Para cuando llegaron al pueblo la lluvia ya había empezado, y Akin disfrutó de las primeras gotas cálidas que lograron abrirse camino por entre la cúpula de los árboles. Luego estuvieron a cubierto…, seguidos por todos los que habían visto a Lilith llegar acompañada de un desconocido.
—Querrán conocer toda la historia de su vida —le dijo Lilith en voz baja—. Querrán que les hable de su poblado, de sus viajes; todo lo que usted sepa será noticia para nosotros. No nos visitan demasiados viajeros. Y, luego, cuando haya comido y hablado y todo lo demás, tratarán de arrastrarle a sus camas. En eso haga lo que quiera. Y si ahora está demasiado cansado para todo ello, dígalo, y dejaremos su fiesta para mañana.
—No me dijo que iba a tener que montar un espectáculo —observó él, mirando a la creciente avalancha de humanos, construidos y oankali.
—No tiene por qué aceptarlo. Haga lo que le apetezca.
—Pero… —Miró a su alrededor, como impotente, apartándose con un estremecimiento de un niño no sexuado, nacido de oankali, que le tocó con uno de los tentáculos sensoriales que le crecían de la cabeza.
—No lo asustes —le dijo Akin al construido, hablando desde la espalda de Lilith. Utilizó el idioma oankali—. Allí de donde él viene no hay muchos de nosotros.
—¿Es un resistente? —preguntó el niño.
—Sí, pero no creo que quiera hacer ningún daño. No intentó hacérnoslo a nosotros.
—¿Qué es lo que quiere el chico? —preguntó Tino.
—Simplemente, siente curiosidad acerca de usted —le explicó Lilith—. ¿Quiere hablar con esta gente, mientras yo preparo algo de comer?
—Supongo que sí, aunque no soy ningún buen narrador.
Lilith se volvió a la aún creciente multitud.
—De acuerdo —dijo en voz alta. Y, cuando se hubieron callado—: Su nombre es Agustín Leal. Viene de muy lejos, y dice que no le molesta contárnoslo.
La gente le aclamó.
—Si alguien quiere ir a su casa a buscar algo de comer o beber, esperaremos.
Varios humanos y construidos se alejaron, pidiendo que no empezase nada sin ellos. Un oankali retiró a Akin de la espalda de Lilith: Dichaan. Akin se aplastó alegremente contra él, compartiendo lo que había averiguado del nuevo humano.
—¿Te gusta? —le preguntó Dichaan por medio de señales táctiles acompañadas de imágenes sensoriales.
—Sí. Está algo temeroso y es peligroso. Madre tuvo que deshacerse de su arma, pero, sobre todo, siente curiosidad. Es tan curioso que parece uno de nosotros.
Dichaan proyectó regocijo. Manteniendo su conexión sensorial con Akin, contempló como Lilith le daba a Tino algo de beber. El hombre probó la bebida y sonrió. La gente se había reunido a su alrededor, sentada en el suelo. La mayoría eran niños, y esto por una parte pareció tranquilizarle, ya no sentía miedo, y por otra excitarle. Sus ojos se enfocaron en un niño tras otro, examinando la amplia variedad de ellos.
—¿Tratará de robar alguno? —preguntó silenciosamente Akin.
—Si lo hiciera, Eka, probablemente sería a ti. —Dichaan suavizó con humor la afirmación, pero bajo la misma había una seriedad que no pasó desapercibida para Akin. Probablemente el hombre no quería hacer ningún daño, no era un ladrón de niños; pero Akin tendría que andarse con cuidado, no debía permitirse el quedarse a solas con Tino.
La gente trajo comida, la repartió con los demás y con Lilith, al tiempo que aceptaban lo que ella les ofrecía. Como siempre, alimentaban a sus propios hijos y también a los hijos de los demás. Un niño que pudiese caminar podía conseguir porciones de comida en cualquier parte.
Lilith preparó, para Tino y sus hijos pequeños, bocadillos de scigee caliente y quat con pan plano de mandioca, acompañados de judías calientes y muy sazonadas. Como postre había rodajas de piña y papaya. Le fue dando a Akin pequeñas porciones de quat mezclado con mandioca. Y no le dejó tomar teta hasta que se hubo acomodado con todos los demás, para escuchar y hablar con Tino.
