CAPÍTULO 12

EN la Cárcel del Condado de Santa Clara, Ashley Patterson estaba sentada en su celda, demasiado traumatizada para encontrarle sentido a lo que le ocurría. La alegraba estar en la cárcel porque los barrotes la mantendrían a salvo de quienquiera le estaba haciendo eso a ella. Se envolvió la celda alrededor de ella como una manta y trató de apartar de su mente las cosas espantosas e inexplicables que le estaban sucediendo. Toda su vida se había convertido en una horrenda pesadilla. Ashley evocó los misteriosos sucesos de los últimos tiempos: que alguien hubiera entrado en su departamento y le hubiera hecho jugarretas… el viaje a Chicago… lo que apareció escrito en el espejo del baño… y ahora, la policía que la acusaba de hechos inconfesables sobre los que ella no sabía nada. Había una terrible conspiración contra ella, pero no tenía idea de quién era su autor ni cuáles eran sus motivos.

Temprano esa mañana, uno de los guardias se acercó, a la celda de Ashley.

—Tiene visita.

El guardia condujo a Ashley a la sala de visitas, donde su padre la aguardaba.

Él se quedó allí de pie, mirándola con expresión apenada.

—Querida, no sé qué decirte.

Ashley le susurró:

—Yo no hice ninguna de las cosas horribles de que me acusan.

—Ya lo sé. Alguien ha cometido una tremenda equivocación, pero ya lo solucionaremos.

Ashley miró a su padre y se preguntó cómo había podido en algún momento pensar que él era culpable.

—… no te preocupes —le estaba diciendo—. Todo estará bien. Te conseguiré un abogado. David Singer. Es uno de los jóvenes más brillantes que conozco. Él vendrá a verte. Quiero que le cuentes todo.

Ashley lo miró y dijo:

—Papá, yo no sé qué decirle. No sé qué está sucediendo.

—Ya llegaremos al fondo de esto, querida. No permitiré que nadie te lastime. ¡Nadie! ¡Nunca! Significas demasiado para mí. Eres todo lo que tengo, querida.

—Y tú eres lo único que tengo yo —le susurró Ashley.

El padre de Ashley se quedó allí otra hora. Cuando se fue, el mundo de su hija se redujo a la pequeña celda en que estaba confinada. Se acostó en el catre y se obligó a no pensar en nada. Esto terminará pronto y descubriré que sólo fue un sueño… Sólo un sueño… Sólo un sueño… Y se quedó dormida.

La voz de un guardia la despertó.

—Tiene una visita.

La llevaron a la sala de visitas y Shane Miller se encontraba allí, esperando.

Se puso de pie cuando Ashley entró.

—Ashley…

Su corazón comenzó a golpearle en el pecho.

—Oh, Shane… —Jamás se había alegrado tanto de ver a alguien.

De alguna manera, sabía que él vendría y la liberaría, que él arreglaría todo para que la soltaran.

—Shane, ¡cuánto me alegro de verte!

—Y yo me alegro de verte a ti —dijo Shane con incomodidad.

Paseó la vista por esa triste sala de visitas.

—Aunque debo confesar que no en estas circunstancias. Cuando me enteré de la noticia, yo… yo no pude creerlo. ¿Qué ocurrió? ¿Qué te movió a hacerlo, Ashley?

El color desapareció lentamente del rostro de Ashley.

—¿Qué me movió a…? ¿Tú crees que yo…?

—No importa —se apresuró a decir Shane—. No digas nada más. Sólo tendrías que hablar con tu abogado.

Ashley permaneció allí de pie, mirándolo fijo. Él la creía culpable.

—¿Para qué viniste?

—Bueno, detesto tener que hacer esto ahora, en estas circunstancias, pero… bueno, la compañía prescinde de tus servicios. Quiero decir, como es natural, no podemos darnos el lujo de estar relacionados con algo como esto. Ya es bastante malo que los periódicos hayan mencionado que trabajas para Global. Lo entiendes, ¿verdad que sí? En esto no hay nada personal.

