Dichaan surgió de la parte más profunda del ancho lago, cambió de respirar en el agua a respirar en el aire, y comenzó a vadear hacia la orilla.
Los humanos lo llamaban un lago de meandro: uno que originalmente había formado parte del río, hasta que el curso de éste había sido alterado. Por el momento, Dichaan había impedido que el ser que era Lo lo engolfase en sí, porque de hacerlo habría empezado a matar la vida vegetal que había dentro del lago y, a la larga, también habría acabado con la vida animal. Incluso con ayuda, al ser Lo no se le podía enseñar a proveer lo que los animales necesitaban, de una forma que les resultase aceptable, antes de que éstos muriesen de hambre. La única cosa útil que Lo les podía haber suministrado de inmediato era oxígeno.
Pero ahora el ser Lo estaba cambiando, pasando a su siguiente estadio de crecimiento. Ahora podía aprender a incorporar vegetación terrestre, alimentarla y beneficiarse de ella. Dejado a sí mismo, aprendería lentamente, matando a buena parte de las plantas y diezmando toda esa vegetación nativa, porque sólo sobrevivirían las plantas capaces de adaptarse a los cambios que Lo ocasionaría.
Pero el ser, en relación simbiótica con sus habitantes oankali, podía cambiar con mayor rapidez, acondicionándose él mismo y aceptando la vida vegetal adaptada que Dichaan y otros habían preparado.
Dichaan llegó a la orilla a través de un pasillo natural que había por entre una gran profusión de largas y gruesas raíces de sustentación, que irían quedando sumergidas lentamente cuando empezase la estación de las lluvias y subiesen las aguas.
Había salido ya del agua, aunque su cuerpo aún seguía disfrutando del sabor del lago, rico en vida vegetal y animal, cuando oyó un grito.
Se quedó muy quieto, escuchando, con sus tentáculos corporales y craneales girando lentamente para enfocarse en la dirección del sonido. En seguida supo de dónde provenía y quién lo producía, y comenzó a correr. Había estado toda la mañana bajo el agua…, ¿qué había pasado entre tanto en el aire?
Saltando por encima de árboles caídos, fintando en torno a las colgantes lianas, el sotomonte y los árboles vivos, corrió. Dispersó sus tentáculos corporales pegándolos contra el cuerpo, pues así las partes sensibles de los tentáculos podían ser protegidas de las delgadas ramillas que lo azotaban mientras corría por entre ellas. No podía evitarlo todo y seguir moviéndose con rapidez.
Chapoteó a través de un estrecho torrente, y luego escaló a la carrera una empinada orilla.
Llegó hasta un pequeño hato de maderas y vio dónde había sido cortado un árbol. Allí estaba el aroma de Akin y de machos humanos extraños. También estaba allí el olor de Tino…, muy fuerte.
Y entonces Tino gimió débilmente, produciendo sólo una sombra del sonido que Dichaan había escuchado en el lago. Apenas si parecía un sonido humano; pero, para Dichaan, era inequívocamente Tino. Sus tentáculos craneales giraron, buscando al hombre, encontrándolo. Corrió hasta donde yacía, oculto por las grandes raíces de un árbol.
Su cabello estaba pegado en masas sólidas de sangre, polvo y hojas muertas. Su cuerpo se estremecía y emitía débiles sonidos.
Dichaan se desplomó al suelo, sondando primero las heridas de Tino con varios tentáculos craneales, luego tendiéndose a su lado para penetrar su cuerpo, en todas las partes posibles, con filamentos de sus tentáculos.
Aquel hombre estaba muriéndose…, moriría en un momento, a menos que Dichaan pudiera mantenerlo con vida. Había sido bueno volver a tener a un macho humano en la familia. Había representado un equilibrio, hallado tras dolorosos años de desequilibrio, y nadie había sufrido por aquel desequilibrio más que Dichaan. Había sido concebido para trabajar en paralelo con un macho humano…, para ayudar a criar hijos con la colaboración de una tal persona; y, sin embargo, había tenido que seguir adelante, cojeando sin la ayuda de esta contrapartida esencial. ¿Cómo iban a aprender los niños a comprender el lado masculino humano que había en ellos, un lado que todos tenían, sin importar cuál fuera su sexo?