—A nuestro pueblo le pusieron el nombre de Fénix antes de que mis padres llegasen al mismo —les contó Tino—. No estuvimos entre los primeros colonos. Llegamos del bosque, medio muertos: habíamos comido algo malo, una especie de fruto de la palmera que, sí, era comestible, pero sólo si uno lo hervía, cosa que nosotros no habíamos hecho. El caso es que llegamos allí casi sin saber cómo, y la gente de Fénix se ocupó de nosotros. Yo era el único niño que tenían…, el único niño humano que habían visto desde antes de la guerra. Se puede decir que todo el pueblo me adoptó, porque… —Se detuvo, contemplando a un grupo de oankali—. Bueno, ya saben. Querían hallar también a una niña pequeña; pensaban que, quizá, los pocos pequeños que no habíamos llegado a la pubertad antes de que nos soltasen de la nave pudiésemos ser fértiles si nos juntábamos al crecer.
Miró al oankali más cercano, que resultó ser Nikanj.
—¿Verdadero o falso? —le preguntó.
—Falso —le contestó suavemente Nikanj—. Les dijimos que eso era falso, pero ellos prefirieron no creernos.
Tino miró a Nikanj, con una expresión que Akin no comprendió. La mirada no era amenazadora, pero Nikanj recogió un poco sus tentáculos corporales, en lo que era el inicio de un gesto de amenaza previo a un golpe de aguijón. Los humanos lo llamaban anudarse o hacerse nudos, y sabían que significaba que el oankali estaba irritándose, o que se encontraba muy alterado. Pocos de ellos se daban cuenta de que también era un acto reflejo, potencialmente letal. Cada uno de los tentáculos sensoriales podía aguijonear. Los ooloi también podían aguijonear con sus brazos sensoriales y, ellos al menos, podían hacerlo sin matar. Los oankali, machos y hembras, y los construidos, sólo podían matar. Akin podía hacerlo con su lengua. Aquélla era una de las primeras cosas que Nikanj le había enseñado que no debía de hacer. Si no se lo hubiera explicado, podría haber descubierto esta habilidad por accidente y matar a Lilith o a algún otro humano. Al principio esta idea le había asustado, pero ahora ya no le preocupaba. Nunca había visto a nadie aguijonear a alguien.
Incluso ahora, el lenguaje corporal de Nikanj sólo indicaba un cierto sobresalto. Pero ¿por qué tenía que sobresaltarle Tino? Akin empezó a observar a Nikanj en lugar de a Tino. Cuando éste hablaba, todos los largos tentáculos de la cabeza del ooloi se volvían para enfocarle, Nikanj estaba intensamente interesado en este recién llegado. Tras un momento, se puso en pie y se abrió camino hasta Lilith, y le cogió a Akin de los brazos.
Akin había acabado de mamar y ahora se aplastó, solícitamente, contra Nikanj, dándole lo que sabía que él quería: información genética sobre Tino. A cambio, le exigió que le explicase los sentimientos que Nikanj había expresado con el retraimiento de sus tentáculos sensoriales.
En silenciosas pero coloristas imágenes y señales, Nikanj le explicó:
—Cuando era niño, ese humano quiso quedarse con nosotros. No pudimos aceptar quedárnoslo, pero esperamos que volviese con nosotros cuando fuera mayor.
—Entonces, ¿lo conocías?
—Yo me ocupé de su condicionamiento. Entonces, él sólo hablaba español, y éste es uno de los idiomas humanos que yo domino. Él sólo tenía ocho años de edad y no me temía. Yo no quería dejarlo ir: Todos sabíamos que sus padres echarían a correr en cuanto los soltásemos, se convertirían en resistentes, y quizá morirían en el bosque. Pero no pude obtener un consenso. No somos buenos para criar niños humanos, así que nadie quería romper esa familia. Y ni siquiera yo quería forzarles a todos ellos a quedarse con nosotros. Teníamos grabaciones de los tres, de modo que, si morían o seguían en la resistencia, podríamos fabricar copias genéticas de ellos, para que naciesen de humanos comerciantes. No se perderían para el banco genético. Así que decidimos que tendríamos que conformarnos con esto.