Mientras conducía el auto hacia San José, David Singer decidió qué le diría a Ashley Patterson. Primero trataría de averiguar todo lo posible de labios de ella, y después le pasaría la información a Jesse Quiller, uno de los mejores penalistas del país. Si alguien podía ayudar a Ashley, ese era Jesse.

Condujeron a David a la oficina del sheriff Dowling. Él le entregó su tarjeta al sheriff.

—Soy abogado. Estoy aquí para ver a Ashley Patterson y…

—Lo está esperando.

David lo miró, sorprendido.

—¿Ah, sí?

—Sí. —El sheriff Dowling miró a un asistente y le hizo señas con la cabeza.

El asistente le dijo a David:

—Por aquí.

Condujo a David a la sala de visitantes y algunos minutos después trajeron a Ashley de su celda.

Ashley Patterson fue una total sorpresa para David. La había visto una vez, años antes, cuando él estaba en la facultad de derecho y ella conducía el auto de su padre. Le había parecido a David una joven atractiva e inteligente. Ahora, en cambio, estaba frente a una mujer joven y hermosa con miedo en la mirada. Ella se sentó frente a él.

—Hola, Ashley. Soy David Singer.

—Mi padre me avisó que vendría —dijo ella con voz temblorosa.

—Sólo vine a hacerle algunas preguntas.

Ella asintió.

—Antes quiero que sepa que cualquier cosa que me diga será confidencial. Quedará sólo entre nosotros dos. Pero necesito conocer la verdad. —Vaciló.

No había pensado llegar tan lejos, pero quería estar en condiciones de darle a Jesse Quiller la mayor cantidad de información posible a fin de persuadirlo de que tomara el caso.

—¿Mató usted a esos hombres?

—¡No! —en la voz de Ashley hubo convicción—. ¡Soy inocente!

David sacó una hoja de papel del bolsillo y lo miró.

—¿Conocía usted a Jim Cleary?

—Sí. Nosotros… íbamos a casarnos. Yo no tenía ningún motivo para lastimar a Jim. Lo amaba.

David observó un momento a Ashley y después volvió a concentrarse en el papel.

—¿Qué me dice de Dennis Tibble?

—Dennis trabajaba en la misma compañía que yo. Lo vi la noche en que lo mataron, pero yo no tuve nada que ver con eso. Estaba en Chicago.

David observaba el rostro de Ashley.

—Tiene que creerme. Yo no tenía ninguna razón para matarlo.

David dijo:

—Está bien. —Volvió a mirar el papel—. ¿Cuál fue su relación con Jean Claude Parent?

—La policía me preguntó sobre él. Jamás lo oí nombrar. ¿Cómo podría haberlo matado si ni siquiera lo conocía? —Miró a David con expresión de súplica—. ¿No lo entiende? Tienen a la persona equivocada. Arrestaron a la persona equivocada. —Comenzó a llorar—. Yo no maté a nadie.

—¿Y Richard Melton?

—Tampoco sé quién es.

David aguardó a que Ashley se tranquilizara.

—¿Y qué me dice del detective Blake?

Ashley sacudió la cabeza.

—El detective Blake se quedó esa noche en mi departamento para protegerme. Alguien me había estado siguiendo y amenazando. Yo dormí en mi habitación y él, en el sofá del living. Ellos… ellos encontraron su cuerpo en el callejón. —Le temblaban los labios—. ¿Por qué habría yo de matarlo? ¡Si me estaba ayudando!

David estudiaba a Ashley, intrigado. Hay algo que está muy mal, pensó. Ella me está diciendo la verdad o es una actriz excelente. Se puso de pie.

—Volveré en un momento. Quiero hablar con el sheriff.

Dos minutos después estaba en la oficina del sheriff.

—¿Y bien? ¿Habló con ella? —preguntó el sheriff Dowling.

—Sí. Y opino que usted está en aprietos, sheriff.

—¿Qué quiere decir, abogado?

—Significa que tal vez se apuró demasiado en hacer el arresto. Ashley Patterson ni siquiera conoce a dos de las personas de cuyo homicidio la acusan.

