Akin pasaba alguna parte del día con cada uno de sus padres. Lilith le alimentaba y le enseñaba. Los otros sólo le enseñaban, pero iba ansioso con cada uno de ellos. Habitualmente, Ahajas lo tenía en brazos después de Lilith.
Ahajas era alta y ancha. Lo sostenía sin parecer darse cuenta de su peso. Nunca notaba cansancio en ella. Y sabía que disfrutaba llevándole en brazos. Podía notar placer en el momento en que ella hundía en él los filamentos de sus tentáculos sensoriales. Ella fue la primera persona capaz de llegarle, de este modo, con algo más que simples emociones. Ella fue la primera en darle imágenes multisensoriales y señales con presiones, y en ayudarle a comprender que le estaba hablando sin palabras. A medida que fue creciendo, se dio cuenta de que Nikanj y Dichaan también lo hacían. Nikanj lo había hecho ya antes de que naciese, pero él no lo había comprendido. Ahajas había logrado el contacto y le había enseñado con rapidez. A través de las imágenes que creaba para él se enteró del niño que crecía dentro de ella. Le dio imágenes del mismo e incluso consiguió darle al no nacido imágenes de Akin. Tenía varias presencias: todos sus padres, excepto Lilith. Y le tenía a él. Era un compañero de camada.
Sabía que él, cuando creciera, sería un macho. Entendía lo de macho, hembra y ooloi. Y sabía que, debido a que él sería macho, el no nacido, que iniciaría su vida pareciendo mucho menos humano que él, acabaría convirtiéndose en una hembra. Había en esto un equilibrio, una naturalidad que le complacía. Tendría una hermana con la que crecer juntos…, una hermana, pero no un compañero de camada ooloi. ¿Por qué? Se preguntó si el niño que había dentro de Ahajas no acabaría por convertirse en un ooloi, pero tanto Ahajas como Nikanj le aseguraron que no. No le decían cómo lo sabían. De modo que su compañero de camada se convertiría en una hermana. Tardaría años en desarrollarse sexualmente, pero ya pensaba en «ella».
Habitualmente, Dichaan lo tomaba una vez que Ahajas lo había devuelto a Lilith y ésta le había alimentado. Dichaan le enseñaba cosas respecto a los otros.
En primer lugar estaban sus compañeros de camada mayores, algunos nacidos de Ahajas y que se iban haciendo más y más humanos, y otros nacidos de Lilith y que cada vez se hacían más oankali. También estaban los hijos de los compañeros de camada mayores y, por fin, y eso le asustaba, estaba la gente sin relación familiar. Akin no podía comprender cómo algunos de los no relacionados eran más como Lilith de lo que lo había sido Joseph. Y ninguno de ellos era como Joseph.
Dichaan leyó la confusión no expresada de Akin.
—Las diferencias que percibes entre los humanos, entre grupos de humanos…, son el resultado del aislamiento y los matrimonios entre ellos mismos, la mutación y la adaptación a los distintos medios ambientes de la Tierra —le explicó, ilustrando cada concepto con múltiples y rápidas imágenes—. Joseph y Lilith nacieron en partes muy diferentes del mundo…, en pueblos separados desde hacía mucho. ¿Lo entiendes?
—¿Dónde están los que son como Joseph? —preguntó en voz alta Akin.
—Ahora hay poblados de ellos al suroeste. Se llaman chinos.
—Quiero verlos.
—Los verás. Cuando seas mayor podrás viajar. —Ignoró el estallido de frustración de Akin—. Y algún día te llevaré a la nave, y también podrás ver las diferencias que hay entre los oankali.
Le dio a Akin una imagen de la nave: una enorme esfera hecha con gigantescas placas (a pesar de lo cual aún seguían creciendo), como la concha de una tortuga. De hecho, se trataba de la concha exterior protectora de un ser vivo.
—Allí —le explicó Nikanj— verás a unos oankali que nunca vendrán a la Tierra ni comerciarán con los humanos. Por el momento, se ocupan de la nave en modos que requieren una forma física diferente.
Le dio una imagen, y Akin pensó que se parecía a un gusano.
Akin proyectó una silenciosa interrogación.
—Habla en voz alta —le dijo Dichaan.
—¿Es un niño? —preguntó Akin, pensando en los cambios que sufrían los gusanos.
