de doscientos.
—Y de esos casos, ¿cuántos diría usted que padecían el trastorno de personalidad múltiple?
—Una docena…
Brennan lo miró con fingida sorpresa.
—¿De entre doscientos pacientes?
—Bueno, sí. Verá…
—Lo que no veo, doctor Ashanti, es cómo puede considerarse un experto sí sólo ha tratado esos pocos casos. Le agradecería que nos diera alguna prueba que nos permitiera probar o refutar la existencia del trastorno de personalidad múltiple.
—Cuando usted se refiere a pruebas…
—Estamos en un tribunal judicial, doctor. El jurado no tomará decisiones basándose en la teoría del «qué sucedería si…». Por ejemplo, qué sucedería si la acusada odiaba a los hombres que asesinó y, después de matarlos, decidió usar la excusa de un alter ego dentro de ella que la obligó a…
David se puso de pie de un salto.
—¡Objeción! Es argumentativo y guía al testigo.
—No ha lugar.
—Su Señoría…
—Siéntese, doctor Singer.
David miró con odio a la jueza Williams y se sentó lleno de furia.
—¿De modo que lo que usted nos está diciendo, doctor, es que no existe ninguna prueba que demuestre o refute la existencia del TPM?
—Bueno, no. Pero…
Brennan asintió.
—Es todo.
El doctor Royee Salem estaba en la barra de los testigos.
David dijo:
—Doctor Salem, ¿examinó usted a Ashley Patterson?
—Lo hice.
—¿Y cuál fue su conclusión?
—La señorita Patterson sufre de TPM. Tiene dos alter egos que se hacen llamar Toni Prescott y Alette Peters.
—¿Tiene ella algún control sobre esas otras personalidades?
—Ninguno. Cuando ellas se hacen cargo, la señorita patterson entra en un estado de fuga acompañado de amnesia.
—¿Podría explicar eso mejor, doctor Salem?
—Es un estado en el que la persona no tiene conciencia de dónde está ni de qué está haciendo. Puede durar algunos minutos, días o incluso semanas.
—Y durante ese período, ¿diría usted que esa persona es responsable de sus actos?
—No.
—Gracias, doctor. —Se dirigió a Brennan—. Su testigo.
Brennan dijo:
—Doctor Salem, usted es consultor de varios hospitales y da conferencias en todo el mundo, ¿es así?
—Sí.
—Doy por sentado que sus pares son médicos talentosos y capaces, ¿verdad?
—Sí, diría que lo son.
—¿Todos tienen una opinión coincidente con respecto al trastorno de personalidad múltiple?
—No.
—¿Qué quiere decir con ese «no»?
—Que algunos discrepan.
—¿O sea que no creen que exista?
—Sí.
—¿Pero ellos están equivocados y usted está en lo cierto?
—Yo he tratado pacientes y sé que tal cosa existe. Cuando…
—Permítame que le pregunte algo. ¿Si existiera tal cosa como el trastorno de personalidad múltiple, uno de los alter egos siempre tomaría a su cargo decirle al huésped qué debe hacer? ¿El alter ego dice «mata» y el huésped lo hace?
—Depende. Los alter egos tienen grados diversos de influencia.
—¿O sea que el huésped también podría tener el control de sus actos?
—A veces, sí.
—¿La mayoría de las veces?
—No.
—Doctor, ¿cuál es la prueba de que el TPM existe realmente?
—He presenciado completos cambios físicos en pacientes bajo hipnosis, y sé que…
—¿Y esa es una prueba concluyente?
—Sí.
—Doctor Salem, si yo lo hipnotizara en un cuarto con calefacción y le dijera que está en el Polo Norte, desnudo y en medio de una tormenta de nieve, ¿la temperatura de su cuerpo descendería?
—Bueno, sí, pero…
—Eso es todo.
David se acercó a la barra de los testigos.
—Doctor Salem, ¿existe en su mente alguna duda de que estos alter egos existen en Ashley Patterson?
—No, ninguna. Y son absolutamente capaces de tomar el control y dominarla.
—¿Y ella no tendría ninguna conciencia de que eso está sucediendo?
—No, no lo sabría.
—Gracias.
—Quisiera llamar a prestar testimonio a Shane Miller. —David lo observó mientras le tomaban juramento—. ¿A qué se dedica usted, señor Miller?
—Soy supervisor en Global Computer Graphics Corporation.
—¿Cuánto hace que trabaja allí?
—Alrededor de siete años.
—¿Ashley Patterson estaba empleada en esa firma?
—Sí.