Una leve sonrisa se dibujó en los labios del sheriff Dowling.

—¿Así que lo engañó? A nosotros también.

—¿A qué se refiere?

—Se lo mostraré.

Abrió una carpeta que tenía sobre el escritorio y le entregó a David unos papeles.

—Estas son copias de informes del forense, del FBI, el resultado de un análisis de ADN e informes de Interpol sobre los cinco hombres que fueron asesinados y castrados. Cada víctima tuvo relaciones sexuales con una mujer antes de ser asesinado. Había restos de fluido vaginal y huellas dactilares en cada una de las escenas del crimen. Se suponía que había tres mujeres distintas involucradas. Pues bien, el FBI cotejó todas estas pruebas, y, ¿a que no sabe qué se descubrió? Que las tres mujeres eran Ashley Patterson. SU ADN y sus huellas dactilares son positivas en cada uno de los homicidios.

David lo miró con incredulidad.

—¿Está… está seguro?

—Sí. A menos que piense que Interpol, el FBI y las oficinas de cinco forenses diferentes se proponen inculpar a su cliente. Está todo allí, doctor. Uno de los hombres que ella mató era mi cuñado. Ashley Patterson será juzgada por homicidio en primer grado, y la condenarán. ¿Alguna otra cosa?

—Sí. —David hizo una inspiración profunda—. Me gustaría ver de nuevo a Ashley Patterson.

Volvieron a conducirla a la sala de visitas. Cuando ella entró, David le preguntó con furia:

—¿Por qué me mintió?

—¿Qué? Yo no le mentí. Soy inocente. Yo…

—Tienen suficientes pruebas contra usted para incinerarla una docena de veces. Le dije que quería la verdad.

Ashley lo miró durante un minuto y, cuando habló, dijo en voz muy baja:

—Le dije la verdad. Es todo lo que puedo decirle.

Al escucharla, David pensó: Realmente cree lo que está diciendo. Está completamente loca. ¿Qué le diré a Jesse Quiller?

—¿Vería usted a un psiquiatra?

—No… sí. Si quiere que lo haga.

—Haré los arreglos necesarios.

Camino de vuelta a San Francisco, David pensó: Yo cumplí con mi parte del trato. Hablé con Ashley. Si ella realmente cree que dice la verdad, entonces está loca. Le conseguiré a Jesse, quien alegará insania, y eso será el fin de todo.

Compadeció de veras a Steven Patterson.

En el San Francisco Memorial Hospital, el doctor Patterson recibía las condolencias de sus colegas.

—Es una verdadera vergüenza, Steven. No te mereces una cosa así…

—Esto debe de ser un gran peso para ti. Si hay algo que yo pueda hacer…

—No sé qué le pasa a la gente joven en la actualidad. Ashley siempre me parecía tan normal…

Y detrás de cada expresión de condolencia estaba este pensamiento: Gracias a Dios que no es mi hija.

Cuando David regresó a la firma, enseguida fue a ver a Joseph Kincaid.

Kincaid levantó la vista y dijo:

—Bueno, son más de las cinco, David, pero te esperé. ¿Viste a la hija del doctor Patterson?

—Sí, estuve con ella.

—¿Y encontraste un abogado que la defienda?

David vaciló.

—No todavía, Joseph. He arreglado que un psiquiatra la vea. Por la mañana volveré a hablar con ella.

Joseph Kincaid miró a David, desconcertado:

—¿Ah, sí? Francamente, me sorprende que te estés involucrando tanto. Como es natural, no podemos permitir que esta firma se vea envuelta en algo tan desagradable como será ese juicio.

—Yo no estoy realmente involucrado, Joseph. Es sólo que le debo mucho a su padre. Le hice una promesa.

—¿No hay nada por escrito?

—No.

—¿Es sólo una obligación moral?

David lo observó un momento, comenzó a decir algo, pero se frenó.

—Sí, es sólo una obligación moral.

