Tino se quedó mirando, confuso, como la gente empezaba a marcharse. Algunos de ellos aún estaban riendo un chiste que Tino no estaba muy seguro de comprender, ni siquiera estaba muy seguro de querer entenderlo. Algunos se quedaron hablando con la mujer que lo había traído al poblado, la que se llamaba Lilith. Un nombre poco común, Lilith, cargado de malas connotaciones. Casi cualquier otro nombre hubiese sido mejor.
Tres oankali y varios niños formaban corro a su alrededor, hablando con los invitados que se marchaban. Buena parte de la conversación era en algún otro idioma, casi con seguridad oankali, dado que Lilith le había dicho que los habitantes del poblado no tenían otros idiomas humanos en común.
El grupo, familia e invitados, era de lo más variopinto, pensó Tino: humanos; casi humanos, con sólo unos pocos tentáculos sensoriales visibles; medio humanos, grises con miembros extrañamente articulados y algunos tentáculos sensoriales más; oankali con características humanas que contrastaban estremecedoramente con su alienigenidad; oankali que posiblemente fueran en parte humanos; y oankali, como el ooloi que había hablado con él, que obviamente no tenían la menor humanidad.
Lilith destacaba en medio de aquel circo. Le había gustado su aspecto cuando la había divisado en el huerto. Era toda una amazona, alta y fuerte, pero sin tener un aspecto externo de dureza. Una hermosa piel oscura, los pechos altos, a pesar de todos los hijos…, unos pechos llenos de leche. Nunca antes había visto a una mujer dar de mamar a un niño. Casi había tenido que darle la espalda, para evitar quedarse mirándola como un bobo mientras alimentaba a Akin. La mujer no era hermosa: su rostro, ancho y suave, tenía habitualmente una expresión de solemnidad, casi de melancolía. La hacía casi parecer, y Tino se sobresaltó ante la idea…, la hacía casi parecer santa. Una madre. Muy madre…, y algo más.
Y, aparentemente, no tenía hombre. Había dicho que el padre de Akin había muerto hacía mucho. ¿Andaría buscando a alguien? ¿Era eso lo que había ocasionado todas aquellas risas? Después de todo, si se quedaba con Lilith, también se quedaría con la familia oankali de ella, con el ooloi cuya reacción había provocado tanta hilaridad. Especialmente con el ooloi…, ¿y qué era lo que significaría eso?
Estaba mirando a Nikanj cuando se le acercó el hombre al que Lilith había llamado Wray.
—Soy Wray Ordway —le dijo—. Yo vivo aquí permanentemente. Venga a verme cuando pueda, cualquiera le dirá dónde está mi casa.
Era un hombre pequeño y rubio, con unos ojos casi incoloros. ¿Realmente alguien podía ver con unos ojos como aquéllos?
—¿Conoce a Nikanj? —le preguntó el hombre.
—¿A quién? —inquirió a su vez Tino, aunque creía saber a quién se refería.
—El ooloi que habló con usted. Ése al que está mirando ahora.
Tino le estudió con un inicio de irritación.
—Creo que él sí que le ha reconocido a usted —prosiguió Wray—. Es un ser muy interesante, Lilith tiene una gran opinión de él.
—¿Es el compañero de ella? —Naturalmente que lo era.
—Es uno de los compañeros de ella. No obstante, hace mucho que no ha tenido a un hombre que se quedase con ella.
¿Era ese Nikanj el compañero que la había forzado a quedar embarazada? Era un ser feo, con demasiados tentáculos craneales y demasiado poco de nada que pudiera ser llamado rostro. Y, sin embargo, había en él algo subyugante. Quizá lo hubiese visto antes, quizá fuese el último ooloi que había visto, antes de que los mandasen, a sus padres y a él, a la Tierra y los liberasen. ¿Aquel ooloi…?
Una jovencita de aspecto muy humano rozó a Tino, camino hacia fuera. La atención de él se sintió atraída y la siguió con la vista mientras andaba hacia la salida. La vio reunirse con otra jovencita, muy parecida a ella, y ambas se volvieron para mirarle y sonreírle. Eran absolutamente iguales, guapas, pero tan asombrosas en su similitud que eso le distrajo de su belleza. Se encontró rebuscando en su memoria una palabra que no había usado desde la niñez.
—¿Gemelas? —le preguntó a Wray.
—¿Esas dos? No. —Wray sonrió—. No obstante, nacieron con un día de diferencia la una de la otra. Una de ellas tendría que haber sido un chico.
Tino miró a las dos bien formadas jovencitas.
—Ninguna de ellas se parece en nada a un chico.
—¿Le gustan?
Tino le miró y sonrió.
—Son hijas mías.
Tino se quedó helado; luego apartó, inquieto, su mirada de las chicas.
—¿Las dos? —preguntó al cabo de un momento.
—De madre humana y de madre oankali. Créame, no eran tan idénticas cuando nacieron. Creo que ahora lo son porque Tehkorahs quería dejar clara una cosa: que los nueve hijos que Leah y yo hemos tenido son verdaderos compañeros de camada, auténticos hermanos, de los hijos de nuestros cónyuges oankali.
—¿Nueve hijos? —susurró Tino—. ¿Nueve?
Había vivido desde la niñez entre gente que hubiera dado su vida por ser capaz de producir un solo hijo.
