CAPÍTULO 14

A las diez de la mañana siguiente, David entró en la oficina de Joseph Kincaid. En ese momento él estaba firmando unos papeles y levantó la vista al verlo entrar.

—Ah. Siéntate, David. Enseguida termino con esto.

David lo hizo y aguardó. Cuando Kincaid concluyó, sonrió y dijo:

—¡Bueno! Espero en que me traigas buenas noticias, ¿es así?

¿Buenas noticias para quién?, se preguntó David.

—Aquí tienes un brillante futuro por delante, David, y estoy seguro de que no harás nada para arruinarlo. Esta firma tiene grandes planes para ti.

David se quedó callado y trató de encontrar las palabras adecuadas.

Kincaid dijo:

—¿Y bien? ¿Ya le dijiste al doctor Patterson que conseguirás otro abogado?

—No. Decidí que voy a defender a su hija.

La sonrisa de Kincaid se borró.

—¿Realmente defenderás a esa mujer, David? Es enferma y una asesina. El que la defienda quedará catalogado como de su misma calaña.

—No estoy haciendo esto porque quiero, Joseph. Estoy obligado a hacerlo. Le debo mucho al doctor Patterson y esta es la única forma que tengo de pagarle lo que hizo por mí.

Kincaid permaneció en silencio. Cuando finalmente habló, dijo:

—Si realmente has decidido seguir adelante con esto, entonces te sugiero que te tomes una licencia. Sin goce de sueldo, por supuesto.

Adiós posibilidad de convertirme en socio.

—Como es natural, después del juicio volverás a nosotros y el puesto de socio te estará esperando.

David asintió.

—Por supuesto.

—Haré que Collins se haga cargo de tu trabajo. Estoy seguro de que querrás comenzar a concentrarte en el juicio.

Treinta minutos después, los socios de Kincaid, Turner, Rose & Ripley estaban en reunión.

—No podemos darnos el lujo de que esta firma se vea envuelta en un juicio como ese —objetó Henry Turner.

Joseph Kincaid no tardó en responderle:

—En realidad no estamos involucrados, Gilbert. Le damos licencia al muchacho.

Henry Turner dijo:

—Creo que deberíamos despedirlo.

—No todavía. Sería tener poca visión. El doctor Patterson podría ser una mina de oro para nosotros. Conoce a todo el mundo y se mostrará muy agradecido de que le hayamos prestado a David. No importa lo que suceda en el juicio, es una situación en la que siempre saldremos ganando. Si termina bien, conseguimos al doctor como cliente y hacemos socio a Singer. Si sale mal, despediremos a Singer y procuraremos conservar al buen doctor. No correremos ningún peligro.

Se hizo un breve silencio y después Turner sonrió.

—Muy astuto, Joseph.

Cuando David salió de la oficina de Kincaid fue a ver a Steven Patterson. Lo había llamado antes por teléfono, así que el médico lo esperaba.

—¿Y bien, David?

Esta respuesta cambiará mi vida, pensó David. Y no precisamente para mejor.

—Defenderé a su hija, doctor Patterson.

Steven Patterson sonrió.

—Lo sabía. Habría apostado la vida a que lo harías. —Vaciló un momento—. Y también apuesto la vida de mi hija.

—Mi firma me ha dado licencia. Conseguiré ayuda de uno de los mejores abogados penalistas del…

El doctor Patterson levantó una mano.

—David, creí haber dejado bien en claro que no quiero que ninguna otra persona esté involucrada en este caso. Ashley está en tus manos y solamente en las tuyas.

—Lo entiendo —dijo David—. Pero Jesse Quiller es…

El doctor Patterson se puso de pie.

—No quiero oír ni una palabra más de Jesse Quiller ni de ningún otro. Conozco bien a los abogados penalistas, David. Lo único que les interesa es el dinero y la publicidad. Y en esto no se trata de dinero ni de publicidad. Se trata de Ashley.

David empezó a decir algo, pero calló. No había nada que pudiera decir. Patterson se mostraba inflexible con respecto a ese tema. Me vendría bien toda la a ayuda que pudiera recibir, pensó David. ¿Por qué no me lo permite?

—¿Me has entendido?

David asintió.

—Sí.

