Cuando despertó, la casa estaba en llamas.
Al principio pensó que el sonido que escuchaba era la lluvia. El olor del humo le hizo reconocerlo como fuego. No había nadie con él. La habitación estaba a oscuras, y sólo tenía un recuerdo almacenado de Macy Wilson sentado junto a su cama, con un arma corta y gruesa sobre las rodillas. Una escopeta de dos cañones, de un tipo que Akin no había visto antes. Se había alzado e ido a investigar un extraño sonido, producido justo fuera de la casa. Akin rememoró su recuerdo del sonido…, aún dormido, había escuchado lo que probablemente no habría oído Macy. Gente susurrando:
—No viertas eso aquí. Échalo contra la pared, que ahí sí que hará efecto. Y también en el porche.
—Cállate. La gente de ahí dentro no son sordos.
Pisadas. Extrañamente tambaleantes.
—Ve a echar un poco bajo la ventana de ese bastardo, nena.
Pisadas acercándose a la ventana de Akin…, vacilantes, casi como si vinieran cayéndose. Y alguien cayó. Ése había sido el sonido que había escuchado Macy: un gruñido de dolor, y un cuerpo desplomándose pesadamente.
Akin supo todo esto en cuanto estuvo despierto. Y supo que la gente que había fuera había estado bebiendo. Uno de ellos era el hombre que había querido entrar a verle, a pesar de la oposición de Gabe.
La otra era Neci. Se había superado: de un intento de mutilación había pasado a un intento de asesinato.
¿Qué le había pasado a Macy? ¿Dónde estaban Tate y Gabe? ¿Cómo era que, haciendo el fuego tanto ruido y tanta luz, no despertaba a alguien? Ahora había subido hasta el exterior de una ventana y, como fuera que las ventanas estaban altas sobre tierra, el fuego que estaba viendo debía de estar devorando ya el suelo y la pared.
Comenzó a gritar el nombre de Tate, el nombre de Gabe. Ahora podía moverse un poco, pero no lo bastante como para servirle de nada.
Nadie acudió.
El fuego fue abriéndose paso hacia la habitación, provocando un humo asfixiante, hasta que Akin descubrió que podía respirar mejor si no lo hacía a través de la boca. Ahora, tenía en el cuello un sair, rodeado por gruesos y fuertes tentáculos sensoriales. Éstos se movieron automáticamente para filtrar el humo del aire que respiraba.
Pero todavía no llegaba nadie a ayudarle. Ardería. No tenía protección contra el fuego.
Moriría. Neci y su amigo destruirían las posibilidades humanas de tener un nuevo mundo, porque estaban borrachos y no sabían lo que se hacían.
Y él se acabaría.
Gritó y se ahogó, porque aún no sabía muy bien cómo hablar a través de un orificio que le era familiar y respirar a través de uno que no lo era.
¿Por qué le estaban dejando para que ardiese? La gente le oía. ¡Tenían que haberle oído! Y ahora los podía oír él…, corriendo, gritando, con sus sonidos fundiéndose con los chasquidos y rugidos del fuego.
Consiguió caer de la cama.
El golpe con el suelo no fue fuerte. Sus tentáculos sensores se protegieron automáticamente, aplastándose contra su cuerpo. Una vez estuvo en el suelo de madera, trató de rodar hacia la puerta.
Y entonces se detuvo, intentando comprender lo que le estaban diciendo sus sentidos: vibraciones. Alguien llegaba.
Alguien corría hacia la habitación en la que él se encontraba. Eran las pisadas de Gabe.
Gritó, esperando poder guiar al hombre a través del humo. Vio abrirse la puerta, notó manos sobre su cuerpo.
Con un esfuerzo que casi le resultó doloroso, Akin consiguió no hundir sus tentáculos sensoriales en la carne del hombre. El tacto de Gabe era casi una invitación de investigarlo con sus más desarrollados sentidos de adulto. Pero aquél no era el momento más adecuado: tenía que hacer lo imposible por no obstaculizar a Gabe.
Se obligó a sí mismo a convertirse en un objeto inanimado: como un saco de patatas que alguien se echa a las espaldas. Por una vez, le alegró ser bajito.
Gabe cayó en una ocasión, tosiendo, abrasado por el fuego. Dejó caer a Akin, lo recogió de nuevo, y otra vez se lo echó a la espalda.
La puerta delantera estaba bloqueada por cortinas de fuego. La trasera lo estaría enseguida. Gabe la abrió de un puntapié y corrió escaleras abajo, zambulléndose por un momento en las llamas. Se le prendió el cabello, y Akin le gritó que se lo apagase.
