Amma y Shkaht no fueron halladas. Simplemente, habían desaparecido…, quizá las hubiesen hallado otros resistentes, tal vez estuvieran a salvo en algún pueblo comercial. La mayor parte de los resistentes parecían creer que tenían que estar muertas: ya fuese devoradas por los caimanes o las serpientes anacondas, ya picadas por serpientes o insectos venenosos. La idea de que unas niñas tan pequeñas pudiesen haber hallado el camino hasta un lugar seguro les parecía algo totalmente inconcebible.
Y la mayor parte de los resistentes culpaban a Neci de esas muertes. Esto parecía satisfacer a Tate, pero a Akin no le importaba. Lo único que quería de Neci era que le dejase en paz. Y lo dejó en paz…, pero después de hacer circular la idea de que debía ser vigilado más de cerca. No era ella la única que creía esto, pero sí había sido la única en sugerir que lo mantuviesen apartado del pozo y del río, y que le colocasen un arnés y lo dejasen atado al exterior de las cabañas cuando todos estaban demasiado ocupados como para poderlo controlar.
Eso era algo que él no hubiera soportado: hubiera aguijoneado la cuerda o cadena con la que le hubiesen asegurado hasta que se hubiese podrido u oxidado y roto, y entonces se habría escapado, no montaña abajo, sino hacia arriba. Quizá, más arriba, no lo hubiesen hallado. Probablemente no habría logrado hacer todo el camino que le separaba de Lo: estaba demasiado lejos de su pueblo, y había demasiados poblados de resistentes por el camino, por lo que lo más probable era que lo hubiesen atrapado en cuanto hubiera bajado de las montañas. Pero nunca se hubiese quedado con una gente que lo atase.
Y no lo ataron; lo controlaban más que antes, pero parecía que los resistentes tenían tanta aversión a atar o encerrar a la gente como la pudiera tener él.
Finalmente, Neci se marchó con un grupo de miembros del equipo de recuperación que volvían a casa: hombres y mujeres con sus tesoros a cuestas. Se llevaron con ellos dos de las armas de fuego. Había habido discusiones, tanto entre los componentes del equipo recién llegados como de los salientes, acerca de la conveniencia de que Fénix empezara a fabricar armas de fuego. Tate estaba en contra, y Yori se oponía de un modo tan obsesivo que amenazó con marcharse a otro poblado de resistentes. En cualquier caso, las armas serían fabricadas.
—Tenemos que protegernos —dijo Gabe—. Demasiados bandoleros tienen ya armas de fuego, y Fénix es un pueblo rico. Más pronto o más tarde decidirán que es más descansado robarnos a nosotros que tener que andar comerciando por esos caminos de Dios.
Una vez tomada la decisión, Tate durmió varias noches sola, o con Akin. A veces no dormía en toda la noche. Akin hubiera deseado poder consolarla, del mismo modo que Amma y Shkaht lo habían consolado a él. El sueño habría sido un verdadero regalo para ella, pero sólo se lo podría haber ofrecido con la ayuda de una compañera de camada, nacida de oankali.
—¿Es que los bandoleros van a empezar a atacaros, del mismo modo que nos atacan a nosotros?
—Probablemente.
—¿Y por qué no lo han hecho antes?
—Lo han hecho, esporádicamente…, tratando de robarnos metal o mujeres. Pero Fénix es una ciudad fuerte…, con mucha gente dispuesta a luchar por ella, caso de ser preciso. Hay asentamientos más pequeños, más débiles, que son huesos más fáciles de roer.
—Entonces no es tan mala idea tener armas de fuego, ¿no?
Trató de observarlo en la oscuridad. No podía verlo…, pese a que él la veía perfectamente.
—¿Eso crees?
—No lo sé. Me cae muy bien un montón de gente de Fénix. Y recuerdo lo que le hicieron a Tino los bandoleros. No tenían por qué hacerlo, pero lo hicieron. Y, sin embargo, luego, cuando estuve con ellos, no parecían…, no sé. Durante la mayor parte del tiempo eran como la gente de Fénix.
—Probablemente eran de algún lugar parecido a Fénix…, algún pueblo o poblado. Se hartaron de una existencia aburrida desprovista de objetivos, y eligieron otra.
