AGRADECIMIENTOS
—a José Tomás Varea, que me ayudó a dibujar las casas y las cosas. Y a María Jesús.
—a José Luis Valero, porque aportó los olores de las plantas y sus facultades curativas. Y para Alicia Santolária.
—a mi tío Juan Tornero, que fue guardia civil y me contó cómo abrillantaba su tricornio de charol.
—a Antonio Gijón, que me dijo qué pájaros del monte no cantan en invierno.
—a Francisco Calduch (padre), que me contó la historia del ricino.
—a Lluís Andrés, por la minuciosidad de entomólogo que impone a la lectura de mis historias. Y para Matilde.
—a Domingo Martínez y Paca Monfort, porque me enseñan a mirar con los anteojos del afecto. Y a Toni Regodón y Araceli López, por lo mismo.
—a César Salvo, Nieves Fabuel y Alfredo, Paco Moreno y Carmen, Suny y Paco Sans, Pau Miralles y Antonio Hinojosa, Miguel Deltoro y Ana Sabater, porque si no estuvieran conmigo me perdería tontamente por los montes de la Serranía.
—al tío Molina, por la memoria que no cesa.
—a Juan Jordán, Carmen Ortigosa y Vicent Martínez, por toda la vida que pasamos juntos.
—a Teresa, mi madre, y a mi hermano Claudio, que siempre se están peleando y me ayudan con sus riñas a vivir y a lo que haga falta.
—a Manuel Vázquez Montalbán, José Manuel Caballero Bonald, Carmen Martín Gaite, Eduardo Haro Tecglen y Manuel Vicent, esa delantera eléctrica de la memoria donde aprendo a mirar desde la grada todos los días de mi vida
—a Maree y Laia, por lo de siempre.
Y a mi padre, el primero que me habló de Ojos Azules.