Gabe se detuvo en cuanto estuvo fuera de la casa, dejó caer a Akin por tierra y se desplomó, dándose manotazos para apagar el fuego que llevaba encima y tosiendo.
El árbol bajo el que se habían detenido se había prendido de las llamas de la casa. Tenían que moverse de nuevo, con rapidez, para evitar la caída de ramas ardientes. Una vez que Gabe hubo apagado sus propias llamas, tomó a Akin y lo llevó tambaleante más allá, hacia el bosque.
—¿A dónde vas? —le preguntó Akin.
No le contestó. Parecía como si todo lo que pudiese hacer fuese respirar y moverse.
Tras ellos, la casa era toda ella una tea. Nada podía estar ya vivo allá dentro.
—¡Tate! —exclamó repentinamente Akin. ¿Dónde estaba? Gabe nunca lo salvaría a él y dejaría que ella ardiese.
—Ahí delante —gimió Gabe.
Entonces, ella estaba bien.
Gabe volvió a caer, esta vez medio encima de Akin. Dolorido, Akin se agarró a él en un reflejo incontrolado. Inmediatamente paralizó al hombre, deteniendo los mensajes que controlaban el movimiento, entre el cerebro y el resto del cuerpo.
—Quédate quieto —dijo, esperando darle a Gabe la ilusión de que le cabía elección—. Quédate ahí y déjame ayudarte.
—Si no puedes ni ayudarte a ti mismo —susurró Gabe, luchando por respirar, por moverse.
—¡Puedo ayudarme curándote! Si vuelves a caerme encima, quizá te aguijonee. Ahora, cállate y deja de intentar moverte. Estás quemado y tienes los pulmones dañados. —El daño en los pulmones era grave, y podía matarle. Las quemaduras sólo eran muy dolorosas. Y, no obstante, Gabe no se estaba quieto.
—La ciudad…, ¿pueden vernos?
—No. Hay un maizal entre nosotros y Fénix. Sin embargo, el fuego es visible. Y se está extendiendo. —Al menos otra casa más estaba ardiendo ya. Quizá la hubiera prendido el árbol en llamas.
—Si no llueve, quizás arda media ciudad. ¡Imbéciles!
—No va a llover. Y ahora estate quieto, Gabe.
—¡Si nos atrapan, probablemente nos matarán!
—¿Cómo? ¿Quién?
—La gente del pueblo. No todo el mundo…, los buscalíos.
—Estarán demasiado ocupados tratando de apagar ese fuego. Lleva días sin llover. Han elegido la peor estación para esto. Ahora, quédate quieto y déjame ayudarte. No te haré dormir, así que quizá notes algo; pero no te haré daño.
—Ya me he hecho tanto daño, que probablemente no lo notaría aunque me lo hicieses.
Akin interrumpió los mensajes de dolor que los nervios de Gabe le estaban mandando al cerebro, y animó a éste a segregar endorfinas específicas.
—¡Cristo! —exclamó el hombre, jadeando, tosiendo. De repente, el dolor había cesado para él, no notaba nada. Claro que, para Gabe, aquello era menos confuso; pero para Akin representaba un súbito, terrible dolor, y luego un lento alivio. No la euforia. No quería emborrachar a Gabe con sus propias endorfinas; pero sí podía hacer que el hombre se sintiese bien y estuviera alerta. Era casi como tocar música: equilibrando las endorfinas, silenciando el dolor, manteniendo la sobriedad. Claro que él sólo tocaba melodías sencillas; los ooloi creaban grandes sinfonías, entretejiendo a la gente con ellos y compartiendo el placer. Y los ooloi contribuían a la unión con sustancias propias. Akin sabría de esto pronto, en cuanto Dehkiaht cambiase. Por ahora, sólo sentía el placer de curar.
Gabe comenzó a respirar con más facilidad, y el estado de sus pulmones mejoró. No se dio cuenta de cuando su carne comenzó a curarse; Akin dejó que cayese la carne inútil, abrasada. Pronto, Gabe necesitaría agua y alimentos: Akin terminaría estimulando en el hombre las sensaciones de hambre y sed, para que estuviese dispuesto a comer y beber lo que Akin lograse localizar. Era especialmente importante el que bebiese enseguida.
—Viene alguien —susurró Gabe.
—Gilbert Senn —le dijo Akin al oído—. Lleva buscando desde hace algún tiempo. Si nos quedamos quietos, quizá no nos encuentre.
