Pasaron días caminando a través de la selva, subiendo colinas cubiertas de jungla. Pero, ahora, el ambiente era más frío, y Akin y las niñas tuvieron que luchar contra los intentos de vestirlos con ropas más cálidas. Aún había mucho que comer, y sus cuerpos se ajustaron, rápida y fácilmente, al cambio de temperatura. Akin seguía llevando puestos los pantalones cortos que le había hecho Pilar Leal. No había habido tiempo de preparar ropa para las niñas, de modo que vestían trozos de tela, envueltos a su cintura y atados por arriba. Éste era el único tipo de ropa que no se quitaban y perdían deliberadamente.
A la segunda noche del viaje, Akin empezó a dormir con ellas. Necesitaban aprender más inglés, y tenían que aprenderlo rápidamente. Neci estaba haciendo lo que Akin había supuesto: decir una y otra vez, a diferente gente, en privadas y emotivas conversaciones, que era el momento justo para quitarles los tentáculos a las niñas, ahora que aún eran pequeñas, para que así pareciesen más humanas, para que así aprendiesen a depender de sus sentidos humanos y comenzasen a ver el mundo como humanas. La gente se reía de ella a sus espaldas, pero, de vez en cuando, Akin les oía hablar de los tentáculos de las niñas…, de lo feos que eran y de lo mucho más guapas que se las vería sin ellos…
—¿Nos los cortarán? —le preguntó Amma cuando les explicó lo que pasaba. Todos sus tentáculos se aplastaron, hasta hacerse invisibles contra su piel.
—Puede que lo intenten —le contestó Akin—. Tendremos que impedirles que lo lleven a cabo.
—¿Cómo?
Shkaht le tocó con una de sus pequeñas y sensibles manos.
—¿De qué humanos te fías? —quiso saber. Era la más joven de las dos, pero había logrado aprender más que la otra.
—De la mujer con la que vivo, Tate. De su esposo no, sólo de ella. Voy a tener que decirle la verdad.
—Realmente, ¿podrá ella hacer algo?
—Tal vez. Quizá no lo haga. Hace…, cosas extrañas, a veces. Lo peor que podría hacer ahora es no hacer nada.
—¿Qué es lo que le pasa?
—¿Qué es lo que les pasa a todos? ¿O es que no te has dado cuenta?
—… Sí. Pero no lo entiendo.
—Realmente, yo tampoco. Pero es por el modo en que tienen que vivir. Quieren niños, así que nos compran. Pero seguimos sin ser sus niños: quieren tener niños propios. A veces nos odian, porque no pueden tenerlos. Y a veces nos odian porque somos parte de los oankali, y son los oankali los que no les dejan tener niños.
—Podrían tener docenas de niños si dejasen de vivir separados y se uniesen a nosotros.
—Quieren tener esos niños del modo en que los tenían antes de la guerra. Sin los oankali.
—¿Por qué?
—Porque ésa es su manera de ser. —Estaba tendido amontonado con ellas, de modo que una zona sensorial hallase otra zona sensorial, para que así las niñas pudiesen usar sus tentáculos sensoriales y él su lengua. Casi ni se daban cuenta de que la conversación había dejado de ser vocal. Akin ya había descubierto que, cuando estaban echados de este modo, los humanos se creían que estaban dormidos amontonados.
—Ya no habrá más de ellos —les dijo, tratando de proyectar la sensación de soledad y miedo que creía sentían los humanos—. Su especie es todo lo que han conocido o sido, y pronto ya no existirá. Tratan de hacernos a nosotros como son ellos, pero realmente nunca seremos como ellos, y eso lo saben.
Las chicas se estremecieron y cortaron el contacto por un instante. Cuando lo tocaron de nuevo, parecieron comunicarse como una única persona:
—¡Somos ellos! Y somos los oankali. Tú lo sabes. ¡Y si ellos pudieran percibir, también lo sabrían!
—Si pudieran percibir, serían nosotros. No pueden y no lo son. Nosotros somos lo mejor que son ellos y lo mejor que son los oankali. Pero, a causa de nosotros, ellos ya no existirán.
—Tampoco los oankali Dinso y Toaht existirán ya.
—No. Pero los Akjai se marcharán sin haber cambiado. Si la especie construida humanoankali no funciona aquí, o para los Toaht, los Akjai seguirán existiendo.
—Sólo si hallan a alguna otra gente con la que mezclarse. —Esto lo dijo, separadamente, Amma.
—Los humanos habían llegado ya a su propio fin —intervino Shkaht—. Tenían fallos y estaban sobreespecializados. Si no hubieran tenido su guerra habrían hallado otro modo de matarse ellos mismos.