—Desde luego, yo me haré cargo de tus honorarios Y de tus gastos.

—No. Esto es pro bono.

El doctor Patterson lo observó un momento y después asintió.

—¿Quid pro quo?

Quid pro quo —respondió David y logró sonreír—. ¿Conduce usted su auto?

—David, si estás de licencia necesitarás dinero para gastos para poder seguir adelante. Insisto.

—Como quiera —respondió David. Al menos comeremos durante el juicio.

Jesse Quiller lo esperaba en Rubicons.

—¿Cómo fue?

David suspiró.

—Previsible. Estoy de licencia sin goce de sueldo.

—Esos canallas. ¿Cómo pueden…?

—No los culpo —lo interrumpió David—. Son una firma muy conservadora.

—¿Qué harás ahora?

—¿Qué quieres decir?

—¿Que qué quiero decir? Manejarás el juicio del siglo. Ya no tienes una oficina para trabajar, no tienes acceso a registros de investigación ni a casos judiciales, libros de derecho penal o fax, y yo vi la vieja computadora que tú y Sandra tienen. No te permitirá procesar el software legal que necesitarás ni que entres en Internet.

—Estaré bien —dijo David.

—Te aseguro que estarás bien. Hay una oficina vacía en mi suite que tú usarás. Allí encontrarás todo lo que necesites.

David tardó un momento en poder hablar.

—Jesse, yo no puedo…

—Sí que puedes. —Quiller sonrió—. Ya encontrarás la manera de retribuírmelo. Siempre lo haces, ¿verdad, San David? —Tomó el menú—. Estoy muerto de hambre. —Levantó la vista—. A propósito, yo invito.

David fue a visitar a Ashley en la Cárcel del Condado de Santa Clara.

—Buenos días, Ashley.

—Buenos días. —Estaba más pálida que de costumbre—. Papá estuvo aquí esta mañana. Me dijo que usted me sacaría de aquí.

Ojalá yo fuera así de optimista, pensó David. Dijo con cautela:

—Haré todo lo que esté a mi alcance, Ashley. El problema es que no muchas personas están familiarizadas con el problema que usted tiene. Pero haremos que se enteren. Conseguiremos que los mejores especialistas del mundo vengan y declaren a favor de usted.

—Me asusta —susurró Ashley.

—¿Qué la asusta?

—Es como si dos personas diferentes vivieran dentro de mí, y yo ni siquiera las conozco. —Su voz temblaba—. Pueden tomar el control de mi persona en cualquier momento y yo no puedo controlarlas a ellas. Estoy tan asustada. —Los ojos se le llenaron de lágrimas.

David dijo en voz baja:

—No son personas, Ashley. Sólo están en su mente. Son parte de usted. Y con un tratamiento adecuado se pondrá bien.

Cuando David volvió a casa esa tarde, Sandra lo abrazó y le dijo:

—¿Alguna vez te dije lo orgullosa que estoy de ti?

—¿Porque no tengo trabajo? —preguntó David.

—También por eso. A propósito, llamó el señor Crowther.

—¿Crowther?

—El de la inmobiliaria. Dice que los papeles están listos para que los firmemos. Quieren un pago a cuenta de sesenta mil dólares. Me temo que tendremos que decirle que no poseemos esa suma…

—¡Espera! Yo tengo esa cantidad en el plan de jubilación de la compañía. Como el doctor Patterson nos pasará algo de dinero para gastos, a lo mejor todavía podemos hacer la operación.

—No importa, David. De todos modos no queremos malcriar al bebé con un penthouse.

—Bueno, tengo algunas buenas noticias. Jesse me va a prestar…

—Ya lo sé. Hablé con Emily. Nos mudaremos a las oficinas de Jesse.

David preguntó:

—¿Y ese plural qué significa?

—Olvidas que te casaste con una asistente jurídica. En serio mi amor, yo puedo serte muy útil. Trabajaré contigo hasta… —se tocó el vientre—, hasta que Jeffrey venga, y entonces veremos.

—Señora Singer, ¿tiene usted idea de lo mucho que la amo?

—No. Pero tómate tu tiempo. Falta como una hora para que esté lista la cena.

—Una hora no es suficiente tiempo —le dijo David.

Ella lo abrazó y murmuró:

—¿Por qué no te desvistes, tigre?