—Bueno, cuando hayas terminado con la señorita Patterson, vuelve aquí y hablaremos.

Ni una palabra de hacerlo socio de la firma.

Cuando David llegó a su casa esa tarde, el departamento se encontraba a oscuras.

—¿Sandra? No hubo respuesta.

Cuando David estaba por encender la llave de luz del pasillo, Sandra apareció de pronto de la cocina con una torta con velas.

—¡Sorpresa! Esto es una celebración… —Vio la expresión de David y calló—. ¿Ocurre algo, querido? ¿No te nombraron socio? ¿Le dieron el puesto a otra persona?

—No, no —dijo él para tranquilizarla—. Está todo bien.

Sandra puso la torta sobre la mesa y se le acercó.

—Sí, algo sucede.

—Es sólo que hubo una… bueno, una demora.

—¿No era hoy tu reunión con Joseph Kincaid?

—Sí. Siéntate, querida. Tenemos que hablar. Se sentaron en el sofá y David dijo: —Surgió algo inesperado. Steven Patterson vino a verme esta mañana.

—¿Ah, sí? ¿Sobre qué?

—Quiere que yo defienda a su hija.

Sandra lo miró, atónita.

—Pero, David… tú no eres…

—Ya lo sé. Traté de decírselo. Pero, por otra parte, sí he practicado derecho penal.

—Pero ya no lo haces. ¿Le dijiste que estás a punto de convertirte en socio de tu firma?

—No. Se mostró muy insistente en el sentido de que yo era el único capaz de defender a su hija. No tiene sentido, desde luego. Traté de sugerirle que contratara a Jesse Quiller, pero no quiso escucharme.

—Pues tendrá que conseguir a otra persona.

—Por supuesto. Le prometí hablar con su hija y lo hice.

Sandra se echó hacia atrás en el sofá.

—¿El señor Kincaid está enterado de todo esto?

—Sí. Se lo dije. No se mostró demasiado complacido. —Imitó la voz de Kincaid—: «Como es natural, no podemos permitir que esta firma se vea envuelta en algo tan desagradable como será ese juicio».

—¿Cómo es la hija del doctor Patterson?

—Está completamente chiflada.

—¿Por qué lo dices?

—Porque se cree inocente.

—¿Y eso no es posible?

—El sheriff de Cupertino me mostró su prontuario. SU ADN y sus huellas dactilares están en todas las escenas del crimen.

—¿Qué harás ahora?

—Llamé a Royce Salem. Es un psiquiatra que con frecuencia es consultado por la oficina de Jesse Quiller. Haré que examine a Ashley y que le entregue el informe a su padre. El doctor Patterson puede consultar a otro psiquiatra si lo desea, o pasarle el informe al abogado que manejará el caso.

—Entiendo. —Sandra estudió el rostro atribulado de su marido—. ¿El señor Kincaid te habló de hacerte socio, David?

Él sacudió la cabeza.

—No.

Sandra dijo, con tono animado:

—Lo hará. Mañana será otro día.

El doctor Royce Salem era un hombre alto y delgado con una barba igual a la de Sigmund Freud.

Tal vez es sólo una coincidencia, se dijo David. Seguramente no trata de parecerse a Freud.

—Jesse habla con frecuencia de usted —dijo el doctor Salem—. Le tiene mucho aprecio.

—Yo también lo estimo mucho, doctor Salem.

—El caso Patterson suena muy interesante. Obviamente es obra de una psicópata. ¿Planea usted alegar insania?

—De hecho —dijo David—, yo no estoy manejando el caso. Antes de conseguirle un abogado a la acusada, me gustaría tener una evaluación de su estado mental. —David le hizo al doctor Salem un breve resumen de los hechos que él conocía—. Ella asegura ser inocente, pero las pruebas demuestran que cometió los asesinatos.

—Bueno, echémosle entonces una mirada a la psiquis de la señora, ¿sí?

La sesión de hipnoterapia tendría lugar en una sala de interrogatorios de la Cárcel del Condado de Santa Clara. Los únicos muebles que había en la habitación era una mesa rectangular de madera y cuatro sillas, también de madera.