—¿Te ha reconocido Tino?
—Sí, pero de un modo muy humano, pienso. No creo que comprenda por qué he atraído su atención. No tiene un acceso completo a su memoria.
—No comprendo eso.
—Es algo muy humano. La mayoría de los humanos pierden el acceso a los viejos recuerdos a medida que adquieren otros nuevos. Por ejemplo, saben hablar, pero no recuerdan haber aprendido a hacerlo. Normalmente conservan lo que les ha enseñado la experiencia…, pero pierden la experiencia en sí. Nosotros podemos hacerles recuperar lo olvidado, hacer que lo recuerden todo…, pero, para muchos de ellos, eso sólo serviría para crearles confusión. El recordar tanto de sus memorias les distraería del presente.
Akin recibió una impresión de un humano anonadado, cuya mente estaba tan sobrecargada por el pasado que cada nueva experiencia ocasionaba automáticamente el revivir varias otras antiguas, las cuales a su vez hacían revivir otras más…
—¿Me pasará eso a mí? —preguntó temerosamente.
—Naturalmente que no; ningún construido es así. Nos andamos con cuidado.
—Lilith tampoco es así, y ella lo recuerda todo.
—Habilidad natural, más algunos cambios que le hice. Ella fue elegida con mucho cuidado.
—¿Cómo te volvió a encontrar Tino? ¿Lo trajiste aquí antes de que los soltaseis? ¿Recordaba el lugar?
—Este lugar no existía cuando dejamos ir a su familia y a algunos otros. Probablemente iba siguiendo el río. ¿Tenía una canoa?
—No creo. No sé.
—Si sigues el río y mantienes los ojos bien abiertos, hallarás pueblos.
—Nos encontró a mamá y a mí.
—Él es humano…, y un resistente. No querría, simplemente, entrar en un pueblo sin más. Preferiría antes echarle una ojeada… Y tuvo la buena fortuna de hallar a algunos habitantes inofensivos del pueblo…, gente que podía meterlo, sano y salvo, en el lugar, o que podía decirle por qué valdría más que evitase ese sitio.
—Madre no es inofensiva.
—No, pero le resulta conveniente parecerlo.
—¿Y qué tipo de pueblo tendría que evitar?
—Probablemente otros habitados por resistentes. Los pueblos de resistentes, especialmente los que están muy separados entre sí, son peligrosos de distintos modos. Algunos de ellos son peligrosos unos para otros. Unos pocos se convierten en peligrosos para nosotros, y tenemos que dispersarlos. La diversidad humana es fascinante y seductora, pero no podemos dejar que eso los destruya…, o nos destruya.
—¿Mantendrás a Tino aquí?
—¿Te gusta?
—Sí.
—Bien. A tu madre aún no, pero puede que cambie de parecer. Quizás él desee quedarse.
Akin, curioso acerca de las relaciones entre los adultos, usó todos sus sentidos para percibir lo que ocurría entre sus padres y Tino.
Claro que primero faltaba que terminase la historia que contaba Tino.
—No sé qué contarles de nuestro poblado —estaba diciéndoles—. Está lleno de gente mayor que parece joven… igualito que aquí, supongo. Excepto que aquí tienen niños. Trabajamos duro, tratando de hacer que las cosas fueran lo más parecidas posibles a como eran antes. Eso es lo que mantuvo a todos en marcha: la idea de que podíamos emplear nuestras largas vidas para volver a recuperar la civilización…, tener las cosas preparadas para cuando me encontrasen una chica o descubrieran algún modo en que ellos pudieran tener hijos propios. Creían que eso sucedería. Yo también lo creía. ¡Infiernos, yo me lo creía más que nadie!
»Recuperamos materiales antiguos y abrimos una cantera en las montañas. A mí jamás me permitieron ir allí, temían que me pasase algo; pero ayudé a construir las casas. ¡Casas de verdad, no chozas…, incluso tenemos cristales en las ventanas! Fabricamos cristales, y los que nos sobran los intercambiamos con otros pueblos de resistentes. Los habitantes de uno de ellos se vinieron a vivir con nosotros cuando vieron lo bien que nos iba. Eso casi nos hizo duplicar nuestro número. Tenían a un chico que era unos tres años más joven que yo, pero nada de chicas.
