Cuando Akin fue capaz de volver a percibir el mundo a su alrededor, descubrió que no podía ni moverse ni hablar. Yacía como congelado, dándose apenas cuenta de que, a veces, había humanos a su alrededor. Lo miraban, a veces se sentaban a su lado, pero no lo tocaban. Durante un tiempo no supo quiénes eran…, o dónde estaba él. Luego, compararía este período al de su primerísima infancia: era un tiempo que recordaba, pero en el que no había tomado parte. Claro que, al menos, de bebé le habían alimentado, lavado y tenido en brazos. Ahora ninguna mano lo tocaba.
Lentamente, se fue dando cuenta de que dos de las personas le hablaban. Eran dos hembras, ambas humanas: una pequeña, pálida y de cabellos amarillos. Otra algo más alta, morena y bronceada por el sol.
Se alegraba cuando estaban con él.
También temía su llegada.
Le excitaban. Sus aromas le llegaban muy adentro y le atraían hacia ellas. Y, a pesar de ello, no podía moverse. Yacía, sintiéndose atraído, más y más, y estaba absolutamente inmóvil. Era un tormento, pero lo prefería a la soledad.
Las hembras le hablaban. Al cabo de un tiempo llegó a darse cuenta de que eran Tate y Yori. Y recordó todo lo que sabía de Tate y Yori.
Tate se sentaba muy cerca de él y decía su nombre. Le contaba cómo se sentía, cómo estaban madurando las cosechas, y qué era lo que estaba haciendo distinta gente de la población. Cosía o escribía mientras estaba con Akin. Llevaba un diario personal.
También Yori escribía un diario, pero el de ella se convirtió en un estudio sobre Akin. Ella misma se lo dijo. Le explicó que él estaba en plena metamorfosis y que, aunque ella nunca antes había visto una metamorfosis, se la habían descrito. Por de pronto, ya tenía pequeños tentáculos nuevos en su espalda, en su cabeza, en las piernas. Su piel era ahora gris, y estaba perdiendo el cabello. Añadió que él debía de hallar un modo en que decirles si deseaba ser tocado. Le contó que Tate estaba bien, e insistió en que tenía que encontrar un medio de comunicarse. Dijo que harían por él cualquier cosa que pidiese. Ella misma se ocuparía de que así fuese. Y le dijo que no debía de preocuparse por quedarse solo, porque ella se cuidaría de que siempre hubiese alguien con él.
Esto lo reconfortó más de lo que ella podría haber imaginado. La gente que se estaba metamorfoseando tenía poca tolerancia hacia la soledad.
Gabe se sentó a su cabecera. Él y las dos mujeres habían alzado el banco en que yacía y lo habían llevado sin moverle del mismo hasta una pequeña habitación soleada.
A veces, Gabe lo tentaba con alimentos o agua. No podía saber que el aroma de las mujeres tentaba a Akin más fuertemente que cualquier otra cosa que Gabe pudiese ponerle cerca. Hubiera deseado tomar alimentos antes de caer en el sueño, si hubiera entrado normalmente en su metamorfosis habría comido, luego dormido. Había oído que los ooloi no dormían seguido durante buena parte de su segunda metamorfosis. Lilith le había dicho que Nikanj había dormido la mayor parte del tiempo, pero que se despertaba, de vez en cuando, para comer y hablar, tras lo cual caía finalmente en otro profundo sueño. Los machos y las hembras se pasaban durmiendo la mayor parte del tiempo de su única metamorfosis. Ni comían, ni orinaban, ni defecaban. Las mujeres hacían vibrar a Akin, enfocaban su atención; pero los olores de comida y agua no le interesaban. Se fijaba en ellos porque eran intermitentes. Eran cambios en el medio ambiente, de los que no podía dejar de darse cuenta.
Gabe le traía plantas, y, al cabo de un tiempo, se dio cuenta de que esas plantas eran algunas de aquellas que le había gustado comer cuando era más joven, las plantas con las que Gabe le había visto alimentarse en el bosque. El hombre se acordaba. Eso le complació y moderó algo el repentino sobresalto que sintió un día, cuando Gabe le tocó.
No hubo previo aviso. Del mismo modo que Gabe había decidido entrar en la habitación y separar a Akin y Tate, así decidió hacer una de las cosas que Yori les había dicho, a Tate y a él, que no debían de hacer.
Simplemente, colocó su mano en la espalda de Akin y lo sacudió.
Tras un momento, Akin tuvo un estremecimiento. Sus nuevos y pequeños tentáculos sensoriales se movieron por primera vez, alargándose, de un modo reflejo, hacia la mano que los tocaba.
El hombre apartó la mano de un tirón. No le hubieran hecho daño, pero él no lo sabía, y Akin no podía decírselo. Gabe no volvió a tocarlo.
Pilar y Mateo Leal se turnaron en la vigilancia de Akin. Eran los padres de Tino. Mateo había matado a gente por la que Akin había sentido mucho cariño. Por un tiempo, su presencia le hizo sentirse muy incómodo; luego, dado que no tenía elección, Akin se ajustó a ello.
A veces, también se sentaba junto a él Kolina Wilton, pero nunca le hablaba. Un día, para su sorpresa, Macy Wilton se sentó junto a ella. De modo que aquel hombre no siempre estaba tirado en la calle, borracho.
Macy regresó varias veces. Mientras velaba a Akin tallaba la madera, y los aromas de sus maderas eran un previo aviso de su llegada. Comenzó a hablarle a Akin: especulando acerca de lo que podía haberles pasado a Amma y Shkaht, especulando acerca de los niños de los que algún día sería padre, especulando sobre Marte.
Esto le dijo a Akin, por primera vez, que Tate y Gabe habían hecho correr la historia, la esperanza que él les había traído.
Marte.
—No todo el mundo quiere ir —le dijo Macy—. Y yo creo que están locos si se quedan aquí. Yo daría cualquier cosa para que el homo sapiens tenga una nueva posibilidad. Lina y yo iremos. ¡Y no te preocupes por esos otros!
De inmediato, Akin empezó a preocuparse. No había modo en que apresurar la metamorfosis. El iniciarla de un modo tan traumático casi lo había matado. Ahora, no podía hacer otra cosa más que esperar. Esperar y pensar que, cuando los humanos estaban en desacuerdo, a menudo se peleaban; y, cuando se peleaban, demasiado a menudo se mataban los unos a los otros.