—No, es un adulto. Tiene mayor tamaño que yo.
—¿Puede hablar?
—Mediante imágenes, con señales táctiles, bioeléctricas y bioluminiscentes, con las feromonas y mediante gestos. Puede gesticular con diez miembros a la vez. Pero sus órganos de la boca y la garganta no producen sonidos. Y es sordo: debe vivir en lugares en los que hay un tremendo volumen de sonido. Los padres de mis padres tenían esa forma.
Eso le pareció terrible a Akin: los oankali obligados a vivir bajo una fea forma, que ni siquiera les permitía oír o hablar.
—Como son les resulta tan natural a ellos como lo es para ti la forma que tienes —le explicó Dichaan—. Y están mucho más cercanos a la nave de lo que jamás podremos estarlo nosotros. Son sus compañeros, y conocen su cuerpo mejor de lo que tú conoces tu propio cuerpo. Cuando yo era un poco mayor que lo que tú eres ahora, quería ser uno de ellos. Me dejaron probar un poco de su relación con la nave.
—Enséñame.
—Aún no. Es una cosa demasiado fuerte. Te lo enseñaré cuando seas un poco mayor.
Todo iba a suceder cuando fuera mayor. ¡Tenía que esperar! Presa de frustración, Akin dejó de hablar. No podía evitar escuchar y recordar todo lo que decía Dichaan, pero no hablaría con él en muchos días.
Y, sin embargo, fue Dichaan quien empezó a dejarle al cuidado de sus hermanas mayores, permitiéndole comenzar a investigarlas. Su favorita entre ellas era Margit. Tenía seis años de edad…, demasiado pequeña para llevarle por mucho tiempo, pero se sentía contento de cabalgar a sus espaldas o sentarse en su regazo durante tanto tiempo como ella pudiera soportar sin sentirse molesta. Ella no tenía tentáculos sensoriales, como sus hermanas nacidas de oankali, pero tenía zonas de nódulos sensitivos que probablemente se convertirían en tentáculos cuando creciese. Podía sobreponer algunas de ellas a las áreas sensoriales, lisas e invisibles, de la piel de él, y entonces ambos podían intercambiar imágenes y emociones tanto como palabras. Ella podía enseñarle.
—Tienes que tener cuidado —le dijo ella, mientras lo llevaba al refugio de su casa familiar para resguardarse de la fuerte lluvia de una tarde—. La mayor parte de las veces tus ojos no siguen lo que está pasando. ¿Puedes ver con ellos?
Pensó al respecto.
—Puedo —dijo—, pero no lo hago siempre. A veces es más fácil ver con otras partes de mi cuerpo.
—Cuando seas mayor esperarán que vuelvas la cara y el cuerpo hacia la gente, cuando hables con ella. Incluso ahora deberías de mirar a los humanos con tus ojos. Si no lo haces, te gritan o te repiten las cosas, porque no están seguros de que les estés prestando atención. O empiezan a ignorarte, porque piensan que tú los estás ignorando a ellos.
—Nadie me hace eso a mí.
—Lo harán. Espera a pasar del estadio en que tratan de hablarte de un modo estúpido.
—¿Te refieres a eso de intentar hablarme como a un niño pequeño?
—¡Me refiero a como hablan los humanos, en general!
Silencio.
—No te preocupes —le dijo ella al cabo de un tiempo—. Es con ellos con quien estoy enfadada, no contigo.
—¿Por qué?
—Porque me culpan por no tener el mismo aspecto que ellos. No pueden evitarlo, y yo no puedo evitar el estar resentida por ello. No sé qué es peor…, los que se estremecen cuando los toco, o los que hacen ver que no pasa nada, pero se estremecen por dentro.
—¿Y cómo se siente Lilith al respecto? —preguntó Akin, porque ya sabía la respuesta.
—Por lo que a ella respecta, sería mejor que me pareciese a ti. Recuerdo que, cuando yo tenía tu edad, ella se preguntaba cómo iba a lograr encontrar un compañero, pero Nikanj le dijo que, para cuando yo creciese, habría muchos machos como yo. Después de eso, nunca volvió a comentar nada sobre este asunto. Lo que me recomienda es que me relacione con los construidos. Y es lo que hago, mayormente.
—Yo les gusto a los humanos —dijo él—. Supongo que es porque me parezco a ellos.