»Construimos una pequeña ciudad. Incluso teníamos un par de molinos de agua para suministrarnos energía. Eso nos facilitaba la construcción. Construíamos como locos. Si uno está realmente ocupado, no tiene tiempo para pensar que quizá lo esté haciendo todo para nada… que quizá lo único que lográsemos al final fuera quedarnos sentados en nuestras bonitas casas, reuniéndonos para rezar en nuestra bella iglesia, y seguir viviendo sin irnos haciendo viejos, todos unidos.
»Entonces, en sólo una semana, dos hombres y una mujer se ahorcaron. Y otros cuatro, simplemente, desaparecieron. Ocurrió así, de golpe…, como una epidemia que ataca a alguien y luego se extiende: nunca habíamos tenido ni un suicidio, ni una desaparición, y, de repente, fue como una enfermedad. Y supongo que un día me atacó a mí. Y, me pregunto, ¿a dónde va la gente cuando desaparece? ¿A un sitio como éste?
Miró a su alrededor, suspiró, y luego continuó. Su tono cambió de un modo brusco:
—Ustedes tienen todas las ventajas. Los oankali les pueden facilitar cualquier cosa. ¿Por qué viven de este modo?
—Estamos cómodos —le contestó Ayre, la hermana mayor de Akin—. Éste no es un mal modo de vivir.
—¡Es primitivo! ¡Viven ustedes como salvajes! Quiero decir que… —bajó la voz—. Lo siento, no quería ofenderles…, es que…, no sé un modo educado en que decirles esto: al menos, ¿por qué no construyen verdaderas casas y se deshacen de estas chozas? ¡Tendrían que ver nuestra ciudad! ¡Infiernos, ustedes tienen astronaves…! ¿Cómo pueden vivir de este modo?
Lilith le habló suavemente:
—¿Cuántas de esas casas de verdad de ustedes estaban vacías cuando se marchó de allí, Tino?
Se enfrentó a ella, irritado:
—¡Mi gente no tuvo ninguna oportunidad! ¡Ellos no quisieron la guerra! ¡Ellos no quisieron a los oankali! ¡Y ellos no quisieron convertirse en estériles! ¡Pero puede estar segura de que todo lo que hicieron fue de corazón, era bueno y funcionaba! Así que yo pensé: «¡Oye, si nosotros hemos edificado una pequeña ciudad, los… comerciantes deben de haber hecho una ciudad grande!».
Su voz creció de nuevo:
—¿Y qué es lo que encuentro? ¡Un poblado de chozas, con huertos primitivos…, este lugar que apenas si es un claro en el bosque! —Miró a su alrededor, con expresión de disgusto—. ¡Tienen ustedes críos por los que planificar y a los que cubrir sus necesidades, y los van a dejar volver a la edad de las cavernas!
Una mujer humana llamada Leah dijo:
—Nuestros hijos están bien, pero me gustaría que pudiésemos lograr que más de su gente viniera aquí con nosotros. Son lo más parecido a inmortales que jamás haya conocido la raza humana, y en lo único en que piensan es en construir casas inútiles y en matarse los unos a los otros.
—Es hora de que ofrezcamos a los resistentes un modo en que volver a nosotros —dijo Ahajas—. Creo que nos hemos comportado demasiado despreocupadamente respecto a ellos.
Varios oankali hicieron gestos de aprobación.
—¡Déjenlos en paz! —exclamó Tino—. ¿No les han hecho ya bastante? ¡Yo no les voy a decir dónde están!
Nikanj, aún sosteniendo a Akin en brazos, se alzó y se movió por entre la gente reunida, hasta que pudo sentarse en un lugar en el que no había nadie entre él y Tino.
—Ninguno de los pueblos de resistentes nos es desconocido —le dijo suavemente—. Y nunca le habríamos preguntado dónde está Fénix. Además, no vamos a limitarnos a Fénix: ya es hora de que nos pongamos en contacto con todos los asentamientos de resistentes y les invitemos a unirse a nosotros. Sólo les recordaremos que llevan vidas estériles, sin objetivo. No les obligaremos a venir a nosotros, pero queremos que sepan que aún son bienvenidos. Que, si al principio los dejamos ir, fue porque no queríamos tenerlos prisioneros.
