La interrupción por parte de Gabe de la cura de Tate produjo la única disrupción en su memoria que Akin hubiese experimentado jamás. Después, lo único que recordaría de lo sucedido sería la repentina agonía.
A pesar de su advertencia al hombre, a pesar de las seguridades dadas por Tate, Gabe entró en la habitación antes de que la cura hubiese terminado. Más tarde, Akin se enteró de que Gabe había entrado porque habían pasado horas sin que se escuchase un solo sonido de Akin o Tate. Tenía miedo por Tate, temía que algo hubiese ido mal, y sospechaba de Akin.
Halló a Akin, aparentemente inconsciente, con su boca aún pegada al cuello de Tate. Ni siquiera parecía respirar. Tampoco lo parecía Tate. La carne de ella estaba fría…, casi helada; y eso aterró a Gabe. Creyó que ella se estaba muriendo, temió que ya estuviese muerta. Se dejó llevar por el pánico.
Primero trató se soltar a Tate, alertando a Akin, a algún nivel, de que algo iba mal. Pero la atención de éste se hallaba demasiado metida en Tate. Apenas había empezado a desligarse, cuando Gabe le golpeó.
Gabe temía el aguijonazo de Akin. No podía agarrarlo y tratar de apartarlo de Tate. Por eso, intentó separarlo con fuertes y rápidos puñetazos.
El primer golpe casi hizo que Akin se soltara de Tate. Le hizo más daño del que jamás le hubiese hecho otra cosa, y no pudo evitar el pasarle parte de este dolor a Tate.
Y, sin embargo, logró no envenenarla. No supo en qué momento, ella empezó a aullar. Automáticamente, siguió sosteniéndola. Esto, y el hecho de que era el más fuerte aunque Gabe fuera el más voluminoso, le permitió retirarse primero del sistema nervioso de Tate y luego de su cuerpo sin sufrir graves daños…, y sin matar. Luego, le asombraría el haber hecho esto. Su maestro le había advertido de que los machos no tenían el control necesario para hacer estas cosas. Los machos y las hembras oankali evitaban curar, no sólo porque no eran necesarios como sanadores, sino también porque era más probable que ellos, y no un ooloi, matasen por accidente. Podían ser impulsados a matar, no intencionadamente, por las interrupciones, e incluso por los sujetos a los que intentaban curar, si las cosas iban mal. Hasta el mismo Gabe se había puesto en peligro. Akin hubiera debido aguijonearlo ciegamente, por reflejo.
Y, no obstante, no lo hizo.
Su cuerpo se enroscó en un dolorosamente apretado nudo fetal, y se quedó así, vulnerable y más completamente inconsciente de lo que jamás lo hubiera estado.