En las covaleras del tejado duerme una rata que todas las noches se arrastra como si se fuera a morir. Rosario la ha visto alguna vez y dice que es como un conejo de grande, como una cría de conejo, dice. Y cuando Rosario dice eso se queda mirando al horizonte de los Llanos y señala un águila que pasa por las nubes
—No me gustan las ratas y a esa pendaja que duerme ahí arriba la tiene que matar un día Nicasio.
Las águilas sí que le gustaban a Rosario porque decía que eran como reinas volando por el aire.
Un día llegó un enlace y le dijo que tenía que subirles comida a la casa que los de Ojos Azules tenían en el Cerro de los Curas. Aquella noche se durmió con Nicasio y antes de dormirse le contó lo de la rata. Cuando el marido se le metió dentro del sueño, Rosario se sintió como un águila real volando por el cerro más alto de los montes.
Al otro día, cuando bajaba del sueño, un guardia civil le disparó un tiro a bocajarro y una vez muerta le dio la vuelta al cadáver y se quedó mirando un rato la sangre de Rosario. Y después de mirar el cadáver, el civil miró al barranco de Pera y lanzó un grito de júbilo, como si fuera un campeón de boxeo o la bestia más sagrada que habita entre los bosques espesos de sabinas.