Neci Roybal quería quedarse con una de las niñas. Y aún no había abandonado la idea de hacer que les quitasen los tentáculos a ambas. Ya había comenzado de nuevo su campaña a este efecto, esta vez entre los del equipo de recuperación. La mayor parte de las veces, aquellos tentáculos parecían más unas babosas que unos gusanitos, decía. Y que las niñas que algún día serían las madres de una nueva raza humana debían de parecer humanas…, debían de ver rasgos humanos cuando se mirasen al espejo…
—Ellas no son oankali —la oyó Akin decirle a Abira una noche—. Lo que le pasó al hombre que conocían Tate y Gabe…, eso quizá sólo pase con los oankali.
—Neci —le dijo Abira—, si te acercas a esas niñas con un cuchillo y ellas no acaban contigo, lo haré yo.
Otros eran más receptivos. Un par de miembros del equipo, un matrimonio apellidado Senn, pronto se convirtieron al punto de vista de Neci. Akin pasó buena parte de su tercera noche en el campamento echado en la hamaca de Abira, escuchando como, en la casa de al lado, Neci, con la ayuda de Gilbert y Anne Senn, trataba de convertir a Yori Shinizu y Sabina Dobrowski. Era obvio que creía que Yori, la doctora, era la persona más adecuada para amputar los tentáculos de las niñas.
—No es por el aspecto que tienen esos tentáculos —decía Gil con su suave voz. Todo el mundo le llamaba Gil y tenía una voz suave, parecida a la de un ooloi—. Sí, son feos, pero lo importante es lo que representan. Son alienígenas, inhumanos. ¿Cómo pueden esas niñitas crecer para convertirse en mujeres humanas, cuando sus propios órganos sensoriales las traicionan?
—¿Y qué hay del chico? —inquirió Yori—. Tiene los mismos sentidos alienígenas, pero los tiene localizados en la lengua. Y no podemos cortársela…
—No —intervino Anne, que tenía la voz suave como la de su marido.
Se le parecía y sonaba lo bastante parecida a él como para ser su hermana, pero los humanos no se casaban con sus compañeros de camada, y aquellos dos habían estado casados ya antes de la guerra. Provenían de un lugar llamado Suiza, y estaban visitando otro lugar llamado Kenya cuando había estallado la guerra. Habían ido a ver los grandes y fabulosos animales que ahora estaban extinguidos. En su tiempo libre, Anne pintaba imágenes de esos animales en tela, papel o madera. Y los llamaba jirafas, leones, elefantes, panteras… Ya le había mostrado a Akin parte de su trabajo, parecía que el niño le caía bien.
—No —repitió—. Pero al niño habría que educarlo como hay que educar a los niños. No está bien dejar que siempre se esté llevando cosas a la boca. No está bien que coma hierbas y hojas como si fuera una vaca. No está bien dejarle que vaya lamiendo a la gente; Tate dice que él lo llama probar a la gente, como quien prueba un plato. ¡Es repugnante!
—Ella le deja abandonarse a cualquier impulso alienígena —insistió Neci—. Como antes no tuvo ningún niño…, he oído que había algún tipo de enfermedad en su familia, por lo que no se atrevió a tener hijos. Y no sabe cómo hay que cuidarlos.
—El niño la quiere —afirmó Yori.
—Porque lo malcría —le cortó Neci—. Pero es pequeño…, puede aprender a querer a otra gente.
—¿A ti? —le preguntó Gil.
—¿Y por qué no? Yo tuve dos hijos antes de la guerra. Sé cómo cuidar de los niños.
—Nosotros también tuvimos dos —intervino Anne—. Dos niñitas.
Lanzó una risa apagada.
—Shkaht y Amma no se las parecen en nada, pero daría cualquier cosa por convertir a una de esas niñas en mi hija.
—¿Con o sin tentáculos? —preguntó Sabina.
—Si Yori quisiera hacerlo, preferiría que se los quitase.
—No sé si lo haría —dijo Yori en voz baja—. No creo que Tate mintiese cuando contó lo que vio.
—Pero lo que vio sucedió entre un humano y un oankali adulto —afirmó Anne—. Y éstos son niños, casi bebés. Y casi son humanos.
—Parecen casi humanos —interrumpió Sabina—. No sabemos qué son en realidad.
—Niños —dijo Anne—. Son niños.
—Debería hacerse —afirmó Neci—. Todos sabemos que habría que hacerlo. Aún no sabemos cómo se puede hacer, pero tú, Yori, tendrías que averiguar el modo. Deberías de estudiarlos. Tú viniste con nosotros para cuidar de su salud. ¿No significa eso que tendrías que pasar más tiempo con ellos, para averiguar más cosas sobre ellos?
—Eso no sería de ninguna ayuda —le explicó Yori—. Ya sé que son venenosos. Quizá podría protegerme de eso, o quizá no. Pero…, eso de lo que hablas es cirugía estética, Neci, algo totalmente innecesario. Y, en cualquier caso, yo no soy cirujana estética. ¿Por qué iba a poner en peligro la salud de las niñas y mi propia vida por lo que no deja de ser una especie de fea marca de nacimiento? Y, en cualquier caso, Tate dice que los tentáculos vuelven a crecer.
Inspiró profundamente.
—No, no lo haré. Antes no estaba segura, pero ahora sí lo estoy. No lo haré.
