Los hombres se dieron cuenta rápidamente de que el niño había desaparecido.
Quizás el dolor del fuego y los palos de ciego, el hundimiento del refugio, y el repentino chapuzón de la lluvia les devolvió el sentido. Se dispersaron para ir en su busca.
Akin era un animalillo asustado, incapaz de moverse con rapidez ni de coordinar bien sus movimientos. Podía oírlos y, ocasionalmente, verlos; pero no podía apartarse de ellos lo bastante aprisa. Ni podía ser tan silencioso como hubiera deseado. Afortunadamente, la lluvia ocultaba su torpeza.
Avanzó tierra adentro, penetrando más profundamente en la selva, en la oscuridad en la que él podía ver y los humanos no. Brillaban con un calor corporal que ellos mismos no podían captar. Akin también brillaba, y usaba esto y la luz del calor de la vegetación para guiarse. Por primera vez en su vida le alegraba que los humanos no tuviesen esta habilidad.
Lo hallaron sin necesidad de ella.
Huía tan rápidamente como le era posible. La lluvia cesó, y sólo hubo el sonido de insectos y ranas para ocultar sus errores. Aparentemente, no era bastante: uno de los hombres lo oyó. Vio como el hombre giraba en redondo para mirar. Se quedó helado, esperando no ser visto, medio cubierto como estaba por las hojas de varías plantas pequeñas.
—¡Aquí está! —gritó el hombre—. ¡Lo he encontrado!
Akin corrió más allá de un enorme árbol, con la esperanza de que el hombre se enredase con las colgantes lianas o tropezase con las raíces que salían del suelo. Pero tras el árbol había otro hombre que se acercaba al lugar de los gritos. Desde luego no vio a Akin…, en realidad ni parecía ver el árbol. Pero tropezó con el niño y cayó contra el árbol, luego retorció el cuerpo, extendió los brazos y los movió casi como si estuviera dando brazadas de natación. Akin no fue lo bastante rápido como para escapar a las tanteantes manos.
Fue atrapado, palpado con fuerza por todo el cuerpo, luego alzado y llevado en volandas.
—¡Lo tengo! —aulló el hombre—. Está perfectamente. Sólo mojado y frío.
Akin no estaba frío. Su temperatura normal era algo inferior a la de los humanos, por lo que su piel siempre les parecía fría.
Cansinamente, descansó la cabeza contra el hombre. No había escapatoria. Ni siquiera de noche, cuando su habilidad visual le daba ventaja. No podía escapar a hombres hechos y derechos que estuviesen decididos a conservarlo.
Entonces, ¿qué podía hacer? ¿Cómo podría salvarse de su impredecible violencia? ¿Cómo podría seguir con vida, al menos hasta que lo vendiesen?
Apoyó la cabeza en el hombro de su captor y cerró los ojos. Quizá no pudiera salvarse. Tal vez no hubiera otra cosa que hacer sino esperar hasta que lo asesinasen.
El hombre que lo llevaba le frotó la espalda con la mano libre.
—Pobre crío. Tiembla como un poseso. Espero que esos imbéciles no te hayan hecho enfermar. ¿Qué sabemos nosotros de cuidar a un niño enfermo? Aunque…, lo cierto es que tampoco sabemos cuidar a uno que esté bueno.
Sólo estaba murmurando para sí, pero al menos no culpaba a Akin de lo que había pasado. Y no lo había agarrado por un brazo o una pierna. Aquello era un cambio para bien. Deseó atreverse a pedirle al hombre que no le frotase la espalda: el que le frotasen en esa zona era como si le pasasen la mano por unos ojos que no pudiese proteger cerrándolos.
Pero el hombre estaba queriendo mostrarse amable.
Akin lo miró con curiosidad. Tenía el cabello y la barba más cortos y brillantes de todo el grupo. Ambos tenían el color del cobre y resultaban muy vistosos. No había sido él quien había golpeado a Tino. Y había estado dormido cuando sus amigos habían intentado envenenarle. En el bote había permanecido detrás de Akin, remando, descansando o achicando agua. Había prestado escaso interés al niño, excepto para mostrar una momentánea curiosidad. Ahora, sin embargo, lo sostenía de un modo confortable, descansándole el cuerpo y permitiéndole agarrarse, en lugar de aferrarlo y apretarlo hasta dejarlo sin aliento. Ahora ya había dejado de frotarle, y Akin se sintió bien. Si aquel hombre le dejaba, se quedaría cerca de él. Quizá, con su ayuda, pudiera sobrevivir hasta que lo vendiesen.