CAPÍTULO 18

MÁS de tres meses habían transcurrido desde el comienzo del juicio, y David no recordaba cuál fue la última vez que pudo dormir toda la noche.

Cierta tarde, cuando regresaban de la sala de audiencias, Sandra dijo:

—David, creo que yo debería volver a San Francisco.

David la miró, sorprendido:

—¿Por qué? Estamos en pleno… Oh, mi Dios. —La rodeó con los brazos—. El bebé. ¿Ya viene?

Sandra sonrió.

—En cualquier momento. Me sentiría más segura si estuviera en casa, cerca del doctor Bailey. Mamá dijo que vendría a quedarse conmigo.

—Desde luego. Tienes que volver —dijo David—. Perdí toda noción del tiempo. La fecha prevista para el parto es dentro de tres semanas, ¿no?

—Sí.

Él hizo una mueca.

—Y yo no podré estar allí contigo.

Sandra le tomó una mano.

—No te aflijas, querido. Este juicio terminará pronto.

—Este maldito juicio nos está arruinando la vida.

—David, estaremos bien. Mi antiguo trabajo me espera. Después de que nazca el bebé, yo podré…

David dijo:

—Lo siento, Sandra. Desearía que…

—David, no lamentes hacer algo que crees es lo correcto.

—Te amo. —Te amo. Él le acarició el vientre—. Los amo a los dos. —Suspiró—. Está bien. Te ayudaré a empacar. Esta noche te llevaré en el auto a San Francisco y…

—No —dijo Sandra con firmeza—. No puedes irte de aquí. Le pediré a Emily que venga a buscarme.

—Pregúntale si puede cenar esta noche con nosotros.

—De acuerdo.

Emily aceptó encantada.

—Por supuesto que iré a buscarte. —Y llegó a San José dos horas más tarde.

Los tres cenaron esa noche en Chai Jane.

—Es un momento muy inoportuno —comentó Emily—. Detesto verlos separados justo ahora.

—El juicio ya casi ha terminado —dijo David—. Tal vez termine antes de la llegada del bebé.

Emily sonrió.

—En ese caso tendremos una doble celebración.

Había llegado el momento de partir. David abrazó a Sandra.

—Te llamaré todas las noches —le dijo.

—Por favor no te preocupes por mí. Estaré bien. Te amo mucho.

Sandra lo miró y le dijo:

—Cuídate mucho, David. Te noto cansado.

Sólo cuando Sandra se fue David se dio cuenta de lo solo que estaba.

La corte estaba en sesión. Mickey Brennan se puso de pie y se dirigió al tribunal.

—Quiero llamar a mi siguiente testigo, el doctor Lawrence Larkin.

Un hombre de aspecto distinguido y pelo entrecano prestó juramento y subió a la barra de los testigos.

—Quiero agradecerle por estar aquí, doctor Larkin. Sé que su tiempo es muy valioso. ¿Podría hablarnos un poco de sus antecedentes?

—Tengo una práctica profesional exitosa en Chicago. He sido presidente de la Asociación Psiquiátrica de Chicago.

—¿Cuántos años hace que practica medicina, doctor?

—Aproximadamente treinta.

—Supongo que, como psiquiatra, ha tenido usted muchos casos de trastorno de personalidad múltiple.

—No.

Brennan frunció el entrecejo.

—¿Cuando dice usted «no», quiere decir que no ha visto muchos casos? ¿Tal vez sólo una docena?

—Jamás tuve un caso de trastorno de personalidad múltiple.

Brennan miró al jurado fingiendo consternación y después volvió a dirigirse al médico.

—¿O sea que en treinta años de práctica profesional con pacientes con trastornos mentales, jamás vio ni un caso de TPM?

—Correcto.

—Estoy anonadado. ¿Cómo lo explica usted?

—Es muy sencillo. No creo que exista tal cosa como trastorno de personalidad múltiple.

—Bueno, usted me desconcierta, doctor. ¿Acaso no se han informado casos de trastorno de personalidad múltiple?

El doctor Larkin soltó una risotada de desprecio.

—Que se hayan informado no significa que sean reales. Verá usted, lo que algunos médicos creen que es TPM, es en realidad esquizofrenia, depresiones o diversas otras formas de angustia.

—Eso es muy interesante. ¿De modo que, en su opinión como experto en psiquiatría, no cree que siquiera exista el trastorno de personalidad múltiple?

—Así es.

—Gracias, doctor. —Mickey Brennan se dirigió a David—. Su testigo.

David se puso de pie y se acercó a la barra de los testigos.

