Göttingen, jueves, 2 de julio de 1914
Sí, …¡y sin embargo! Por mucho que te des cuenta tú mismo, constantemente, de lo que no es más que pura inhibición, no es así cómo —aquí y allá, por decirlo así, en breves momentos sin relación con tu continuidad propiamente dicha, en unos poemas aislados— estallará lo que da la impresión de abundancia y de fuerza; no, no es así, sino que del mismo modo que te sientes constantemente a disgusto y miserable, encuentras para ello expresiones que, tal cual, serían absolutamente inconcebibles si en alguna parte en el interior de ti mismo no acabara fluyendo en una única experiencia aquello mismo que sientes como tan separado y dislocado por una huida al exterior, y en un recogimiento hacia el interior con, durante el intervalo, algún centro vacío, abandonado a sí mismo. Las palabras con que hablas de ello, por ejemplo con respecto a la anémona, no son más que obra, trabajo, cristalización de las unidades más profundas en el interior de ti mismo.
Es cierto que gran parte de la elaboración poética nació a partir de todo tipo de desesperaciones: pero si naciera de la desesperación de no ser capaz de semejantes condensaciones habría en ello, a pesar de todo, un error, ¿no es así? Es ésa la impresión de la conciencia de ti mismo, tu conciencia se encuentra al lado de lo que permanece sometido a las inhibiciones y, por esta razón, no acompañará los momentos en que se sigue revelando que tú no estás tan completamente desunido como «te» sientes y crees estarlo; sufres por ti mismo en cuanto que inhibido, y la parte de felicidad que se encierra en este estado de cosas te permanece oculta, apartada, aunque todas las condiciones necesarias para esta felicidad sean inherentes a ti mismo y se produzcan por ti; pues no se puede hablar de la anémona como lo haces tú sin alguna felicidad (¡que no alcanza plenamente el estado consciente!). Ciertamente, estoy lejos de querer endulzar mis palabras —contigo menos que con cualquiera; tú sabes con qué frecuencia, durante los primeros años, no paraba de insistirte para que tomaras conciencia de lo «Otro»; pero ahora ocurre como si tu conciencia con respecto a él (lo «Otro») fuera mucho más allá de él, se hiciera conciencia de ti en tanto que suya exclusivamente, de modo que —al contrario que antes— no te ves, no te aceptas, ni te afirmas a ti mismo; pasas simplemente desapercibido para ti mismo y no hay nada que sepas, sino lo «Otro»: igualmente, si antes a pesar de tu no-querer-saber, lo «Otro» existía, en cambio ahora eres tú quien existes. Aunque esto no modifique en nada el problema, puesto que no se ha dicho nada que escape al sentimiento y al pensamiento, la prueba de que algo existe es, sin embargo, importante, poco más o menos en el sentido en que el entumecimiento de un miembro no suscita el pánico de su amputación: el entumecimiento quizás dependa de procesos que pueden solucionarse de un momento al otro, sin que por ello se suprima la alimentación, etc… No obstante, sigo diciéndome… para mis adentros: por el momento esto no sirve de nada y, verdaderamente, no hago más que llevarte a través de campos de trigo cuando tú estás privado del pan cotidiano… Quizás se pudiera hacer algo más en una conversación de viva voz.
Lou