Silencio. Sonido de movimientos, de alguien caminando…, los pasos ligeros y cortos de Yori. El sonido de una puerta al abrirse.
—Buenas noches —dijo Yori.
Nadie le deseó unas buenas noches a ella.
—No es tan complicado —dijo Neci unos momentos más tarde—. Especialmente no lo es con Amma: ¡tiene tan pocos tentáculos! Son sólo ocho o diez…, y muy pequeños. Cualquiera lo puede hacer, poniéndose unos guantes para protegerse.
—Yo no podría hacerlo —afirmó seriamente Anne—. No podría cortar a nadie con un cuchillo.
—Yo podría… —dijo Gil—, si no se tratase de unas niñitas tan pequeñas.
—¿Tenéis aquí algo de licor? —preguntó Neci—. Hasta me serviría esa porquería destilada de la mandioca que beben los merodeadores.
—Aquí hacemos whisky de maíz —indicó Gil—. Siempre hay mucho. Demasiado.
—Pues entonces les damos whisky a las niñas, y después se lo hacemos.
—No sé… —dijo Sabina—. ¡Son tan pequeñas! Y, si enferman…
—Si enferman, Yori las cuidará. De todos modos las cuidará, aunque no le guste lo que les hayamos hecho. Y se lo haremos, como debe ser.
—Pero…
—¡Debe hacerse! ¡Tenemos que criar niños humanos, no alienígenas que ni entiendan cómo vemos nosotros las cosas!
Silencio.
—¿Mañana, Gil? ¿Puede hacerse mañana?
—No…, no sé…
—Podemos coger a las niñas cuando estén por ahí, comiendo plantas. Durante un rato, nadie se dará cuenta de que han desaparecido. Sabina, tú conseguirás el licor, ¿de acuerdo?
—Yo…
—¿Hay cuchillos bien afilados por aquí? Tendremos que hacerlo rápida y limpiamente. Y necesitaremos telas limpias para los vendajes, y guantes para todos nosotros, por si acaso…, y ese antiséptico que tiene Yori. Yo lo cogeré. Probablemente no habrá ninguna infección, pero no correremos riesgos… —Se detuvo de pronto, y luego dijo una sola palabra, secamente—: ¡Mañana!
Silencio.
Akin se levantó y logró salir, con dificultades, de la hamaca. Abira se despertó, pero sólo murmuró algo sin sentido y volvió a quedarse dormida. Akin fue a la habitación de al lado, donde Amma y Shkaht compartían una hamaca. Se encontraron con él en la puerta: salían. Los tres se unieron al instante y hablaron sin sonido alguno.
—Tenemos que irnos —dijo tristemente Shkaht.
—No tenéis por qué —discutió Akin—. Ellos sólo son unos pocos, y no muy fuertes. Nosotros tenemos a Tate y Gabe, Yori, Abira, Macy y Kolina. ¡Todos nos ayudarán!
—Nos ayudarán mañana. Pero Neci esperará y volverá a buscar ayuda y a intentarlo más tarde.
—Tate puede hablar con los del equipo de aquí, tal como habló en el campamento, de camino a este lugar. Cuando habla, la gente la cree.
—Neci no la creyó.
—Sí la creyó. Lo que sucede es que quiere que las cosas se hagan siempre a su manera…, aunque su manera esté equivocada. Y no es demasiado lista: me ha visto probar el metal, la carne y la madera, pero cree que unos guantes protegerán sus manos de que se las probemos o aguijoneemos, cuando vayan a cortaros los tentáculos.
—¿Guantes de plástico?
Sorprendido, Akin pensó por un momento.
—Quizá tengan guantes hechos con algún tipo de plástico. No he visto un plástico tan flexible, pero puede que exista. Claro que, en cuanto entiendes el plástico, ya no te puede hacer daño.
—Probablemente Neci no comprende esto. Has dicho que no es lista; eso la convierte en más peligrosa aún. Quizá, si la otra gente le impide que mañana nos corte los tentáculos, aún se irrite más. Querrá hacernos daño, sólo para demostrar que puede hacerlo.
Al cabo de un momento, Akin tuvo que estar de acuerdo:
—Sí, es posible.
—Tenemos que irnos.
—¡Quiero ir con vosotras!
Silencio.
Asustado, Akin se unió más profundamente con ellas:
—¡No me dejéis aquí, solo!
Más silencio. Con gran suavidad, lo sostuvieron entre las dos y le hicieron dormirse. Comprendió lo que le estaban haciendo y se resistió, al principio muy irritado, pero al fin comprendiendo que tenían razón: sin él tenían una posibilidad. Eran más fuertes, mayores, y podían caminar más deprisa y durante más tiempo sin descansar. La comunicación entre ellas era más rápida y precisa. Podían actuar casi como si compartiesen un único sistema nervioso. Sólo los compañeros de camada conexionados y los adultos apareados llegaban a conocerse, así de bien, unos a otros. Akin las hubiera estorbado, probablemente habría hecho que las volviesen a capturar. Lo sabía, y ellas podían notar sus sentimientos contradictorios. Y sabían que él lo sabía. Así que no había necesidad de discutir: simplemente, él tenía que aceptar la realidad.
Finalmente la aceptó, y les permitió que lo hundiesen en un profundo sueño.