Y ahora estaba Tino, sin descendencia y no acostumbrado a los niños, pero que pronto se había sentido a gusto entre ellos, y que pronto había sido aceptado por ellos.
Y ahora allí estaba Tino, casi muerto a manos de su propia gente.
Dichaan entró en conexión con el sistema nervioso del moribundo y mantuvo latiendo su corazón. El hombre era una hermosa y terrible contradicción física, como lo eran todos los humanos. Era una auténtica seducción viviente, y él jamás entendería el motivo. No podían perderlo; no podía producirse otro Joseph.
Había algún daño en el cerebro, Dichaan podía percibirlo, pero no podía curarlo, eso tendría que hacerlo Nikanj. Pero lo que sí podía hacer Dichaan era impedir que los daños se hiciesen peores. Detuvo la pérdida de sangre, que no había sido tan mala como parecía, y se aseguró de que las células vivas del cerebro tuviesen venas intactas que las nutriesen. Descubrió daños en el cráneo, y captó que el hueso dañado estaba ejerciendo una presión anormal sobre el cerebro. Esto ni lo tocó: Nikanj se podría ocupar de ello. Un ooloi podía hacerlo mucho más rápido y con mayor seguridad de lo que podían hacerlo un macho o una hembra.
Dichaan aguardó hasta que Tino estuvo tan estabilizado como le resultaba posible, luego lo dejó por un momento. Fue hasta el borde de Lo, a una de las raíces más grandes de un pseudoárbol, y lo golpeó varias veces en el código de presiones que habría usado para complementar un intercambio de impresiones sensoriales. Normalmente, esas presiones eran utilizadas muy rápida y silenciosamente sobre la piel del otro. Costaría un poco conseguir que aquello fuera interpretado por comunicación. Pero sabía que al fin le prestarían atención: aunque ningún oankali o construido lo escuchase, el ser que era Lo recogería el familiar grupo de vibraciones, alertando a la comunidad la siguiente vez que alguien abriese una pared o alzase una plataforma.
Tamborileó dos veces el mensaje, luego volvió con Tino y se acostó a su lado, para controlarlo y esperar.
Ahora había tiempo para pensar acerca de lo que había ocurrido y de que había llegado demasiado tarde para poder impedir.
Akin había desaparecido…, ya llevaba bastante tiempo desaparecido. Sus secuestradores habían sido machos humanos…, resistentes. Habían huido a la carrera hacia el río. Sin duda se habrían dirigido, río arriba o río abajo, hacia su poblado…, o quizá hubiesen cruzado el río y viajasen por tierra. En cualquiera de los casos, probablemente la huella de su olor se desvanecería a lo largo del río. Había incluido en su mensaje instrucciones para que fuesen en su busca, pero no se hacía demasiadas esperanzas. Tendrían que ser registrados todos los pueblos resistentes, pero hallarían a Akin. En especial, tendrían que buscar en Fénix, pues aquél había sido el hogar de Tino. Pero ¿tanto podían odiar a Tino las gentes de Fénix? No parecía ser el tipo de persona que la gente puede llegar a conocer y, aun así, odiar. La gente de su localidad, que lo habrían visto crecer como el único chico de la comunidad, deberían de haberse sentido como unos padres para él. Era más probable que, de ser ellos los merodeadores, lo hubiesen secuestrado junto con Akin.
Akin.
No le harían daño…, no intencionalmente. No al principio. Aún mamaba, pero lo hacía más por la reconfortante sensación que eso le proporcionaba que por necesidad nutritucional. Tenía la habilidad oankali de poder digerir cualquier alimento que se le diese, extrayéndole el máximo provecho. Si le daban de comer lo que ellos comían, sabría satisfacer sus necesidades corporales.
¿Sabían lo inteligente que era? ¿Sabían que podía hablar? Si no lo sabían, ¿cómo reaccionarían cuando lo averiguasen? Los humanos reaccionaban de mala manera ante las sorpresas. Naturalmente, él se mostraría cuidadoso, pero…, ¿qué sabía él de humanos irritados, asustados y frustrados? Nunca había estado cerca de una persona que pudiese odiarlo, que incluso pudiera hacerle daño, cosa posible cuando descubriesen que no era tan humano como parecía.