TEMPRANO, la mañana del día en que se iniciaría el juicio a Ashley Patterson, David fue a verla al centro de detención. Ella estaba al borde de la histeria.
—No puedo seguir adelante con esto. ¡No puedo! Dígales que me dejen en paz.
—Ashley, todo saldrá bien. Los enfrentaremos y ganaremos.
—Usted no sabe… no tiene idea de lo que es esto. Tengo la sensación de estar en el infierno.
—La sacaremos de allí. Este es el primer paso.
Ashley temblaba.
—Tengo miedo de que ellos me hagan algo terrible.
—Yo no se lo permitiré —dijo David con firmeza—. Quiero que me crea. Sólo debe recordar que no es responsable de lo ocurrido. Usted no hizo nada. Vamos, nos están esperando.
Ella hizo una inspiración profunda.
—Está bien. Estaré bien. Estaré bien. Estaré bien.
Sentado entre los espectadores estaba el doctor Steven Patterson. La única respuesta que les había dado a los reporteros en el exterior de la sala de audiencias era: «Mi hija es inocente».
A varias filas de distancia estaban Jesse y Emily Quiller, quienes se encontraban allí para proporcionarle apoyo moral a David.
Sentados a la mesa de la fiscalía estaban Mickey Brennan y dos asociadas, Susan Freeman y Eleanor Tucker.
Sandra y Ashley estaban sentadas frente a la mesa de la defensa, con David entre ellas. Las dos mujeres se habían conocido la semana anterior.
—David… basta mirar a Ashley para saber que es inocente.
—Sandra, basta mirar las pruebas que ella dejó en sus víctimas para saber que realmente las mató. Pero matarlas y ser culpable son dos cosas diferentes. Lo que yo debo hacer ahora es convencer al jurado.
La jueza Williams entró en la sala y se dirigió al estrado. El secretario anunció:
—Todos de pie. El juzgado está en sesión, presidido por la Honorable Jueza Tessa Williams.
La jueza Williams dijo:
—Pueden sentarse. Esta es la causa de El Pueblo del Estado de California contra Ashley Patterson. Empecemos. —Miró a Brennan—. ¿Desea el fiscal hacer la exposición inicial del caso?
Mickey Brennan se puso de pie.
—Sí, Su Señoría. —Giró hacia el jurado y se acercó a ellos.
—Buenos días. Como ustedes saben, damas y caballeros, la demandada en este juicio están acusada de cometer tres asesinatos sangrientos. Los homicidas suelen usar muchos disfraces. —Asintió hacia Ashley. El de ella es el de una joven inocente y vulnerable. Pero el Estado probará, más allá de toda duda razonable, que la acusada asesinó y mutiló a tres hombres inocentes de forma intencional y a sabiendas. Utilizó un alias para cometer uno de esos asesinatos, con la esperanza de que no la pescaran. Sabía exactamente lo que estaba haciendo. Nos referimos a un asesinato calculado y a sangre fría. A medida que el juicio avance, les mostraré a ustedes cada uno de los hilos que vinculan este caso con la acusada allí sentada. Gracias.
Volvió a su asiento. La jueza Williams miró a David.
—¿La defensa desea hacer una exposición inicial?
—Sí, Su Señoría. —David se puso de pie y enfrentó al jurado. Respiró hondo—. Damas y caballeros, en el curso de este juicio les probaré que Ashley Patterson no es responsable de lo ocurrido. No tenía motivo para ninguno de los homicidios ni conocimiento de ellos. Mi cliente es una víctima. Es una víctima del TPM o trastorno de personalidad múltiple, algo que se les explicará durante el transcurso de este juicio.
Miró a la jueza Williams y dijo con firmeza:
—El TPM es un hecho médico establecido. Significa que existen otras personalidades, o alter egos, que toman el control de las acciones de su huésped. El TPM tiene una larga historia. Benjamin Rushs, un médico y firmante de la Declaración de la Independencia, analizó casos clínicos de TPM en sus conferencias. A lo largo del siglo XIX y del actual se informaron a muchos casos de TPM en los que las personas fueron dominadas por alter egos.
Brennan escuchaba a David con una sonrisa cínica en el rostro.