—Nueve —confirmó Wray—. Y, escuche…
Esperó hasta que los ojos de Tino se enfocaron en él:
—Escuche, no quiero que se equivoque: esas chicas llevan más ropa que la mayoría de los construidos porque tienen diferencias ocultables. Ninguna de ellas es tan humana como parece. Así que déjelas en paz si no puede aceptarlo.
Tino miró aquellos pálidos ojos, con aspecto de ser ciegos.
—¿Y qué sucede si puedo aceptarlo?
—Eso ya es algo a tratar entre usted y ellas. —Las chicas estaban hablando con Nikanj. Otro ooloi fue hacia ellas, mientras continuaba esa conversación, y puso un brazo de fuerza alrededor de cada una de ellas.
—Ése es Tehkorahs —dijo Wray—, mi compañero ooloi. Creo que ése es el modo que tiene de mostrarse protector hacia las chicas. Y, Nikanj, ¿quién se lo iba a creer…?, se está mostrando impaciente.
Tino contempló con interés a las dos chicas y los dos ooloi. No parecían estar discutiendo. De hecho, habían dejado de hablar…, o habían dejado de hablar en voz alta. Sospechaba que, de algún modo, aún seguían comunicándose. Siempre habían corrido rumores de que los ooloi podían leer las mentes. Él nunca se lo había creído, pero estaba claro que allí estaba pasando algo.
—Una cosa —le dijo suavemente Wray—: Escúcheme…
Tino le miró interrogante.
—Aquí puede hacer lo que le plazca. En tanto no le haga daño a nadie, se puede quedar, o irse, a su antojo; puede escoger a sus amigos, a sus amantes. Y nadie tiene derecho a exigirle nada que usted no quiera darle. —Se volvió y se marchó, antes de que Tino le pudiese preguntar lo que significaba esto, realmente, con referencia a los oankali.
Wray se unió a sus hijas y a Tehkorahs y los dirigió hacia el exterior. Tino se dio cuenta de que estaba contemplando las caderas de las jóvenes. Hasta que no hubieron desaparecido no vio que Lilith y Nikanj se habían acercado a él.
—Nos gustaría que se quedase con nosotros —le dijo Lilith—. Al menos por esta noche.
Miró al rostro sin arrugas de ella, su mata de cabello oscuro, sus pechos, ahora ocultos bajo una simple camisa gris. Les había podido dar una rápida ojeada cuando se había puesto a dar de mamar a Akin.
Ella le tomó la mano, y él recordó cuando había tomado la de ella para examinarla. Tenía unas manos grandes, fuertes, llenas de callos, cálidas y humanas. Casi de modo inconsciente, le había dado la espalda a Nikanj. ¿Qué era lo que quería aquel ser? O, mejor dicho, ¿cómo se lo montaba para conseguir lo que quería? ¿Qué era lo que les hacían los ooloi, realmente, a los humanos? ¿Qué querría aquél de él? Y, ¿quería él lo bastante a Lilith como para llegar a descubrirlo?
Aunque, si no era para aquello, entonces, ¿para qué se había ido de Fénix?
Pero…, ¿tan rápido? ¿Ahora?
—Siéntese con nosotros —le dijo Lilith—. Hablemos un poco.
Tiró de él hacia la pared, hacia el lugar en que se había colocado cuando había hablado con la gente. Se sentaron cruzando las piernas…, es decir, los dos humanos lo hicieron, con sus cuerpos formando un apretado triángulo. Tino contempló como los dos oankali que estaban en la habitación se llevaban a los niños fuera. Estaba claro que Akin y el pequeño gris que ahora lo llevaba en brazos querían quedarse. Eso era evidente para Tino, a pesar de que ninguno de los dos niños hablaba en inglés. Pero el más grandote de los dos oankali alzó a ambos pequeños con facilidad y consiguió interesarlos en alguna otra cosa. Los tres desaparecieron, siguiendo a los demás por una puerta que pareció crecer para luego cerrarse…, del mismo modo que las puertas se habían cerrado, hacía tanto, allá en la nave. La habitación estaba ahora sellada y vacía de todos, excepto Tino, Lilith y Nikanj.
Tino se obligó a sí mismo a mirar a Nikanj. Éste había doblado las piernas bajo su cuerpo, del modo que lo hacían los oankali. Muchos de sus tentáculos de cabeza estaban dirigidos en su dirección, dando casi el aspecto de que estaban esforzándose en estirarse hacia él. Suprimió un estremecimiento…, que no era una respuesta de miedo o disgusto. Estos sentimientos no le habrían sorprendido, pero lo que notaba…, bueno, la verdad era que no sabía lo que sentía hacia aquel ooloi.
—Era usted, ¿no? —preguntó súbitamente.
—Sí —admitió Nikanj—. Usted es inhabitual, no sé de ningún otro humano que haya recordado.
—¿Que haya recordado su condicionamiento?
Silencio.
—Que recuerde a su condicionador —afirmó Tino, asintiendo con la cabeza—. No creo que nadie pueda olvidar su condicionamiento. Pero…, no sé cómo lo he reconocido. Lo conocí hace tanto tiempo… Y, bueno no quiero ofenderlo, pero lo cierto es que no puedo distinguir a uno de otro de entre su gente.
—Sí puede. Sólo que aún no se da cuenta de ello. Y eso también es inusitado. Algunos humanos nunca llegan a reconocer a los individuos entre nosotros.
—¿Qué es lo que me hizo entonces? —exigió saber Tino—. Nunca…, nunca, ni antes ni después, he notado algo como aquello.