Ashley, pálida y Ojerosa, fue conducida a la sala por una guardiana.

—Esperaré afuera —dijo esta y se alejó.

David dijo:

—Ashley, este es el doctor Salem. Ashley Patterson.

El doctor Salem dijo:

—Hola, Ashley.

Ella permaneció allí de pie, mirando nerviosamente a uno y a otro, sin hablar. David tuvo la sensación de que estaba a punto de huir de la habitación.

—El doctor Singer me dice que usted no tiene inconveniente en que la hipnoticen.

Silencio.

El doctor Salem continuó:

—¿Me permite que la hipnotice, Ashley?

Ashley cerró los ojos un segundo y asintió.

—Sí.

—¿Por qué no empezamos, entonces?

—Bueno, me voy —dijo David—. Si…

—Un momento. —El doctor Salem se acercó a David—. Quiero que se quede.

David tuvo que permanecer allí, frustrado. Ahora lamentaba haber llegado tan lejos. Pero no participaré más en esto, decidió. Aquí terminará todo.

—Está bien —dijo David de mala gana.

Estaba ansioso por terminar para poder regresar a la oficina. No hacía más que pensar en la reunión con Kincaid.

El doctor Salem le dijo a Ashley:

—¿Por qué no se sienta en esta silla?

Ashley lo hizo.

—¿Alguna vez la hipnotizaron, Ashley?

Ella vaciló un instante y después sacudió la cabeza.

—No.

—Es muy sencillo. Lo único que tiene que hacer es distenderse y escuchar el sonido de mi voz. No debe preocuparse por nada. Nadie la lastimará. Sienta cómo se relajan sus músculos. Así. Aflójese y sienta como los ojos comienzan a pesarle. Ha tenido que pasar por momentos muy difíciles. Su cuerpo está cansado, muy cansado, muy cansado. Lo único que desea es dormir. Cierre los ojos y distiéndase. Siente sueño, mucho sueño…

Le llevó cinco minutos hipnotizarla del todo. El doctor Salem se acercó a Ashley.

—Ashley, ¿sabe dónde está?

—Sí. Estoy en la cárcel. —Su voz sonaba hueca, como si procediera de muy lejos.

—¿Sabe por qué está en la cárcel?

—La gente cree que hice algo malo.

—¿Y es verdad? ¿Hizo algo malo?

—No.

—Ashley, ¿mató usted a alguien?

—No.

David miró al doctor Salem, sorprendido. ¿No se suponía que las personas decían la verdad cuando estaban hipnotizadas?

—¿Tiene idea de quién puede haber cometido esos asesinatos?

De pronto el rostro de Ashley se distorsionó y ella comenzó a respirar con fuerza, en jadeos cortos. Los dos hombres observaron, atónitos, cómo se iba transformando: sus labios se apretaron y sus facciones cambiaron. Se sentó muy derecha y en su cara apareció una nueva vitalidad. Abrió los ojos y los tenía muy brillantes. Fue una transformación increíble. En forma sorprendente, comenzó a cantar con una voz sensual y acento inglés:

Half a pound of tupenny rice,

Half a pound of treacle,

Mix it up and make it nice.

Pop!, goes the weasel.

David escuchó con incredulidad. ¿A quién cree que engaña? Está fingiendo ser otra persona.

—Quiero hacerle algunas preguntas más, Ashley.

Ella sacudió la cabeza y dijo, con acento inglés:

—Yo no soy Ashley.

El doctor Salem miró a David y después a Ashley.

—Si usted no es Ashley, ¿quién es?

—Soy Toni. Toni Prescott.

Y Ashley está haciendo esto con cara de palo, pensó David. ¿Durante cuánto tiempo seguirá con esta estúpida farsa? Sin duda quería ganar tiempo.

—Ashley —dijo el doctor Salem.

—Toni.

Por lo visto, está decidida a continuar con esto, pensó David.

