Akin estuvo con la gente de Fénix durante casi un año. Pasó la mayor parte de este tiempo en las colinas, viendo las operaciones de rescate y tomando parte en ellas cuando el equipo encargado le dejaba. Uno de los hombres lo puso a limpiar pequeños artículos decorativos: joyería, botellitas, jarras, cubertería. Sabía que en realidad le habían dado este trabajo para sacárselo de en medio, pero le gustaba. Lo probaba todo antes y después de limpiarlo. A menudo hallaba restos humanos, protegidos dentro de recipientes: trozos de piel, cabellos, uñas. De algunos de ellos recuperaba tramas genéticas perdidas, que los ooloi podrían recrear si necesitaban la diversidad genética humana. Sólo un ooloi podía decirle lo que era útil y lo que no. Él lo memorizaba todo para, algún día, dárselo a Nikanj.
En una ocasión Sabina lo encontró probando el interior de una botellita pequeña. Trató de quitarle la botella de un manotazo pero, afortunadamente, él pudo fintar y retirar los delgados filamentos de búsqueda de su lengua antes de que ella los rompiese. Sabina debería haberse ido de vuelta a Fénix cuando su grupo se marchó: había hecho su parte de lo que ella llamaba remover la tierra; pero se había quedado. Akin creía que se había quedado por él. No había olvidado que ella había estado dispuesta a tomar parte en la amputación de los tentáculos de Amina y Shkaht. Pero parecía más lista que Neci, más capacitada, más dispuesta a aprender.
—¿Cómo se llamaba esta cosa? —le preguntó, cuando ya no hubo posibilidad de que le hiciese daño.
—Era una botella de perfume. No te la metas en la boca.
—¿Ibas a alguna parte? —le preguntó.
—¿Cómo?
—Es que, si tienes tiempo, te explicaré por qué me llevo las cosas a la boca.
—Todos los niños pequeños se llevan las cosas a la boca…, y de vez en cuando se envenenan.
—Yo debo ponerme las cosas en la boca, si es que quiero comprenderlas. Y debo tratar de comprenderlas. Si no lo intentase, sería como tener ojos y manos y estar siempre vendado y maniatado. Me haría volverme… loco.
—¡Oh, pero…!
—Y ya soy demasiado mayor para envenenarme yo mismo. Podría beberme el líquido que antes hubo en esta botella sin que me ocurriese nada. Pasaría a través de mí rápidamente, apenas sin cambiar, porque no es muy peligroso. Si fuera muy peligroso, o bien mi cuerpo cambiaría su estructura y lo neutralizaría, o… lo sellaría dentro de una especie de botella cerrada de carne y lo expulsaría. ¿Entiendes?
—Com… comprendo lo que dices, pero no estoy segura de creerte.
—Es importante que lo entiendas; tú, sobre todo…
—¿Por qué?
—Porque, justo ahora, estuviste a punto de hacerme muchísimo daño. Podrías haberme dañado mucho más de lo que podría dañarme ningún veneno. Y podrías haberme hecho aguijonearte. Y, si yo hiciese tal cosa, morirías…, por eso es importante.
Sabina se apartó de él y su rostro cambió un poco.
—Siempre pareces tan normal, que a veces lo olvido.
—No lo olvides. Pero tampoco me odies: nunca he aguijoneado a nadie, y no quiero tener que hacerlo nunca.
Algo de la suspicacia abandonó los ojos de ella.
—Ayúdame a aprender —dijo Akin—. Quiero conocer mejor mi parte humana.
—¿Qué es lo que te puedo enseñar?
Sonrió.
—Dime por qué los niños humanos se ponían cosas en la boca. Nunca lo he sabido.