—¿Qué?

Se echó hacia atrás y la miró, preocupado.

—¿Y qué me dices del… qué dice al respecto el doctor Bailey?

—El doctor dice que si no te desvistes bien rápido, yo caeré sobre ti.

David sonrió.

—Tu palabra es sacrosanta para mí.

A la mañana siguiente, David se mudó a la oficina de atrás de la suite de Jesse Quiller. Era una oficina cómoda, parte de una suite de cinco.

—Nos hemos expandido un poco desde la última vez que estuviste aquí —le explicó Jesse a David—. Estoy seguro de que podrás encontrar todo. La biblioteca de derecho está en la oficina de al lado, y tienes faxes, computadoras, todo lo que necesitas. Si no encuentras algo, sólo tienes que pedírmelo.

—Gracias —dijo David—. No puedo decirte lo mucho que aprecio esto, Jesse.

Jesse sonrió.

—Me lo pagarás, ¿recuerdas?

Sandra llegó algunos minutos después.

—Estoy lista —dijo—. ¿Por dónde empezamos?

—Empezamos buscando cada caso que encontremos sobre juicios con personalidades múltiples. Lo más probable es que en Internet haya muchísimo material. Lo intentaremos con el California Criminal Law Observer, la página de la TV judicial en Internet, y reuniremos cualquier información útil que podamos obtener en Westlaw y Lexis Nexis. Después nos pondremos en contacto con médicos que se especializan en problemas de personalidad múltiple, y les pediremos que declaren como posibles testigos expertos. Necesitaremos entrevistarlos y ver si podemos usar su testimonio para reforzar nuestra defensa. Tendré que hacer un buen repaso de los procedimientos de los juzgados penales y prepararme para un voir dire. También tenemos que conseguir una lista de los testigos y testimonios que presentará el fiscal de distrito. Quiero conocer toda la información que él tenga.

—También tendremos que facilitarle la nuestra. ¿Piensas hacer que Ashley declare?

David sacudió la cabeza.

—Es demasiado frágil. La fiscalía la haría pedazos. —Miró a Sandra—. Costará mucho ganar este caso.

Sandra sonrió.

—Pero ganarás. Sé que lo harás.

David se comunicó por teléfono con Harvey Udell, el contador de Kincaid, Turner, Rose & Ripley.

—Harvey, soy David Singer.

—Hola, David. Supe que nos abandonará por un tiempo.

—Sí.

—El caso que piensa tomar es muy interesante. Los medios no hablan de otra cosa. ¿Qué puedo hacer por usted?

David dijo:

—Tengo allí sesenta mil dólares en mi plan de jubilación, Harvey. No pensaba sacar esa suma tan pronto, pero Sandra y yo acabamos de comprar un penthouse y necesitaré el dinero para hacer un pago a cuenta.

—Un penthouse. Bueno, felicitaciones.

—Gracias. ¿Cuándo es lo antes que puedo tener esa cantidad?

Breve vacilación.

—¿Puedo volver a llamarlo?

—Desde luego —respondió David y le dio su número de teléfono.

—Lo llamaré enseguida.

—Gracias.

Harvey Udell colgó el tubo y volvió a levantarlo.

—Dígale al señor Kincaid que necesito verlo.

Treinta minutos después estaba en la oficina de Joseph Kincaid.

—¿Qué ocurre, Harvey?

—Recibí un llamado de David Singer, señor Kincaid. Dice que se compró un penthouse y que necesita los sesenta mil dólares que tiene en su fondo de jubilación para hacer un pago a cuenta. En mi opinión, no estamos obligados a darle ese dinero ahora. Está de licencia y no…

—Me pregunto si él sabe lo caro que es mantener un penthouse.

—Seguramente no. Le diré que no podemos…

—Dele el dinero.

Harvey lo miró con sorpresa.

—Pero no tenemos obligación de…

Kincaid se echó hacia adelante en su asiento.

—Lo ayudaremos a cavarse su propia fosa, Harvey.

Cuando haga ese pago a cuenta del penthouse… seremos sus dueños.

Harvey Udell llamó a David por teléfono.

—Le tengo buenas noticias, David. No hay ningún problema en que saque el dinero que tiene en su plan de jubilación. El señor Kincaid me dijo que le diera lo que quisiera.