—Muy bien, Toni. Lo que quisiera es…

—Le diré qué quiero yo. Quiero salir de este maldito lugar. ¿Usted puede sacarnos de aquí?

—Depende —contestó el doctor Salem—. ¿Qué sabe usted de… esos asesinatos por los que la Señorita Mojigata está aquí? Puedo decirle cosas que…

De pronto la expresión de Ashley comenzó a cambiar de nuevo. Mientras la miraban, pareció encogerse en la silla y su rostro se suavizó y pasó por una increíble metamorfosis hasta adoptar una personalidad completamente diferente.

Con voz muy suave y acento italiano dijo:

—Toni, no digas más, per piacere.

David observaba todo esto, estupefacto.

—¿Toni? —preguntó el doctor Salem y se le acercó.

La voz suave dijo:

—Lamento la interrupción, doctor Salem.

El doctor Salem preguntó:

—¿Quién eres?

—Soy Alette. Alette Peters.

No es una actuación, pensó David. Es real. Miró al doctor Salem.

El doctor Salem dijo:

—Son alter egos.

David se quedó mirándolo, totalmente confundido.

—¿Son qué?

—Se lo explicaré después. —El doctor Salem volvió a concentrarse en Ashley—. Ashley… quiero decir, Alette… ¿Cuántas son ustedes?

—Además de Ashley, sólo Toni y yo —respondió Alette.

—Tienes acento italiano.

—Sí. Nací en Roma. ¿Estuvo alguna vez en Roma?

—No, nunca estuve en Roma.

No puedo creer que esté oyendo esta conversación, pensó David.

—E molto bella.

—Estoy seguro de que sí. ¿Conoces a Toni?

—Sí, naturalmente. —Ella tiene acento inglés.

—Toni nació en Londres.

—Correcto. Alette, quiero preguntarte por estos asesinatos. ¿Tienes alguna idea de quién…?

Y David y el doctor Salem vieron cómo la cara y la personalidad de Ashley volvió a cambiar delante de sus ojos. Sin necesidad de que dijera nada, supieron que se había transformado en Toni.

—Está perdiendo el tiempo con ella, querido.

Allí estaba el acento inglés.

—Alette no sabe nada. Le conviene más hablar conmigo.

—Está bien, Toni. Hablaré contigo. Tengo algunas preguntas para ti.

—Estoy segura de que sí, pero estoy cansada. —Bostezó—. La Señorita Mojigata nos tuvo despiertas toda la noche. Necesito dormir.

—Ahora no, Toni. Escúchame. Tienes que ayudarnos a…

El rostro de ella se endureció.

—¿Por qué tengo que ayudarlo? ¿Qué hizo por Alette o por mí la Señorita Mojigata? Lo único que sabe hacer es impedir que nos divirtamos. Pues bien, estoy cansada de eso y harta de ella. ¿Me ha oído? —Gritaba y tenía el rostro desfigurado.

El doctor Salem dijo:

—La sacaré de ese estado.

David transpiraba.

—Sí.

El doctor Salem se inclinó sobre Ashley.

—Ashley… Ashley… Está todo bien. Ahora cierre los ojos. Los siente muy pesados, muy pesados. Está completamente distendida. Ashley, su mente está en paz. Su cuerpo está relajado. Despertará completamente relajada cuando yo cuente hasta cinco. Uno… —Miró a David Y después a Ashley—. Dos…

Ashley comenzó a moverse. Vieron que su expresión empezaba a cambiar.

—Tres…

Su rostro se suavizó.

—Cuatro…

Se dieron cuenta de que regresaba, y fue una sensación extraña.

—Cinco.

Ashley abrió los ojos. Paseó la vista por la habitación.

—Me siento… ¿estuve dormida?

David la miraba fijo, consternado.

—Sí —respondió el doctor Salem.

Ashley miró a David.

—¿Dije algo? Quiero decir… ¿sirvió para algo?

Dios mío, pensó David. ¡Ella no lo sabe! ¡Realmente no lo sabe! David dijo:

—Estuvo muy bien, Ashley. Me gustaría hablar con el doctor Salem a solas.