—Ya se lo dije en aquel momento. Comprobé la posible existencia de enfermedades o daños físicos, le reforcé contra la infección, eliminé todos los problemas que hallé, programé su cuerpo para frenar su proceso de envejecimiento después de llegar a un cierto punto, e hice todo lo que pude para mejorar sus posibilidades de sobrevivir a su reingreso en la Tierra. Éstas eran las cosas que hacían todos los condicionadores. También hicimos grabaciones de usted…, o sea que leímos todo lo que su cuerpo nos podía decir acerca de sí mismo y creamos una especie de plano. Así, aunque no hubiese sobrevivido, podríamos haber hecho una copia física de usted.
—¿Un bebé?
—Sí, eventualmente. Pero le preferimos a usted más que a cualquier copia. Para que ésta sea una buena transacción comercial necesitamos la diversidad cultural tanto como la genética.
—¡Comercio! —dijo despectivamente Tino—. No sé cómo se podría llamar a lo que nos están haciendo, pero desde luego no es comercio. El comercio es lo que tiene lugar cuando dos partes acuerdan hacer un intercambio.
—Sí.
—Y no tiene que haber coerción.
—Nosotros tenemos algo que ustedes necesitan. Ustedes tienen algo que nosotros necesitamos.
—¡No necesitábamos nada antes de que ustedes llegasen!
—Estaban muriéndose.
Tino no dijo nada por un momento. Apartó la vista. La guerra era una locura que jamás había comprendido, y nadie en Fénix había sido capaz de explicársela. Al menos, nadie había sido capaz de darle un motivo de por qué una gente que tenía excelentes razones para suponer que se destruirían a sí mismos si hacían ciertas cosas había decidido, de todos modos, hacer dichas cosas. Creía comprender la ira, el odio, la humillación, incluso el deseo de matar a un hombre. Había sentido todas esas cosas. Pero el matar a todos los seres humanos…, el matar casi la Tierra… Había veces en las que se preguntaba si, en algún modo, no habrían sido los oankali los que habrían provocado la guerra, para así lograr sus propios propósitos. ¿Cómo podía una gente cuerda, parecida a la que había dejado allá en Fénix, hacer una cosa así…? O, ¿cómo podían dejar ellos que otra gente, demente, llegase a controlar unos artefactos que podían hacer tanto daño? Si sabías que alguien había perdido la razón, entonces le impedías actuar. No le dabas el poder.
—No sé nada de la guerra —admitió Tino—. Nunca ha tenido sentido para mí. Pero…, quizá deberían habernos dejado tranquilos. Tal vez algunos de nosotros hubiésemos sobrevivido.
—No hubiera sobrevivido nada, a excepción de las bacterias, algunos pequeños animales y plantas terrestres, y ciertos seres marinos. La mayor parte de la vida que ve usted a su alrededor ha sido vuelta a sembrar a partir de grabaciones de especímenes recogidos, de nuestras propias creaciones, y de restos alterados de cosas que habían iniciado cambios benignos antes de que las hallásemos. La guerra había dañado su capa de ozono. ¿Sabe lo que es eso?
—No.
—Era algo que escudaba a la Tierra de los rayos ultravioleta del Sol. Sin su protección, nunca hubiera sido posible la vida sobre la superficie del planeta. Si les hubiésemos dejado en la Tierra, se hubieran quedado ciegos, y se habrían quemado, si es que antes no los habían matado los otros crecientes efectos de la guerra…, así que habrían tenido una muerte horrible. La mayor parte de los animales murieron, y también la mayoría de las plantas. Incluso murieron algunos de los nuestros. Somos muy difíciles de matar, pero la gente de usted había convertido a su mundo en algo absolutamente hostil a la vida misma. Si no la hubiésemos ayudado, por sí sola la Tierra no se hubiera restaurado tan rápidamente. Y, una vez la hubimos restaurado, supimos que no podríamos hacer una transacción comercial normal. No podíamos dejar que fuesen reproduciéndose por su cuenta, y viniendo a nosotros finalmente sólo cuando viesen lo valioso que era lo que les podíamos ofrecer. El estabilizar de este modo un intercambio comercial lleva demasiadas generaciones. Era necesario que les liberásemos…, al menos a los menos peligrosos. Pero no podíamos dejar que su número creciese demasiado. No podíamos dejarles empezar a volver a ser de nuevo lo que habían sido.
—¿Creían que nos habríamos lanzado a otra guerra?
—Se habrían lanzado a muchas otras guerras…, entre ustedes mismos, contra nosotros. Algunos de los grupos resistentes del sur ya están fabricando armas de fuego.
Tino digirió aquello en silencio. Ya sabía lo de las armas de fuego de los sureños, y había supuesto que eran para emplearlas contra los oankali. No había creído que una gente llegada de las estrellas fuera a ser derrotada por unas pocas y burdas armas, y así lo había dicho, haciéndose impopular entre aquella gente que quería creer…, que necesitaba creer. Un cierto número de ella había abandonado Fénix para unirse a los sureños.
—¿Qué es lo que harán ustedes respecto a esas armas? —preguntó.
—Nada, excepto si realmente tratan de dispararnos con ellas. Los que lo intenten irán directos de vuelta a la nave, de forma permanente. Perderán la Tierra. Se lo hemos dicho y, hasta el momento, nadie ha disparado contra nosotros. Sin embargo, algunos sí se han disparado entre sí.
Lilith pareció asombrada:
—¿Y les estáis dejando hacerlo?
