Akin se despertó solo.
Se alzó, sintiéndose ligeramente adormilado pero sin cambio alguno, y vagó por la vivienda de Lo Toaht, buscando a Tiikuchahk, a Dehkiaht, a cualquiera. No encontró a nadie hasta que salió fuera. Allí, la gente se ocupaba de sus asuntos, como habitualmente, en medio de un paisaje que parecía un tranquilo e increíblemente cuidado bosque. Los verdaderos árboles no crecían tan altos como estas proyecciones, con aspecto de árbol, de la nave; pero la ilusión de estar en un terreno ondulado y boscoso era inescapable. Aquello era, pensó Akin, demasiado civilizado, demasiado planificado. Aquí no había posibilidad de escapadas, en busca de nuevos alimentos, para los niños con ansias de explorar: la nave les daba comida cuando se la pedían y, una vez se la enseñaba a sintetizar un alimento, jamás lo olvidaba. No había plátanos, o papayas, o piñas que cortar, ni mandioca que arrancar, ni boniatos que excavar; no había aquí ninguna cosa viviente que creciese, como no fueran los apéndices de la nave. Claro que, por ejemplo, se podían hacer crecer perfectos «boniatos» en los pseudoárboles, si un adulto oankali o construido se lo pedía a Chkahichdahk.
Alzó la vista hacia las ramas que se extendían sobre su cabeza, y no vio colgar de los pseudoárboles otra cosa que los habituales tentáculos verdes, finos como cabellos, productores de oxígeno.
¿Por qué estaba pensando en tales cosas? ¿Sería nostalgia del hogar? ¿Dónde estaban Dehkiaht y Tiikuchahk? ¿Por qué lo habían dejado solo?
Acercó la cara al pseudoárbol del que había emergido y lo probó con su lengua, permitiendo que la nave lo identificase y así le diese cualquier mensaje que hubieran dejado para él.
La nave lo hizo: «Espera», decía el mensaje. Nada más. Entonces, no lo habían abandonado. Lo más probable era que Dehkiaht hubiera llevado lo que había aprendido de Akin a algún ooloi adulto, para que se lo interpretase. Probablemente, cuando regresase, su aroma sería aún todo un tormento. Tendría que cambiárselo un adulto…, o tendrían que cambiarlo a él. Hubiera sido más fácil que los adultos hubiesen hallado, directamente, una solución para Tiikuchahk y para él.
Entró de nuevo, para esperar, y de inmediato supo que Dehkiaht, al menos, había regresado.
Lo podría haber hallado sin usar la vista. De hecho, su aroma lo dominaba de tal modo que apenas si podía ver, oír o sentir nada. Era aún peor que antes.
Descubrió que sus manos estaban sobre el ooloi, aferrándolo como si esperase que fueran a arrebatárselo, como si fuera de su absoluta propiedad.
Luego, de un modo gradual, fue capaz de irlo dejando ir, capaz ya de pensar y enfocarse en otra cosa que no fuera su anonadante aroma. Se dio cuenta de que volvía a estar tendido. Tendido al costado de Dehkiaht, apretado contra él, y muy cómodo.
Contento.
El aroma de Dehkiaht seguía siendo interesante, aún le resultaba excitante, pero ya no era dominante. Deseaba permanecer junto al ooloi, se notaba posesivo sobre su persona, pero ya no estaba tan totalmente enfocado en él. Le gustaba. Había sentido lo mismo por las mujeres resistentes, que le habían dejado hacer el amor con ellas, y que lo veían como algo más que un contenedor de esperma, que esperaban que fuese fértil.
Inspiró profundamente y disfrutó con los muchos y suaves contactos de los tentáculos de la cabeza y el cuerpo de Dehkiaht.
—Mejor —suspiró—. ¿Seguiré así, o tendrás que irme reajustando?
—Si te quedases así, nunca harás trabajo alguno —le dijo el ooloi, aplastando, divertido, sus tentáculos libres contra la piel—. No obstante, esto es bueno…, especialmente después de lo otro. Tiikuchahk está aquí.
—¿Ti? —Akin alzó la cabeza sobre el cuerpo del ooloi—. No había…, no te noto.
Ella le dedicó una sonrisa humana.
—Yo sí te noto, pero no más que a cualquier otra persona de la que esté cerca.
Sintiéndose extrañamente despojado, Akin tendió la mano por encima de Dehkiaht para tocarla.