—Señor Crowther. Soy David Singer.

—Estaba esperando tener noticias suyas, señor Singer.

—Estoy por recibir el dinero para el pago a cuenta de la compra del penthouse. Usted lo tendrá mañana.

—Estupendo. Como le dije, tenemos otros interesados, pero tengo la sensación de que usted y su esposa son las personas más adecuadas. Serán muy felices allí.

Para ello, pensó David, sólo hace falta como una docena de milagros.

El procesamiento de Ashley Patterson tuvo lugar en el Tribunal Superior del Condado de Santa Clara, ubicado en la calle North First de San José. Las discusiones legales con respecto a la jurisdicción habían durado semanas. No fue nada sencillo, porque los homicidios habían tenido lugar en dos países diferentes y dos estados diferentes. Se llevó a cabo una reunión en San Francisco, a la que asistieron el detective Guy Fontaine del Departamento de Policía de Quebec, el sheriff Dowling del Condado de Santa Clara, el detective Eagan de Bedford, Pennsylvania, el capitán Rudford del Departamento de Policía de San Francisco y Roger Toland, jefe de policía de San José.

El detective Fontaine dijo:

—Nos gustaría juzgarla en Quebec porque tenemos pruebas concluyentes de su culpa. Allí sería imposible que ganara un juicio.

El detective Eagan dijo:

—Nosotros podríamos alegar lo mismo, detective Fontaine. Jim Cleary fue la víctima del primer homicidio que ella cometió, y creo que debería tener precedencia sobre los demás.

El capitán Rudford de la policía de San Francisco dijo:

—Caballeros, no cabe ninguna duda de que todos podemos probar su culpabilidad. Pero tres de esos asesinatos tuvieron lugar en California, y ella debería ser juzgada allí por la totalidad. Eso refuerza aún más nuestras pruebas.

—Estoy de acuerdo —dijo el sheriff Dowling—. Y dos de ellos se cometieron en el Condado de Santa Clara, de modo que es esa la jurisdicción más apropiada.

Pasaron las siguientes dos horas analizando los méritos de sus respectivas posiciones y, al final, se decidió que el juicio por los homicidios de Dennis Tibble, Richard Melton y el detective Sam Blake se realizaría en la Sala de Justicia de San José. Convinieron en que el de los asesinatos que tuvieron lugar en Bedford y Quebec quedaría a la espera.

El día del procesamiento, David permaneció de pie junto a Ashley.

El juez del estrado dijo:

—¿Cómo se declara?

—Inocente e inocente por insania.

El juez asintió.

—Muy bien.

—Su Señoría, solicitamos que fije una fianza.

El abogado de la oficina del fiscal interrumpió.

—Su Señoría, nos oponemos con firmeza. Sobre la acusada hay una acusación de haber cometido tres asesinatos salvajes y enfrenta la pena de muerte. Si se le diera esa oportunidad, ella huiría del país.

—Eso no es verdad —dijo David—. No hay…

El juez lo interrumpió.

—He revisado el legajo y la petición del fiscal de que no se le fije fianza. La fianza no ha lugar. Este caso es asignado a la jueza Williams. La acusada quedará detenida en la Cárcel de Condado de Santa Clara hasta el juicio.

David suspiró.

—Sí, Su Señoría. —Volvió junto a Ashley—. No se preocupe. Todo saldrá bien. Recuerde que usted no es culpable.

Cuando David volvió a la oficina, Sandra dijo:

—¿Viste los titulares de los periódicos? Los pasquines de la prensa amarilla llaman a Ashley «La Perra Carnicera». En televisión no se habla de otra cosa.

—Sabíamos que esto sería duro —dijo David—. Y es sólo el comienzo. Pongamos manos a la obra.

Faltaban ocho semanas para el juicio.

En las siguientes ocho semanas reinó una actividad febril. David y Sandra trabajaban todo el día y hasta altas horas de la noche buceando en transcripciones de juicios de acusados con trastorno de personalidad múltiple. Había decenas de casos. Las distintas personas acusadas habían sido juzgadas por homicidio, violación, robo, tráfico de drogas, incendio intencional… Algunas fueron condenadas y otras, declaradas inocentes.

