Diez días después del regreso de Akin y Gabe llegó un nuevo equipo de recuperación, para cumplir con su período de servicio en la excavación. Mientras aún estaban los dos equipos en el poblado, aparecieron los oankali.
No los vieron. No sonó la alarma entre los humanos. Akin estaba ocupado, cepillando un pequeño y muy adornado vaso de cristal, cuando captó el aroma de oankali.
Depositó el vaso, cuidadosamente, en una caja de madera forrada de tela que era usada para los hallazgos especialmente delicados, especialmente hermosos. Akin jamás había roto una de estas piezas; no había razón ninguna para romper una ahora.
¿Qué debía hacer? Si los humanos descubrían a los oankali, quizás hubiera lucha. ¡Y los humanos podían provocar en los oankali, con tanta facilidad, el letal reflejo del aguijoneado! ¿Qué debía hacer?
Divisó a Tate y la llamó. Estaba excavando muy cuidadosamente alrededor de algo grande y, al parecer, delicado. Lo estaba poniendo al descubierto con lo que parecía ser un largo y estrecho cuchillo y un cepillo hecho de ramitas. No le hizo caso.
Fue hasta ella con rapidez, contento de que no hubiera nadie por allá que pudiera oírle.
—Tengo que irme —le susurró—. Están aquí.
Ella casi se clavó el cuchillo.
—¿Dónde?
—Por allí. —Miró hacia el este, pero no señaló.
—Naturalmente.
—Llévame hasta allí. La gente se extrañará si me voy solo tan lejos del campamento.
—¿Yo? ¡No!
—Si no lo haces, alguien puede morir.
—Si lo hago, puedo morir yo.
—Tate.
Lo miró.
—Sabes que no te van a hacer daño. Lo sabes. Ayúdame. Es a tu gente a la que estoy tratando de salvar.
Ella le lanzó una mirada tan hostil que él se echó hacia atrás, tambaleante. Bruscamente ella lo agarró, lo alzó en brazos y comenzó a caminar hacia el este.
—Déjame en el suelo —dijo él—. Caminaré.
—¡Cállate! —le espetó ella—. Limítate a decirme cuándo me esté acercando a ellos.
Demasiado tarde, se dio cuenta de que ella estaba aterrorizada. No podía tener miedo a morir, conocía demasiado bien a los oankali como para temer esto. Entonces, ¿qué era?
—Lo siento —susurró—. Eres a la única que me he atrevido a pedírselo. No pasará nada.
Ella inspiró profundamente y lo dejó en el suelo, dándole la mano.
—Sí pasará algo —dijo—. Pero no es culpa tuya.
Cruzaron una cima y quedaron ocultos del campamento. Allá esperaban varios oankali y dos humanos. Uno de los humanos era Lilith. El otro…, parecía Tino.
—¡Oh, por Jesús Santísimo! —susurró Tate cuando vio a los oankali. Se quedó helada. A Akin le pareció que sentía deseos de darse la vuelta y echar a correr, pero, de algún modo, consiguió no moverse. Akin deseaba ir con su familia, pero también él se quedó muy quieto. No quería dejar a Tate sola y aterrada.
Lilith vino hasta él. Se movió con tal rapidez que no tuvo tiempo de reaccionar antes de que ella estuviera allí, inclinándose, alzándolo en el aire, abrazándolo tan fuerte que le hizo daño.
Su madre no pronunció ni un sonido; dejó que le probase el cuello y sintiese la absoluta seguridad de una piel tan familiar como la suya propia.
—¡He estado tanto tiempo esperándote! —susurró él por fin.
—Te he estado buscando tanto tiempo —dijo ella, con una voz que no sonaba en nada como la suya habitual. Le besó en la cara, le revolvió el cabello y, finalmente, lo alzó al extremo de sus brazos—. Tres años ya. Tan grandote. No dejaba de pensar que ya no me ibas a recordar…, pero sabía que sí lo harías. Lo sabía.
Él rió ante la idea imposible de que la olvidara, y la miró para ver si estaba llorando. No lo estaba; lo estaba examinando: sus brazos y manos, sus piernas…
Un grito les hizo alzar la vista a ambos. Tate y el otro humano estaban frente a frente: el sonido había sido el chillido de Tate llamando a Tino.
Éste le sonreía, incierto. No habló hasta que ella le tomó por los brazos y le dijo:
—¿Es que no me reconoces, Tino? ¿Tino?
Akin miró la expresión de Tino y supo por qué no la reconocía: estaba vivo, pero le pasaba algo.
—Lo siento —dijo Tino—. Sufrí una herida en la cabeza. Recuerdo mucho de mi pasado, pero…, algunas cosas aún están volviendo.
Tate miró a Lilith. Ésta le devolvió la mirada sin señales de amistad.
—Trataron de matarlo cuando se llevaron a Akin —explicó—. Le dieron un golpe y le partieron el cráneo de un modo tan salvaje, que estuvo a punto de morir.
—Akin nos dijo que había muerto.
—Tenía buenos motivos para creerlo. —Hizo una pausa—. ¿Valía la pena que él perdiese la vida para que tú tuvieses a mi hijo?