El ooloi le tomó la mano y se la volvió a colocar al costado.
Sorprendido, Akin enfocó todos sus sentidos en él.
—¿Por qué te preocupa si toco a Ti o no? No eres maduro y no nos hemos atriado.
—Sí, no formamos un trío, pero sin embargo me preocupa. Sería mejor si, durante un tiempo, no os tocaseis el uno al otro.
—No…, no quiero estar ligado a ti.
—No podría ligarte. Esto es lo que me confundió tanto. Volví con mis padres, para mostrarles lo que había aprendido acerca de ti, y pedirles su consejo. Ellos dicen que no se te puede ligar. No has sido construido para ser ligado.
Akin se apretujó contra Dehkiaht, queriendo estar más cerca de él, aceptando con satisfacción el inadecuado brazo de fuerza con que el ooloi le rodeó. No era propio de los oankali el colocar brazos de fuerza alrededor de la gente, o el acariciar con manos de fuerza. Alguien debía de haberle dicho a Dehkiaht que, tanto humanos como construidos, hallaban reconfortantes tales gestos.
—Me ha sido dicho que vagaré —explicó—. Ya ahora, cuando estoy en la Tierra, ando errante; aunque siempre acabo por volver al hogar. Temo que, cuando sea adulto, no tendré un hogar.
—Lo será tu hogar —le dijo Tiikuchahk.
—No del modo en que lo será para ti. —Casi seguro de que se convertiría en una hembra y entraría a formar parte de una familia similar a la que le había criado a él. O se juntaría con un macho construido, como él, o con sus hermanos nacidos de oankali. Incluso entonces, tendría un ooloi y niños con los que vivir. Pero ¿con quién viviría él? La casa de sus padres seguiría siendo el único verdadero hogar que hubiese conocido.
—Cuando seas adulto —le dijo Dehkiaht—, tú mismo conocerás lo que puedes hacer. Y sabrás lo que deseas hacer. Te parecerá bueno.
—¿Y cómo sabes tú eso? —inquirió, amargamente, Akin.
—No tienes taras. Incluso antes de ir a consultar con mis padres me di cuenta de que hay una totalidad en ti…, una fuerte totalidad. No sé si serás lo que tus padres querían que fueses, pero, sea lo que sea en lo que te conviertas, estarás completo. Tendrás dentro de ti todo lo que necesites para autocontentarte. Sólo tendrás que hacer aquello que te parezca lo correcto.
—¿Abandonar a mis compañeros e hijos?
—Sólo si eso es lo que te parece correcto.
—Algunos machos humanos lo hacen. Sin embargo, a mí no me parece correcto.
—Haz lo que te parezca correcto. Ya desde ahora.
—Te diré lo que, a mí, me parece correcto. Ambos deberíais de saberlo. Es lo que a mí me ha parecido correcto, ya desde pequeño. Y seguirá siendo lo correcto, sin importar cuál resulte ser mi situación conyugal.
—¿Y por qué deberíamos saberlo?
No era ésta la pregunta que Akin se esperaba. Se quedó quieto, pensativo, en silencio. Desde luego, ¿por qué?
—Si me sueltas, ¿volveré a perder el control?
—No.
—Entonces suéltame. Para ver si aún sigo queriendo contároslo.
Dehkiaht le soltó, y él se sentó, mirándolos a ambos. Tiikuchahk, al lado del ooloi, tenía el aspecto de estar justamente en el sitio que debía. Y a Dehkiaht se le veía…, se le veía como alguien que, también a él, le resultaba aterradoramente necesario. Mirándolo, le volvieron a entrar ganas de acostarse con él. Se imaginó regresando a la Tierra sin él, dejándoselo a otra pareja, para que se atriase con él. Si así era, ellos madurarían y seguirían con él, y el aroma de sus cuerpos animaría al cuerpo del ooloi a madurar rápidamente. Y, cuando hubiese madurado, serían una familia. Una familia Toaht, si se quedaban a bordo de la nave.
Y él mezclaría niños construidos para esa otra gente.
