El ooloi subadulto era un pariente de Taishokaht, y su nombre personal en este estadio de su vida era Jah-dehkiaht. Dehkiaht había estado viviendo con Tiikuchahk y la familia de Taishokaht, esperando a que él regresase de su estancia entre los Akjai.
El joven ooloi parecía asexuado, pero no olía a asexuado. No desarrollaría sus brazos sensoriales hasta su segunda metamorfosis. Esto hacía que su aroma aún resultase más asombroso y desconcertante.
Nunca antes se había sentido Akin excitado por el aroma de un ooloi. Le gustaban, pero únicamente se había sentido atraído sexualmente por las mujeres construidas o humanas. Y, de todos modos, ¿qué podía hacer por uno, sexualmente hablando, un ooloi inmaduro?
Akin dio un paso atrás en el momento en que captó el olor del ooloi. Miró a Tiikuchahk, que estaba con el ooloi y se lo había presentado, con clara ansiedad.
No había nadie más en la habitación. Akin y Dehkiaht se miraron el uno al otro.
—No eres lo que pensaba —susurró el ooloi—. Ti me lo dijo, me lo mostró…, y aun así no lo entendí.
—¿Qué es lo que no entendiste? —preguntó Akin, dando otro paso atrás. No quería sentirse tan atraído por alguien que, claramente, estaba ya tan bien relacionado con Tiikuchahk.
—Que tú mismo eres una especie de subadulto —le contestó Dehkiaht—. Tu estadio de crecimiento es más parecido al mío que al de Ti.
Aquello era algo que nunca antes le había dicho nadie. Casi le hizo olvidar el aroma del ooloi.
—Según dice Nikanj, aún no soy fértil.
—Tampoco lo soy yo. Pero en los ooloi esto es tan obvio, que nadie podría llamarse a engaño.
Para su propio asombro, Akin se echó a reír. Igual de repentinamente, se calmó.
—No sé cómo funciona esto —admitió.
Silencio.
—Nunca antes quise que funcionara. Ahora sí quiero. —No miró a Tiikuchahk. No podía evitar mirar al ooloi, aunque temía que pudiese descubrir que sus motivos para desear el éxito tenían poco que ver con él o con Tiikuchahk. Nunca se había sentido tan desnudo como ahora ante aquel ooloi inmaduro. No sabía qué hacer o decir.
Se le ocurrió que estaba actuando exactamente del mismo modo en que lo había hecho la primera vez que se había dado cuenta de que una mujer resistente estaba tratando de seducirlo.
Inspiró profundamente, sonrió y agitó la cabeza. Se sentó en una plataforma.
—Estoy reaccionando de un modo muy humano a una cosa muy inhumana —dijo—: A tu aroma. Si puedes hacer algo para suprimirlo, te agradecería que lo hicieses. Está confundiéndome de una jodida manera.
El ooloi alisó sus tentáculos corporales y se dobló sobre otra plataforma.
—No sabía que los construidos dijesen palabrotas.
—Uno habla como oyó mientras crecía. ¿Qué efecto te causa a ti este aroma, Ti?
—Me gusta —respondió Tiikuchahk—. Hace que no me importe el que estés en esta habitación.
Akin trató de considerar esto, sobreponiéndose al distrayente aroma.
—Sí, a mí también apenas me deja darme cuenta de que estás en la habitación.
—¿Lo ves?
—Pero…, esto…, si se puede evitar, yo no quiero sentirme así todo el tiempo.
—Tú eres el único de los de aquí que podría hacer algo al respecto —le dijo Dehkiaht.
Akin hubiera deseado estar de vuelta con su maestro Akjai, un ooloi adulto que jamás le había hecho sentirse así. Ningún ooloi adulto le había hecho sentirse así.
Dehkiaht le tocó.
No se había dado cuenta de que el ooloi se le hubiera acercado. Así que literalmente saltó. Se sintió más ansioso que nunca de tener una satisfacción que este ooloi no le podía dar. Sabiéndolo, la frustración casi le hizo apartar de un empujón a Dehkiaht; pero él era un ooloi: tenía aquel increíble aroma. No podía ni empujarlo ni golpearle. En lugar de ello hizo una finta, apartándose de él. Lo había tocado tan sólo con su mano, pero aun esto era demasiado. Así que llegó hasta una de las paredes externas de la habitación antes de poder detenerse. El ooloi, claramente sorprendido, se limitó a mirarle.
—No tienes ni idea de lo que estás haciendo, ¿verdad? —le preguntó Akin. Jadeaba un poco.
—Creo que no —admitió el ooloi—. Y todavía no puedo controlar mi aroma. Quizá no pueda ayudaros.
—¡No! —dijo muy alto Tiikuchahk—. Los adultos dijeron que nos podías ayudar…, y a mí me ayudas.
—Pero le he hecho daño a Akin. No sé cómo dejar de hacerle daño.
—Tócale. Compréndelo del modo que me has comprendido a mí. Entonces sabrás cómo.
La voz de Tiikuchahk impidió a Akin pedirle al ooloi que se marchase. Sonaba…, no sólo aterrada, sino también desesperada. Era su compañera de camada, tan atormentada por la situación como lo estaba él. Y era una niña. Mucho más infantil aún que él: más joven, y realmente eka.
—De acuerdo —dijo, infeliz—. Tócame, Dehkiaht. Me quedaré quieto.
Se mantuvo quieto, contemplándolo en silencio. Casi le había golpeado. De no haberse retirado con tanta rapidez, posiblemente le hubiera pegado, haciéndole daño, y entonces, muy probablemente, el ooloi le hubiera aguijoneado en un acto reflejo, causándole a su vez un gran dolor. Y, claro, ahora Dehkiaht necesitaba algo más que las palabras de Akin para estar seguro de que éste no volvería a hacer una cosa así.
Se obligó a caminar hacia Dehkiaht. Su aroma le hacía desear correr hacia él y abrazarlo. Su inmadurez y su relación con Tiikuchahk le hacían desear correr en la otra dirección, huyéndole. De algún modo, consiguió cruzar la habitación y llegar hasta él.
—Échate —le dijo el ooloi—. Te ayudaré a dormir. Cuando haya terminado, sabré si puedo ayudarte de algún otro modo.
Akin se recostó en la plataforma, ansioso por hallar el descanso en el sueño. Los ligeros toques de los tentáculos de la cabeza del ooloi eran un estímulo casi insoportable, y el sueño no le llegó tan rápidamente como debería. Al fin se dio cuenta de que su estado de excitación hacía que el sueño le resultase imposible.
El ooloi pareció entender esto al mismo tiempo. Hizo algo que Akin no fue lo bastante rápido como para ver lo que era, y de repente ya no estuvo excitado. Y luego ya no estuvo despierto.