—Ella no fue la que lo hizo —intervino rápidamente Akin—. Ella es mi amiga. La gente que me secuestró trató de venderme en un montón de sitios antes de…, antes de que Fénix desease comprarme.
—La mayoría de los hombres que lo secuestraron están muertos —dijo Tate—. Y el superviviente está paralítico. Hubo una lucha…
Lanzó una mirada a Tino.
—Lo creáis o no, tú y Tino habéis sido vengados.
Los oankali comenzaron a comunicarse en silencio cuando oyeron esto. Akin pudo ver a sus padres oankali entre ellos, y sintió deseos de ir con ellos, pero también quería ir con Tino, quería hacer que el hombre le recordase, quería hacer que volviese a sonar como Tino.
—¿Tate…? —dijo Tino, mirándola—. ¿Eres… eres…?
—Soy yo —respondió ella en seguida—. Tate Rinaldi. Pasaste la mitad de tus años mozos en mi casa. Tate y Gabe, ¿te acuerdas?
—Algo… —Pensó por unos instantes—. Tú me ayudaste. Yo iba a marcharme de Fénix y tú me dijiste…, tú me explicaste cómo llegar a Lo.
Lilith pareció sorprendida.
—¿Eso hiciste? —le preguntó a Tate.
—Pensé que estaría a salvo en Lo.
—Debería de haberlo estado. —Lilith inspiró profundamente—. Ésa fue la primera incursión que sufríamos en muchos años. Nos habíamos descuidado.
Ahajas, Dichaan y Nikanj se separaron de los otros oankali y se acercaron al grupo humano. Akin no podía esperar más. Tendió las manos hacia Dichaan, y éste lo alzó en brazos y lo tuvo agarrado durante unos minutos de felicidad, alegría y reencuentro. No supo lo que decían los humanos, mientras él y Dichaan estaban unidos por tantos de los tentáculos sensoriales de Dichaan como eran capaces de alcanzarle y por la propia lengua de Akin. Éste se enteró de cómo Dichaan había hallado a Tino y luchado por mantenerlo vivo y cómo, al volver a casa, había descubierto que la hija de Ahajas estaba a punto de nacer. La familia no podía ir a buscarle, pero otros lo habían hecho…, al principio.
—¿Fui dejado entre ellos tanto tiempo para que pudiera estudiarlos? —preguntó Akin en silencio.
Dichaan hizo resonar sus tentáculos libres, incómodo.
—Hubo un consenso —dijo—. Todo el mundo pensó que era lo más adecuado. Todos menos nosotros. Nunca antes habíamos estado tan solos. A los otros les sorprendió que no aceptásemos la voluntad general, pero eran ellos los que estaban equivocados. ¡Estaban equivocados hasta en su mismo deseo de querer arriesgarte!
—¿Y mi compañera de camada?
Silencio. Tristeza.
—Te recuerda como algo que estaba, y que luego ya no estaba. Nikanj te mantuvo durante un tiempo en sus pensamientos, y el resto de nosotros te buscamos. Tan pronto como la pudimos dejar, nos pusimos a buscarte. Hasta ahora, nadie más nos ayudó.
—¿Y por qué ahora sí? —preguntó Akin.
—La gente cree que ya has aprendido bastante. Y saben que te han privado de tu compañera de camada.
—Es… demasiado tarde para el conexionado. —Sabía que lo era.
—Sí.
—Aquí hubo un par de compañeras de camada construidas.
—Lo sabemos. Están bien.
—Vi lo que tenían, lo que representaba para ellas. —Hizo un momento de pausa, recordando, ansiando—. Yo nunca tendré eso.
Sin darse cuenta, había empezado a llorar.
—Eka, tendrás algo muy similar cuando te aparees. Mientras tanto, nos tienes a nosotros. —A Dichaan no había que decirle lo poco que era esto. Pasarían largos años antes de que Akin fuera lo bastante mayor como para aparearse. Y el conexionarse con los padres no era lo mismo que hacerlo con un compañero de camada cercano. Nada con lo que había estado en contacto era tan dulce como ese conexionado.
Dichaan se lo pasó a Nikanj y éste le sacó, entre caricias, toda la información que había descubierto acerca de plantas y animales, acerca del pozo de excavación.
Esto podía serle pasado a gran velocidad al ooloi. Era trabajo de éste absorber y asimilar la información que los otros habían reunido. Ellos comparaban las formas de vida familiares con lo que antes habían sido o debían llegar a ser. Ellos detectaban cambios y hallaban nuevas formas de vida que podían ser comprendidas, montadas y usadas, a medida que eran necesitadas. Los machos y las hembras iban al ooloi con sus capturas de información biológica; el ooloi tomaba esa información y, a cambio, les daba un intenso placer. El dar y el tomar eran un único acto.
Akin había experimentado versiones más suaves de este intercambio con Nikanj durante toda su vida, pero esta experiencia le demostró que, hasta ahora, no había sabido nada de lo que un ooloi podía tomar y dar. Unido a Nikanj, se olvidó por un tiempo del dolor de que le hubiera sido negada la unión con su compañera de camada.
