El tricornio del guardia Norberto Pérez Expósito reluce como el metal después de darle su mujer una pasada de cera al charol negro con un paño de franela. A ella le gusta la limpieza y el año y medio que llevan en Los Yesares les ha dejado a los dos una mezcla de cercanía moral con los del pueblo y de desasosiego. Están a gusto, conocen a la gente, hasta han hecho amigos de los de verdad
—Y bien difícil es que un civil haga buenas migas con la gente del pueblo, don Norberto, bien difícil y más en los tiempos que corren
les dice Lorenzo, el alguacil, mientras se toman una copa de anís dulce apoyados en el mostrador de la Agrícola
—Ustedes tampoco andan muy en disposición de acercarse a los civiles, como usted dice
—Es que a nadie le gusta que le suelten dos sopapos por nada y eso se lo digo a usted porque hay confianza
—Pues ni con esa confianza, Lorenzo, que eso llega al oído del cabo y me cuesta dos meses de arresto en el cuerpo de guardia
—No diga tonterías, hombre, que no está el regimiento para bajas estando como están por el Cerro los de Ojos Azules
—Estoy hasta los cojones de esta guerra, Lorenzo, hasta los mismísimos cojones de esta guerra.
La mujer del guardia Norberto Pérez Expósito se llama Mercedes y tiene treinta años. Piensa que los guardias civiles se casan jóvenes y se van a hacer la guerra contra el maquis, lejos de sus pueblos, de sus familias, de su gente. El número Pérez Expósito es de Vilches, un pueblo de Jaén, y se metió a guardia porque si no se metía a guardia no sabía dónde se iba a meter para poder casarse con Mercedes y no morirse de hambre. Antes eran otros tiempos y su hermano mayor, que se llama Pedro, pudo estudiar y está de periodista en Valencia. Pero a él lo partió la guerra en dos y ahora está en Los Yesares, lejos del mundo y de su pueblo, dispuesto a subir al monte para buscar a los de Ojos Azules y acabar de una vez por todas con el infierno que se vive en el cuartel y en todas partes
—¿Y si nos volvemos al pueblo, Norberto?
—Déjate de lo de siempre, mujer, que esto no va a durar toda la vida
—Es que toda la vida son ya siete años los que vamos rodando por esos mundos de Dios y es como si la guerra no se hubiera acabado para nosotros
—Déjate, mujer, que esto está al acabar y entonces ya verás cómo nos cagamos de felicidad
—Eres un bruto
—Y tú eres la mujer más bonita del mundo, más bonita que Imperio Argentina y que Estrellita Castro juntas
—A lo mejor te matan los maquis, Norberto.
El tricornio del guardia Norberto Pérez Expósito reluce como si fuera de metal el día en que se va de Los Yesares porque se ha acabado la guerra de los montes y a lo mejor a él lo fusilan porque no quiso dispararle a Sebastián Fombuena cuando el cabo Bustamante le dio la orden y tampoco dejó que otros guardias lo hicieran mientras él estuviera delante
—Este hombre está medio muerto y se le ha de curar antes de juzgarle y después ya veremos
decía el guardia y los civiles le miraban como si estuviera loco, como si no fuera un guardia civil sino un marciano disfrazado de guardia civil. En el cuartel se lo ha dicho Bustamante
—A usted le voy a fusilar yo personalmente, por éstas que lo fusilo yo personalmente.
En la plaza de Los Yesares están el alcalde, los civiles y los cuatro falangistas del pueblo vestidos de uniforme porque cuando hay caza mayor los falangistas del pueblo se visten de uniforme y afilan sus machetes de campaña. A Sebastián Fombuena le cogieron cerca de Cochichillas, iba solo y buscaba un camino que le llevara desde Marjana hasta Sote sin que tuviera que pasar por los dominios de Bustamante y sus guardias. Desde la casa del alguacil, Guadalupe y Ángel ven cómo le golpean los guardias y los falangistas hasta que el número Norberto Pérez Expósito se planta entre el prisionero y sus agresores y dice que ya está bien de tanta sangre inútil.
Ese día, el hijo de Sebastián y Guadalupe aún no conocía la historia del tío Narciso, el anarquista de Pedralba que fue conducido hasta la plaza del pueblo para su vergüenza y la de los suyos y después lo fusilaron en el cementerio de Paterna sin que mediara ninguna acusación cierta contra sus actuaciones como jefe de la Comuna anarquista. Lo supo luego, cuando ya tenía veinte años y las uñas aún del color amargo de la tortura.
El tricornio del número Pérez Expósito reluce como si fuera de metal y su mujer no sabe si lo van a fusilar o le meterán en la cárcel para toda la vida
—A lo mejor no pasa nada, mujer
le dice Lorenzo el turuta, que acaba de acompañar a su casa a Guadalupe y a su hijo y ha visitado a Mercedes para darle ánimos mientras ella limpia parsimoniosamente, con toda la delicadeza del mundo, el tricornio del marido. En el cuerpo de guardia, dispuesto a dejar Los Yesares escoltado por sus compañeros de cuerpo, el número Pérez Expósito se acuerda de su pueblo y piensa que a lo mejor le toca escribir a su hermano la crónica de su fusilamiento.