—Les probaremos que fue precisamente un alter ego el que tomó el control y cometió los asesinatos que Ashley Patterson no tenía ningún motivo para cometer. Ninguno. Ella no tuvo control sobre lo que sucedió Y, por consiguiente, no es responsable de lo ocurrido. En el transcurso del juicio traeré a declarar a eminentes especialistas quienes les explicarán en mayor detalle qué es el TPM. Por fortuna, es curable.
Miró las caras de los jurados.
—Ashley Patterson no tuvo ningún control sobre lo que hizo y, en nombre de la justicia, solicitamos que Ashley Patterson no sea acusada de los crímenes de los que no es responsable.
David tomó asiento. La jueza Williams miró a Brennan.
—¿El Estado está listo para proceder?
Brennan se puso de pie.
—Sí, Su Señoría. —Les sonrió a sus asociadas y fue a pararse frente a la tribuna del jurado.
Permaneció un momento allí en silencio y luego deliberadamente eructó. Los jurados lo miraron, sorprendidos.
Brennan los miró un momento, como desconcertado, y después dijo:
—Ah, entiendo. Ustedes esperaban que yo dijera «perdón». Pues bien, no lo dije porque no fui yo el que hizo eso. Lo hizo Pete, mi alter ego.
David se puso de pie hecho una furia.
—Objeción. Su Señoría, esto es lo más infame…
—Ha lugar.
Pero el daño ya estaba hecho. Brennan le sonrió a David con aires de superioridad y después volvió a dirigirse al jurado.
—Bueno, supongo que no ha habido una defensa como esta desde los juicios a las brujas de Salem de hace trescientos años. —Giró para mirar a Ashley—. Yo no lo hice. No, señor. El diablo me obligó a hacerlo.
David estaba nuevamente de pie.
—Objeción. El…
—No ha lugar.
David volvió a sentarse. Brennan se acercó más a la tribuna del jurado.
—Les prometí que probaría que la acusada, en forma intencional y a sangre fría, asesinó y mutiló a tres hombres: Dennis Tibble, Richard Melton y el detective Samuel Blake. ¡Des hombres! A pesar de lo que dice la defensa, —Brennan giró y volvió a señalar a Ashley—, allí sentada hay sólo una acusada, y ella es la que cometió los homicidios. ¿Cómo lo llamó el doctor Singer? ¿Trasto de personalidad múltiple? Pues bien, yo traeré a algunos médicos destacados que les dirán, bajo juramento, que tal cosa no existe. Pero primero oigamos a algunos expertos que relacionarán a la acusada con los asesinatos.
Brennan se dirigió a la jueza Williams.
—Quisiera llamar a mi primer testigo, el agente especial Vincent Jordan.
Un hombre bajo y calvo se puso de pie y caminó hacia la barra de los testigos.
El secretario dijo:
—Por favor, diga su nombre completo y deletréelo para el registro.
—Agente especial Vincent Jordan, J-o-r-d-a-n.
Brennan esperó a que hubiera prestado juramento y tomado asiento.
—Usted trabaja en el FBI de Washington, D. C. ¿verdad?
—Sí, doctor.
—¿Y qué hace en el FBI, agente especial Jordan?
—Estoy a cargo de la sección huellas dactilares.
—¿Cuánto hace que trabaja allí? —Quince años.
—Quince años.
—En todo ese tiempo, ¿alguna vez se topó con un juego duplicado de huellas dactilares de personas diferentes?
—No, doctor.
—¿Cuántos juegos de huellas están en la actualidad registradas en el FBI?
—En el último recuento, un poco más de doscientos cincuenta millones, pero a diario recibimos más de treinta y cuatro mil tarjetas con impresiones digitales.
—¿Y ninguna concuerda con las de los demás?
—No.
—¿Cómo hace para identificar una huella dactilar?
—Utilizamos siete patrones diferentes de huellas a los fines de la identificación. Las huellas dactilares son únicas. Se forman antes del nacimiento y duran toda la vida. Con excepción de una mutilación accidental o intencional, no hay dos patrones iguales.
—Agente especial Jordan, ¿a usted le enviaron las huellas encontradas en la escena de los tres crímenes de los que se acusa a la procesada?
—Sí.
—¿Y también le enviaron las huellas dactilares de la acusada, Ashley Patterson?
—Así es.
—¿Usted personalmente las examinó?
—Sí.
¿Y cuál fue su conclusión?
—Que las huellas dejadas en las escenas de los crímenes y las que le tomaron a Ashley Patterson eran idénticas.
