El monte es cada vez más pequeño y los árboles parece que crecen hacia abajo. Desde el ribazo que separa el barbecho marrón de las coscojas mira una liebre con las orejas tiesas, como si intuyera algún peligro, como si el aire se fuera haciendo menos de repente, como si se acercara la muerte y dejara el monte para el arrastre. A la puerta de la masada, Nicanor ensaya de nuevo «La bien pagá» y se acuerda de Bernabé y de su muerte en la emboscada que les tendió Justino

—¿Crees tú que Florencio murió en el Barranco Escoba con los soldados?

le pregunta a Paco Cermeño, que fuma sin parar un cigarro tras otro

—A lo mejor sí y a lo mejor no, es lo más posible

—¿Es lo más posible qué, que se muriera o que no?

—Joder, Nicanor, qué perra has cogido esta noche con lo de Florencio

—Es que esto se acaba y a lo mejor hemos de cogernos a lo que sea para seguir con ganas de que no nos maten y si Florencio se salvó pues mejor nos podemos salvar nosotros

—No seas cenizo, que aún no hemos dicho la última palabra y cuando vuelva Sebas seguro que ha encontrado la senda que nos llevará hasta Sote y de allí ya nos las apañamos.

La liebre sigue con las orejas tiesas y el acordeón de Nicanor el de Losa sigue con los compases de «La bien pagá»

—No la tocaba desde que mataron a Bernabé

dice

—Cuando vuelva Sebas nos vamos y que les den por el saco al monte y a los guardias.