—Quizá —admitió Akin—. También a mí me enseñaron eso. Y puedo ver el conflicto en sus genes… la nueva inteligencia, puesta al servicio de las viejas tendencias jerárquicas. Pero… no tienen por qué destruirse a sí mismos. Desde luego, no tienen por qué hacerlo de nuevo.
—¿Y cómo podrían no hacerlo? —preguntó Amma. Todo lo que ella había aprendido, todo lo que le habían enseñado los cuerpos de sus propios padres humanos, le indicaba que Akin estaba diciendo tonterías. No había estado el bastante tiempo entre los humanos resistentes como para que empezase a verlos como un pueblo realmente diferenciado.
Sin embargo, debía entender. Ella sería una hembra y, algún día, les contaría a sus hijos lo que habían sido los humanos. Y no lo sabía. Él mismo sólo estaba empezando a entenderlo.
Dijo con intensidad, con absoluta certidumbre:
—¡Debería haber unos Akjai humanos! Debería haber unos humanos que ni cambiasen ni muriesen…, humanos que siguieran existiendo, por si las uniones con los Dinso y los Toaht fracasan.
Amma se estaba moviendo, incómoda, contra él; primero tocándole, luego rompiendo el contacto, como si la hiciese daño el enterarse de lo que él estaba diciendo, pero también como si su curiosidad no la dejase mantenerse apartada. Shkaht estaba muy quieta, unida a él por sus sutiles tentáculos craneales, tratando de captar lo que él estaba diciendo.
—Tú estás aquí para esto —le dijo en voz baja, pero vocalizando. Su voz le sobresaltó, a pesar de que no se movió. Había hablado en oankali y, como en el caso de él, lo que ella le comunicaba tenía un sentimiento de verdad e intensidad.
Amma se unió más profundamente con ambos, pasándoles su frustración: no entendía nada.
—Lo han dejado aquí deliberadamente —explicó en silencio Shkaht. Voluntariamente, calmó a su compañera con su propia tranquila certeza—: Quieren que conozca a los humanos. No lo habrían enviado a ellos, pero dado que está aquí y no le están haciendo daño, quieren que aprenda, para que luego pueda enseñarles a ellos.
—¿Y qué hay de nosotras?
—No sé. No podrían venir a por nosotras sin llevárselo a él. Y probablemente no sabían dónde iban a vendernos…, o siquiera si nos iban a vender. Creo que nos dejarán aquí hasta que decidan venir a por él…, a menos que estemos en peligro.
—Ahora estamos en peligro —susurró vocalmente Amma.
—No. Akin hablará con Tate. Si ella no puede ayudarnos, una noche, pronto, desapareceremos.
—¿Nos escaparemos?
—Sí.
—¡Los humanos nos atraparán!
—No. Viajaremos de noche, nos ocultaremos durante el día, nos iremos al río más cercano en cuanto sea posible.
—¿Puedes respirar bajo el agua? —le preguntó Akin a Amma.
—Aún no —contestó ella—, pero soy una buena nadadora. Siempre que Shkaht se metía en el agua, yo iba con ella. Y, si me meto en líos, ella me ayuda…, se une a mí y respira por mí.
Como la compañera de camada de Akin podría haberle ayudado a él, pensó. Se apartó de ellas, pues la unidad de ambas le recordaba su propia soledad. Podía hablar con ellas, comunicarse con ellas no vocalmente, pero nunca podría tener con ellas esa unión especial íntima que tenían una con otra. Pronto sería demasiado mayor para ello…, si es que no lo era ya. ¿Y qué le estaría pasando a su compañera de camada?
—No creo que me estén dejando deliberadamente con los humanos. Mis padres no me harían una cosa así. Mi madre humana vendría a buscarme ella sola, si es que nadie quería acompañarla.
Ambas chicas volvieron a ponerse en contacto con él al momento.
—¡No! —le explicó Shkaht—. Cuando los resistentes hallan a mujeres solas, se las quedan. Vimos cómo sucedía esto en un poblado en el que trataron de vendernos nuestros secuestradores.
—¿Qué es lo que visteis?
—Algunos hombres llegaron al poblado. Vivían allí, pero habían estado viajando. Llevaban con ellos a una mujer, con los brazos atados con cuerda, y tiraban de ella de otra cuerda atada a su cuello. Dijeron que se la habían encontrado, y que por tanto era de ellos. Ella les gritaba, pero nadie conocía el idioma en que hablaba. Y se la quedaron.
—Nadie le haría eso a mi madre —afirmó Akin—. Ella no les dejaría. Viaja sola cuando le apetece.