Nikanj enfocó en ella un cono de tentáculos.
—¿Acaso podríamos detenerlos, Lilith? ¿Realmente?
—¡Antes lo intentabais!
—A bordo de la nave, aquí en Lo y en los otros pueblos comerciales. En ninguna otra parte. Sólo podemos controlar a los resistentes si los enjaulamos, los drogamos y los dejamos vivir en un mundo irreal de visiones estimuladas por la droga. Hemos hecho eso con algunos humanos violentos…, ¿debemos hacerlo con más?
Lilith se limitó a mirarle, con una expresión indescifrable.
—¿No harán eso? —preguntó Tino.
—No lo haremos. Tenemos grabaciones de todos ustedes. Lamentaríamos perderlos, pero al menos salvaríamos algo. Vamos a invitar a su gente a volver a unirse a nosotros. Si algunos de ellos, a pesar de nuestros esfuerzos, están enfermos, heridos o lisiados, les ofreceremos nuestra ayuda. Son libres de aceptarla y, aun así, quedarse en sus pueblos. O pueden venir a los nuestros. —Apuntó un aguzado cono de tentáculos a Tino—. Desde que le mandamos de vuelta con sus padres, hace años, usted sabía que podía elegir volver con nosotros.
Tino agitó la cabeza y habló con voz queda:
—Me parece recordar que yo no quería volver con mis padres, que supliqué quedarme con ustedes. Y lo cierto es que, hasta el momento, no sé por qué no me lo permitieron.
—Yo quería conservarle. Si hubiera sido un poco mayor… Pero nos han dicho, y demostrado, que no somos muy buenos para criar niños totalmente humanos. —Pasó su atención, por un momento, a Lilith; pero ésta apartó la cara—. Tuvimos que dejarle con sus padres para que creciera. Pensé que jamás le volvería a ver.
Tino se descubrió a sí mismo estudiando los largos y grises brazos sensoriales del ooloi. Ambos parecían estar relajados, apoyados en los costados del ser, con sus extremidades enroscadas, en una espiral hacia arriba para no tocar al suelo.
—A mí siempre me parecen trompas de elefante —comentó Lilith.
Tino la miró y vio que estaba sonriendo…, una triste sonrisa que, de algún modo, resultaba muy apropiada en ella. Por un momento fue hermosa. No sabía lo que él deseaba del ooloi…, si es que quería algo, pero sí sabía lo que deseaba de la mujer. Le hubiese gustado que el ooloi no estuviera allí. Y, tan pronto como se le ocurrió este pensamiento, lo rechazó. De algún modo, Lilith y Nikanj eran una pareja. Sin Nikanj, ella no hubiera resultado tan deseable. No entendía esto, pero lo aceptaba.
Tendrían que mostrarle lo que iba a suceder. Él no se lo pediría. Habían dejado claro que querían algo de él. Que se lo pidiesen ellos.
—Estaba pensando —dijo Tino, refiriéndose a los brazos sensoriales—, que no sé lo que son.
Los tentáculos corporales de Nikanj parecieron temblar, luego solidificarse en protuberancias descoloridas. Se hundieron en sí mismos del mismo modo que parecían hacerlo los blandos cuerpos de las babosas cuando se recogen para descansar.
Tino se echó ligeramente hacia atrás, impelido por la repulsión. ¡Dios, qué feos seres eran los oankali! ¿Cómo habían llegado los humanos a tolerarlos con tanta facilidad, a tocarlos y a permitirles que…?
Lilith tomó entre sus manos el brazo sensorial derecho del ooloi y lo mantuvo inmóvil, a pesar de que Nikanj parecía estar intentando apartarlo. Ella miró al ooloi, y Tino supo que debía de haber algún modo de comunicación entre ellos. ¿Acaso los oankali compartían su habilidad de leer mentes con sus humanos favoritos? ¿Y era realmente una lectura de mente? Lilith habló en voz alta:
—Poco a poco —susurró—. Dale un momento. Dame un momento. No eches a perder lo que intentas por apresurarte.
Por un momento, los nudos de los tentáculos de Nikanj aún tuvieron peor aspecto…, como si fuesen el resultado de alguna enfermedad grotesca. Luego, los nudos se deshicieron, formando de nuevo grises tentáculos corporales no más grotescos de lo habitual. Nikanj apartó su brazo sensorial de las manos de Lilith, luego se alzó y se marchó a un rincón. Allí se sentó y casi pareció desconectarse. Como si fuera una estatua tallada en mármol gris, se quedó absolutamente inerte. Incluso sus tentáculos craneales y corporales dejaron de moverse.
—¿Qué ha sido todo eso? —preguntó Tino.
Lilith sonrió ampliamente.
—Por primera vez en mi vida, he tenido que decirle que fuese paciente. Si él fuese humano, yo diría que está colado por usted.
—¡Bromea!
—En efecto —admitió ella—. Esto es peor que estar colado. Me alegra que usted también sienta algo por él, a pesar de que aún no sabe lo que es.
—¿Por qué ha ido a sentarse en ese rincón?
—Porque no logra decidirse a abandonar la habitación, pese a que sabe que debería hacerlo…, para dejarnos a nosotros dos ser humanos por un rato. De todos modos, no creo que usted desee realmente que se marche.
—¿Puede él leer las mentes? ¿Y usted?
Ella no se echó a reír. Al menos, no se echó a reír.