En la sala resonó un fuerte murmullo.
—¡Orden! ¡Orden!
Brennan esperó a que volviera a reinar el silencio en la sala.
—¿Eran idénticas? ¿Tiene usted alguna duda al respecto, agente Jordan? ¿Podría haber algún error?
—No, doctor. Todas las huellas eran claras y fáciles de identificar.
—Para que esto quede bien claro, ¿estamos hablando de las huellas dactilares dejadas en las escenas de los crímenes de Dennis Tibble, Richard Melton y el detective Samuel Blake?
—Sí.
—¿Y las impresiones digitales de la acusada, Ashley Patterson, estaban en las escenas de todos los homicidios?
—Correcto.
—¿Diría usted que existe algún margen de error?
—No, ninguno.
—Gracias, agente Jordan. —Brennan miró a David Singer—. Su testigo.
David permaneció un momento sentado; después se puso de pie y se acercó a la barra de los testigos.
—Agente Jordan, cuando usted examina las huellas, ¿alguna vez encuentra que algunas han sido deliberadamente borradas o deterioradas de alguna manera por el criminal para ocultar su crimen?
—Sí, pero por lo general las podemos corregir con téc láser de alta intensidad.
—¿Tuvo que hacerlo en el caso de Ashley Patterson?
—No.
—¿Qué?
—Bueno, como dije, las huellas eran muy claras.
David miró al jurado.
—¿Lo que está diciendo es que la acusada no hizo ningún intento de borrar o destruir sus impresiones digitales?
—No más preguntas. —Giró hacia el jurado—. Ashley Patterson no hizo ningún intento por ocultar sus huellas porque era inocente y…
La jueza Williams saltó:
—¡Suficiente, doctor! Ya tendrá oportunidad más adelante de hacer su alegato.
David volvió a tomar asiento. Brennan le dijo al agente especial Jordan:
—Puede retirarse.
El agente del FBI lo hizo. Brennan dijo:
—Me gustaría llamar a mi próximo testigo, Stanley Clarke.
Un hombre joven de pelo largo fue conducido a la sala. Se dirigió a la barra de los testigos. Los asistentes guardaron silencio mientras le tomaban juramento y se sentaba.
Brennan dijo:
—¿A qué se dedica, señor Clarke?
Estoy en el Laboratorio Nacional de Biotécnica. Trabajo con ácido desoxirribonucléico.
—¿Más comúnmente conocido para nosotros, los no científicos, como ADN?
—Así es.
—¿Cuánto hace que trabaja en ese laboratorio?
—Siete años.
—¿Y qué cargo tiene?
—Supervisor.
—De modo que supongo que en siete años ha tenido mucha experiencia con pruebas de ADN, ¿verdad?
—Por supuesto. Lo hago todos los días.
Brennan miró al jurado.
—Creo que todos estamos familiarizados con la importancia del ADN. —Señaló a los espectadores—. ¿Diría usted que es posible que media docena de las personas que se encuentran en esta sala tengan un ADN idéntico?
—De ninguna manera. Si tomáramos un perfil de ADN y les asignáramos una frecuencia tomada de bases de datos reunidos, sólo uno entre quinientos mil millones de caucásicos no emparentados tendría el mismo perfil de ADN.
Brennan parecía impresionado.
—Uno en quinientos mil millones. Señor Clarke, ¿cómo se obtiene ADN de una escena del crimen?
—De muchas maneras. Encontramos ADN en la saliva o el semen o el fluido vaginal, la sangre, un mechón de pelo, los dientes, la médula espinal…
—¿Y a partir de cualquiera de esas cosas es posible identificar a una persona específica?
—Correcto.
—¿Usted personalmente comparó las pruebas de ADN de los homicidios de Dennis Tibble, Richard Melton y Samuel Blake?
—Sí, lo hice.
—¿Y después le dieron varias hebras de pelo de la acusada, Ashley Patterson?
—Así es.
—Cuando comparó las pruebas de ADN de las distintas escenas del crimen con las hebras de pelo tomadas de la acusada, ¿cuál fue su conclusión?
—Eran idénticas.
Esta vez, la reacción de los espectadores fue incluso más ruidosa.
La jueza Williams golpeó el mazo.
—¡Orden! Guarden silencio o haré desalojar la sala.