—Está bien.

—La veré más tarde.

Los hombres se quedaron allí y observaron que la guardiana se llevaba a Ashley.

David se desplomó en una silla.

—¿Qué demonios fue eso?

El doctor Salem respiró hondo.

—En todos mis años de práctica profesional, jamás vi un caso tan claro.

—¿Un caso de qué? ¿Qué fue eso?

—¿Alguna vez oyó hablar del trastorno de personalidad múltiple?

—¿Qué es?

—Es un trastorno en el que en un cuerpo existen varias personalidades completamente diferentes. Se lo conoce también como trastorno disociativo de la identidad. Figura en la literatura psiquiátrica desde hace más de doscientos años. Por lo general se inicia con un trauma infantil. La víctima niega ese trauma creando otra identidad. A veces una persona puede tener decenas de personalidades o alter egos diferentes.

—¿Y están enteradas de que las tienen?

—A veces, sí. Otras, no. Toni y Alette se conocen mutuamente. Es obvio, en cambio, que Ashley las ignora. Los alter egos se crean porque la persona no puede tolerar el dolor del trauma. Es una forma de huida. Cada nuevo trauma puede dar nacimiento a un nuevo alter ego. La literatura psiquiátrica sobre el tema muestra que los alter egos pueden ser completamente diferentes entre sí. Algunos son estúpidos, mientras que otros son brillantes. Pueden hablar diferentes idiomas y tener gustos distintos y personalidades diversas.

—¿En qué medida es común este trastorno?

—Algunos estudios sugieren que el uno por ciento de la población total sufre el trastorno de personalidad múltiple, y que hasta un veinte por ciento de todos los pacientes de psiquiátricos lo padecen.

David dijo:

—Pero Ashley parece tan normal y…

—Las personas con ese trastorno son normales… hasta que un alter ego toma el mando. La persona puede tener un empleo, formar una familia y llevar una existencia perfectamente ordenada, pero en cualquier momento un alter ego puede controlar su vida; puede hacerlo durante una hora, un día o varias semanas, y entonces el paciente sufre una fuga, una pérdida de la memoria y de la noción del tiempo durante el período en que eso ocurre.

—¿De modo que Ashley puede no tener ninguna idea de lo que el alter ego hace?

—Así es.

David lo escuchaba, hechizado.

—El caso más famoso de trastorno de personalidad múltiple fue Bridie Murphy. Es lo que atrajo la atención del público sobre el tema. Desde entonces se han producido infinidad de casos, pero ninguno tan espectacular ni tan publicitado.

—Parece increíble.

—Es un tema que me fascina desde hace mucho tiempo. Existen ciertas pautas que casi nunca cambian. Por ejemplo, con frecuencia los alter egos utilizan las mismas iniciales que su huésped: Ashley Patterson… Alette Peters… Toni Prescott.

—¿Toni…? —comenzó a preguntar David. Pero de pronto comprendió—. ¿Antoinette?

—Sí. En cierto sentido, todos tenemos alter egos o personalidades múltiples. Una persona bondadosa puede cometer actos de crueldad. Las personas crueles pueden hacer cosas bondadosas. No hay límite para el increíble espectro de las emociones humanas. Dr. Jekyll y Mr. Hyde son ficción, pero se basan en los hechos.

David pensaba a toda velocidad.

—Si Ashley cometió los homicidios…

—No tendría conciencia de ello. Lo hizo alguno de sus alter egos.

—¡Dios mío! ¿Cómo podría yo explicar eso en un juzgado?

El doctor Salem miró a David con curiosidad.

—Creí que usted no se encargaría de su defensa.

David sacudió la cabeza.

—Y es así. Quiero decir, no lo sé. En este momento creo que hasta yo mismo soy una personalidad múltiple. —David calló por un momento—. ¿Esto se cura?

—Con frecuencia, sí.

—Y si no es posible curarlo, ¿qué ocurre?

Se hizo una breve pausa.

—El porcentaje de suicidios es bastante alto.

—¿Y Ashley no sabe nada de esto?