—Pero, ella sola, ¿cómo podría hallarte? Tal vez en todos los poblados resistentes en que te buscase tratasen de atarla y quedársela. Y quizá, si no pudiesen lograrlo, le hiciesen daño o la matasen con sus armas de fuego.
Quizá fuese así. Los humanos parecían hacer aquellas cosas con facilidad. Tal vez ya lo hubiesen hecho.
Entre Amma y Shkaht tuvo lugar alguna comunicación que él no captó.
—Tú tienes tres padres oankali —susurró vocalmente Shkaht—. Ellos saben más acerca de los resistentes de lo que sabemos nosotros. No la dejarían ir sola por ahí, ¿no? Y, si no pudieran impedírselo, irían con ella, ¿no crees?
—… Sí —contestó Akin, sin estar nada seguro de ello. Amma y Shkaht no conocían a Lilith, no sabían cómo, a veces, se ponía de tan mal carácter que todo el mundo se mantenía alejado de ella. Y, entonces, desaparecía por un tiempo. ¿Quién sabía lo que podía pasarle mientras vagaba sola por la selva?
Las chicas lo habían colocado entre ellas. No se dio cuenta, hasta que ya era muy tarde, que estaban calmándolo con su propia calma deliberada; tranquilizándolo, poniéndolo y poniéndose a dormir.
Akin despertó al día siguiente sintiéndose aún miserable, aún aterrado por lo que pudiera pasarle a su madre y solitario por no estar con su compañera de camada. Y, no obstante, se fue con Tate y le pidió que lo llevase un rato, para poder hablar con ella.
Tate lo alzó al momento en brazos y lo llevó hasta el pequeño pero rápido arroyo del que el campamento había obtenido su agua.
—Lávate —le dijo—, y hablemos aquí. No quiero que la gente nos descubra juntos, secreteando.
Se lavó y le habló de los esfuerzos de Neci por lograr que les cortasen los tentáculos a Amma y Shkaht.
—Les volverían a crecer —le dijo—. Pero, hasta que no le hubiesen crecido, Shkaht no podría ver nada ni respirar de un modo adecuado. Se pondría muy enferma. Podría morirse. No creo que Amma se muriese, pero quedaría lisiada. No podría utilizar al completo ninguno de sus sentidos. No sería capaz de reconocer olores o sabores que deberían de serle familiares…, algo así como si pudiese agarrar las cosas, pero no palparlas, no sentir su tacto…, hasta que le volviesen a crecer los tentáculos. Siempre vuelven a crecer. Y le dolería que se los cortasen…, probablemente de un modo parecido a como te dolería a ti que te arrancasen los ojos.
Tate se sentó en un tronco caído, ignorando los hongos e insectos que había en el mismo.
—Neci tiene un modo de convencer a la gente… —dijo.
—Lo sé —aceptó el niño—. Y es por eso por lo que he acudido a ti.
—Gabe me dijo algo de hacerles una pequeña operación a las niñas. ¿Estás segura de que todo ha sido idea de Neci?
—La oí hablando de eso la primera noche, después de que nos fuéramos de Fénix.
—Dios —exclamó Tate—. Y nunca se da por vencida…, nunca abandona. Si las chicas fueran mayores, me gustaría darle un cuchillo y decirle que lo intentara.
Miró a Akin.
—Y, dado que ninguna de las dos es un ooloi, supongo que el intento resultaría fatal para ella. ¿No es así, Akin?
—… Sí.
—¿Y si las chicas estuviesen inconscientes?
—No importaría. Incluso aunque estuviesen…, incluso aunque estuviesen muertas, y no llevasen mucho tiempo así, sus tentáculos aún aguijonearían a quienquiera que quisiese arrancarlos o cortarlos.
—¿Y por qué no me has dicho esto primero, en lugar de contarme el daño que les iba a hacer a las niñas?
—Porque no quería asustarte. No queremos asustar a nadie.
—¿No? Bueno, pues a veces es bueno asustar a la gente. ¡A veces el miedo es lo único que les impide cometer acciones estúpidas!
—¿Se lo vas a decir?
—En cierto modo. Les voy a contar una historia. En cierta ocasión, Gabe y yo vimos lo que le pasó a un hombre que hizo daño a los tentáculos corporales de un oankali. Eso fue allá en la nave. Hay otra gente en Fénix que lo recuerda, pero ninguno de ellos está aquí con nosotros. Tu madre sí que estaba entonces con nosotros, Akin, aunque no pienso mencionarla.
Akin apartó la vista de ella, miró más allá del arroyo, y se preguntó si su madre estaría aún viva.
—¡Hey! —exclamó Tate—. ¿Qué te pasa ahora?