Brennan esperó hasta que todos callaran.
—Señor Clarke, ¿dijo usted que el ADN tomado de cada una de las escenas de los tres crímenes y el ADN de la acusada eran idénticos? —Brennan puso mayor énfasis en esta última palabra.
—Sí, doctor.
Brennan miró hacia la mesa frente a la que Ashley estaba sentada y después se dirigió de nuevo al testigo.
—¿Y qué me dice de una posible contaminación? Todos estamos enterados de un famoso juicio penal en el que la prueba de ADN supuestamente estaba contaminada. ¿Podrían las pruebas en este caso haber sido manipuladas para que ya no fueran válidas o…?
—De ninguna manera. Las pruebas de ADN relativas a estos casos de homicidio fueron manejadas con particular cuidado y selladas.
—De modo que no cabe ninguna duda. La acusada asesinó a los tres…
David se puso de pie de un salto.
—Objeción, Su Señoría. El fiscal está guiando al testigo y…
—Ha lugar.
David se sentó.
—Gracias, señor Clarke. —Brennan giró hacia David—. No tengo más preguntas.
La jueza Williams dijo:
—Su testigo, doctor Singer.
—No preguntaré.
Los jurados miraban fijo a David. Brennan fingió sorprenderse.
—¿No preguntará? —Miró al testigo—. Puede retirarse.
Brennan miró a los jurados y dijo:
—Me sorprende que la defensa no ponga en tela de juicio las pruebas, porque demuestran más allá de toda duda que la acusada asesinó y castró a tres hombres inocentes y…
David volvió a saltar:
—Su Señoría…
—Ha lugar. Usted se está pasando de la raya, doctor Brennan.
—Lo siento, Su Señoría. No tengo más preguntas.
Ashley miraba a David, asustada. Él le susurró:
—No se preocupe. Pronto será nuestro turno.
Por la tarde hubo más testigos para la acusación y su testimonio fue devastador.
—¿El encargado del edificio le pidió que fuera al departamento de Dennis Tibble, detective Lightman?
—Sí.
—Díganos, por favor, qué encontró allí.
—Era un caos. Había sangre por todas partes.
—¿Cuál era el estado de la víctima?
—Había sido muerto a puñaladas y castrado.
Brennan miró al jurado con una expresión de horror en el rostro.
—Muerto a puñaladas y castrado. ¿Encontró alguna prueba en la escena del crimen?
—Sí. La víctima tuvo relaciones sexuales antes de morir. Encontramos fluido vaginal y huellas dactilares.
—¿Por qué no arrestó usted a alguien enseguida?
—Las impresiones digitales que encontramos no coincidían con ninguna que tuviéramos en nuestros registros. Esperábamos tener una coincidencia.
—Pero cuando finalmente consiguió las huellas dactilares de Ashley Patterson y SU ADN, ¿todo coincidió?
—Ya lo creo. Todo coincidió.
El doctor Steven Patterson asistía al juicio todos los días. Se sentaba en el sector para espectadores, justo detrás de la mesa de la defensa. Cada vez que entraba en la sala o salía de ella, era acosado por los reporteros.
—Doctor Patterson, ¿cuál es su opinión sobre el desarrollo del juicio?
—Todo anda muy bien.
—¿Qué cree que ocurrirá?
—Declararán inocente a mi hija.
Cierta tarde, a última hora, cuando David y Sandra regresaron al hotel, los esperaba un mensaje: «Por favor, llame al señor Kwong de su Banco».
David y Sandra se miraron.
—¿Ya pasó un mes? —preguntó Sandra.
—Sí. El tiempo vuela cuando nos estamos divirtiendo —contestó él secamente.
David quedó un momento pensativo.
—El juicio terminará pronto, querida. En nuestra cuenta tenemos suficiente dinero para hacerles el pago mensual.
Sandra lo miró, preocupada:
—David, si no podemos continuar con los pagos, ¿perderemos todo lo que pusimos?
—Así es. Pero no te preocupes. A la gente buena le pasan cosas buenas.
Y pensó entonces en Helen Woodman.
Brian Hill estaba sentado en la barra de los testigos después de haber prestado juramento. Mickey Brennan le dedicaba una sonrisa cordial.
—¿Puede decirnos a qué se dedica, señor Hill?
—Sí. Soy guardia del Museo De Young.
—Debe de ser un trabajo muy interesante.
