Recordaba mucho de su estancia en la matriz.
Mientras estaba allí, empezó a darse cuenta de los sonidos y de los sabores. No significaban nada para él, pero los recordaba. Y, cuando volvían a presentarse, se daba cuenta de que ya le eran conocidos.
Cuando algo lo tocó, supo que era algo nuevo…, una nueva experiencia. El contacto le sobresaltó al principio, luego le resultó reconfortante. Penetraba sin dolor en su piel y lo calmaba. Cuando se retiró, se sintió privado de algo, solo por primera vez. Cuando regresó, se sintió complacido…, otra sensación nueva. Cuando hubo experimentado algunos de estos abandonos y regresos, aprendió a sentir expectación.
No aprendió lo que era el dolor hasta que fue hora de que naciera…
Podía sentir y saborear los cambios que se sucedían en su derredor: el lento girar de su cuerpo; luego el repentino empujón, con la cabeza por delante; la compresión, primero en la cabeza, luego gradualmente a lo largo de todo su cuerpo. Le dolía de un modo sordo, como lejano.
Y, sin embargo, no tenía miedo. Esos cambios eran los adecuados. Y era la hora en que debían producirse. Su cuerpo estaba preparado. Era impulsado en su camino por impulsos regulares, y reconfortado, de tanto en tanto, por el contacto de su familiar compañero.
¡Se hizo la luz!
Al principio, la visión fue un destello cegador de sobresalto y dolor. No podía escapar a la luz. Se hizo más brillante y dolorosa, alcanzando el máximo cuando cesó la compresión. Ninguna parte de su cuerpo estaba libre del punzante y crudo brillo. Luego lo recordaría como calor, como quemadura.
Se enfrió bruscamente.
Algo hizo cambiar la luz. Aún podía ver, pero el ver ya no era doloroso. Su cuerpo fue frotado suavemente, mientras yacía sumergido en algo blando y confortable. No le gustaba aquel frotar. Hacía que la luz pareciese parpadear y desvanecerse, tras lo que volvía de golpe la visibilidad. Pero era la presencia familiar la que le tocaba, le sostenía. Permanecía con él, y le ayudaba a soportar sin miedo el frote.
Estaba envuelto en algo que le tocaba por todas partes, menos en el rostro. No le gustaba el tacto pesado que tenía, pero amortiguaba la luz y no le hacía daño.
Algo tocó un lado de su rostro, y se volvió, con la boca abierta, para tomarlo. Su cuerpo sabía lo que debía hacer. Chupó, y fue recompensado con alimento y con el sabor de un cuerpo que le era tan familiar como el suyo propio. Por un tiempo, incluso supuso que era el suyo…, siempre había estado con él. Podía oír voces, incluso podía distinguir sonidos individuales, aunque no comprendía ninguno de ellos. Atraían su atención, su curiosidad. También recordaría aquello, cuando fuera mayor y pudiera comprenderlos. Pero le gustaban las suaves voces, aun sin saber lo que eran.
—Es hermoso —decía una de las voces—. Parece completamente humano.
—Algunas de sus características son sólo cosméticas, Lilith. Incluso ahora, sus sentidos están más dispersos por todo su cuerpo de lo que lo están los tuyos. Es… menos humano que tus hijas.
—Supuse que así sería. Sé que tu pueblo aún está preocupado por los machos nacidos de humanas.
—Eran un problema no resuelto. Creo que ya lo hemos solucionado.
—Pero ¿sus sentidos están bien?
—Naturalmente.
—Supongo que eso es lo único que puedo esperar. —Un suspiro—. ¿Debo darte las gracias por proporcionarle este aspecto…, por hacerlo parecer humano, para que así pueda amarlo… al menos durante un tiempo?
—Nunca antes me has dado las gracias.
—… No.
—Y creo que aún sigues amándolos, incluso cuando cambian.
—No pueden evitar ser lo que son…, lo que se han convertido. ¿Estás seguro de que todo lo demás está también bien? ¿Todas las piezas desparejas de que se compone se acoplan lo mejor que pueden?
—Nada en él es desparejo. Y es muy sano. Tendrá una larga vida, y será lo bastante fuerte como para poder soportar todo lo que deba soportar.