—Nunca he conocido a nadie, ni humano ni oankali, que pueda leer las mentes. Él puede estimular sensaciones y mandar los pensamientos de uno en todo tipo de direcciones, pero no puede leer esos pensamientos. Sólo puede compartir las nuevas sensaciones que produce. De hecho, puede darle a uno los sueños más realistas y placenteros que jamás haya experimentado. Nada que usted haya conocido antes puede parecérsele…, excepto, quizá, su condicionamiento. Y eso debería explicarle a usted por qué está aquí, por qué estaba usted predestinado, más tarde o más temprano, a buscar un poblado comercial. Nikanj le impactó cuando era muy pequeño, tanto, que no tenía defensas. Y, lo que él le dio, usted jamás lo olvidará…, ni tampoco acabará de recordarlo del todo, a menos que lo sienta de nuevo. Y lo desea de nuevo, ¿o no?
No era una pregunta. Tino tragó saliva y no se molestó en contestar.
—Recuerdo las drogas —dijo, mirando a la nada—. Jamás tomé ninguna: era demasiado joven antes de la guerra. Recuerdo a otra gente tomándolas y pasándose, o quizás enloqueciendo por un tiempo. Recuerdo que se tornaban adictos, que a veces se hacían daño o mataban…
—Esto no es una droga.
—Entonces, ¿qué es?
—Una estimulación directa del cerebro y el sistema nervioso. —Alzó una mano para impedirle hablar—. No hay dolor en esto. Ellos odian el dolor más aún que nosotros, porque son más sensibles a él. Si nos hacen daño, se lo hacen a ellos mismos. Y no hay efectos secundarios dañinos. Todo lo contrario. Ellos solucionan, automáticamente, todos los problemas que encuentran. Obtienen un verdadero placer del curar o regenerar, y comparten ese placer con nosotros. Antes de que nos hallasen a nosotros no eran tan buenos en las reparaciones. Su regeneración estaba limitada a la cicatrización de heridas. Ahora, si pierdes una pierna, pueden hacerte crecer otra nueva. Y, lo crea o no, eso lo aprendieron de nosotros. Nosotros teníamos la habilidad, y ellos sabían cómo utilizarla. ¡Y, aunque parezca mentira, la aprendieron estudiando nuestro cáncer…, fue el cáncer lo que convirtió a la Humanidad en un socio comercial tan valioso!
Tino agitó la cabeza, incrédulo.
—Vi como el cáncer mataba a mis dos abuelos. No es otra cosa que una enfermedad repugnante.
Lilith le tocó ligeramente el hombro, dejando que su mano se deslizase brazo abajo, en una caricia.
—Así que es esto. Por eso es por lo que Nikanj se siente tan atraído por usted. El cáncer mató a tres parientes cercanos míos, mi madre incluida. Me han dicho que me habría matado a mí también, si los oankali no lo hubieran solucionado. Para nosotros es una enfermedad repugnante, pero para los oankali es la herramienta que llevaban generaciones buscando.
—Y a mí, ¿me hará algo que tenga que ver con el cáncer?
—No. Simplemente, lo que sucede es que le halla más atractivo que la mayoría de los humanos. ¿Qué puede hacer uno con una mujer hermosa que no pueda hacer con otra fea? Nada. Es sólo una cuestión de preferencias. Nikanj y todos los demás oankali tienen ya toda la información que necesitaban para usar lo que han aprendido de nosotros. Incluso los construidos pueden utilizarlo cuando maduran; pero la gente como usted y yo seguimos siendo atractivos para ellos.
—No comprendo eso.
—No se preocupe por ello. Me han dicho que nuestros hijos lo entenderán, pero que nosotros no podemos.
—Nuestros hijos serán ellos.
—¿Acepta eso?
Le llevó un momento darse cuenta de lo que había dicho.
—¡No! No sé. Sí, pero… —Cerró los ojos—. No sé.
Ella se acercó más a él, descansó unas manos cálidas y llenas de callos sobre sus antebrazos. Podía olerla. Plantas aplastadas: el modo en que acostumbraba a oler un césped recién cortado. Comida, pimienta y algo dulce. Mujer. Tendió la mano hacia ella, tocó los grandes senos. No podía evitarlo: había deseado tocarlos desde el primer momento en que los había visto. Ella se recostó de costado, atrayéndolo para que se tendiese a su lado, dándole la cara. Un momento más tarde recordó que Nikanj estaba detrás de él, que ella, deliberadamente, lo había colocado de tal modo que el oankali estuviera a espaldas de él.
Se sentó sobresaltado, se volvió para mirar al ooloi. No se había movido. Ni siquiera daba señales de estar vivo.
—Quédate aquí acostado conmigo un rato —le dijo ella, tuteándolo repentinamente.
—Pero…
—Dentro de un rato iremos con Nikanj. ¿No?
—No sé. —Se volvió a recostar, contento de darle la espalda—. Sigo sin entender lo que hace. Quiero decir que, de acuerdo, me da buenos sueños. ¿Cómo? ¿Y qué más hace? ¿Me usará para dejarte preñada?
—Ahora no, Akin es demasiado pequeño. Quizá… recoja algo de tu esperma. No te darás cuenta de ello. Cuando tienen la posibilidad de hacerlo, estimulan a una mujer para que ovule y recogen los óvulos, los almacenan, recogen esperma, y lo almacenan también. Pueden mantener viables y separados los óvulos y el esperma, en el interior de su cuerpo, durante décadas. Akin es hijo de un hombre que murió hace casi treinta años.
