El Akjai habló con los demás en pro de Akin. Éste ni se había imaginado que su maestro fuera a hacer esto: un ooloi Akjai diciéndoles a los otros oankali que debía de haber un Akjai de los humanos. Habló a través de la nave, e hizo que Chkahichdahk mandase una señal a los poblados comerciales de la Tierra. Pidió un consenso, y luego les mostró a los oankali y construidos de Chkahichdahk lo que Akin les había mostrado a Dehkiaht y Tiikuchahk.
Tan pronto como terminó la experiencia, la gente empezó a objetar a causa de la intensidad de la misma, protestando por haber sido avasallados de tal manera, negándose a aceptar la idea de que esto pudiera haber sido la experiencia de un niño tan pequeño.
Nadie comentó la idea de un Akjai de los humanos. Por algún tiempo, ni siquiera la mencionó nadie…
Akin percibió lo que pudo a través del Akjai, echándose atrás cuando la transmisión era demasiado rápida o demasiado intensa. Cuando se echaba atrás, le parecía como si subiese hasta la superficie del agua a por aire. Se halló jadeando, casi exhausto en cada ocasión. Pero cada vez volvía, necesitando sentir lo que sentía el Akjai, necesitando seguir las respuestas de los demás. Era raro para los niños el tomar parte en un consenso por más de unos pocos segundos. Ningún niño, a no ser que estuviera muy implicado en el tema, desearía tomar parte durante más tiempo.
Akin podía notar cómo la gente evitaba el tema del Akjai de los humanos. No comprendía sus reacciones a ello: un apartarse, un ponerse al margen, una negativa, una revulsión. Esto le confundía, y trató de comunicar su confusión al ooloi Akjai.
Éste, al principio, pareció no darse cuenta de su interrogatorio sin palabras. Estaba absolutamente ocupado en la transmisión con los otros. Pero, repentinamente aunque con suavidad, aferró a Akin de modo que éste no pudiera cortar el contacto. Y transmitió su asombro, dejando saber a la gente que estaban experimentando las emociones de un niño construido…, un niño demasiado humano como para poder comprender de un modo natural sus reacciones. Un niño demasiado oankali y demasiado próximo a ser adulto como para que pudieran permitirse desdeñarlo.
Temieron por él, temieron que su búsqueda de un consenso fuera demasiado para un niño. El Akjai les dejó ver que estaba protegiéndolo, pero que sus sentimientos debían ser tenidos en cuenta. Y luego enfocó en los adultos construidos que había a bordo de la nave. Les señaló que los nacidos de humana que había entre ellos habían tenido que aprender que la comprensión de la vida de los oankali era una cosa inexpresable en sí misma. Algo que estaba por encima de todo comercio. La vida podía ser cambiada, cambiada de un modo radical; pero no destruida. La especie humana podía cesar de existir de un modo independiente, fundiéndose con la oankali. Akin, les dijo, aún estaba aprendiendo esto.
Alguien le interrumpió: ¿Podía dárseles a los humanos sus vidas independientes y permitírseles cabalgar a lomos de su Contradicción hacia sus muertes? Darles de nuevo su existencia independiente, su fertilidad, su propio territorio, era ayudarles a criar una nueva población, sólo para que se destruyese por segunda vez.
Muchas respuestas se unieron a través de la nave en una sola:
—Les hemos dado lo que podemos de las cosas que ellos valoran: les hemos proporcionado una larga vida, les hemos liberado de la enfermedad, les hemos dejado que vivan como quieran. No podemos ayudarles a crear más vida, sólo para acabar destruyéndola.
—Entonces, dejadnos hacerlo a mí y a los que elijan trabajar conmigo —les dijo Akin a través del Akjai—. Dadnos las herramientas que necesitamos, y dejadnos darles a los humanos las cosas que necesitan. Tendrán un nuevo mundo para colonizar…, un mundo difícil, que seguirá siéndolo aún después de que nosotros se lo hayamos preparado. Quizá, para cuando hayan aprendido las habilidades necesarias y hayan crecido demográficamente hasta ser los bastantes como para colonizarlo, pese menos en ellos la Contradicción. Puede que esta vez su inteligencia les detenga antes de destruirse a sí mismos.
No hubo nada. Un equivalente neurosensorial al silencio. Una negativa.
Llegó hasta ellos una vez más, a través del Akjai, luchando contra la repentina exhaución. Sólo lo mantenían consciente los esfuerzos del Akjai.
—Mirad a los nacidos de humana que hay entre vosotros —les dijo—. Si vuestra carne sabe que habéis hecho todo lo que podéis por la Humanidad, su carne debe de saber que los humanos resistentes deben sobrevivir como una especie separada, autosuficiente. ¡Su carne debe saber que la Humanidad tiene que vivir!
Se detuvo. Habría seguido, pero era el momento justo para detenerse. Si no había dicho lo bastante, si no les había mostrado lo bastante, si no había supuesto correctamente acerca de los nacidos de humana, había fracasado. Debería intentarlo de nuevo cuando fuese un adulto, o tendría que hallar gente que le ayudase a pesar de la opinión de la mayoría. Esto sería difícil, quizá imposible; pero debía de ser intentado.
Mientras se daba cuenta de que iba a ser desconectado, escudado por el Akjai, notó confusión entre el pueblo. Confusión y disensión.
—Duerme —le aconsejó el ooloi—. Eres demasiado joven para esto. Ahora argumentaré yo por ti.
—¿Por qué? —preguntó. Casi estaba ya dormido, pero la pregunta era como una picazón en su cerebro—. ¿Por qué te preocupas tú tanto, cuando ni siquiera mi grupo allegado lo hace?
—Porque tienes razón —le contestó el Akjai—. Pequeño construido, a toda la gente que sabe lo que es acabar debería permitírsele continuar, si es que puede continuar. Duerme.
El Akjai enroscó parte de su cuerpo a su alrededor, de modo que quedó tendido sobre una amplia curva de carne viva. Durmió.