Tino se echó a reír, amargamente.
—Así que todos los que están aquí lo están voluntariamente, ¿no?
—Todos los que están aquí son libres de irse cuando lo deseen.
Tino le lanzó a Nikanj otra de sus miradas indescifrables y se volvió, deliberadamente, hacia Lilith.
—¿Cuántos hombres hay aquí?
Lilith miró a su alrededor y halló a Wray Ordway, que era quien se ocupaba de tener aprovisionada la cabaña para invitados de comida y otros suministros. Allá era donde vivían los hombres recién llegados hasta que se apareaban con una de las mujeres del poblado. Era la única vivienda del poblado que había sido construida con árboles cortados y techumbre de hojas de palmera. Quizá Tino durmiese allí esta noche. Wray se ocupaba de la cabaña para invitados porque había elegido no andar vagabundeando. Se había apareado con Leah y, aparentemente, nunca se había cansado de ella. Ellos dos, junto con sus tres compañeros oankali, tenían nueve hijas nacidas de humana y once hijos nacidos de oankali.
—¿Cuántos hombres tenemos ahora, Wray? —preguntó Lilith.
—Cinco —le contestó éste—. Sin embargo, no hay ninguno en la cabaña de invitados, así que Tino puede tenerla para él solo, si lo desea.
—Cinco hombres. —Tino agitó la cabeza—. No me extraña que no hayan construido nada.
—Nos construimos a nosotros mismos —le dijo Wray—. Aquí estamos construyendo una nueva forma de vida. Usted no sabe nada de nosotros, así que… ¿por qué no pregunta cosas en lugar de hablar de lo que no tiene ni idea?
—¿Y qué hay que preguntar? Aparte su huerto…, no hacen crecer nada. Y, aparte estas chozas, no han construido nada. En cuanto a eso de construirse a ustedes mismos, eso es algo que están haciendo los oankali… ustedes sólo son la arcilla entre sus manos, nada más.
—Ellos nos cambian a nosotros, y nosotros los cambiamos a ellos —intervino Lilith—. Toda la siguiente generación está compuesta por gente formada mediante la ingeniería genética, Tino…, construidos, ya sea nacidos de madre humana o oankali.
Suspiró.
—No me gusta lo que ellos están haciendo, eso es algo que siempre he dejado bien claro. Pero están metidos en esto con nosotros y, cuando la nave se marche, se quedarán aquí tan atrapados como nosotros. Y, empujados por su biología, no pueden dejar de mezclarse con nosotros. Pero algo de lo que a nosotros nos hace humanos sobrevivirá, al igual que algo de lo que los hace a ellos oankali. —Hizo una pausa y pasó la vista por la gran sala—. Mire a los niños que hay aquí, Tino. Mire a los construidos adultos. No se puede saber quién nació de quién. Pero en cada uno de ellos puede ver algunas características humanas. En cuanto a la forma en que vivimos…, bueno, no somos tan primitivos como piensa…, ni tan avanzados como podríamos ser. Todo fue cuestión de lo parecidas que queríamos que fuesen nuestras viviendas a las de la nave. Y, si los oankali hicieron que aprendiésemos a vivir aquí sin su ayuda, fue para que, si nos hacíamos resistentes a ellos, pudiéramos sobrevivir. Para que, así, la gente como tus padres tuvieran una oportunidad.
—¡Vaya oportunidad! —murmuró Tino.
—Mejor que ser prisioneros o esclavos —indicó ella—. Deberían de haber estado preparados para vivir en el bosque. Me sorprende que comiesen ese fruto de la palma que les hizo enfermar.
—Éramos gente de ciudad, y teníamos hambre. Mi padre no creía que algo pudiera ser venenoso cuando estaba crudo, pero pudiese comerse una vez hervido.
Lilith agitó la cabeza.