—Lo es, si a uno le gusta el arte. Soy un pintor frustrado.
—¿Cuánto hace que trabaja allí?
—Cuatro años.
—¿Mucha gente visita el museo? Me refiero a si la gente vuelve allí una y otra vez.
—Oh, sí. Algunas personas lo hacen.
—Así que supongo que, a lo largo de los años, resultarían familiares para usted, o al menos tendrían una cara conocida.
—Es verdad.
—Y me dicen que a los pintores se les permite copiar algunas de las telas del museo.
—Sí. Tenemos muchos pintores.
—¿Tuvo oportunidad de conocer a alguno de ellos, señor Hill?
—Sí, nosotros… bueno, después de un tiempo uno se hace un poco amigo.
—¿Conoció a un hombre llamado Richard Melton?
Brian Hill suspiró.
—Sí. Tenía mucho talento.
—¿Tanto talento que usted le pidió que le enseñara a pintar?
—Así es.
David se puso de pie.
—Su Señoría, esto es fascinante, pero no veo qué relación tiene con el juicio. Si el doctor Brennan…
—Es pertinente, Su Señoría. Me propongo establecer que el señor Hill podía identificar a la víctima por su aspecto y su nombre y decirnos con quién se relacionaba.
—No ha lugar la objeción. Puede continuar.
—¿Y de hecho él le enseñó a pintar?
—Sí, lo hizo, cuando tenía tiempo.
—Cuando el señor Melton estaba en el museo, ¿alguna vez lo vio con algunas jóvenes?
—Bueno, no al principio. Hasta que conoció a alguien en quien parecía interesado, y entonces solía verlo con ella.
—¿Cómo se llamaba la joven?
—Alette Peters.
Brennan parecía confundido.
—¿Alette Peters? ¿Está seguro de que ese era el nombre?
—Sí, doctor. Así me la presentó.
—¿Por casualidad la ve en esta sala ahora, señor HIll?
Miró a Ashley.
—Es la que está sentada allá.
Brennan dijo:
—Pero esa no es Alette Peters sino la acusada, Ashley Patterson.
David se puso de pie.
—Su Señoría, ya hemos establecido que Alette Peters No es parte de este juicio. Es una de los alter egos que controla a Ashley Patterson y…
—Se está adelantando, doctor Singer. Por favor continúe, doctor Brennan.
—Ahora bien, señor Hill, ¿está usted seguro de que la acusada, que está aquí bajo el nombre de Ashley Patterson, era conocida de Richard Melton con el nombre de Alette Peters?
—Así es.
¿Y no cabe ninguna duda de que es la misma mujer?
Brian Hill vaciló.
—Bueno… sí, es la misma mujer.
—¿Y usted la vio con Richard Melton el día en que Melton fue asesinado?
—Sí, doctor.
—Gracias. —Brennan se dirigió a David—. Su testigo.
David se levantó y se acercó lentamente a la barra de los testigos.
—Señor Hill, debe de ser una gran responsabilidad ser guardia de un lugar donde se exhiben obras de arte por valor de tantos millones de dólares.
—Sí, doctor. Lo es.
—Y para ser un buen guardia, es preciso estar alerta todo el tiempo.
—Así es.
—Hay que tener conciencia de lo que ocurre cada minuto.
—Ya lo creo.
—¿Se considera un observador entrenado, señor Hill?
—Sí, diría que sí.
—Se lo pregunto porque noté que cuando el doctor Brennan le preguntó si tenía alguna duda con respecto a si Ashley Patterson era la mujer que estaba con Richard Melton, usted vaciló. ¿Acaso no estaba seguro?
Se hizo una breve pausa.
—Bueno, parece la misma mujer, pero en cierto sentido parece también diferente.
—¿En qué sentido, señor Hill?
—Alette Peters era más italiana y tenía acento italiano… y parecía más joven que la acusada.
—Es exactamente así, señor Hill. La persona que usted vio en San Francisco era un alter ego de Ashley Patterson. Nació en Roma, era ocho años más joven…
Brennan se puso de pie, furioso.
—Objeción.
David se dirigió a la jueza Williams.
—Su Señoría, yo estaba…
—¿Quieren los abogados acercarse al estrado, por favor?
David y Brennan se aproximaron a la jueza Williams.