—Había oído que existía un límite de tiempo…, que sólo podían mantener vivos durante unos meses los óvulos y el esperma.
—Es el progreso: antes de que yo abandonara la nave, alguien descubrió un nuevo proceso de conservación. Nikanj fue uno de los primeros en saber del mismo.
Tino la miró de cerca, estudiando su suave y ancho rostro.
—Entonces, ¿cuántos años tienes? ¿Ya has cumplido los cincuenta?
—Tengo cincuenta y cinco años.
Él suspiró y agitó la cabeza sobre el brazo en el que la había descansado.
—Pareces más joven que yo, que hasta tengo unas cuantas canas. Recuerdo que acostumbraba a preocuparme, pensando que yo era el humano con el que los oankali habían fallado, fértil y envejeciendo normalmente, y que lo único que iba a sacar de ello era el hacerme viejo.
—Nikanj no hubiese fallado contigo.
Estaba tan cerca de él que no podía evitar el acariciarla, moviendo los dedos por sobre su excelente piel. Sin embargo, se echó hacia atrás cuando ella mencionó el nombre del ooloi.
—¿No podría irse? —susurró—. Sólo por un rato…
—Parece que ha decidido que no —contestó ella con voz normal—. Y no te molestes en hablar bajito: desde donde está sentado puede oír el latido de tu corazón. Y puede oír tus subvocalizaciones, esas palabras que uno se dice a sí mismo, pronunciándolas pero sin que lleguen a sonar. Quizá sea por eso por lo que la gente ha llegado a creer que pueden leer las mentes. Y es obvio que no se va a marchar.
—¿Y no podemos hacerlo nosotros?
—No. —Ella dudó—. Tino, él no es humano. No es como el tener a un hombre o una mujer en la habitación.
—No, es peor.
Ella sonrió cansinamente, se inclinó hacia él y lo besó. Luego se sentó.
—Te comprendo —dijo—. En otro tiempo yo también sentía eso mismo. Quizá sea mejor así.
Se abrazó a sí misma y le miró casi con irritación.
¿Era frustración? ¿Cuánto tiempo hacía que ella no…? Bueno, aquel maldito ooloi no estaría siempre allí. Pero, ¿por qué no se iba? ¿Por qué no esperaba su turno? Y, visto que no era así, ¿por qué él sentía tanta vergüenza porque estuviese allí? Su presencia le molestaba mucho más que lo hubiera hecho la de otros humanos. Muchísimo más.
—Iremos con Nikanj en cuanto te haya dicho una cosa más, Tino —le informó ella—. Es decir, nos iremos con él, si es que decides que aún quieres tener algo que ver conmigo.
—¿Contigo? ¡Pero si no es contigo con quien tengo problemas! Quiero decir que…
—Lo sé. Pero esto es otra cosa…, algo que preferiría no tener que explicarte nunca. Pero, si no te lo digo yo, alguien se encargará de decírtelo de todos modos. —Inspiró profundamente—. ¿No te has hecho preguntas acerca de mí, acerca de mi nombre?
—Sólo he pensado que deberías de habértelo cambiado. No es un nombre muy popular que digamos.
—Lo sé. Y el cambiármelo no iba a servirme de mucho. Mira, Tino, no soy simplemente alguien a quien le ha tocado un nombre impopular. Soy quien lo hizo impopular: soy Lilith Iyapo.
Él frunció el ceño, empezó a agitar la cabeza y luego se quedó quieto.
—¿No serás la mujer que… que…?
—Yo desperté a los tres primeros grupos de humanos que iban a ser enviados aquí, a la Tierra. Les expliqué cuál era su situación, cuáles eran sus opciones, y decidieron que yo era la responsable de todo lo que les pasaba. Ayudé a enseñarles a vivir en la selva, y decidieron que era culpa mía el que tuvieran que olvidarse de la vida civilizada. ¡Sólo les faltó culparme también de haber iniciado la jodida guerra! De cualquier modo, decidieron que les había traicionado a los oankali, y lo más moderado que me llamaron fue Judas. ¿Es así como te enseñaron a pensar en mí?
—Yo… Sí.
Ella agitó la cabeza.
—Los oankali o los sedujeron o los aterrorizaron, o incluso ambas cosas. Yo, en cambio, no era nadie…, les resultaba fácil culparme de todo. Y no había peligro en ello. Así que, de tanto en tanto, cuando ocurre que algunos exresistentes que andan de paso por Lo oyen mencionar mi nombre, esperan verme con cuernos. A algunos de los más jóvenes les han enseñado a culparme de todo lo malo, como si fuera un segundo Satanás, o la mujer del Diablo, o alguna otra idiotez similar. Y, de vez en cuando, uno de ellos trata de matarme. Es por esto por lo que soy tan quisquillosa en eso de las armas.
Él se la quedó mirando por un rato. La había estado estudiando detenidamente mientras hablaba, tratando de hallar culpabilidad en ella, tratando de ver en ella al Diablo. En Fénix, la gente había dicho cosas así de ella: que estaba posesa por el Demonio, que primero se había vendido ella al Diablo, y que luego había vendido a la Humanidad. Que había sido la primera en ir voluntariamente a la cama con un oankali, para convertirse en su puta y luego seducir a otros humanos…
—¿Qué es lo que dice tu gente de mi? —preguntó ella.
Él dudó, lanzó una ojeada a Nikanj.
—Que nos vendiste.
—¿Por qué moneda?
Siempre había habido debate respecto a eso.
