«Es necesario morir porque uno las conoce». Morir
del indecible florecimiento de la Sonrisa; morir
de sus manos ligeras. Morir
de mujeres.
Que cante el adolescente las que provocan la muerte
cuando caminan altivas por el espacio de su corazón.
Que de su pecho ensanchado
se eleve su canto hacia ellas:
inaccesibles. ¡Ah! ¡cuán extrañas son!
Más allá de las cimas
de su corazón ascienden ellas y esparcen
trozos de noche suavemente metamorfoseados en el abandonado
valle de sus brazos. Brama,
el viento en su ascenso por entre la hojarasca de su cuerpo, centellean,
sus fugitivos arroyos.
Pero que el hombre
se calle, más agitado. Él, quien,
sin camino, durante la noche por los montes
de sus sentidos ha errado;
que se calle.
París, julio de 1914[5]