—No.

—¿Usted se lo explicará?

—Sí, por supuesto.

—¡No! —era un grito. Ella retrocedía hacia la pared de su celda, los Ojos llenos de terror—. ¡Usted miente! ¡No es verdad!

El doctor Salem dijo:

—Ashley, lo es. Tiene que enfrentarlo. Ya le expliqué que lo que sucedió no es su culpa. Yo…

—¡No se me acerque!

—Nadie la lastimará.

—Quiero morir. ¡Ayúdeme a morir! —Y comenzó a sollozar sin control.

El doctor Salem miró a la guardiana y le dijo:

—Será mejor que le administre un sedante. Y que la vigile bien para que no se suicide.

David llamó por teléfono al doctor Patterson.

—Tengo que hablar con usted.

—Estaba esperando tener noticias tuyas, David. ¿Viste a Ashley?

—Sí. ¿Podemos encontrarnos en alguna parte?

—Te esperaré en mi consultorio.

Mientras conducía el auto de regreso a San Francisco, David pensó: De ninguna manera puedo tomar este caso. Es mucho lo que tengo que perder.

Le encontraré un buen abogado penalista y eso será el final de mi participación en todo esto.

El doctor Patterson aguardaba a David en su consultorio.

—¿Hablaste con Ashley?

—Sí.

—¿Ella está bien?

¿Cómo hago para responder a esa pregunta? David respiró hondo.

—¿Alguna vez oyó hablar del trastorno de personalidad múltiple?

El doctor Patterson frunció el entrecejo.

—Vagamente… cuando una o más personalidades —o alter egos— existen en una persona y cada tanto toman el control de su vida sin que esa persona se dé cuenta. Su hija lo padece.

El doctor Patterson lo miraba con incredulidad.

—¿Qué? No puedo creerlo. ¿Estás seguro?

—Escuché a Ashley mientras el doctor Salem la tenía hipnotizada. Tiene dos alter egos. En distintos momentos se posesionan de ella. —Ahora David hablaba con más rapidez—. El sheriff me mostró las pruebas que tiene contra su hija. No cabe la menor duda de que ella cometió esos homicidios.

El doctor Patterson dijo:

—¡Dios mío! ¿Entonces ella es culpable?

—No. Porque no creo que tenga conciencia de que cometió esos asesinatos. Estaba bajo la influencia de uno de sus alter egos. Ashley no tenía ningún motivo para cometer esos homicidios. No tenía motivos y no estaba en control de sí misma. Creo que al Estado le resultará difícil probar un móvil o intención.

—Entonces tu defensa será que…

David lo hizo callar.

—YO no la defenderé. Le conseguiré a Jesse Quiller. Es un brillante abogado penalista. Yo solía trabajar con él, y es el mejor…

—No. —La voz del doctor Patterson fue dura—. Tú debes defender a Ashley.

David dijo, pacientemente:

—Usted no lo entiende. Yo no estoy capacitado para defenderla. Ella necesita…

—Ya te dije antes que eres el único en quien confío. Mi hija significa todo para mí. Y tú le salvarás la vida.

—No puedo. No estoy capacitado para…

—Por supuesto que sí. Eras penalista.

—Sí, pero yo…

—No aceptaré a nadie más.

Esto no tiene sentido, pensó David. Hizo un nuevo intento.

Quiller es el mejor…

El doctor Patterson se echó hacia adelante.

—David, la vida de tu madre significaba mucho para ti. La vida de Ashley significa mucho para mí. En una oportunidad tú me pediste que te ayudara y pusiste en mis manos la vida de tu madre. Ahora soy yo el que te pide ayuda y el que pone la vida de Ashley en tus manos. Quiero que defiendas a mi hija. Me lo debes.

No me quiere escuchar, pensó David con desesperación. ¿Qué le pasa? Una docena de objeciones desfilaron por la mente de David, pero todas se desvanecieron por culpa de esa frase: Me lo debes. David lo intentó por última vez.

—Doctor Patterson…

—¿Sí o no, David?