Él era Akin.
Cuando se producía este sonido, había cosas que le tocaban. Le reconfortaban o le daban comida, o lo alzaban y le enseñaban. Le era dada comprensión, cuerpo a cuerpo. Aprendió a percibirse a sí mismo como él mismo…, algo individual, definido, separado de todos los contactos y los olores, de todos los sabores, visiones y sonidos que llegaban hasta él. Era Akin.
Y, sin embargo, llegó a saber que también era parte de la gente que le tocaba…, que, dentro de ellos, podía hallar fragmentos de sí mismo. Era él mismo, y también era esos otros.
Aprendió, rápidamente, a distinguirlos por su sabor y su tacto. Le llevó más el reconocerlos por la vista y el olfato; pero, para él, el sabor y el tacto eran casi una única sensación. Ambas le habían sido familiares desde hacía mucho.
Desde su nacimiento había escuchado diferentes voces. Ahora empezó a asignar identidades a esas diferencias. Cuando, a unos pocos días de su nacimiento, había aprendido su propio nombre, y era capaz de decirlo en voz alta, los otros le enseñaron sus nombres. Los repetían cuando veían que habían conseguido su atención. Le dejaban ver sus bocas formando las palabras. Aprendió rápidamente que cada uno de ellos podía ser llamado por un grupo de dos sonidos, juntos o por separado.
Nikanj Ooan, Lilith Mamá, Ahajas Ty, Dichaan Ishliin…, y el que nunca se le acercaba, a pesar de que Nikanj Ooan le había enseñado su tacto, sabor y olor. Lilith Mamá le había enseñado una impresión visual, y él la había estudiado con todos sus sentidos: Joseph Papá.
Llamó a Joseph Papá y, en lugar de él, llegó Nikanj Ooan y le enseñó que Joseph Papá estaba muerto. Muerto. Terminado. Ido para nunca volver. Y, sin embargo, había sido parte de Akin, y Akin debía conocerlo, como conocía a sus padres vivos.
Akin tenía dos meses de edad cuando empezó a construir frases simples. No le bastaba con ser alzado en brazos y que le enseñasen.
—Va más deprisa que la mayoría de mis chicas —comentó Lilith, mientras lo colocaba contra su costado y le dejaba beber.
Podría haberle resultado difícil aprender de su piel lisa, que en nada le ayudaba, de no ser porque le resultaba tan familiar como la suya propia…, y superficialmente era como la suya propia. Nikanj Ooan le había enseñado a usar su lengua, el menos humano de sus órganos visibles, para estudiar a Lilith mientras ésta lo alimentaba. A lo largo de muchas alimentaciones, probó tanto su leche como su piel. Era una avalancha de sabores y de texturas: leche dulce, piel salada, suave en algunas partes, rugosa en otras. Se concentró en uno de los lugares suaves, enfocando toda su atención en estudiarlo, percibiéndolo en profundidad, minuciosamente. Captó las muchas células de su piel, vivas y muertas. La piel de ella le enseñó lo que significaba estar muerto. Su capa externa, muerta, contrastaba tremendamente con lo que podía percibir de la carne viva que había debajo. La lengua de él era tan larga, sensible y maleable como los tentáculos sensoriales de Ahajas y Dichaan. Lanzó un filamento de la misma al interior del tejido del pezón de ella. La primera vez que había intentado aquello le había hecho daño, y el dolor había sido canalizado hacia él a través de su lengua. El dolor había sido tan agudo y anonadante que se había retirado, llorando y gimiendo.
Se negó a dejarse reconfortar hasta que Nikanj le enseñó a sondear sin causar daño.
—Fue —había comentado Lilith— como si te clavaran una aguja ardiente y despuntada.
—No lo volverá a hacer —le había prometido Nikanj.
Akin no lo había vuelto a hacer. Y había aprendido una lección importante: que compartiría cualquier dolor que causase. Por consiguiente, era mejor no ocasionar dolor alguno. Pasarían meses antes de que supiese lo inusual que era, para un bebé, el reconocer el dolor en otra persona y el reconocerse a sí mismo como la causa de ese dolor.