—Yo también era de ciudad, pero hay cosas que no estaba dispuesta a descubrir por experiencia propia. —Volvió al tema original—: En cualquier caso, una vez hubimos aprendido a vivir por nosotros mismos en el bosque, los oankali nos dijeron que no teníamos que hacerlo obligatoriamente; que ellos pensaban vivir en casas tan confortables como las que tenían en la nave, y que éramos libres de hacer lo mismo. Nosotros aceptamos su oferta…, créame, el tejer paja para hacer techos y el cortar troncos para atarlos con lianas me resulta tan poco placentero como pueda parecérselo a usted…, y eso que he tenido que hacerlo durante más tiempo del que hubiese deseado.
—Este lugar tiene un techo de hojas —argumentó Tino—. De hecho, parece que hace poco que lo han vuelto a techar.
—¿Lo dice porque las hojas son verdes? Infiernos, son verdes porque están vivas. Tino, esta casa no la hemos construido, la hemos hecho crecer: Nikanj nos suministró la semilla, los demás limpiamos un claro en el bosque, y todo el mundo que iba a vivir aquí entrenó las paredes y les hizo darse cuenta de nuestra existencia.
Tino frunció el ceño.
—¿Qué quiere decir con eso de darse cuenta de su presencia? Creí que me estaba diciendo que era una planta…
—Es una construcción oankali. En realidad, es una especie de versión, en larva, de la nave. Una larva neo-técnica. Puede reproducirse sin crecer. Y también puede hacerse mucho mayor sin madurar sexualmente. Ésta tendrá que seguir así durante un tiempo: no necesitamos más que una.
—Pero tienen más de una. Tienen…
—Sólo una en este poblado. Y buena parte de ella está bajo tierra. Lo que se ve de ella parecen casas, césped, matorrales, los árboles más próximos y, hasta cierto punto, la orilla del río. Esto le permite una cierta erosión y atrapar algo del cieno nutritivo que va pasando. Sin embargo, su inclinación es convertirse en un sistema cerrado, en una nave. No podemos dejarle hacer esto aquí. Aún tenemos mucho que crecer nosotros mismos.
Tino agitó la cabeza. Recorrió con la vista la gran sala, y a la gente mirándole, comiendo, alimentando a los niños. Algunos de los más pequeños estaban tendidos, dormidos, con sus cabezas en los regazos de sus mayores.
—Mire arriba, Tino.
Tino se sobresaltó al sonido de la suave voz de Nikanj, tan cercana a él. Pareció estar a punto de apartarse, de acurrucarse. Probablemente no había estado tan cerca de un oankali desde que era niño. De algún modo, consiguió quedarse quieto.
—Mire arriba —repitió Nikanj.
Tino alzó la vista hacia el suave brillo amarillento del techo.
—¿No se ha preguntado de dónde viene esa luz? —dijo Nikanj—. ¿Es éste el techo de una vivienda primitiva?
—No estaba así cuando entré.
—No. Cuando usted entró aquí no se necesitaba luz, llegaba mucha de fuera. Mire qué paredes tan lisas, mire al suelo, pálpelo…, no creo que un suelo de madera muerta sea tan confortable. Tendrá posibilidad de hacer comparaciones si decide quedarse en la cabaña de invitados: ésa sí que es realmente la construcción de madera burda y techo de paja que usted creyó. Tiene que serlo: los forasteros no sabrían cómo controlar las paredes de las verdaderas casas que tenemos aquí.
Wray Ordway intervino, con voz engañosamente átona:
—Nika, si ese hombre duerme esta noche en la cabaña de invitados, perderé toda mi fe en ti.
El cuerpo de Nikanj se puso irremediablemente liso, y todo el mundo se echó a reír. Akin sabía que ese aplanar de los tentáculos del cuerpo y la cabeza, hasta dejar una superficie tan lisa como un espejo, normalmente indicaba placer o buen humor, pero lo que estaba sintiendo ahora Nikanj no era ninguna de estas emociones. Era más como una enorme, absorbente ansia, que apenas si podía mantener bajo control. Si Nikanj hubiera sido humano, seguro que hubiese estado temblando. Tras un momento, consiguió volver a su apariencia normal. Enfocó un cono de tentáculos de la cabeza a Lilith, haciéndole una súplica. Ella no se había reído con los demás, aunque estaba sonriendo.
—Gente, sois unos groseros —dijo, sin perder la sonrisa—. Debería daros vergüenza. Ahora iros a casa…, todos. Y que tengáis sueños interesantes.