—¿Trabajaba ella bajo su supervisión?
—Así es.
—¿De modo que usted llegó a conocerla bastante bien?
—Correcto.
—Señor Miller, ya oyó a médicos testificar que algunos de los síntomas del trastorno de personalidad múltiple son la paranoia, el nerviosismo y la aflicción. ¿Alguna vez notó algunos de esos síntomas en la señorita Patterson?
—Bueno, yo…
—¿La señorita Patterson no le dijo que tenía la sensación de que alguien la seguía?
—Sí, lo hizo.
—¿Y de que no tenía idea de quién podía ser o por qué habría alguien de seguirla?
—Así es.
—¿No le dijo ella en una oportunidad que alguien había entrado en su computadora para amenazarla con un cuchillo?
—Sí.
—¿Y las cosas no empeoraron tanto que usted finalmente la envió al psicólogo que trabaja para su compañía, el doctor Speakman?
—Sí.
—¿De modo que Ashley Patterson sí exhibía los síntomas de los que estamos hablando?
—En efecto.
—Gracias, señor Miller. —David miró a Mickey Brennan—. Su testigo.
—¿Cuántos empleados tiene usted bajo su supervisión, señor Miller?
—Treinta.
—Y entre treinta empleados. ¿Ashley Patterson es la única que usted vio sentirse afligida?
—Bueno, no…
—¿No?
—A todos les ocurre en algún momento.
—¿Quiere decir que otros empleados tuvieron que consultar al psicólogo de la compañía?
—Sí, desde luego. Lo tienen bastante ocupado.
Brennan parecía impresionado.
—¿De veras?
—Sí. Muchos tienen problemas. Bueno, después de todo son humanos.
—No más preguntas.
—Repreguntaré. David se acercó a la barra de los testigos. —Señor Miller, usted acaba de decir que algunos de los empleados que supervisa han tenido problemas. ¿Qué clase de problemas?
—Bueno, podría ser por una discusión con un novio o un marido…
—¿Sí?
—O podría ser por un problema de falta de dinero…
—¿Sí?
—O porque sus hijos lo fastidian…
—En otras palabras, ¿la clase de problemas domésticos comunes y corrientes a que todos podríamos enfrentarnos?
—Sí.
—¿Pero nadie fue a ver al doctor Speakman porque creía que lo seguían o que alguien amenazaba con matarlo?
—No.
—Gracias.
Hubo un receso para almorzar.
David entró en su automóvil y lo condujo por el parque, deprimido. El juicio andaba mal. Los médicos no parecían ponerse de acuerdo con respecto a si el TPM existía o no. Si ellos no se ponen de acuerdo, pensó David, ¿cómo lograré que el jurado lo haga? No puedo permitir que algo le suceda a Ashley. No puedo. Se acercaba al Harold’s Café, un restaurante cerca del edificio de tribunales. Estacionó el auto y entró. La recepcionista le sonrió.
—Buenas tardes, doctor Singer.
Era famoso. ¿O ignominiosamente conocido?
—Por aquí, por favor.
La siguió a un reservado y se sentó. La recepcionista le entregó el menú, le sonrió y se alejó con un provocativo contoneo de las caderas. Las ventajas de la fama, pensó él con amargura.
No tenía apetito, pero le parecía oír la voz de Sandra: «Tienes que comer para no perder las fuerzas». En el reservado contiguo había dos hombres y dos mujeres. Uno de los hombres decía:
—Ella es mucho peor que Lizzie Borden. Borden sólo mató a dos personas.
El otro hombre agregó:
—Y ella no los castró.
—¿Qué crees que le harán a esa mujer?
—¿Bromeas? La condenarán a muerte.
—Una lástima que a la Perra Carnicera no le puedan dar tres condenas a muerte.
Esto es lo que piensa la gente, pensó David. Tuvo la deprimente sensación de que si recorría el restaurante oiría una variación de los mismos comentarios. Brennan la había pintado como un monstruo. Le pareció oír la voz de Quiller: Si no la haces declarar, esa es la imagen que los jurados se llevarán cuando entren en la sala de los jurados para llegar a un veredicto.
Tengo que correr ese riesgo, pensó David. Tengo que hacer que los jurados comprueben por sí mismos que Ashley dice la verdad.
La recepcionista estaba a su lado.
—¿Está listo para hacer el pedido, doctor Singer?
—Cambié de idea —dijo David—. No tengo apetito.
Al ponerse de pie y salir del restaurante, sintió que todos lo seguían con la mirada. Espero que no estén armados, pensó.