—Pero ¿cómo sabes que es…?
—Sus pisadas. Siguen sonando igual que cuando yo estaba aquí. Está solo.
En silencio, Akin terminó su trabajo y retiró de Gabe los filamentos de sus tentáculos sensoriales.
—Ya puedes moverte —dijo—, pero no lo hagas.
Akin también podía moverse un poquito más, aunque dudaba que pudiera caminar.
Al pronto, Gilbert Senn los halló…, prácticamente tropezó con ellos, y los vio a la luz del incendio y de la luna. Dio un salto hacia atrás, apuntándoles con el rifle.
Gabe se sentó. Akin se agarró a Gabe para incorporarse y logró no caerse cuando lo soltó. Podía apresurar los procesos corporales de todo el mundo, excepto los suyos propios. Gilbert Senn lo miró, y luego evitó cuidadosamente el volver a mirarle. Bajó el rifle.
—¿Estás bien, Gabe? —preguntó.
—Muy bien.
—Estás quemado.
—Lo estaba. —Gabe lanzó una mirada a Akin.
Gilbert Senn siguió teniendo buen cuidado de no mirar a Akin.
—Ya veo. —Se volvió hacia el fuego—. Desearía que eso nunca hubiera pasado; nunca hubiésemos querido quemar tu casa.
—¿Y quién me dice que no le has pegado fuego tú? —murmuró Gabe.
—Ha sido Neci —dijo rápidamente Akin—. Ella y el hombre que quería entrar en casa para verme. Los oí.
El rifle se alzó de nuevo, esta vez apuntando únicamente a Akin.
—Tú estate callado —ordenó.
—Si él muere, moriremos todos —comentó suavemente Gabe.
—De cualquier modo, todos moriremos. ¡Pero algunos de nosotros hemos elegido morir libres!
—Habrá libertad en Marte, Gil.
Las comisuras de la boca de Gilbert Senn apuntaron hacia el suelo. Gabe agitó la cabeza y le dijo a Akin:
—Cree que tu idea de Marte es una trampa. Un modo fácil de reunir a los resistentes, para usarlos en la nave o en los poblados oankali de la Tierra. Mucha gente cree eso.
—Éste es mi mundo —dijo Gilbert Senn—. Nací aquí, y moriré aquí. Y, si no puedo tener hijos humanos…, totalmente humanos, prefiero no tenerlos.
Aquél era un hombre que habría ayudado a cortar los tentáculos sensores de Amma y Shkaht. No le gustaría tener que hacer aquello a unas hembras, a unas niñas, pero creería honestamente que era lo que debía hacerse.
—Marte no es para ti —le dijo Akin.
El rifle tembló.
—¿Cómo?
—Marte no es para nadie que no lo quiera. Representará trabajo duro, riesgo y reto. Algún día será un mundo humano, pero nunca será la Tierra. Y tú necesitas la Tierra.
—¿Crees que me vas a influenciar con tu psicología infantil?
—No —contestó Akin.
—No quiero volver a oíros hablar de eso ni a ti ni a Yori.
—Si me matas ahora, ningún humano irá a Marte.
—De todos modos, no irá ninguno.
—La Humanidad vivirá o morirá, según lo que hagas tú ahora.
—¡No!
El hombre deseaba disparar contra Akin. Quizá jamás hubiese deseado algo con más fuerza. Era posible que incluso hubiera salido al campo en la esperanza de hallarlo y así poder pegarle un tiro. Ahora no podía hacerlo, porque quizá le estuviese diciendo la verdad.
Tras un largo rato, Gilbert Senn se dio la vuelta y se dirigió hacia el incendio.
Al poco rato, Gabe se alzó y se sacudió.
—Si eso fue psicología, fue jodidamente buena —dijo.
—Fue literalmente la verdad.
—Temía que fuera eso. Gil casi te dispara.
—Pensé que quizá lo hiciera.
—¿Podría haberte matado?
—Sí, con la bastante munición y la suficiente persistencia. O quizá me hubiera obligado a matarlo yo a él.
Gabe se inclinó para recogerle.
—Te has convertido en demasiado valioso como para que corras riesgos como éste. Conozco a tipos que no hubieran dudado en volarte la cabeza. —Se sacudió de nuevo, sacudiendo también a Akin—. ¡Dios! ¿Qué es esta porquería con la que me has untado? ¡Parece jodida mierda!
Akin no contestó.
—¿Qué es? —insistió Gabe—. Hiede.
—Carne chamuscada.
Gabe se estremeció y no dijo nada.