—Tú recuerda el mirarles con los ojos cuando te hablen o cuando tú hables con ellos. Y ándate con cuidado en lo de probar su sabor, eso es algo que no podrás seguir haciendo ya por mucho tiempo. Además, tu lengua no tiene aspecto de humana.
—Los humanos dicen que no debería de ser gris, pero no se percatan de lo realmente diferente que es.
—No les dejes ni imaginarlo. Pueden ser peligrosos, Akin. No les muestres todo lo que puedes hacer. Pero, ahora que aún puedes…, estate con ellos. Estudia su comportamiento. Quizá tú puedas recolectar cosas sobre ellos que nosotros no podemos. Sería malo que se perdiese algo de lo que son.
—Se te están quedando dormidas las piernas —observó Akin—. Estás cansada, deberías llevarme con Lilith.
—Dentro de un ratito.
Él se dio cuenta de que aún no quería dejarlo. No le importaba. Los humanos la veían rara: de color gris y cubierta de verrugas…, más diferente que la mayoría de las niñas nacidas de humana. Y podía oír tan bien como cualquier otro construido. Captaba cualquier susurro, le gustase o no. Y, si estaba cerca de humanos, éstos comenzaban pronto a hablar de ella: «Si ahora tiene este aspecto tan horroroso, ¿cuál tendrá después de la metamorfosis?», comentaban. Y entonces especulaban al respecto, o la compadecían, o se reían de ella. Era mejor estar unos minutos más en paz, con Akin.
Su nombre humano completo era Margita Iyapo Domonkos Kaalnikanjlo. Margit. Tenía sus cuatro progenitores vivos en común con él. Sin embargo, su padre humano era Vidor Domonkos, no el fallecido Joseph. Vidor (alguna gente lo llamaba Víctor) se había trasladado a un pueblo a varios kilómetros río arriba, cuando Lilith y él se habían cansado el uno del otro. Regresaba dos o tres veces al año, para ver a Margit. No le gustaba el aspecto que tenía ella, pero la amaba. Ella había visto que así era, y Akin estaba seguro de que había leído correctamente la emoción. Él nunca había estado con el tal Vidor: durante la última visita del hombre era demasiado pequeño para tener ya contacto con extraños.
—Cuando vuelva a venir a verte Vidor, ¿le pedirás que me deje tocarle?
—¿A mi padre? ¿Y para qué?
—Quiero hallarte a ti dentro de él.
Ella se echó a reír.
—Él y yo tenemos mucho en común. No le gusta que nadie le explore: dice que no tiene necesidad de que nadie le taladre las carnes. —Dudó—. Y lo dice en serio; a mí sólo me dejó hacerlo en una ocasión. Si te encuentras con él, limítate a hablarle. En cierto modo puede ser tan peligroso como cualquier otro humano, Akin.
—¿Tu padre?
—¡Akin… todos ellos pueden serlo! ¿Es que no has explorado a ninguno? ¿No puedes notarlo? —Le ofreció una compleja imagen. La pudo comprender únicamente porque él mismo había explorado a algunos humanos. Éstos eran irresistibles, seductores, de una contradicción mortífera. Se sentía atraído hacia ellos y, sin embargo, algo le advertía en su contra. Esto lo notaba cuando tocaba en profundidad a un humano…, cuando probaba su sabor.
—Lo sé —admitió—. Pero no lo entiendo.
—Habla con Ooan. Él lo sabe y lo entiende. Y también habla con madre. Ella sabe más de lo que le gusta admitir.
—Es una humana. ¿No crees que ella también pueda ser peligrosa?
—No para nosotros. —Se puso en pie con él en brazos—. Pesas cada vez más; me alegraré cuando aprendas a caminar.
—Yo también. ¿Qué edad tenías tú cuando aprendiste a hacerlo?
—Justo el año cumplido. Ya casi te toca.
—Nueve meses.
—Sí. Es una pena que no puedas aprender a caminar tan deprisa como has aprendido a hablar. —Se lo devolvió a Lilith, quien lo alimentó y le prometió que lo llevaría al bosque con ella.
Lilith ya le daba trocitos de comida sólida, pero aún obtenía una buena parte de su alimento de la leche materna. Además, el mamar le reconfortaba. Le asustó pensar que, algún día, ella ya no le dejaría mamar. No quería hacerse tan viejo.