Los caminos de Cochichillas están quemados por el frío y Sebastián Fombuena se queda mirando un cuervo que cruza el barranco de Pera y se detiene en una rama seca de algarrobo. No debe de andar lejos la senda que les habrá de llevar a Sote desde el Cerro de los Curas y una vez allí ya se las arreglarán para enlazar con otras cuadrillas y buscar juntos la salida para Francia. La orden de desmantelar la guerrilla les llegó no hace mucho y la soledad se junta con el desprecio que en la montaña sienten por aquella orden. Tanta muerte para qué, para qué tanto andar de aquí para allá, tanto de palizas a los nuestros, de quemarle las manos a Angelín y de romper las vidas de la gente si ahora hemos de salir como conejos asustados y entregarnos al miedo y al cansancio.

Sebastián Fombuena sintió a veces cómo se desmoronaba su voluntad de seguir en el monte, cómo en las noches de la masada le reconcomía el ánimo saber que Guadalupe y su hijo las estaban pasando putas porque él era un huido, un traidor a la nueva patria, un apestado. Y ahora les han dicho que se las apañen como puedan pero que dejen el monte, que la situación ha cambiado y que se requieren otras formas de lucha contra el fascismo de Franco. Y en esas está él, a la busca de un camino extraño, único, que les saque del Cerro de los Curas.

El cuervo ha levantado el vuelo y Sebastián continúa la marcha a través de los barrancos y del frío.

No debe andar lejos este maldito camino.

Y es entonces, mientras le vuelve a mirar el bicho desde lo alto, cuando siente un cartucho o lo que sea corriendo por el hombro. Y rebota Sebastián contra el ribazo. Luego ya cierra los ojos y entra en el túnel desconocido donde se extravían el dolor físico y el conocimiento. Y recuerda aquel sueño de Nicasio en que su amigo del alma se convertía en cerdo y luego en un caballo sobre el que cabalgaba un jinete vestido como Cristóbal Colón o Don Quijote. Nicasio pensó que se había muerto porque nunca tuvo antes un sueño tan extraño y ahora se está muriendo él en la oscuridad de un túnel donde todo le es desconocido. Después del sueño de Nicasio aún le llegan las palabras del maestro don Recalde, las que le dijo el día en que se fue del pueblo. Le habló de la memoria, de lo que somos y no somos si no nos empeñamos en dejar lo mejor para quienes vienen luego

—Sólo vale la pena vivir si somos un buen recuerdo para los nuestros, Sebas, si no es así más vale que nos peguemos un tiro y acabemos de una vez por todas antes de entrar en el túnel de la vergüenza

recuerda que le dijo el maestro y aún tiene tiempo de sonreír porque piensa que la memoria es insegura siempre y más con una bala en el cuerpo

Más o menos quiso decir eso don Recalde, más o menos.

Siente que lo suben a un caballo y que lo doblan en dos sobre el lomo del animal. Y cuando se va a extraviar definitivamente por lo oscuro también siente que las uñas le arden como si alguien se las estuviera quemando con un soplete. Y lo que no puede sentir, ni ver, ni adivinar, ni nada de nada, es de qué color se estará poniendo el cielo del Cerro de los Curas cuando se abandona definitivamente a la inconsciencia.

A lo mejor me he muerto.