—Conseguiremos que a Ashley la declaren inocente —le dijo David a Sandra.

Sandra hizo una lista de los testigos potenciales y los llamó por teléfono.

—Doctor Nakamoto, estoy trabajando para David Singer. Tengo entendido que usted testificó en El Estado de Oregon contra Bohannan. El doctor Singer representa a Ashley Patterson… ¿Sí, lo hizo? Sí. Bueno, nos gustaría que viniera a San José a prestar testimonio a favor de ella…

—Doctor Booth, lo llamo de la oficina de David Singer, quien defenderá a Ashley Patterson. Usted fue testigo en el caso Dickerson. Nos interesa su testimonio experto… Nos gustaría que viniera a San José y testificara a favor de la señorita Patterson. Necesitamos su experiencia…

—Doctor Jameson, le habla Sandra Singer. Necesitamos que venga a …

Y así siguieron los llamados, desde la mañana hasta la medianoche. Por último, Sandra logró reunir una lista de una docena de testigos. David la estudió y dijo:

—Muy impresionante. Doctores en medicina, un decano… integrantes del directorio de facultades de derecho. Miró a Sandra y sonrió. —Creo que nuestras perspectivas son buenas.

Cada tanto, Jesse Quiller entraba en la oficina utilizada por David.

—¿Cómo vas? —preguntaba—. ¿Puedo hacer algo para ayudarte?

—Estoy muy bien.

Quiller paseó la vista por la habitación.

—¿Tienes todo lo que necesitas?

David sonrió.

—Todo, incluyendo mi mejor amigo.

Cierto lunes por la mañana, el día anterior a que David le enviara a Brennan los documentos y elementos de la defensa, recibió un paquete del fiscal en el que figuraban los de la acusación. Al leer todo, a David se le cayó el alma a los pies.

Sandra lo observaba, preocupada:

—¿Qué ocurre?

—Mira esto. Llamará a muchos conocidos e importantes expertos médicos para que presten testimonio contra el trastorno de personalidad múltiple.

—¿Cómo manejarás eso? —preguntó Sandra.

—Admitiremos que Ashley, estuvo en el lugar donde se cometieron los homicidios, pero que quien los cometió fue un alter ego. —¿Podré persuadir al Jurado de que lo crea?

Cinco días antes de] comienzo del juicio, a David lo llamaron por teléfono para decirle que la jueza Williams deseaba reunirse con él.

David entró en la oficina de Jesse Quiller.

—Jesse, ¿qué puedes decirme sobre la jueza Williams?

Jesse Quiller se echó hacia atrás en su sillón y entrelazó las manos detrás de la cabeza.

—Tessa Williams… ¿Alguna vez fuiste Boy Scout, David?

—Sí…

—¿Recuerdas su lema… «siempre listos»?

—Por supuesto.

—Cuando entres en la sala de Tessa Williams, te aconsejo que estés preparado. Es una mujer brillante. Llegó adonde está por el camino difícil. Sus padres eran aparceros en Mississippi. Ella realizó sus estudios terciarios con una beca, y los habitantes de su ciudad natal estaban tan orgullosos de ella que reunieron el dinero necesario para costearle la facultad de derecho. Se rumorea que ella rechazó un cargo importante en Washington porque le gusta el lugar donde está. Es toda una leyenda.

—Interesante —dijo David.

—¿El juicio se llevará a cabo en el Condado de Santa Clara?

—Sí, el fiscal será mi viejo amigo Bremiari.

—Háblame de él.

—Es un irlandés combativo, duro por fuera ‘y por dentro. Brennan pertenece a una larga línea de triunfadores. Su padre dirige una importante firma editora, su madre es médica, su hermana es profesora de nivel terciario. Brennan era un astro de fútbol en su época de college y ‘fue el estudiante más destacado de su curso de derecho. —Se inclinó hacia adelante—. Es un hombre muy capaz, David. Cuídate de él. Su estrategia es desacreditar a los testigos y después prepararse para dar la estocada final. ¿Para qué quiere verte la Jueza Williams?

—No tengo idea. La persona que llamó sólo dijo que quería hablar conmigo del caso Patterson. —Jesse Quiller frunció el entrecejo.

—Es algo nada usual. ¿Cuándo te reunirás con ella?