Ahora percibió, a través del filamento de carne que había extendido al interior de Lilith, zonas de células vivas. Se enfocó en unas pocas de esas células, en una única célula, en partes de dicha célula, en su núcleo, en los cromosomas del interior de este núcleo, en los genes que había en los cromosomas. Investigó el ADN que constituía los genes, los nucleótidos de ese ADN. Había algo, más allá de los nucleótidos, que no acertaba a percibir…, un mundo de partículas más pequeñas cuyo límite no podía cruzar. No entendía por qué no podía dar este último paso…, si es que era el último. Le frustraba el que algo se hallase más allá de su percepción. Sólo sabía de él a través de sensaciones oscuras, intangibles. Cuando se hizo mayor llegó a pensar en aquello como en un horizonte: siempre alejándose cuando se acercaba a él.
Pasó su atención de la frustración de lo que no podía percibir a la fascinación de lo que sí podía. La carne de Lilith era mucho más excitante que la de Nikanj, Ahajas y Dichaan. Había algo equivocado en ella…, algo que no entendía. Era al mismo tiempo aterrador y seductor. Le decía que Lilith era peligrosa, a pesar de que también era esencial. Nikanj era interesante, pero no peligroso. Ahajas y Dichaan eran tan parecidos que tenía que esforzarse para percibir diferencias entre ellos. En algunos aspectos, Joseph había sido como Lilith: mortífero e impositivo. Pero no había sido tan parecido a Lilith como Ahajas lo era a Dichaan. De hecho, aunque si bien estaba claro que, al igual que Lilith, era humano y nativo de este lugar, de esta Tierra, no había sido pariente de Lilith. Ahajas y Dichaan eran hermanos, como lo eran la mayoría de los componentes masculino y femenino de los tríos matrimoniales oankali. Joseph no estaba relacionado con ella, como también era el caso de Nikanj…, pero, aunque Nikanj era un oankali, también era un ooloi, ni hombre ni mujer, un neutro. Se suponía que los ooloi no debían de ser familiares de sus cónyuges hembra y macho, para que así pudieran enfocar su atención en las diferencias genéticas de dichos cónyuges, y así poder construir sus hijos sin cometer errores peligrosos, debidos a una excesiva familiaridad y a un exceso de confianza.
—Ten cuidado —le oyó decir a Nikanj—. Te está estudiando otra vez.
—Lo sé —contestó Lilith—. A veces me gustaría que se limitase a mamar, como los bebés humanos.
Lilith frotó la espalda de Akin, y el centelleo de luz por entre y alrededor de los dedos de ella le hizo perder al bebé su concentración. Apartó su carne de la de ella, luego le soltó el pezón y la miró. Ella cerró la ropa por sobre de su pecho, pero siguió sosteniéndolo en su regazo. Siempre agradecía el que la gente lo tuviese en brazos mientras hablaban entre ellos, permitiéndole escuchar. Ya había aprendido de ellos más palabras de las que había tenido oportunidad de emplear. Coleccionaba palabras y, gradualmente, las reunía en preguntas. Cuando sus preguntas eran contestadas, recordaba todo lo que le decían. Su imagen del mundo crecía.
—Al menos no es más fuerte o más rápido en su desarrollo físico que los otros bebés —comentó Lilith—. A excepción de sus dientes.
—No es el primer caso de un bebé que ha nacido con todos sus dientes —le indicó Nikanj—. En lo físico, parecerá tener su edad humana hasta la metamorfosis. Pero tendrá que usar bien la cabeza para salirse de cualquier problema que le ocasione su precocidad.
—Con algunos humanos eso le servirá de bien poco. Sentirán resentimiento hacia él, porque no es completamente humano y, en cambio, parece más humano que sus hijos. Lo odiarán por tener una edad mental superior a la que aparentará físicamente. Lo odiarán porque a ellos no les ha sido permitido tener hijos varones. Tu pueblo ha hecho que los niños varones con aspecto humano sean un bien muy escaso.
—Ahora permitiremos más. Todo el mundo se siente más seguro respecto a como mezclarlos. Antes, demasiados ooloi no sabían percibir la mezcla necesaria. Podrían haber cometido errores, y sus errores podrían haber dado como resultado monstruos.
—La mayoría de los humanos piensan que, precisamente, son monstruos lo que habéis estado creando.
—¿Y tú? ¿Aún lo crees?
Silencio.
—Puedes estar contenta, Lilith. Un grupo de los nuestros creía que lo mejor sería eliminar del todo a los machos nacidos de humana. Que podríamos construir niñas para las mujeres humanas y niños para las mujeres oankali. Y es lo que hemos estado haciendo hasta ahora.
