Al día siguiente colocaron a los tres niños en mochilas y los llevaron hacia las montañas. No les permitieron caminar. Gabe llevaba a Akin encima de un montón de suministros y Tate iba tras de él, llevando aún más suministros. Amma viajaba a la espalda de Macy Wilton y, subrepticiamente, la probó con uno de sus pequeños tentáculos corporales. Ella tenía una lengua humana normal, pero cada uno de sus tentáculos le podían servir tan bien como la larga y gris lengua oankali de Akin. Los tentáculos del cuello de Shkaht le daban unos sentidos del olor y el sabor más agudos que los que tenía Akin, y además podía usar sus manos para probar. Por otra parte, tenía largos y delgados tentáculos en la cabeza, mezclados con los cabellos, y podía ver con ellos. En cambio, no podía hacerlo con sus ojos. Sin embargo, había aprendido a aparentar mirar a la gente con los ojos…, a volver la cara hacia ellos y mover los delgados tentáculos de su cabeza al compás con el movimiento de su cabeza, para que la gente no se asustase al ver cómo su cabello parecía moverse por sí solo. Tendría que tener mucho cuidado porque a los humanos, por alguna razón, les gustaba cortar el cabello de la gente. Se cortaban el propio, y le habían cortado el suyo a Akin. Incluso allá en Lo, los hombres en especial, o se cortaban el cabello o hacían que otros se lo cortasen. Akin no quería ni pensar en lo que podía representar que a uno le cortasen los tentáculos sensoriales. Nada podía hacer más daño. Nada podía ser más proclive a ocasionar que un oankali o construido aguijonease de modo reflejo, mortífero.
Los humanos caminaron durante todo el día, deteniéndose para comer y descansar únicamente al mediodía. No hablaban ni de a dónde iban ni de por qué, pero caminaban con rapidez, como si temiesen ser perseguidos.
Eran un grupo de veinte, armados, pese a los esfuerzos de Tate, con los cuatro rifles de los captores de Akin. Damek seguía vivo, pero no podía caminar. Lo seguían cuidando allá en Fénix. El niño suponía que Damek no debía tener ni idea de lo que estaba pasando: que le habían quitado su arma, que le habían quitado a Akin. Claro que, lo que no sabía, ni podía contarlo a otros ni podía dolerle a él.
Esa noche, los humanos levantaron tiendas e hicieron camas con mantas y ramas o bambúes…, lo que encontraron. Algunos colgaron hamacas de los árboles y se pusieron a dormir fuera de las tiendas, pues no había señales de que fuera a llover. Akin pidió dormir al aire libre con alguien, y una mujer llamada Abira se limitó a tender el brazo desde su hamaca y alzarlo a la misma. A pesar del calor y la humedad, parecía feliz de tenerlo con ella. Era una mujer bajita, muy fuerte, que llevaba una mochila tan cargada como la de hombres que medían medio cuerpo más que ella, y, sin embargo, a él lo manejaba con suavidad.
—Tuve tres hijos antes de la guerra —le dijo en su inglés de extraño acento. Provenía de Israel. Frotó la cabeza de Akin, la caricia favorita de ella, y se puso a dormir, dejando que el niño encontrase por sí mismo la postura que le era más cómoda.
Amma y Shkaht dormían juntas en su propia cama de bambú, cubiertas por una manta. Los humanos las tenían por valiosas, las alimentaban, las cobijaban, pero no les gustaban los tentáculos de las niñas, no se dejaban tocar deliberadamente por los pequeños órganos sensoriales. Amma había podido probar a Macy Wilton sólo porque la llevaba a sus espaldas y sus tentáculos habían sido capaces de infiltrarse a través de la ropa que había puesto entre él y ella.
Ningún humano quería dormir con ellas. Incluso en aquel momento, Neci Roybal y su esposo Stancio estaban susurrando acerca de la posibilidad de cortarles los tentáculos a las niñas, ahora que eran jovencitas.
Alarmado, Akin escuchó cuidadosamente.
—Si se los quitamos, ahora que son tan pequeñas, aprenderán a apañárselas sin ellos —estaba diciendo Neci.
—No tenemos anestésicos adecuados —protestaba el hombre—. Sería cruel hacerles eso.
Él era todo lo contrario a su mujer: tranquilo, silencioso, amable. La gente aguantaba a Neci en consideración a él. Akin lo evitaba para no toparse con Neci. Pero ésta tenía un modo de decir una cosa, y repetirla, y volverla a repetir…, hasta que la gente acababa por decirla también, y empezaba a creérsela.
—Ahora no notarían mucho la operación —insistió ella—. ¡Son tan jóvenes…! Y esas cosas, esos gusanitos, son tan diminutos… Ahora es el mejor momento para hacerlo.
Stancio no dijo nada.
—Aprenderán a usar sus sentidos humanos —susurró Neci—. Verán el mundo como lo vemos nosotros, y se parecerán más a nosotros.
—¿Quieres cortárselos tú misma? —exclamó Stancio—. Son unas niñas muy pequeñas, casi bebés.
—No digas memeces. Puede hacerse. Las heridas cicatrizarán. Y se olvidarán de que en un tiempo tuvieron tentáculos.
—Quizá les vuelvan a crecer.
—¡Pues se los cortamos otra vez!
Hubo un largo silencio.
—¿Cuántas veces? —dijo al fin el hombre—. ¿Cuántas veces estarías dispuesta a torturar a unas criaturas? ¿Las torturarías también si hubiesen salido de tu vientre? ¿O torturarás a éstas porque no han salido de ti?
No fue dicho nada más. A Akin le pareció que Neci lloraba un poco: eran sonidos pequeños, sin palabras. Stancio sólo emitía sonidos regulares de respiración. Y, al cabo de un rato, Akin se dio cuenta de que era porque se había quedado dormido.