Los hechos que se cuentan son reales y casi todos los personajes lo son también. Ursúa, y las dos novelas sucesivas El país de la canela y La serpiente sin ojos, son recuentos de hechos históricos narrados por un personaje de ficción, que conjuga la experiencia de varios veteranos de la expedición de Orellana, que volvieron después con Ursúa al Amazonas, y la personalidad de Juan de Castellanos. Algunos datos sobre el linaje de Ursúa han sido alterados para efectos de la historia. Miguel Díez de Aux existió, aunque su visita a Arizcún es ficción. La amistad del protagonista con Lorenzo, el hermano de Teresa de Jesús, es imaginaria pero posible. Si los compañeros de Ursúa son fantasmales es porque así quedaron en la historia real. La intervención de Ladrilleros en la bahía de Buenaventura sólo habla del carácter aventurero de aquel cosmógrafo. Hay quien afirma que Armendáriz viajó con Robledo a las Indias. El naufragio de Calatayud y el rayo del Cabo de la Vela constan en varias crónicas. La lista de las fechorías de Alonso Luis de Lugo es incompleta. El encuentro personal entre el emperador y La Gasca no ocurrió como se lo cuenta pero es necesario para la historia. La carta de Armendáriz a La Gasca es apócrifa, pero los hechos que refiere son verdaderos. La primera campaña de Ursúa hacia la región de los panches es conjetural. Oramín existió, aunque seguramente no tuvo ese nombre. Z’bali es una ficción autorizada por el temperamento sensual de Ursúa. La increíble historia de la Mariscala es verdadera. Teresa de Peñalver es el nombre y la identidad imaginaria de la española que convivió con Ursúa en la Sabana, lo protegió, y tuvo una hija que él no pudo conocer. Los encuentros de Ursúa con las efigies de piedra del sur y con el Faro del Catatumbo son imaginarios; su encuentro con las ciudades de la Sierra Nevada es posible, ya que Castellanos, su compañero inseparable de aquellos días, estuvo allí y alcanzó a describirlas. El encierro de Ursúa en Santafé, su fuga hacia Pamplona y su viaje final por el Magdalena son conjeturales. No figura en las crónicas, pero sólo Castellanos puede haber despertado a Ursúa su fiebre final de conquistar el Amazonas. El lector encontrará comprensible que la geografía del narrador sea imprecisa, pues nace más de la experiencia que de los mapas; que a veces no conozca bien el nombre de las regiones, pues entre los nativos éstas solían depender del nombre de los jefes de pueblos, y que de vez en cuando su narración se atenga más a rumores que a certezas.
No habría podido contar esta historia verdadera sin la ayuda de muchos cronistas e historiadores, y sin el diálogo con muchos amigos. Sin los poemas de Juan de Castellanos, compañero entrañable de Ursúa, sin las crónicas de fray Pedro Simón, de Lucas Fernández Piedrahita, de Gonzalo Fernández de Oviedo, de Pedro Cieza de León; sin el aplicado libro Pedro de Ursúa, conquistador español del siglo XVI, de Luis del Campo, el mayor homenaje de sus paisanos a Ursúa; sin algunas novelas históricas sobre la época; sin la Historia de la conquista del Perú de Prescott; sin el libro de Karl Brandi sobre Carlos V, sin los libros de Henri Kamen y de Hugh Thomas sobre la época imperial; sin las conjeturas de Raúl Aguilar sobre la muerte de Robledo; sin las biografías de Soledad Acosta de Samper y sin la Historia de la Nueva Granada de su padre, el general Joaquín Acosta.