—¿Desprovista de objetivos porque los resistentes no pueden tener hijos?
—Así es. Eso significa mucho más de lo que jamás lograré explicarte. No nos hacemos viejos, no tenemos hijos, y nada de lo que hacemos vale una maldita mierda.
—¿Qué representaría… el que tuvieseis un chico como yo?
—Tenemos un chico como tú: tú.
—Ya sabes lo que quiero decir.
—Duérmete, Akin.
—¿Por qué les tienes miedo a las armas de fuego?
—Porque hacen que el matar sea una cosa demasiado fácil. Demasiado impersonal. ¿Sabes lo que eso significa?
—Sí. Si dices algo que no entiendo, ya te lo preguntaré.
—Cuando las tengamos, nos mataremos entre nosotros aún más de lo que ya lo estamos haciendo. Y aprenderemos a hacer más y mejores armas. Algún día, nos meteremos con los oankali, y eso será nuestro fin.
—Lo sería. ¿Y qué es lo que, en cambio, querrías que sucediera?
Silencio.
—¿Lo sabes?
—Que no nos llegase la extinción —susurró ella—. Que de ningún modo nos llegase la extinción. Mientras estemos vivos, tenemos esperanzas.
Akin frunció el ceño, tratando de comprender.
—Si tuvieras niños a la manera antigua, en la forma de antes de la guerra, si tuvieras hijos con Gabe…, ¿seguirías creyendo que os vais a extinguir?
—Al contrario, entonces creería que ya no íbamos a extinguirnos: nuestros hijos serían humanos como nosotros.
—Yo soy humano como tú…, y oankali, como Ahajas y Dichaan.
—No lo entiendes.
—Lo estoy intentando.
—¿De veras? —Ella le acarició la cara—. ¿Por qué?
—Necesito hacerlo, es parte de mí. También a mí me concierne.
—La verdad es que no.
De repente, se sintió irritado. Odiaba su suave condescendencia.
—Entonces, ¿por qué estoy aquí? ¿Para qué estás tú aquí? Si no me concerniese, tú y Gabe estaríais abajo, en Fénix. Y yo estaría de vuelta en Lo. Los oankali y los humanos han hecho lo que antes hacían los machos y las hembras humanos, Y me han hecho a mí, y han hecho a Amma y Shkaht…, ¡y están tan poco extintos como lo estaríais vosotros si tú tuvieras hijos con Gabe!
Ella se giró un poco…, dándole la espalda tanto como podía hacerlo en una hamaca.
—Duérmete, Akin.
Pero no se durmió. Era su turno de quedarse despierto, pensando. Comprendía más de lo que ella pensaba. Recordaba su discusión con Amma y Shkaht acerca de que a los humanos se les debía permitir tener su propio grupo Akjai…, su propio seguro contra un desastre y la auténtica extinción. ¿Por qué aquello tenía que ser tan difícil? Según Lilith, había extensiones de tierras rodeadas por tremendas cantidades de agua. Podía aislarse a los humanos y devolvérseles la habilidad de reproducirse a su manera. Pero, entonces, ¿qué pasaría cuando los construidos se dispersasen por las estrellas, dejando la Tierra convertida en una despojada ruina? Las esperanzas de Tate eran vanas.
¿O no lo eran?
¿Quién estaba hablando, entre los oankali, en nombre de los intereses de los humanos resistentes? ¿Quién había considerado seriamente que quizá no fuese bastante el dejar que los humanos eligiesen entre la unión con los oankali o unas vidas estériles, en libertad de los oankali? Los humanos de los poblados comerciales lo decían, pero estaban tan tarados, eran tan contradictorios genéticamente, que a menudo no se les escuchaba.
Él no tenía su tara. Él había sido elaborado dentro del cuerpo de un ooloi. Él era lo bastante oankali como para ser escuchado por otros oankali, y lo bastante humano como para saber que los humanos resistentes estaban siendo tratados con crueldad y condescendencia.
Y, no obstante, no había sido capaz de hacer que Amma y Shkaht le comprendiesen. Y él mismo aún no sabía lo bastante. Aquellos resistentes tenían que ayudarle a aprender más.