—Deberías haberme llevado a casa —dijo con amargura—. Dices que conoces a mi madre. Deberías haberme llevado de vuelta con ella.
Silencio.
—Shkaht dice que los hombres de los poblados resistentes atan a las mujeres cuando las atrapan, y se las quedan. Probablemente mi madre sepa esto, pero de todos modos me buscará. No dejará que se la queden en ninguna parte, pero quizá la hieran o le peguen un tiro.
Más silencio.
—¡Deberías de haberme llevado a casa! —Ahora lloraba sin disimulos.
—Lo sé —susurró ella—. Y lo lamento, pero no puedo llevarte a casa. Significas demasiado para mi gente.
Había cruzado los brazos ante ella, con los dedos de sus manos curvados alrededor de los codos. Era como si hubiera puesto una barra contra él, tal cual ponía barras de madera para asegurar las puertas de su casa. Él se acercó y puso sus manos en los brazos de Tate.
—No te dejarán que me tengas mucho más tiempo —le dijo—. Y, aunque te dejasen…, aunque yo creciese en Fénix, y Amma y Shkaht también, seguiríais necesitando a un ooloi. Y no hay ooloi construidos.
—¡Aún no sabes qué es lo que necesitarás!
Esto le sorprendió. ¿Cómo podía pensar ella que él no lo iba a saber? Podía desear que no fuera así, pero, naturalmente, sí que lo sabía.
—Lo sé desde que toqué a mi compañera de camada —le informó—. Entonces no podría haber explicado cómo sucedió, pero el caso es que supe que éramos las dos terceras partes de una unidad reproductora. Sé lo que esto significa, no lo que se siente. No sé cómo siente un trío de adultos, cuando se une para reproducirse. Pero sé que debe haber tres, y que uno de esos tres tiene que ser un ooloi. Mi cuerpo lo sabe.
Le creyó. Su rostro le decía que le creía.
—Volvamos —dijo Tate.
—¿Me ayudarás a volver a casa?
—No.
—Pero ¿por qué?
Silencio.
—¡Dime el motivo! —Tiró inútilmente de sus apretados brazos.
—Porque… —Esperó, hasta que él recordó alzar el rostro y cruzar su mirada con la de ella—. Porque éste es mi pueblo. Lilith ha hecho su elección, y yo he hecho la mía. Esto es algo que, probablemente, tú nunca entiendas. Tú y las niñas sois una esperanza para este pueblo, y la esperanza es algo que no ha tenido durante muchos más años de los que quiero recordar.
—Pero no es real. No podemos hacer lo que ellos desean.
—Hazte a ti mismo un favor: no se lo digas a ellos.
Ahora no tenía que recordarse a sí mismo que debía mirarla.
—Tu gente vendrá a por ti, Akin. Eso lo sé, y también lo sabes tú. Me gustas, pero nunca he sido buena para engañarme a mí misma. Deja que mi pueblo tenga esperanzas, mientras pueda. Ten la boca cerrada. —Inspiró profundamente—. Lo harás, ¿verdad?
—Me habéis quitado a mi compañera —dijo él—. Me habéis impedido llegar a tener lo que tienen Shkaht y Amma, y eso es algo que ni entendéis ni os importa en lo más mínimo. Puede que mi madre muera porque me retenéis aquí. Tú la conoces, pero no te importa nada. Y, si a ti no te preocupa en absoluto mi gente, ¿por qué iba a preocuparme yo por la tuya?
Ella miró al suelo, luego al agua que corría. Su expresión le recordó la de la madre de Tino, cuando le había preguntado si su hijo estaba muerto.
—No hay razón para ello —dijo, finalmente—. Si yo fuera tú, probablemente sentiría un odio mortal hacia nosotros.
Abrió sus brazos y lo alzó, poniéndoselo en el regazo.
—Somos todo lo que tienes, muchachito. No debería de ser así, pero lo es.
Se alzó con él en brazos, apretándolo más de lo necesario, y se volvió, para ver a Gabe acercándoseles.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó el hombre. Más tarde, Akin llegaría a la conclusión de que parecía algo asustado. Parecía incierto, luego tranquilizado, pero todavía algo asustado…, como si pensase que aún podía pasar algo malo.
—Akin tenía algunas cosas que decirme —le informó Tate—. Y ahora tenemos trabajo que hacer.
—¿Qué trabajo? —Tomó a Akin de los brazos de ella mientras caminaban de regreso al campamento, y en aquel gesto había algo más que liberarla de un peso. Ya antes había visto Akin aquella tensión en Gabe, pero no la entendía.
—Tenemos que ocuparnos de que nuestras niñitas no maten a alguien —dijo Tate.