Tiikuchahk y Dehkiaht estaban con él cuando despertó. También el Akjai estaba allí, pero se dio cuenta de que no había estado con él durante todo el tiempo. Tenía recuerdos del ooloi marchándose y regresando con Tiikuchahk y Dehkiaht. Mientras Akin contemplaba su entorno, vio al Akjai atraer a Dehkiaht en un alarmante abrazo, alzando por los aires al niño ooloi y agarrándolo con una docena de miembros.
—Querían aprender cosas el uno del otro —le explicó Tiikuchahk. Éstas eran las primeras palabras que le dirigía desde que les había forzado a experimentar sus recuerdos.
Se sentó y enfocó en ella, interrogativamente.
—No deberías haber sido capaz de agarrarnos y retenernos de aquel modo —le dijo—. Dehkiaht y sus padres dicen que ningún niño debería poder hacer eso.
—No sabía que pudiera hacerlo.
—Los padres de Dehkiaht dicen que es una habilidad propia de los maestros: es el modo en que, a veces, los adultos enseñan a los ooloi subadultos cuando éstos tienen que aprender algo para lo que realmente no están preparados. Nunca habían oído que lo pudiese hacer un macho subadulto.
—Pero Dehkiaht dice que eso es lo que soy.
—Sí, es lo que eres. Supongo que a las mujeres construidas nacidas de humana también se les podría llamar subadultas. Pero en eso tuyo eres el primero…, una vez más.
—Lamento que no te gustase lo que hice. Trataré de no volverlo a hacer.
—No lo vuelvas a hacer; al menos a mí. El Akjai dice que lo aprendiste aquí.
—Así debe de haber sido…, y sin que yo me enterase. —Hizo una pausa, contemplando a Tiikuchahk. Estaba sentada junto a él y, aparentemente, se encontraba cómoda—. ¿Todo está bien entre nosotros?
—Eso parece.
—¿Me ayudarás?
—No lo sé. —Enfocó intensamente en él—. Aún no sé lo que soy. Ni siquiera sé lo que quiero ser.
—¿Deseas a Dehkiaht?
—Me gusta. Nos ha ayudado, y me siento mejor cuando anda cerca. Si yo fuera como tú, probablemente querría conservarlo.
—Yo quiero.
—Él también te desea a ti. Dice que eres la persona más interesante que ha conocido. Creo que te ayudará.
—Si te conviertes en hembra, podrías unirte a nosotros…, aparearte con él.
—¿Y tú?
Apartó la vista.
—No puedo imaginar cómo me sentiría si lo tuviese a él y no a ti. Lo que he sentido de él, en parte…, eras tú.
—No sé. Nadie sabe aún lo que seré. Aún no puedo sentir lo que tú sientes.
Logró impedirse entrar en discusión. Tiikuchahk tenía razón: normalmente, él pensaba en Ti como hembra, pero su cuerpo era neutro. No podía sentir como él sentía. Y, a pesar de que eran naturales, se sentía asombrado por sus sentimientos. Ahora que Tiikuchahk no era una fuente constante de irritación y confusión, podía empezar a sentir acerca de ella del modo en que la gente acostumbraba a pensar en sus compañeros de camada más íntimos. No sabía si, realmente, deseaba tenerla como a una de sus compañeros de trío… Ni siquiera sabía si un macho errante, como se suponía que iba a ser él, tendría compañeros. El caso es que, ahora, la idea de atriarse con ella le parecía correcta. Ella, Dehkiaht y él mismo. Ése era el modo en que debía ser.
—¿Sabes lo que ha decidido la gente? —le preguntó.
Tiikuchahk agitó la cabeza en un gesto muy humano.
—No.
Tras un tiempo, Dehkiaht y el Akjai se separaron, y el ooloi subadulto se subió a la larga y ancha espalda del Akjai.
—Venid a uniros a nosotros —le gritó Dehkiaht.
Akin se alzó y comenzó a caminar hacia ellos. Sin embargo, tras él, Tiikuchahk no se movió.
Akin se detuvo, se volvió para darle la cara.
—¿Tienes miedo? —preguntó.
—Sí.
—Sabes que el Akjai no te hará daño.
—Me hará daño si cree que el hacérmelo es necesario.
Eso era cierto: el Akjai le había hecho daño a él con el fin de enseñarle…, y le había enseñado más de lo que él se daba cuenta.
—De todos modos, ven. —Ahora deseaba tocar a Tiikuchahk, atraerla hacia él, reconfortarla. Nunca antes había deseado hacer una cosa así. Pero, a pesar del impulso, descubrió que, en realidad, no deseaba tocarla. El ooloi no querría que la tocase. Dehkiaht no lo querría tampoco.
Volvió hacia ella y se sentó a su lado.
—Te esperaré —le dijo.
Tiikuchahk enfocó en él, con sus tentáculos anudándose de un modo lastimoso.
—Ve con ellos —le pidió.
Él no dijo nada. Siguió sentado junto a ella, confortablemente paciente, preguntándose si temía a la unión porque podría hallarse tomando decisiones que aún no se sentía preparada para tomar.
Dehkiaht se limitó a echarse sobre las espaldas del Akjai, y éste siguió acurrucado, descansando sobre su vientre, aguardando. Los humanos decían que nadie sabía aguardar tan bien como los oankali. Los humanos, quizá recordando sus anteriores cortos períodos de vida, tendían a apresurarse sin razón.
No supo cuánto tiempo había pasado cuando Tiikuchahk se alzó; él se apresuró a colocarse a su lado. Enfocó en ella y, cuando ella se movió, la siguió hasta el Akjai y Dehkiaht.