—¿Usted ha sido presidente de la Asociación Psiquiátrica de Chicago, doctor Larkin?

—Sí.

—Entonces sin duda ha conocido a muchos de sus pares.

—Sí. Me enorgullece decir que sí.

—¿Conoce al doctor Royce Salem?

—Sí. Lo conozco muy bien.

—¿Es un buen psiquiatra?

—Excelente. Es uno de los mejores.

—¿Conoce usted al doctor Clyde Donovan?

—Sí. Lo he visto muchas veces.

—¿Diría usted que es un buen psiquiatra?

—Yo recurriría a él —dijo con una risita— si llegara a necesitar uno.

—¿Y qué me dice del doctor Ingram? ¿Lo conoce?

—¿A Ray Ingram? Ya lo creo que lo conozco. Es un hombre excelente.

—¿Y un psiquiatra competente?

—Sí, claro.

—Dígame una cosa, ¿todos los psiquiatras tienen una opinión coincidente con respecto a todas las enfermedades mentales?

—No. Desde luego que tenemos algunas discrepancias. La psiquiatría no es una ciencia exacta.

—Eso es muy interesante, doctor. Porque los doctores Salem, Donovan e Ingram vendrán a prestar testimonio de que han tratado casos de trastorno de personalidad múltiple. Tal vez ninguno de ellos es tan competente como usted. Eso es todo. Puede retirarse.

La jueza Williams le preguntó a Brennan:

—¿Desea repreguntar?

Brennan se puso de pie y se acercó a la barra de los testigos.

—Doctor Larkin, ¿cree usted que porque esos otros médicos discrepan con su opinión con respecto al TPM, significa que ellos tienen razón y usted está equivocado?

—No. Podría nombrar a docenas de psiquiatras que no creen en el TPM.

—Gracias, doctor. No más preguntas.

Mickey Brennan dijo:

—Doctor Upton, hemos oído su testimonio de que a veces lo que se piensa es trastorno de personalidad múltiple en realidad se confunde con otros trastornos. ¿Cuáles son las pruebas que demuestran que el TPM no es uno de esos otros trastornos?

—No existe tal prueba.

Brennan miró boquiabierto al jurado.

—¿No existe ninguna prueba en tal sentido? ¿Me está diciendo que no hay manera de comprobar si alguien que alega tener TPM miente o simula o lo utiliza como una excusa por cualquier crimen por el que no quiere ser considerado responsable?

—Como le dije, no existe ninguna prueba en tal sentido.

—¿De modo que es sólo una cuestión de opinión? ¿Algo en lo que algunos psiquiatras creen y otros no?

—Así es.

—Permítame que le pregunte esto, doctor. ¿Si se hipnotiza a una persona, sin duda podrá darse cuenta de si realmente tiene TPM o Si sólo lo finge?

El doctor Upton sacudió la cabeza.

—Me temo que no. Incluso bajo hipnosis o con amobarbital sódico, no hay manera de descubrir si la persona está fingiendo.

—Eso es muy interesante. Gracias, doctor. No más preguntas. —Brennan miró a David—. Su testigo.

David se paró y se acercó al testigo.

—Doctor Upton, ¿alguna vez tuvo pacientes que habían sido diagnosticados por otros médicos como casos de TPM?

—Sí, en varias ocasiones.

—¿Y trató usted a esos pacientes?

—No, no lo hice.

—¿Por qué no?

—No puedo tratar trastornos que no existen. Uno de los pacientes era un desfalcador que quería que yo testificara que él no era responsable porque lo había hecho un alter ego. Otro paciente era una ama de casa que fue arrestada por golpear a sus hijos. Dijo que alguien que tenía adentro la había obligado a hacerlo. Hubo otros casos así, con diferentes excusas, pero todos trataban de eludir algo. En otras palabras, eran simuladores.

—Usted parece tener una posición muy concreta con respecto a esto, doctor.

—Así es. Sé que tengo razón.

David dijo:

—¿Sabe que tiene razón?

—Bueno, quiero decir… que los demás deben de estar equivocados? ¿Todos los médicos que creen en el TPM están equivocados?

—No quise decir eso…

—Y usted es el único que está en lo cierto. Gracias, doctor. Eso es todo.

El doctor Simón Raleigh estaba en la barra de los testigos. Era un hombre bajo y calvo de algo más de sesenta años.

Brennan dijo:

—Gracias por venir, doctor. Ha tenido usted una larga y exitosa carrera. Es médico, profesor, se formó en…

David se puso de pie.