—Y quedado mal con todos: Ahajas quiere hijas y yo quiero hijos. Y no somos las únicas.
—Lo sé. Y controlamos a los niños, en modos que no deberíamos, para hacerlos madurar como hombres nacidos de oankali y mujeres nacidas de humano. Controlamos inclinaciones que deberían ser dejadas al libre albedrío de cada uno de los niños. Incluso el grupo que sugirió que tomásemos este camino sabe que esto es algo que no debemos hacer. Pero tenían miedo. Un macho que es lo bastante humano como para nacer de una hembra humana podría ser un peligro para todos nosotros. Y, sin embargo, debemos de intentarlo. Aprenderemos de Akin.
Akin sintió como Lilith lo apretaba más contra ella.
—¿Por qué lo consideras tanto como un experimento? —exigió saber—. ¿Y por qué tendrían que ser tanto problema los hombres nacidos de humana? Sé que a la mayoría de los hombres de antes de la guerra no les gustáis. Tienen la sensación de que los estáis desplazando y obligándoles a hacer algo pervertido. Y, desde su punto de vista, tienen razón. Pero podríais enseñar a la siguiente generación a amaros, sin importar quién sea su madre. Todo lo que tenéis que hacer es empezar lo antes posible. Indoctrinarlos antes de que sean lo bastante mayores como para desarrollar sus propias opiniones.
—Pero… —dudó Nikanj—. Pero si tuviésemos que trabajar de una forma tan ciega, tan burda, no podríamos realizar un buen intercambio comercial. Tendríamos que arrebataros vuestros hijos, justo después de que naciesen. No podríamos confiar en vosotros para criarlos de un modo adecuado. Sólo os tendríamos para engendrarlos…, como los animales sin inteligencia.
Silencio. Un suspiro.
—¡Dices unas cosas tan horribles con una voz tan amable! No, calla, ya sé que es la única voz que tienes. Dime, Nika, ¿sobrevivirá Akin a los machos humanos que van a odiarlo?
—No lo odiarán.
—¡Claro que sí! No es humano… Las mujeres no-humanas les resultan ofensivas, pero normalmente no tratan de hacerlas daño, e incluso se acuestan con ellas…, como un racista que se va a la cama con una mujer de otra raza. Pero Akin… lo van a ver como una amenaza. ¡Diablos, es una amenaza! ¡Es uno de los que van a reemplazarlos!
—No lo odiarán, Lilith.
Akin se sintió alzado de los brazos de Lilith y abrazado fuertemente contra Nikanj. Jadeó ante el encantador sobresalto del contacto con los tentáculos sensoriales de Nikanj, muchos de los cuales lo sostenían, mientras otros horadaban sin dolor en su carne. ¡Era tan fácil conectar con Nikanj y aprender!
—Lo verán tan hermoso como se ven ellos mismos —afirmó Nikanj—. Y, para cuando sea lo bastante mayor como para que su cuerpo revele lo que realmente es, ya será un adulto capaz de cuidar de sí mismo.
—¿Capaz de luchar?
—Sólo para salvar su vida. Tenderá a evitar las peleas. Será como ya son los machos nacidos de oankali: un solitario que anda errante, cuando no está apareado.
—¿No formará una relación estable con nadie?
—No. La mayoría de los machos humanos no son especialmente monógamos. Tampoco lo serán los machos construidos por nosotros.
—Pero…
—Las familias cambiarán, Lilith…, están cambiando ya. Una familia formada totalmente de construidos estará constituida por una hembra, un ooloi y los niños. Los machos irán y vendrán según deseen y según sean bienvenidos.
—Pero no tendrán hogares.
—Un hogar como este nuestro sería para ellos una prisión. Tendrán lo que deseen, lo que necesiten.
—¿La posibilidad de ser padres de sus hijos?
Nikanj hizo una pausa.
—Quizás elijan mantener el contacto con sus hijos. No vivirán con ellos permanentemente…, y ningún construido, macho o hembra, joven o viejo, considerará esto como una privación. Para ellos será normal, y tendrá un propósito, ya que siempre habrá más mujeres y ooloi que hombres. —Hizo resonar sus tentáculos corporales y craneales—. El comercio significa cambio. Los cuerpos cambian. Los modos de vida deben cambiar. ¿O es que creíste que tus hijos sólo parecerían diferentes?