El Akjai hizo que su cuerpo adoptara la familiar curva y animó a Tiikuchahk y Akin a sentarse o recostarse contra él. Les dio a cada uno un brazo sensorial, y también le dio otro a Dehkiaht cuando éste se deslizó por una de sus placas para colocarse junto a ellos.
Entonces fue cuando Akin tuvo la primera noticia de lo que los demás habían decidido. Notaba ahora lo que no había sido capaz de sentir antes: que los otros lo veían a él como algo que habían ayudado a crear.
Se suponía que él tenía que decidir el destino de los resistentes. Se suponía que él tenía que tomar la decisión que los Dinso y los Toaht no podían tomar. Se suponía que él tenía que estudiar lo que debía de hacerse, y convencer a los demás de ello.
Había sido abandonado a los resistentes cuando éstos lo habían secuestrado, para que así pudiese estudiarlos como ningún adulto podría, como ningún construido nacido de oankali podría. Todo el mundo conocía los cuerpos de los resistentes, pero nadie conocía su modo de pensar como Akin. Nadie, excepto otros humanos. Y no se les podía permitir a éstos que convencieran a los oankali de que llevasen a cabo esa cosa, profundamente inmoral y antivida, que Akin había decidido que tenía que ser hecha. Los demás habían sospechado lo que decidiría…, lo habían temido. No lo hubiesen aceptado, si él no hubiera sido capaz de sembrar la confusión y lograr un cierto acuerdo entre los construidos, tanto nacidos de oankali como de humana.
Deliberadamente, habían depositado en Akin el sino de los resistentes…, el destino de la raza humana.
¿Por qué? ¿Por qué no en una de las hembras nacidas de humana? Algunas de ellas ya eran adultas antes de que él naciese.
El Akjai le facilitó la respuesta aun antes de que él se diese cuenta de haber hecho la pregunta:
—Eres más oankali de lo que piensas, Akin…, y mucho más oankali de lo que pareces por tu aspecto. Y, sin embargo, eres muy humano. Te aproximas a la Contradicción más de lo que nadie se había atrevido a llegar antes. Eres tanto de ellos como puedas ser, y tanto de nosotros como tu ooan se atrevió a hacerte. Eso te deja con tu propia contradicción. Y eso también te convirtió en la persona más apropiada para elegir por los resistentes…, para escoger entre una muerte rápida o una muerte larga y lenta.
—O la vida —protestó Akin.
—No.
—Una oportunidad de vida.
—Sólo por un tiempo.
—¿Estás seguro de eso…, y aun así hablaste en mi favor?
—Yo soy Akjai. ¿Cómo puedo negarle a otro pueblo la seguridad de un grupo Akjai? Incluso cuando para este pueblo eso sea una crueldad. Compréndelo, Akin: es una crueldad. Tú y aquellos que les ayudéis les daréis las herramientas para crear una civilización que se destruirá a sí misma con tanta seguridad como la hay en que la fuerza de la gravedad va a mantener a su nuevo mundo en órbita alrededor de su sol.
Akin no halló la menor señal de duda o incertidumbre en el Akjai. Creía realmente en lo que estaba diciendo. Creía saber que, de hecho, la Humanidad estaba condenada. Ahora o más tarde.
—El trabajo de tu vida será decidir por ellos —continuó el Akjai—, y luego actuar según tu decisión. El pueblo te dejará hacer lo que creas que es correcto. Pero no debes de hacerlo basándote en la ignorancia.
Akin agitó la cabeza. Podía notar la atención de Tiikuchahk y Dehkiaht centrada en él. Pensó por un tiempo, tratando de digerir la indigerible certidumbre del Akjai. Había confiado en él, y él no le había fallado. No mentía. Podía estar equivocado, pero únicamente si todos los oankali estaban equivocados. Su certidumbre era la certidumbre de los oankali. Una certidumbre de la carne. Habían leído los genes humanos y predicho el comportamiento de la Humanidad. Sabían lo que sabían.
Y, no obstante…
—No puedo no hacerlo —dijo—. Trato, una y otra vez, de decidirme a no hacerlo, pero no puedo.
—Te ayudaré a hacerlo —dijo de inmediato Dehkiaht.
—Busca una compañera hembra a la que puedas estar especialmente unido —le dijo el Akjai—. Akin no se quedará contigo. Eso lo sabes.
—Lo sé.
Ahora el Akjai volvió su atención hacia Tiikuchahk:
—Tú no eres tan infantil como te gustaría ser.
—No sé lo que seré —contestó Ti.
—¿Qué es lo que sientes acerca de los resistentes?
—Secuestraron a Akin. Le hicieron daño y me hicieron daño. No quiero tener que preocuparme por ellos.
—Pero te preocupan.
—No quiero que sea así.
—Eres en parte humana. No deberías de tener esos sentimientos hacia un grupo tan grande de humanos.
Silencio.
—He encontrado maestros para Akin y Dehkiaht. También te enseñarían a ti. Aprenderías a preparar un mundo muerto para la vida.
—No quiero hacerlo.
—¿Qué es lo que quieres hacer?
—No…, no lo sé.
—Entonces haz esto. El conocimiento no te hará ningún daño aunque luego decidas no usarlo. Debes de hacer esto. Durante demasiado tiempo ya te has refugiado en el no hacer nada.
Y eso fue todo. Por algún motivo, Akin no se animaba a seguir discutiendo con el Akjai. Y recordó que, sin importar cuál fuera su aspecto, el Akjai seguía siendo un ooloi. Con aromas, toques y estimulaciones neurales, los ooloi manipulaban a la gente. Enfocó con desconfianza a Dehkiaht, preguntándose si se daría cuenta de cuándo lo empezaría a motivar con algo más que con palabras. La idea le perturbaba y, por primera vez, ansió volver a iniciar sus caminatas errantes.