Cuando fue capaz de pensar de nuevo, comprendió por qué la gente atesoraba a los ooloi. Los machos y hembras no recolectaban información únicamente por complacer al ooloi y lograr de él placer; la recolectaban porque sentían que era algo necesario y les complacía hacerlo.
Pero, aun así, sabían que, en algún momento, un ooloi debía tomar la información y coordinarla, para que así el pueblo pudiera usarla. En cierto momento, un ooloi debía darles la sensación que sólo un ooloi podía dar. Incluso los humanos eran vulnerables a esta tentación. No podían, deliberadamente, recoger el tipo de información biológica específica que deseaban los ooloi, pero podían compartir con ellos todo lo que recientemente habían comido, respirado o absorbido a través de su piel. Podían compartir cualquier cambio que se hubiera producido en sus cuerpos, desde la última vez que habían tenido contacto con el ooloi. Ellos no sabían lo que le daban al ooloi, pero sí sabían lo que el ooloi les daba a ellos. Akin sabía lo que le estaba dando a Nikanj. Y, por primera vez, comenzó a comprender lo que un ooloi le podía dar a él. No podía tomar el lugar de una cercanía continua, como la que tenían Amma y Shkaht, nada podía sustituir a eso; pero aquello era mejor que cualquier otra cosa que hubiera conocido. Era un alivio del dolor de ahora, y el adelanto de la curación para un distante futuro como adulto.
Algo después, Akin volvió a darse cuenta de la existencia de los tres humanos. Estaban sentados en el suelo, hablando entre ellos. En la ladera de la colina que les ocultaba del campamento, a sus espaldas, estaba Gabe. Aparentemente, ninguno de los humanos lo había visto aún, pero todos los oankali debían de haberse dado cuenta de su presencia. Estaba en pie, mirando a Tate, sin duda enfocando la vista en su dorado cabello.
—No digas nada —le advirtió Nikanj en silencio—. Déjalos hablar.
—Es el compañero de ella —susurró vocalmente Akin—. Tiene miedo de que ella se venga con nosotros y lo deje solo.
—Sí.
—Déjame ir a buscarlo.
—No, Eka.
—Es un amigo. Me llevó de viaje por las colinas. Fue gracias a él que he podido recoger tanta información que darte.
—Es un resistente. No le voy a dar la posibilidad de usarte como rehén. No te das cuenta de lo valioso que eres.
—Él no lo haría.
—¿Y si se limitase a tomarte en brazos, ir al otro lado de la colina y llamar a sus amigos? En ese campamento hay armas de fuego, ¿no?
Silencio. Gabe podía hacer algo así, si pensaba que iba a perder tanto a Akin como a Tate. Podía. Del mismo modo que el padre de Tino había reunido a sus amigos y matado a tanta gente, a pesar de que sabía que nada de lo que hiciera le devolvería la vida al hijo que creía muerto, o ni siquiera lo vengaría adecuadamente.
—¡Ven con nosotros! —estaba diciendo Lilith—. ¿Te gustan los niños? ¡Ten algunos, tuyos propios! ¡Enséñales todo lo que sabes acerca de cómo era antes la Tierra!
—Eso no es lo que acostumbrabas a decir antes —contestó suavemente Tate.
Lilith asintió con la cabeza.
—Yo antes acostumbraba a pensar que vosotros, los resistentes, hallaríais una respuesta. Confiaba en que lo lograríais. Pero ¡Cristo!, vuestra única respuesta ha sido robarnos los hijos a nosotros. Los mismos hijos que vosotros no os rebajáis a tener. ¿De qué sirve esto?
—Pensamos…, creímos que ellos podrían tener niños, sin necesidad de un ooloi.
Lilith inspiró profundamente.
—Nadie puede tenerlos sin los ooloi. Ellos se han cuidado muy bien de esto.
—No puedo volver con ellos.
—No es malo —le dijo Tino—. No es lo que pensaba.
—¡Sé exactamente lo que es! Sé perfectamente lo que es… Como también lo sabe Gabe. Y no creo que nada de lo que yo pueda decirle sea capaz de hacer que pase de nuevo por aquello.
—Llámalo —le dijo Lilith—. Está ahí en la colina.
Tate alzó la vista, vio a Gabe y se puso en pie.
—Tengo que irme.
—¡Tate! —dijo con urgencia Lilith.
Tate volvió a mirarla.
—Tráelo con nosotros. Hablemos. ¿Qué daño puede hacer esto?
Pero Tate no quería hacerlo. Akin veía que no iba a hacerlo.
—Tate —llamó Akin.
Ella le miró, luego apartó rápidamente la mirada.
—Haré lo que te he dicho que haría —exclamó él—. Yo no olvido las cosas.
Ella se le acercó y lo besó. El que Nikanj aún lo estuviera sosteniendo en brazos no pareció preocuparla.
—Si lo deseas —le dijo Nikanj—, mis padres vendrán de la nave. No han hallado otros compañeros humanos.
Ella miró a Nikanj, pero no habló. Caminó colina arriba, y fue más allá, sin siquiera detenerse para hablar con Gabe. Éste la siguió, y los dos desaparecieron al otro lado de la cima.