—El miércoles por la mañana.

—Cuídate las espaldas.

—Gracias, Jesse. Lo haré.

El Palacio de Tribunales del Condado de Santa Clara es un edificio blanco de cuatro plantas ubicado en la calle North First. Justo a la entrada hay un escritorio atendido por un guardia uniformado, un detector de metales, una barandilla y un ascensor. En el edificio hay siete salas de audiencias, cada una presidida por un juez y su personal.

A las diez de la mañana del miércoles, David Singer fue conducido al despacho de la jueza Tessa Williams. En la habitación estaba con ella Mickey Brennan. El principal querellante de la oficina del Fiscal de Distrito tenía algo más de cincuenta años y era un hombre bajo y fornido con un leve acento irlandés. Tessa Williams tenía cerca de cincuenta años, y era una delgada y atractiva mujer afronorteamericana con modales algo autoritarios.

—Buenos días, doctor Singer. Soy la jueza Williams y este es el doctor Brennan.

Los dos hombres se estrecharon la mano.

—Tome asiento, doctor Singer. Quiero hablar sobre el caso Patterson. Según los registros, usted alegó por ella inocente e inocente por insania. ¿Es así?

—Sí, Su Señoría.

La jueza Williams dijo:

—Los reuní a los dos aquí porque creo que podemos ganar mucho tiempo y ahorrarle al Estado muchos gastos. Por lo general estoy en contra de las negociaciones entre el fiscal y el defensor, pero en este caso creo que está justificado.

David la escuchaba, desconcertado. La jueza se dirigió a Brennan.

—Leí la transcripción de la audiencia preliminar, y no veo ninguna razón para que este caso vaya a juicio. Me gustaría que el Estado renuncie a la pena de muerte y acepte un alegato de culpabilidad sin posibilidad de libertad condicional.

David dijo:

—Un momento. ¡Eso es inaceptable!

Los dos giraron la cabeza para mirarlo.

—Doctor Singer…

—Mi cliente es inocente. Ashley Patterson se sometió a un detector de mentiras que prueba que…

—Eso no prueba nada y no es admisible en un juzgado. Debido a toda la publicidad, este será un juicio prolongado y bastante caótico.

—Estoy seguro de que…

—Yo he practicado derecho mucho tiempo, doctor Singer, y conozco toda la variedad de alegatos legales. He oído alegatos de autodefensa, un alegato aceptable; de homicidio por insania transitoria, también un alegato razonable; de responsabilidad penal restringida por deficiencias mentales… Pero le diré en qué clase de alegato no creo, doctor: «Soy inocente porque yo no cometí el asesinato, lo hizo mi alter ego». Para emplear un término que tal vez no pueda encontrar en Blackstone, es un soberano disparate. Su cliente cometió los asesinatos o no los cometió. Si usted cambia su alegato a culpable podríamos ahorrarnos mucho…

—No, Su Señoría, no lo haré.

La jueza Williams observó un momento a David.

—Es usted muy empecinado. A muchas personas, esa cualidad les parece admirable. —Se inclinó hacia adelante en su asiento—. A mí, no.

—Su Señoría…

—Nos está obligando a un juicio que durará por lo menos tres meses… o quizá más.

Brennan asintió.

—Estoy de acuerdo.

—Lamento que usted crea que…

—Doctor Singer, estoy aquí para hacerle un favor. Si sometemos a juicio a su cliente, ella morirá.

—¡Un momento! Usted está prejuzgando este caso sin…

—¿Prejuzgando? ¿Ha visto usted las pruebas?

—Sí, yo…

—Por el amor de Dios, doctor, el ADN de Ashley Patterson y sus huellas dactilares están en cada una de las escenas del crimen. Nunca vi un caso tan inequívoco de culpabilidad. Si insiste en seguir adelante con esto, podría convertirse en un circo. Pues bien, no permitiré que eso suceda. No me gustan los circos en mi juzgado. Terminemos aquí y ahora con este caso. Se lo preguntaré una vez más: ¿pedirá para su cliente una sentencia de cadena perpetua sin libertad condicional?

David se plantó en sus trece:

—No.

Ella lo fulminó con la mirada.

—Bien. Lo veré la semana próxima.

Acababa de hacerse de una enemiga.