—No quiero tener que repetírselo, doctor Singer. La defensa tendrá su oportunidad cuando la acusación dé por terminada la producción de las pruebas a su cargo. Hasta entonces, deje de hacer alegatos.
Bernice Jenkins estaba en la barra de los testigos.
—¿Puede decirnos cuál es su ocupación, señorita Jenkins?
—Soy camarera.
—¿Y dónde trabaja?
—En el café del Museo De Young.
—¿Cuál era su relación con Richard Melton?
—Éramos buenos amigos.
—¿Podría explicarse mejor?
—Bueno, en una época tuvimos una relación romántica, que después se fue enfriando. Esas cosas pasan.
—Estoy seguro de que sí. ¿Y después?
—Después nos convertimos en hermano y hermana. Quiero decir… yo le contaba todos mis problemas y él me contaba los suyos.
—¿Alguna vez habló con usted de la acusada?
—Bueno, sí, pero la llamó por otro nombre.
—¿Cuál nombre?
—Alette Peters.
—¿Pero él sabía que su verdadero nombre era Ashley Patterson?
—No. Creía que se llamaba Alette Peters.
—¿Quiere decir que ella lo engañó?
David saltó con furia:
—Objeción.
—Ha lugar. Deje de guiar a la testigo, doctor Brennan.
—Lo lamento, Su Señoría. —Brennan giró de nuevo hacia la barra de los testigos—. Le habló usted de Alette Peters, pero ¿alguna vez los vio a los dos juntos?
—Sí. Él la trajo un día al restaurante y me la presentó.
—¿Se refiere usted a la acusada, Ashley Patterson?
—Sí. Sólo que se hacía llamar Alette Peters.
Gary King estaba en la barra de los testigos. Brennan le preguntó:
—¿Usted era el compañero de vivienda de Richard Melton?
—Sí.
—¿Eran también amigos? ¿Salía usted socialmente con él?
—Desde luego. Salíamos muy seguido con chicas.
—¿El señor Melton estaba interesado en alguna joven en particular?
—Sí.
—¿Conoce su nombre?
—Se llamaba Alette Peters.
—¿La ve usted en esta sala?
—Sí. Está sentada allá.
—Para que conste en actas, ¿usted está señalando a la acusada, Ashley Patterson?
—Correcto.
—¿Cuando regresó a su casa la noche del homicidio, encontró el cuerpo de Richard Melton en el departamento?
—Sí, claro.
—¿Cuál era el estado del cuerpo?
—Ensangrentado.
—¿El cuerpo había sido castrado?
Gary King se estremeció.
—Sí. Fue espantoso.
Brennan miró al jurado para calibrar su reacción. Fue exactamente la que esperaba.
—¿Qué hizo a continuación, señor King?
—Llamé a la policía.
—Gracias. —Brennan giró hacia David—. Su testigo.
David se puso de pie y se acercó a Gary King.
—Háblenos de Richard Melton. ¿Qué clase de hombre era?
—Era un gran tipo.
—¿Era peleador? ¿Le gustaba meterse en problemas?
—¿Richard? No. Todo lo contrario. Era muy tranquilo y despreocupado.
—¿Pero le gustaba estar rodeado por mujeres fuertes y algo agresivas?
Gary lo miraba con extrañeza.
—En absoluto. A Richard le gustaban las mujeres dulces y tranquilas.
—¿Él y Alette reñían mucho? ¿Ella solía gritarle?
Gary estaba desconcertado.
—Usted está completamente equivocado. Jamás se gritaron. Se llevaban extraordinariamente bien.
—¿Alguna vez vio algo que lo llevara a pensar que Alette Peters podía lastimar de alguna manera a…?
—Objeción. Está guiando al testigo.
—Ha lugar.
—No más preguntas —dijo David.
Cuando David se sentó, le dijo a Ashley:
—No se preocupe. Ellos están ayudando a construir la defensa.
Sonó más confiado de lo que se sentía.
David y Sandra cenaban en San Fresco, el restaurante del Wyndham Hotel, cuando el maitre se acercó a David y le dijo:
—Hay un llamado telefónico urgente para usted, doctor Singer.
—Gracias.
David le dijo a Sandra:
—Enseguida vuelvo.
Siguió al maitre al teléfono.
—Habla David Singer.
—David, soy Jesse. Sube a tu habitación y llámame. ¡Se nos está cayendo el techo encima!