El guardia Antonio Rausell Todolí se mira en el espejo su cansancio de tres años rodando por el monte. Llegó a Los Yesares desde un pueblo de ésos que no aparecen en el mapa y desde entonces no ha hecho otra cosa que trajinar por las masadas en busca de huidos. Le ponen mala la sangre y algún día les dará por el saco y colgará de los huevos en la plaza a Ojos Azules, o a Nicasio, o a Paco el Vatios. A lo mejor hasta tiene la suerte de cogerlos a los tres de golpe y entonces la fiesta será la más grande de su vida. Tres años de la vida de uno son demasiados años para regalárselos así como así a esos hijos de puta. Y encima tiene que aguantar las rabias del cabo Bustamante, un menda que salió de la guerra con un ojo chamuscado y por eso le ascendieron
—Se va a morir de viejo, Todolí, y esos huidos bajarán al infierno y le darán pol culo a su cadáver
le decía Bustamante cerrando con la risa el único ojo que le quedaba. En el hueco del otro lucía un pedazo de cristal con un círculo pintado de negro en el centro. El cabo le llamaba Todolí porque no había manera de que pronunciara Rausell como Dios manda. Algún día de esos malos, el guardia Rausell Todolí pensaba que también le gustaría colgar de los huevos al cabo Bustamante y así se iba a reír de la puta madre del cabo y de las que parieron en mala hora a esos bandoleros del monte. En el espejo se ve la cara amarga del guardia y la toalla se detiene en medio de esa cara, como si se hubiera quedado paralítico de repente y la toalla fuera una sábana que le oculta los músculos inútiles como al comandante de puesto le oculta el ojo inútil un cristal pintado de negro. Desde el patio del cuartel llegan las voces de los críos y una gallina cacarea en el corral que hay junto a las viviendas de los guardias. Entonces sonríe el guardia Todolí al recordar una tarde en que él y un número que había llegado la víspera de Melilla descabezaron a media guarnición de gallinas con los cuchillos de reglamento. Haría un par de años de eso y celebraban el aniversario de boda del cabo Bustamante. Después de la cena se quedaron en el poyete de la puerta, medio borrachos por el vino y los cigarros, y al oír cómo cantaban de miedo las gallinas avisando la presencia de algún depredador, decidieron brindarles su ayuda
—¿Sabe usted, joven, que el miedo sólo se quita desafiando cara a cara a la muerte?, por eso las gallinas son gallinas, porque siempre vuelven la cara cuando las miras
y miraban a las gallinas y les cortaban el pescuezo, una a una, hasta llenar el suelo de cabezas de gallina, de silencios de gallina, de miedos de gallina. El cabo Bustamante no los mandó fusilar porque necesitaba a todos los guardias para acabar con los del monte y sólo les tuvo encerrados en el cuartel una semana, a pan y agua, como si fueran prisioneros maquis en vez de guardias civiles.
—Usted no está cabal, Todolí, usted está más loco que una cabra y la suerte que tiene es que esos cabrones del monte son más listos que el hambre y necesito conmigo hasta a los que están como una cabra como usted
le dijo el cabo a la vez que le levantaba la cara cogiéndole de la barbilla y mirándole con tanto desprecio que parecía estar mirándole con los dos ojos sanos, como si de repente todos los ojos de las gallinas muertas se hubieran juntado en un milagro y le hubieran devuelto la vida al ojo sarnoso de Bustamante. Algún día colgaría de los huevos al cabo y luego le cortaría la cabeza como a las gallinas.
—Es que estoy hasta los mismísimos cojones del monte y de esos huidos del infierno, eso es lo que pasa y no otra cosa
le dice al espejo y ha movido la toalla para comprobar que sigue viva toda la cara y no sólo una parte
—A veces me gustaría pegarme un tiro y no me lo pego porque no sé si me faltan cojones o me falta el miedo que siempre veo en los ojos de las gallinas.