—Por el derecho a quedarte en la nave o… por poder. Dicen que naciste humana, pero que los oankali te hicieron igual a un construido.
Ella produjo un sonido que podría haber querido ser una carcajada.
—Supliqué ir a la Tierra con el primer grupo al que desperté. Se suponía que debiera haber ido con él, pero, cuando llegó la hora, Nikanj no me dejó. Dijo que, una vez nos hubiésemos separado de los oankali, la gente me mataría. Y probablemente lo hubiesen hecho. Y luego se hubiesen sentido virtuosos y vengados.
—Pero…, eres realmente diferente: eres muy fuerte, y rápida…
—Sí, pero eso no fue el modo en que me pagaron los oankali, fue el modo en que me dieron un poco de protección. Si no me hubiesen cambiado un poco, alguien del primer grupo me hubiera matado, mientras aún seguía despertando a la gente. En habilidad, estoy situada entre los humanos y los construidos. Soy más fuerte y rápida que la mayoría de los humanos, pero no tan fuerte ni rápida como la mayoría de los construidos. Cicatrizo más rápido de lo que tú puedas hacerlo, y me recuperaría de heridas que a ti te matarían. Y, naturalmente, aquí en Lo puedo controlar las paredes y alzar plataformas. Pero ésa es una habilidad que se les da a todos los humanos que se asientan aquí. Y eso es todo. Nikanj me cambió para salvarme la vida, y lo logró. En lugar de matarme a mí, mataron al padre de Akin, el hombre con el que me había juntado…, con el que seguramente aún seguiría. Uno de ellos lo mató. Los otros miraron como lo hacía, y luego siguieron obedeciéndole.
Hubo un largo silencio y, finalmente, Tino dijo:
—Quizá tenían miedo.
—¿Es ésa la explicación que te han dado a ti?
—No. No tenía ni idea de esa parte de la historia. Al contrario…, lo que había oído era que… tal vez a ti no te gustaban los hombres.
Ella lanzó hacia atrás la cabeza en una terrible risa que le hizo estremecer.
—¡Oh, Dios! ¿Quién hay en Fénix de mi primer grupo?
—Un hombre llamado Rinaldi.
—¿Gabe? Gabe y Tate. ¿Siguen juntos?
—Sí. No sabía… Tate nunca dijo nada de haber estado allí con él. Supuse que se habían juntado aquí, en la Tierra.
—Yo los desperté a los dos. Durante un tiempo fueron mis mejores amigos. Su ooloi era Kahguyaht… Ooan Nikanj.
—¿Qué de Nikanj?
—El padre ooloi de Nikanj. Se quedó a bordo de la nave con sus cónyuges y tuvo otro trío de niños. Nikanj le dijo que Gabe y Tate no abandonarían a los resistentes en un cierto tiempo. Finalmente estuvo dispuesto a aceptar el talento de Nikanj, y no pudo resignarse a buscarse a otros humanos.
Tino miró a Nikanj. Al cabo de un rato se alzó y fue hasta él, y se sentó delante.
—¿Cuál es tu talento? —preguntó.
Nikanj ni le habló ni dio muestras de darse cuenta de su presencia.
—¡Hablame! —exigió Tino—. Sé que me oyes.
El ooloi pareció volver lentamente a la vida.
—Te oigo.
—¿Cuál es tu talento?
El ooloi se inclinó hacia él y tomó las manos del humano en sus manos de fuerza, manteniendo enroscados sus brazos sensoriales. Extrañamente, el gesto le recordó a Lilith. Era una forma de actuar muy propia de ella. De algún modo, no le importó que, ahora, unas fuertes manos grises sujetaran las suyas.
—Tengo un talento para los humanos —le dijo con su suave voz—. Me criaron para trabajar con vosotros, me enseñaron a trabajar con vosotros, y me dieron como compañera a una de vosotros en uno de mis períodos más formativos. —Por un momento se enfocó en Lilith—. Conozco vuestros cuerpos, y algunas veces hasta puedo anticiparme a vuestros pensamientos. Sabía que Gabe Rinaldi no podía aceptar una unión con nosotros como lo deseaba Kahguyaht. Tate sí que podría haberla aceptado, pero no iba a dejar a Gabe por un ooloi…, por mucho que desease a éste. Y Kahguyaht no quiso simplemente quedarse con ella cuando los demás fueron enviados a la Tierra. Esto me sorprendió, pues él siempre había dicho que no tenía sentido prestar atención a lo que decían los humanos. Y él sabía que, al cabo, Tate habría aceptado…, pero la hizo caso y la dejó partir. Y eso que no había sido criado, como yo, en contacto con los humanos. Creo que tu gente nos afecta más de lo que nos damos cuenta.
—Creo —dijo Lilith en voz baja—, que quizá seáis mejores en comprendernos a nosotros que en comprender a vuestro propio pueblo.
La enfocó a ella, con sus tentáculos alisados hasta el punto de la casi invisibilidad. Esto significaba que estaba complacido, recordó Tino. Complacido e incluso quizá feliz.
—Ahajas dice eso —le explicó a Lilith—. No creo que sea cierto, pero…, ¿quién sabe?
Tino se volvió hacia Lilith, pero le habló a Nikanj:
—¿La dejaste en estado en contra de su voluntad?
—Sí…, contra una parte de su voluntad —admitió Nikanj—. Ella hubiera querido tener un hijo de Joseph, pero éste estaba muerto. Estaba…, más sola de lo que puedas imaginar. Se creía que yo no la entendía.