—La defensa da por aceptados los distinguidos antecedentes profesionales del testigo.

—Gracias. —Brennan volvió a dirigirse al testigo—. Doctor Raleigh, ¿cuál es el significado de la atrogenia?

—Se habla de iatrogenia cuando el tratamiento médico o la psicoterapia agrava una enfermedad existente.

—¿Podría ser más específico, doctor?

—Bueno, en psicoterapia, con mucha frecuencia el terapeuta influye sobre el paciente con sus preguntas o su actitud. Podría hacer que el paciente sienta que debe cumplir con las expectativas de su terapeuta.

—¿De qué manera se aplicaría eso al TPM?

—Si el psiquiatra interroga al paciente con respecto a las diferentes personalidades que tiene en su interior, el paciente tal vez invente algunas a fin de complacer al terapeuta. Es una zona muy peligrosa. El amobarbital sódico y la hipnosis pueden simular TPM en pacientes que en todos los demás sentidos son normales.

—¿Lo que usted dice es que, bajo hipnosis, el mismo psiquiatra puede alterar de tal manera el estado del paciente que este llegue a creer algo que no es cierto?

—Ha sucedido, sí.

—Gracias, doctor. —Miró a David—. Su testigo.

David dijo:

—Gracias. —Se puso de pie y se acercó a la barra de los testigos. Le dijo al médico—: Sus credenciales son impresionantes. Usted no es sólo psiquiatra sino que es profesor universitario.

—Así es.

—¿Cuánto hace que enseña, doctor?

—Más de quince años.

—Qué maravilla. ¿Cómo divide su tiempo? Quiero decir, ¿pasa la mitad de su tiempo enseñando y la otra mitad trabajando como médico?

—En la actualidad, soy profesor de tiempo completo.

—¿Ah, sí? ¿Cuánto hace que no practica medicina?

—Alrededor de ocho años. Pero me mantengo al día con la actual literatura médica.

—Debo decirle que me parece admirable. De modo que usted lee todo. ¿Por eso está familiarizado con la atrogenia?

—Sí.

—¿Y en el pasado tuvo muchos pacientes que alegaron tener TPM?

—Bueno, no…

—¿No muchos? ¿En todos los años que ejerció la medicina, diría que tuvo una docena de casos que alegaron padecer de TPM?

—No.

—¿Seis casos?

El doctor Raleigh sacudió la cabeza.

—¿Cuatro?

No hubo respuesta.

—Doctor, ¿tuvo alguna vez un paciente con TPM?

—Bueno, es difícil…

—¿Sí o no, doctor?

—No.

—¿De modo que lo único que sabe sobre TPM es lo que leyó al respecto? No más preguntas.

La acusación llamó a otros seis testigos, y con cada uno el patrón fue más o menos el mismo. Mickey Brennan había reunido a media docena de los psiquiatras más prestigiosos del país, todos los cuales compartían la creencia de que el TPM no existía.

La acusación estaba a punto de terminar de presentar sus pruebas.

Cuando el último testigo de la lista de la acusación había terminado de prestar testimonio, la jueza Williams se dirigió a Brennan:

—¿Tiene usted más testigos, doctor Brennan?

—No, Su Señoría. Pero me gustaría mostrarle al jurado las fotografías tomadas por la policía de las escenas de los crímenes de…

David saltó, furioso:

—Absolutamente no.

La jueza Williams miró a David.

—¿Qué dijo usted, doctor Singer?

—Dije… —David se controló—. Objeción. La acusación se propone enardecer al jurado con…

—No ha lugar. Las bases ya fueron sentadas en una moción previa al juicio. —La jueza Williams se dirigió a Brennan—. Puede mostrar las fotografías.

David se sentó, furioso. Brennan se acercó a su mesa, tomó una docena de fotografías y se las entregó a los jurados.

—Damas y caballeros, no son algo agradable de mirar, pero de esto se trata este juicio. No es sobre palabras, teorías o excusas. No es sobre misteriosos alter egos que matan a la gente. Es sobre tres personas reales que fueron salvaje y brutalmente asesinadas. La ley dice que alguien debe pagar por esos homicidios. Depende de cada uno de ustedes que esa justicia se cumpla.

Brennan vio la expresión de horror en los rostros de los jurados a medida que iban mirando las fotografías.

Miró a la jueza Williams.

—La acusación da por terminada la producción de las pruebas a su cargo.

La jueza Williams consultó su reloj.

—Son las cuatro de la tarde. Esta corte entrará en receso por el día. El juicio se reanudará el lunes a las diez de la mañana. Se levanta la sesión.