Akin se bajó de la plataforma cama y se sentó al borde de la misma. Allá le resultaba más fácil pensar. Antes de hoy jamás había tenido aquellas apetencias sexuales por un ooloi…, ni había tenido idea de cómo podían afectarle esas ansias. El ooloi decía que no podían ligarle a él. Aparentemente, los adultos deseaban estar atados a un ooloi…, para ser unidos y entretejidos en una familia. Akin estaba confuso respecto a lo que él deseaba, pero sí sabía que no deseaba que Dehkiaht fuera estimulado a madurar por otra gente. Lo quería en la Tierra con él. Y, no obstante, no quería estar ligado a él. ¿Cuánto de lo que sentía era simplemente químico…, resultado del provocativo aroma del ooloi y de su habilidad para hacerle sentirse bien a su cuerpo?
—Los humanos son más libres para decidir lo que desean —dijo en voz baja.
—Sólo creen serlo —le replicó Dehkiaht.
Sí. Lilith no era libre. Una repentina libertad la hubiera aterrorizado, aunque a veces pareciera desearla. A veces, tensaba al máximo los nexos de unión con la familia. Vagaba. Aún lo hacía, pero siempre volvía a su hogar. Por su parte, Tino probablemente se mataría si lo liberasen. Pero ¿y qué pasaba con los resistentes? Se hacían cosas terribles los unos a los otros porque no podían tener hijos. Pero, antes de la guerra…, durante la guerra, se habían hecho cosas terribles los unos a los otros, a pesar de que sí podían tener hijos. La Contradicción Humana los tenía aferrados: la inteligencia al servicio de un comportamiento jerárquico. No eran libres. Y todo lo que podía hacer por ellos, si es que podía hacer algo por ellos, era dejarles seguir esclavizados según sus propias costumbres. Quizá la próxima vez su inteligencia estuviera equilibrada con su comportamiento jerárquico, y no se destruyesen a sí mismos.
—¿Vendrás a la Tierra con nosotros? —le preguntó a Dehkiaht.
—No —contestó éste, con voz queda.
Akin se alzó y le miró. Ni él ni Tiikuchahk se habían movido.
—¿No?
—No puedes pedírmelo en nombre de Tiikuchahk. Y Tiikuchahk no sabe aún si será macho o hembra. Así que no puede pedirlo por sí misma.
—No te he pedido que me prometieses atriarte con nosotros, cuando todos seamos adultos. Te he pedido que vengas a la Tierra. Quédate con nosotros por ahora. Luego, cuando sea adulto, espero tener un trabajo que te interesará.
—¿Qué trabajo?
—El dar vida a un mundo muerto, y luego entregar ese mundo a los resistentes.
—¿A los resistentes? Pero…
—Quiero convertirlos en los Akjai humanos.
—No sobrevivirán.
—Quizá no.
—No hay un quizá: no sobrevivirán a su Contradicción.
—Entonces, que sean ellos los que fracasen. Al menos, démosles la libertad de fallar.
Silencio.
—Dejadme enseñároslos…, no sólo sus interesantes cuerpos y el modo en que existen aquí y en los poblados comerciales de la Tierra. Dejadme mostrároslos tal como son cuando no hay oankali alrededor.
—¿Por qué?
—Porque, al menos, deberíais conocerlos antes de que les neguéis el seguro que los oankali siempre exigen para sí mismos. —Subió a la plataforma y miró de cerca a Tiikuchahk, y le preguntó—: ¿Quieres participar?
—Si —contestó solemnemente el ooloi—. Ésta será la primera vez, desde que nací, en que soy capaz de tomar de ti impresiones sin que algo vaya mal.
Akin se echó junto al ooloi. Se acercó a él, con su boca contra la piel de su cuello, con sus muchos tentáculos corporales y craneales ligados a él y a Tiikuchahk. Luego, cuidadosamente, al estilo de un narrador de cuentos, les dio la experiencia de su secuestro, cautividad y conversión. Todo lo que él había sentido se lo hizo sentir a ellos. E hizo algo que no había sabido que pudiese hacer: los avasalló de tal modo que durante un tiempo él mismo fue, a la vez, cautivo y convertido. Les hizo a ellos lo que el abandono de los oankali le había hecho a él en su niñez: hizo que el ooloi entendiese, a un absoluto nivel personal, lo que él había sufrido y aquello en lo que había acabado por creer. Y, hasta que hubo terminado, ni Dehkiaht ni Tiikuchahk pudieron escapar.
Pero, cuando hubo terminado, cuando los soltó, ambos lo dejaron solo. No le dijeron nada: simplemente, se levantaron y se marcharon.