—¡Fue culpa vuestra el que estuviera sola!
—Fue una culpa compartida. —Los tentáculos de la cabeza y el cuerpo de Nikanj colgaron inertes—. Creímos que teníamos que usarla a ella en el modo en que lo hicimos. De otro modo, habríamos tenido que drogar a cada humano recién despertado, mucho más de lo que era bueno para ellos, porque habríamos tenido que enseñárselo todo nosotros mismos. Y eso es algo que no llevamos a cabo hasta más tarde…, cuando vimos que estábamos haciendo daño a Lilith y a otros que intentamos emplear.
»Con su primer retoño le di a Lilith lo que ella deseaba, pero no podía pedir. La dejé usarme como cabeza de turco, para echarme todas las culpas. Por un tiempo me convertí para ella en lo que ella se había convertido para los humanos a los que había guiado y enseñado: en un traidor. En el destructor de cosas tenidas por sagradas. En un tirano. Necesitaba odiarme por un tiempo, para poder dejar de odiarse a sí misma. Y necesitaba los hijos que yo mezclé para ella.
Tino miró al ooloi, necesitado de verlo para recordarse a sí mismo que estaba escuchando a un ser absolutamente no humano. Por fin, volvió la vista hacia Lilith.
Ella le devolvió la mirada, con una sonrisa sin humor, amarga.
—Ya te dije que tenía talento —comentó.
—¿Cuánto de todo esto es cierto? —preguntó él.
—¿Y cómo quieres que lo sepa? —Ella tragó saliva—. Quizá todo: normalmente, Nikanj dice la verdad. Por otra parte, los razonamientos y justificaciones pueden sonar muy bien cuando uno los prepara a posteriori. Uno hace lo que le pasa por las narices, y luego piensa una razón maravillosamente plausible para justificar que era, exactamente, lo que uno debía de hacer.
Tino se apartó del ooloi y fue junto a Lilith.
—¿Lo odias? —le preguntó. Ella negó con la cabeza:
—Para odiarlo tendría que abandonarlo. A veces me voy por un tiempo: exploro, me marcho a otros poblados, y entonces lo odio. Pero, al cabo de un tiempo, empiezo a echar en falta a mis hijos. Y, que Dios me perdone, al cabo de un tiempo echo en falta a ese ooloi. Y me mantengo alejada hasta que el estar lejos me hace más daño que la idea de… volver a casa.
Pensó que ella debería estar llorando. Su madre nunca habría soportado tanta pasión sin estallar en llanto…, ni siquiera hubiera intentado contener las lágrimas. La tomó en sus brazos y la halló rígida y resistiéndose. Sus ojos rechazaban todo consuelo, antes de que él pudiera siquiera ofrecérselo.
—¿Qué debo hacer? —preguntó Tino—. ¿Qué quieres que haga?
Ella, de repente, le abrazó con fuerza, apretándolo contra ella.
—¿Te quedarás? —le susurró al oído.
—¿Debo hacerlo?
—Sí.
—De acuerdo. —Ella era Lilith Iyapo. Era una cara ancha, tranquila y expresiva. Era una piel oscura y suave y unas manos cálidas, encallecidas por el trabajo. Era unos pechos llenos de leche. Se preguntó cómo la había podido resistir antes.
¿Y qué pasaba con Nikanj? No lo miró, pero le pareció notar la atención del ooloi centrada en él.
—Si decides marcharte —le dijo Lilith—, te ayudaré.
No podía imaginarse el querer dejarla.
Algo frío, duro y rugoso asió su antebrazo. Se quedó helado, y no tuvo que mirar para saber que era uno de los brazos sensoriales del ooloi.
Éste se colocó junto a él, con un brazo sensorial sobre él y otro sobre Lilith. Aquellos brazos eran como trompas de elefante. Notó cómo Lilith lo soltaba y cómo Nikanj lo arrastraba hacia el suelo. Se dejó llevar sólo porque Lilith se acostaba con ellos. Dejó que Nikanj colocase su cuerpo junto al de él, y entonces vio como Lilith se sentaba al otro lado de Nikanj y los miraba solemnemente a ambos.
No comprendió por qué miraba, por qué no tomaba parte. Antes de que pudiera preguntárselo, el ooloi pasó su brazo alrededor de su cuello, oprimiéndole la nuca de un modo que le hizo estremecerse y luego quedarse inerte.
No estaba inconsciente. Eso lo supo cuando el ooloi se acercó a él y pareció aferrarlo en algún modo que no entendía.
No tenía miedo.
Cuando le llegó el chapuzón del gélido-dulce placer, lo venció por completo. Ésta era la semirrecordada sensación por la que había regresado. Aquél era el modo en que se iniciaba.
Antes de que la tan largamente esperada oleada de sensaciones le engullera por completo, vio a Lilith acostarse al otro lado del ooloi, y vio el otro brazo sensorial de éste enroscarse en torno al cuello de la mujer. Trató de pasar el brazo por sobre el cuerpo del ooloi, para tocarla, para acariciar la cálida piel humana. Pero le pareció que estiraba y estiraba el brazo, pero que ella siempre permanecía demasiado alejada como para poder alcanzarla.
Creyó gritar cuando la sensación se hizo más profunda, mientras se apoderaba de él. De pronto pareció que ella estaba con él, cuerpo contra cuerpo. Pensó decir el nombre de ella y lo repitió, pero no pudo escuchar el sonido de su propia voz.